Tras 14 años, Isabella Rossellini vuelve a Lancôme como imagen.
Hablamos en exclusiva con ella sobre la evolución de la mujer y sobre lo
que a esta le queda por conseguir. Lecciones de vida gratis de una
musa.
Foto: Getty Images
Donde David Lynch es misterio y atmósfera, Isabella Rossellini es presencia.
Las manos de la actriz de Terciopelo azul
(1986) se mueven al ritmo de su dicción italiana, la sonrisa se tensa y
se destensa y su calidez permanece cuando ella ya se ha marchado.
Tras
la rueda de prensa donde se anunciaba su fichaje como imagen de Lancôme,
los piropos se encadenan, «Cuánta elegancia», «Ojalá se oyeran más
discursos como el suyo».
Un extracto: «De jóvenes, las mujeres estamos
sometidas a mucha presión; hallar un trabajo, ganar dinero, ser madres.
Pero a medida que nos hacemos mayores, nos aclaramos. Nadie habla sobre lo maravilloso que es envejecer, no se trata de tener o no arrugas, sino de encontrar nuestra voz», razona, vestida con una camisola de cuadros blancos y negros y unos pantalones oscuros.
Su historia con Lancôme no empezó ayer. «En 1982 querían dar un giro, deseaban una firma cohesionada.
La solución fue fichar a una modelo para todas sus campañas.
Fui la
elegida. Mi contrato era de dos años, pero funcionaba como imagen y la
colaboración duró 14, algo rarísimo en una época en la que se prefería
la novedad y modelos anónimas
. Apostar por un mismo rostro conllevó
ventajas: las clientas lo consideraron sinónimo de confianza y se
volvieron más fieles. Pero cuando cumplí 40, rescindieron el contrato.
Las mujeres, me dijeron, soñaban con ser jóvenes. Yo no representaba
eso. Cuando me llamaron para ficharme de nuevo, contesté: «Están de broma; ¡tengo 64 años!».
Los aparenta. Y no por su físico, es una cuestión de carácter. Nos recibe sonriente, de pie, con un mono negro, unos pendientes art déco
y un collar y un brazalete de perlas. «Pertenecieron a mi madre»,
cuenta.
Se leen los rasgos de Ingrid Bergman en su rostro. «La echo de
menos». La voz de Isabella es rotunda, pero mece. La mirada brilla cuando habla sobre los derechos de la mujer
.
«En mi familia, el talento de mi madre se consideró una excepción. El
mundo tenía otros planes para las chicas de su generación y para las de
la mía
. Mamma me animó a construir una carrera. Lancôme me la brindó. El
contrato me dio seguridad y el dinero, independencia. Me ayudó a osar
ser actriz».
Y hoy realizadora. Ha escrito y dirigido varios cortos sobre
el ritual sexual de los animales que han dejado a la crítica y al
público boquiabiertos.
En Green Porno copula vestida de mosca, muere de mantis practicando sexo. Es informativo, divertido y surrealista…
Espero que el público se ría tanto como yo.
Uno de mis referentes es
George Méliès. A finales del siglo XIX y principios del XX, las cámaras
eran enormes y decidió dejarlas fijas, con lo que logró un tono cómico
.
Me siento intimidada por la tecnología, esa técnica me llenó de
esperanza; me dije: «Puedo rodar filmes divertidos sin complicaciones».
El cine mudo de Buster Keaton fue otra inspiración.
Lleva ocho años con este proyecto, ¿se anima a dirigir un largo?
Existe una versión teatral de
Green Porno, Bestiaire d’Amour.
Langira ha sido un éxito, hemos recorrido 52 ciudades en los dos
últimos años, incluida Madrid. Ahora estoy con un nuevo monólogo y a
veces pienso en dedicarlo al cine.
El teatro requiere que viaje mucho…
Para promocionar una película, solo basta con presentarla en algunos
festivales.
¿Serán los animales los protagonistas?
Sí, a pesar de que no interesan a nadie…
A usted sí, ¿o me equivoco?
Me ha pillado. [Sonríe]. Se centrará en la inteligencia; en si piensan o no.
Debe saberlo. No solo estudió etología animal en la
universidad, sino que se ha mudado a una granja a las afueras de Nueva
York. Vive rodeada de gallinas y cerdos en Long Island.
Siempre me gustó el campo.
Y me habría dedicado a esto antes.
Con 14
años, me veía dirigiendo documentales.
Devoraba los de la BBC y National
Geographic.
Intenté hacer prácticas en el sector, pero me rechazaron.
Entonces apareció la moda, fue una suerte.
Y una casualidad.
Exacto. Cuando empecé en 1982 no existían las supermodelos, nadie
soñaba con ser maniquí.
Linda Evangelista [13 años más joven] me confesó
que siempre lo deseó, lo mismo que mi hija [Elettra Rossellini].
¿Entonces ya sabía que un día sería autora?
Sí. Porque de joven no me miraba al espejo y pensaba: «Este material quedaría perfecto en foto».
Green Porno
es una simbiosis de mi experiencia como actriz y modelo, yo diseñé los
trajes de los animales.
Y se acerca más a mi identidad. Posar y actuar
ayudan a expresar las ideas de otros. Simbolizo las de David Lynch sobre
el cine, por ejemplo.
Se cumplen 30 años del estreno de Terciopelo azul, en su momento escandalizó, sobre todo en Italia, donde se comparó con el porno. ¿La reacción sería la misma hoy?
Difícil saberlo… David trasciende las tendencias. En su obra, no todo
tiene explicación. Solía decirme: «La vida es misterio».
Cuando él
entra en un cuarto, se pregunta: «¿Por qué existe una atmósfera?». Él se
centra en los enigmas. Sus filmes no narran un momento, capturan lo
recóndito. Eso no pasa de moda.
Terciopelo azul habría impactado hoy.
No fue fácil para usted. Se armó mucho revuelo con sus desnudos…
Su cine jamás me pareció sexual. Usar el cuerpo femenino para excitar
era tan común entonces como ahora
. Las escenas no se adscribían en esa
tradición. Buscábamos imágenes inquietantes, cercanas a la locura. David
me contó que un día, volviendo del colegio con su hermano, se cruzaron
con una mujer desnuda. Se echó a llorar.
No se sintió excitado. Entendió
que algo malo había sucedido.
Quería retratar ese sentimiento. Aún hoy,
la desnudez como sinónimo de violación es impactante. ¡Estamos hartos
de tanta sexualidad!
Hace poco afirmaba que Joy, uno de sus últimos proyectos, era feminista porque…
Trata de una mujer que se centra en su carrera. En la mayoría de las
películas siempre aparece un príncipe azul que la ayuda… Aquí no
. Es
moderna.
¿Y no le parece increíble que lo sea en el siglo XXI?
Hace 80 años, cuando nació Lancôme, no podíamos votar.
Ni ser
propietarias; lo eran nuestros hermanos, padres o maridos. No podíamos
divorciarnos ni existía policía especializada en violaciones.
En caso de
abuso, nos decían: «Lleva minifalda». Hemos demostrado que podemos ser
presidentas, abogadas, cirujanas. Pero la responsabilidad del hogar
recae sobre nosotras. Mi hija adora su carrera, aunque teme que ser
madre la ponga en riesgo.
Yo la ayudaré con los niños. Pero esta
situación debe cambiar.
El mayor desafío de nuestra época es conseguir
conciliar profesión y maternidad.
Otro reto: que las actrices de 60 años no dejen de ser protagonistas.
Lo que ocurre en cosmética, ocurre en el cine.
Lancôme ha elegido a
una mujer mayor como imagen porque el mensaje ha cambiado: no todas las
féminas quieren ser jóvenes.
Esta estrategia inclusiva no es nueva:
entre sus embajadoras cuentan con la actriz africana Lupita Nyong’o o
Penélope Cruz, una latina.
Al cambio ha contribuido su CEO, una mujer
[Françoise Lehmann], que sabe que la mujer no se cuida solo para
seducir. Hace 20 años, éramos secretarias. La clave de la paridad en el
cine la tiene la distribución.
Las películas más taquilleras son de
acción. Los espectadores son chicos jóvenes. Cuando cumplimos 30,
nosotras dejamos de ir al cine porque toca volver a casa a cuidar a los
hijos. Pero con el
streaming (Hulu, Netflix) la tendencia ha cambiado
. Nunca he trabajado tanto como en los dos últimos años, se ha ampliado el público.
Háblenos de Shut Eye, la serie de Hulu (estreno en agosto).
Interpreto a una gitana adivina, soy la matriarca de un clan mafioso,
muy fuerte y sádica.
Trata sobre el crimen organizado en Los Ángeles.
Es una mujer de muchos medios; volverá a la televisión con Master of Photography, un concurso al estilo de X Factor de la cadena Sky.
La tele está en peligro de extinción. ¡No estudien para ser
programadores! El futuro pasa por ver contenidos cuando se nos antoje.
Cuando apareció la televisión en los 50, el cine se hizo más
espectacular y los mayores dejaron de ir a las salas. La tele amplió el
mercado, pero Internet lo hará más. Las posibilidades son infinitas; se
puede ver una serie en el bus. La evolución técnica ha ampliado el
abanico.
La fotografía está en el ADN de su familia.
A mi abuelo [padre de Ingrid] le encantaba y mi madre siempre llevaba
una cámara en los rodajes.
En mi caso, cuando poso, lo que más me gusta
es colaborar con el fotógrafo. He trabajado, por fortuna, con los
mejores, Bruce Weber, Richard Avedon, Irving Penn, Steven Meisel, Peter
Lindbergh.
No una, sino muchas veces y de forma íntima. Lo cierto es que
contar historias a través de imágenes está en los genes de mi familia.
Su madre, como usted, fue una visionaria: casi no se maquillaba y, curiosamente, no tenía estilista.
Cuando llegó a Hollywood, tenía 22 años. El productor David O.
Selznick, célebre por transformar a las actrices, le recomendó un cambio
de
look.
Mi madre se negó, en ese caso prefería regresar a
Suecia. Entonces Selznick reculó: «¡Ya lo tengo, será la primera actriz
natural!».
Y creó un personaje.
Uno a medida de ella: deportista, independiente –conducía su coche–,
accesible
. Y, sí, tampoco tenía estilista.
Hoy ese asunto es una locura,
los medios solo hablan de la alfombra roja, que se ha convertido en un
negocio.