Nadie es capaz de ver el código, como Neo en Matrix,
pero todos, a poco que nos fijemos, distinguimos patrones que se
propagan como epidemias, clichés que se han forjado a raíz de la
aparición de los espejos, primero, y de las cámaras, más tarde.
Antes de
la existencia de estas tecnologías, las personas no tenían tanto
interés en la impostura. A nadie le preocupaba mantener un mohín
adecuado.
La gente era más espontánea sencillamente porque no sabía qué
aspecto tenía en cada momento. Nadie imaginó algo como Snapchat en la
Edad Media.
Gracias a
los sentidos propioceptivo y vestibular sabemos en qué parte del
espacio está localizado nuestro cuerpo y qué le está pasando en su
interior, pero, en ausencia de imágenes especulares, no poseemos una
percepción precisa del cuerpo, y menos del rostro.
Por ejemplo, la mayoría de nosotros tenemos una imagen distorsionada del tamaño de nuestra cabeza, como sugiere un estudio de Ivana Bianchi,
de la Universidad de Macerata (Italia).
En el estudio, los voluntarios
solían sobrestimar el tamaño de la circunferencia frontal de su cabeza
entre un 30 y un 42%.
Una tendencia que también observaron en el arte
del siglo XV: las cabezas de los autorretratos tendían a ser mayores que
las de los retratos.
Primeros reflejos
Básicamente,
un espejo es una superficie pulida capaz de reflejar la luz siguiendo
las leyes físicas de la reflexión.
Hasta la invención del espejo, la
gente podía contemplar su reflejo en un estanque o incluso en el agua
quieta de una vasija.
Pero esas imágenes especulares nunca fueron gran
cosa comparadas con la que retornaron los primeros espejos, posiblemente
ideados por pequeños grupos que habitaban las zonas de lo que hoy es
Turquía y que datan del año 6000 a. C. Dos mil años tarde aparecieron
espejos babilonios, elaborados a partir de cobre pulido
. Los del Antiguo
Egipto se confeccionaron a partir de oro y cobre.
En el siglo I
aparecieron por primera vez los espejos de vidrio
. Con todo, la
invención del espejo moderno se le atribuye al profesor alemán de la
química Justus von Liebig, en 1835.
Los
espejos son casi artefactos mágicos, a poco que nos formulemos ciertas
preguntas incómodas. Por ejemplo: los espejos, al igual que las cosas
que percibimos como blancas, reflejan todas las longitudes de onda
visibles.
Pero eso no explica la razón de que nuestra camisa blanca no
parezca un espejo.
La verdadera razón reside en el hecho de que una
superficie blanca refleja la luz en todas direcciones.
Un espejo, por el
contrario, no refleja la luz de esta forma difusa, sino en la misma
dirección, por lo que construye una imagen de la fuente de luz, en palabras del astrónomo Phil Plait.
Bueno,
en realidad esto no es exactamente así porque los espejos son verdes y,
en consecuencia, lo reflejan todo un poco con esa tonalidad.
Sí, verdes,
al menos la mayoría de espejos que usamos hoy en día, que están
confeccionados con un sustrato de vidrio de sílice sódico-cálcico y un
revestimiento posterior de plata.
Este verdadero color es difícil de
ver, pero una forma sencilla de conseguirlo es creando una infinita
reflexión de espejos.
Es
decir, debemos enfrentar dos espejos y contemplar la sucesión de
reflejos cada vez más pequeños. Después de cincuenta reflexiones, la
luminosidad de un objeto reflejado se reduce, y la longitud de onda
dominante pasa a ser la de quinientos cincuenta y dos nanómetros, la que
percibimos como un color verde amarillento espectral.
El moho de las
imágenes especulares.
Pero las preguntas incómodas no acaban aquí: ¿por qué los
espejos invierten en sentido derecha-izquierda pero no en sentido de
arriba-abajo? Si guiñamos el ojo derecho, nuestro reflejo guiñará el
izquierdo.
Pero la cabeza está donde tenemos la cabeza, no al revés.
Es
decir, que nada cambia en el espejo, salvo esa inversión de
derecha-izquierda.
Este misterio no es baladí en física, y ya fue
abordado por Platón en Timeo, y por Lucrecio en De Rerum Natura.
El
problema, sin embargo, está mal enfocado: los espejos no invierten la
imagen de lado, sino de delante y detrás.
Y no somos capaces de verlo no
por la física, sino por la biología, porque somos organismos bípedos
que andamos erguidos y disponemos de ojos en uno de los lados de la
cabeza.
Estas son las dimensiones en las que percibimos el mundo
. Al
contemplar de este modo los espejos, la inversión que tiene lugar es así
y no de otra forma.
Uno de los mayores expertos en lateralidad, Chris McManus, lo explica en su libro Mano derecha, mano izquierda:
El
eje derecha-izquierda solo puede definirse una vez determinados los
ejes arriba-abajo y delante-detrás. El espejo invierte siempre una
dimensión, pero esta solo puede describirse una vez que las dimensiones
arriba-abajo y delante-detrás han sido determinadas, y en consecuencia,
sea cual sea la dimensión que un espejo realmente invierta físicamente,
siempre será descrita como la dimensión derecha-izquierda.
Los
espejos son casi artefactos mágicos, a poco que nos formulemos ciertas
preguntas incómodas. Por ejemplo: los espejos, al igual que las cosas
que percibimos como blancas, reflejan todas las longitudes de onda
visibles.
Pero eso no explica la razón de que nuestra camisa blanca no
parezca un espejo. La verdadera razón reside en el hecho de que una
superficie blanca refleja la luz en todas direcciones.
Un espejo, por el
contrario, no refleja la luz de esta forma difusa, sino en la misma
dirección, por lo que construye una imagen de la fuente de luz, en palabras del astrónomo Phil Plait.
Caraísmo
Con el
advenimiento de los espejos, primero, y las cámaras fotográficas,
después, también llegaron las representaciones y las consiguientes
deformaciones.
Durante quinientos años, los rostros de las minorías
discriminadas han aparecido en posiciones subordinadas.
Al igual que los
primeros autorretratos presentaban deformaciones de resultas de una
deficiente autopercepción, los retratos presentaban deformaciones
conscientes o inconscientes en función de la clase social del
representado.
Desde el
siglo XVII, tanto en pinturas como fotografías, las caras de los
afroamericanos, las mujeres y otras clases discriminadas han aparecido
en una posición inferior respecto a los blancos, los hombres y otras
clases consideradas superiores, respectivamente.
A este fenómeno se le
llama face-ism.
El
«índice de caraísmo» es el cociente de dos mediciones lineales: la
distancia (en milímetros o cualquier otra unidad) de la parte superior
de la cabeza hasta el punto visible más bajo de la barbilla (numerador) y
la distancia desde la parte superior de la cabeza a la parte visible
más baja del cuerpo del sujeto (denominador).
Como sugiere un estudio de Miron Zuckerman y Suzanne C. Kieffer publicado en Journal of Personality and Social Psychology,
esta constante se ha observado entre los afroamericanos y los
estadounidenses-europeos en diversos periódicos de los Estados Unidos y
de Europa, así como en numerosas obras pictóricas y estampillas.
Esta discriminación facial también se ha detectado en las caras de las mujeres respecto a las de los hombres.
En un estudio de Dane Archer
en el que se compararon tres mil quinientas fotografías publicadas en
medios de once países diferentes, entre los que se encuentran México,
India, Francia o Kenia, se halló esta correlación
. Y también se ha
observado en retratos y autorretratos que datan del siglo XV.
Espejos que te hacen fotos
Las
nuevas generaciones, por algunos llamados nativos digitales, se conducen
con mayor naturalidad por el mundo de observación/exhibición de
internet.
Cada vez son más los que están dispuestos a sacrificar su
intimidad en aras de ser valorados por los demás, a la vez que los más
pudorosos acaban siendo los raros, los esquinados, los que tienen algo
que ocultar, los que no se consideran lo suficientemente buenos como
para medirse con el resto.
El
contenido de fotos, vídeos y textos que los menores de edad intercambian
entre sí, de ser vistos por adultos en toda su amplitud, originaría una
horripilante disonancia cognitiva: muy pocos son capaces de imaginar la
falta de inocencia incluso a edades tan aparentemente tempranas como
los once o doce años.
En una encuesta
realizada en 2008 por la campaña nacional para la prevención de
embarazos no deseados en adolescentes, se descubrió que el 20% de los
adolescentes entre los 13 y los 19 años habían colgado en la red o había
enviado fotografías en las que aparecían desnudos total o parcialmente.
Las chicas lo hacían con mucha más frecuencia que los chicos.
Por eso la industria de gadgets
está desarrollándose para satisfacer estas necesidades, como es el caso
de un espejo inteligente que te muestra tu verdadera cara frente a
fuentes de iluminación concretas. En muchas ocasiones, nuestro
maquillaje parece óptimo en el espejo de nuestro baño, pero se torna
ineficaz o directamente pavoroso, a lo clown maligno, si estamos bajo la luz del sol o en esa oficina donde abundan los fluorescentes de morgue. El Sensor Mirror Pro Wide-View evita eso conectándose al wifi para que podamos controlar la temperatura del color de nuestra luz desde el smartphone.
La app.
que instalaremos, tanto en iOS como Android, captura la iluminación en
los lugares que frecuentamos, y recrea la iluminación de tales lugares
para que podamos prever cómo luciremos allí.
El futuro de los espejos o las cámaras es todavía difícil de imaginar.
Lo que es evidente es que el show no ha hecho más que empezar, como puso de manifiesto un experimento
llevado a cabo por iStrategyLab. Su S.E.L.F.I.E, por su siglas en
inglés «motor de emisión en directo para una mejor autoestima», es un
espejo bidireccional provisto de una cámara y un ordenador tras de sí.
Cuando alguien pasa por el espejo y sonríe, el dispositivo dispara una
fotografía.
Una cristalización de la imagen que solo tiene lugar cuando
se luce la mejor de tus sonrisas.
La imagen resultante se sube
directamente a las redes sociales, para dar siempre la mejor imagen de
ti mismo.