Hablamos con la top australiana Cat McNeil, con la que tanto se identifican las nuevas generaciones.
La gata, como muchos la llaman en esta industria por su mirada verde, felina, hipnótica; por su manera de deslizarse ante la cámara, silenciosa, elegante; por su actitud, tímida, recelosa; y por su trayectoria, libre e independiente.
Cat se deja acariciar por el objetivo de la cámara y los focos de la pasarela, y de pronto ya no quiere más y se va.
Es lo que hizo en 2009. Estaba en lo más alto, pero ella decidió hacer un parón y desaparecer del circuito durante unos años.
Volvió en 2013. Esa temporada abrió siete desfiles y fue elegida (de nuevo) una de las caras del momento.
«Que algunos hablen de ideas poco convencionales de belleza no significa que el canon de perfección agresiva haya quedado relegado a un segundo plano», valora la australiana.
«Todo es cíclico. Es cierto que hoy se prefiere un prototipo más andrógino, pero, en realidad, todo vale.
Y eso es precisamente lo que más me gusta», concede.
Hasta hace muy poco, por ejemplo, hacerse un tatuaje equivalía a dar un mal paso si eras una chica cuyo sueño era trabajar en moda.
Antes los tattoos se tapaban, se maquillaban, se borraban con Photoshop.
Ningún agente los aconsejaba. Estaban en la lista negra, junto a ojeras, cicatrices y piercings. «Las nuevas generaciones tienen una mentalidad distinta; no han crecido con esos tabúes. Y parece que la moda se ha contagiado de ese espíritu».
El giro hacia una estética más tribal se ve en la calle, pero también en la pasarela, donde, en desfiles como el último de Balenciaga, las maniquíes profesionales aparecen junto a otras jóvenes, amateurs y rarunas, hijas del culto a la belleza de resaca de extrarradio.
«No todo el mundo se puede sentir identificado con las propuestas más glamurosas que vemos en las revistas, la gente necesita alternativas más reales, milénicos incluidos».
Para Cat, grabar con tinta la piel es una forma adictiva de catarsis. «Me han repetido tantas veces cómo tengo que ir peinada, cómo cuidarme, cómo vestirme, cómo moverme… Que, en mi caso, hacerme un tattoo es una manera de recordar y demostrar que es mi cuerpo y puedo hacer con él lo que quiera», defiende.
«Me hice el primer tatuaje un día antes de cumplir 18 años; volví al día siguiente para hacerme el segundo», recuerda
. «¡Qué gracia! No recuerdo cuál fue primero: el 13 de la muñeca o la estrella de la oreja», dice con una sonrisa.
Tiene muchos. No los ha contado. O sí. Cat da pistas, pero nunca se descubre del todo
. «De algunos me arrepiento, pero tampoco me molestan».
Foto: Henrique Gendre
«Hay gente como Catherine McNeil y Catherine Baba. Las dos son australianas. Las dos han triunfado. Las dos tienen personalidades increíbles. Y las dos son completamente únicas. La individualidad es importante», sentenció Mario Testino hace apenas tres meses.
«La belleza es subjetiva. Si quieres durar en esta profesión, debes tener una personalidad fuerte y ser tú mismo.
La individualidad es clave», coincide Cat, quien siente una devoción muy especial por el fotógrafo peruano. «Mario es, obviamente, mi debilidad. Él lanzó mi carrera».
Fue en 2006. La maniquí firmó un contrato de exclusividad de seis meses con Testino, del que salieron sus primeras grandes campañas de publicidad (para Dolce & Gabbana y Boss). «La moda me permite desarrollar mi lado más creativo.
Me fascina la idea de convertirme en otro personaje durante unas horas y vestirme con prendas que, de otro modo, jamás llevaría.
Echo de menos la creatividad desbordante de Galliano en Dior. Aquellos vestidos eran un auténtico derroche de artesanía», reconoce.
Patrick Demarchelier la retrató en el calendario Pirelli de 2008 con una chaqueta de la colección más aplaudida del británico para la maison francesa [alta costura p-v 2007].
Gabardina y vestido, ambos de LACOSTE (c. p. v.); y zapatillas de HERMÈS (680 €