El verano según Faulkner es siempre tórrido, húmedo, sureño y
pegajoso.
Hasta mosquitos encontrarás en esta novela cómica que narra
las loquísimas aventuras de los pasajeros de un crucero.
Funny Girl, de Nick Hornby (Anagrama)
Nadie mejor que Hornby para retratar la frenética vida de Londres en
la década de los 60. Y lo mejor es que lo hace a través de una miss y
aspirante a actriz con mucha tela que cortar. Adictiva, como siempre.
Verano Azul, de Mercedes Cebrián (Alpha Decay)
Si perteneces a una de las generaciones que pasaban los veranos
enganchadas a las idas y venidas de Pancho, Bea, Desi, Piraña y
compañía, este es tu libro.
Un retrato emocional de toda una época, pura
nostalgia.
El dilema de Paola, de Cósimo de Monroy (Huerga & Fierro)
Tras el éxito de su blog, a medio camino entre la novela romántica y
el culebrón de alto postín con un trasfondo que refleja un enorme
conocimiento de la historia del Arte, Cósimo de Monroy debuta con esta
historia que es puro amor, puro lujo y puro verano.
Malentendido en Moscú, de Simone de Beauvoir (Navona)
Nada más femenino que leer a una de las grandes del feminismo del
siglo XX (bien entendido). Esta historia tiene mucho de biográfico, así
que toma nota porque entre líneas encontrarás retazos de una vida
impresionante.
Hay que prestar atención al que cuenta lo que ha visto de cerca.
En los primeros años noventa David Rieff fue reportero enmedio de la gran explosión de salvajismo que fue la guerra de Yugoslavia,
y allí y entonces empezó a reflexionar sobre los efectos catastróficos
que puede tener algo tan reverenciado como la memoria histórica o la
memoria colectiva.
Una vez, saliendo de entrevistar a un general serbio,
uno de aquellos señores de la guerra que de la noche a la mañana se
convirtieron en matarifes de sus compatriotas, un ayudante del militar
le puso en la mano un papel doblado, como si le confiara un secreto.
Cuando Rieff lo abrió, en la hoja en blanco no había más que un número,
una fecha: 1453. Comprendió en seguida que se trataba de una consigna
delirante de memoria histórica. 1453 es el año en que los turcos
conquistaron Constantinopla y pusieron fin al Imperio Romano de Oriente.
Invocando esa fecha, los genocidas serbios se convertían nada menos que
en herederos de aquel imperio cristiano que más de cinco siglos después
continuaban la lucha contra los invasores infieles, ahora los bosnios
musulmanes a los que intentaban exterminar en beneficio de su sueño de
redención patriótica.
La guerra civil yugoslava sucedía en los años 90 del siglo XX y con
todas las ventajas modernas de las tecnologías de la destrucción, pero a
la gente se la mataba en nombre de cosas que habían sucedido en 1389, en 1453,
en un tiempo muy alejado y del todo ajeno, y sin embargo convertido en
presente por la obsesión vengativa y victimisma de las conmemoraciones.
No hay casi nadie que no piense que la preservación de la memoria es
uno de los valores supremos en una colectividad
. En mi trabajo como
escritor y en mi activismo como ciudadano yo mismo he intentado
contribuir al rescate de la memoria de la República española y de la
cultura que quedó amputada y dispersa tras la derrota en la Guerra Civil
y la grosera tentativa de lobotomía del franquismo.
Así que empecé a
leer con cierto reparo el libro de Rieff, titulado retadoramente In Praise of Forgetting.
¿Puede haber algo digno de ser alabado en la desmemoria? David Rieff
tiene una doble cualificación de ensayista agudo y luminoso y de
reportero
. Viene de la tradición de libertad intelectual y claridad
expresiva de Orwell y de John Gray, esa que brilla más que nunca en el
ejercicio de llevar la contraria a lo consabido.
Y además la combina con
un conocimiento de primera mano sobre los lugares más conflictivos del
mundo. Ha informado desde Israel, desde Rwanda, desde Irlanda, desde Argentina, desde la ex-Yugoslavia. Y en cada sitio ha sido testigo de los efectos terribles que puede
provocar una obsesión por el pasado histórico, y de las dificultades
extremas de restablecer un presente de convivencia viable sobre las
ruinas y las heridas abiertas que deja una dictadura o un enfrentamiento
civil.
La paz, o cuando menos la suspensión de las agresiones, es tan
imprescindible como la justicia.
Las víctimas han de ser honradas y los
verdugos castigados.
¿Pero qué ocurre si, en el mundo real, la paz y la
plena justicia resultan dos bienes igual de nobles pero a corto plazo
incompatibles entre sí? En Yugoslavia, en 1995, lo más urgente era que cesara la carnicería
.
Se consiguió en los acuerdos de Dayton, que no satisfacían a nadie y
que se han sostenido casi de milagro.
Pero gracias a ellos, serbios
ortodoxos, croatas católicos y bosnios musulmanes no han vuelto a
enfrentarse con las armas.
Algunos criminales de guerra han sido
juzgados y condenados, otros no. ¿Dónde está el equilibrio entre la
reconciliación y la justicia, entre la necesidad de reparar los crímenes
y los sufrimientos del pasado y la de establecer un presente de
convivencia entre unos y otros?
En este punto es donde David Rieff propone, cautelosamente, una
reflexión sobre la conveniencia de un cierto grado de olvido, que ha de
ser sobre todo no el olvido de lo que sucedió en la realidad, sino una
visión crítica del pasado que ponga el rigor de la historia por encima
de una memoria volcada en el fortalecimiento de la identidad colectiva,
dedicada a proveer justificaciones para los fracasos y coartadas
ennoblecedoras para los abusos y los crímenes, o para la simple
estupidez humana, o para el enaltecimiento de los valores del presente.
La memoria personal no es muy de fiar, pero al menos se ejerce sobre los
hechos que ha vivido uno mismo. La memoria colectiva, precisa Rieff, no existe como tal,
y es mucho más vaga en cuanto se alejan un poco en el tiempo las cosas
presuntamente recordadas, cuando empiezan a olvidar y a extinguirse los
que las vivieron y han podido contarlas.
En la memoria histórica hay una
actitud de reverencia hacia los hechos, los sacrificios, los heroísmos,
de las personas a las que se elige recordar
. Que con frecuencia esté
inspirada por los ideales más nobles no la exime del peligro de la
manipulación, porque con la misma facilidad se la puede poner al
servicio de intereses miserables y de ideales siniestros, o ni siquiera
eso, en esta época de autoestima confortable y narcisismo digital: al
servicio de la vanidad de sentirse perseguido y rebelde sin el menor
contratiempo y sin más esfuerzo que atribuirse los sufrimientos casi
siempre inventados de otros que vivieron o no hace mucho tiempo. “Para estar vivos nos contamos historias a nosotros mismos”, dice Joan Didion.
David Rieff reconoce, no sin cierto fatalismo, que las sociedades
humanas necesitan pasados manejables sobre los que sostener el presente
.
Pero su experiencia como reportero y sus conocimientos de la historia
le hacen mantenerse alerta ante la casi segura inevitabilidad de la
manipulación.
El precio de un pasado colectivo del todo alentador o
ejemplar es la mentira.
El grupo refuerza su solidaridad y su ultraje si
un dato inoportuno contradice su memoria histórica, que como todos los
rasgos de identidad se fortalece sobre todo cuando es puesto en duda por
los extraños.
El antídoto de una memoria histórica dañina o incoveniente no es otra
memoria histórica más justiciera
. Es la Historia
. Paradójicamente, dice
Rieff, en esta época en que la Historia prácticamente ha desaparecido
de enseñanza es cuando más proliferan todas las variedades de memorias
históricas.
Cuanto menos se sabe del pasado más vehementes son las
apelaciones a legitimidades fetichistas que solo el pasado parece capaz
de proveer
. Pasados a medida son los parques temáticos de la identidad a
la que cada uno se afilia, tan limpios de las incomodidades y la
impurezas de la realidad histórica como un centro comercial
herméticamente climatizado en uno de esos desiertos de las periferias
urbanas.
El antídoto de las fantasías adánicas o criminales sobre el
pasado es el estudio sobrio de la Historia, que no avanza en ninguna
dirección favorable y ni siquiera inteligible, y que es demasiado
complicada y en general amarga como para ofrecer las simplificaciones
consoladoras que alimentan la nostalgia o la movilización.
Muy cerca del
final de su libro David Rieff cita a Borges: “El olvido es la única
venganza/ y el único perdón”. Pero no es la justicia. In Praise of Forgetting: Historical Memory and its Ironies.
David Rieff. Yale University Press. New Haven / London, 2016. 160
páginas. 25 dólares.
No es una novedad que Podemos tiene dificultades para atraer el voto de las mujeres, nunca he pensado que haya votos femeninos ni votos masculinos, vaya, que da igual el voto no tiene sexo, o eso creí yo hasta leer que las mujeres no sincronizamos con un partido u otro....¿En función de qué o de quién? No somos más ignorantes, no somos mas miedosas, no somos tan tontas al contrario, no hay votos machistas, o eso creía yo.
Si que hay votos de gente masacrada por la política de derechas y la corrupción que seguirán viendo listo a Rajoy, puede ser, porque alguien que firme esta reforma laboral es para escupirle y darle la espalda, no darle el voto, pero entiendo que eso lo hacen hombres y mujeres.
Es algo que tampoco se ha solucionado a partir del pacto con
Izquierda Unida ni con el auge de liderazgos femeninos como los de Ada
Colau, Mónica Oltra, Carolina Bescansa, Teresa Rodríguez o Irene
Montero: de cada 100 potenciales votantes de Unidos Podemos, 54 son
hombres y 46 mujeres, según los últimos datos de Metroscopia —cosa que
no le ocurre al resto de partidos—. Pero lejos de entrar a valorar si
pueden atribuirse a la coalición rasgos de mayor o menor feminidad, o de
recurrir a la genérica idea de que ellas son ideológicamente más
conservadoras que ellos (cosa que hoy, demoscópicamente, no se
demuestra), sí se detecta que la devaluada imagen de Pablo Iglesias,
junto a otros factores, es un aspecto significativo.
1) La edad: cuanto más joven sea el electorado más probabilidad
existe de que los votos se dirijan hacia la coalición, y cuantas más
canas se peinen, mayor probabilidad de que PSOE y, sobre todo, PP llenen
sus alforjas. 2) El rechazo al bipartidismo: a mayor respaldo de la
nueva situación multipartidista mayor es la probabilidad de votar por
Unidos Podemos. 3) Negar los brotes verdes: cuanto peor se perciba la
situación económica más probable es que se acabe optando por la papeleta
morada en las urnas. Aun así, se detectan otros dos factores importantes que, sin embargo,
mantienen una relación paradójica. En el conjunto de España son menos
mujeres que hombres (23% frente a 27%) quienes aprueban la labor del
líder de la formación morada pero, entre su electorado, la situación es
la contraria, ellas lo respaldan algo más que ellos (79% frente a 76%). Así, parece difícil que la coalición consiga atraer a más mujeres para
conseguir la paridad de género entre sus votantes porque, de alguna
forma, Iglesias encanta a las suyas pero desencanta a las demás. Para las mujeres de más de 50 años, que puedan sentir añoranza por el
bipartidismo y no tengan una percepción tan negativa de la situación
económica, queda claro que Unidos Podemos no será su alternativa . Pero
para el resto de mujeres, a priori sin tantas reticencias hacia
la marca y con alguna probabilidad de votarle, la imagen de Iglesias
les supone más un lastre que un anzuelo. No sé que quieren decir eso de que si tenemos más de 50 años las mujeres no vamos a votar a Pablo Iglesias por su imagen....¿Pero en qué cabeza cabe? se vota un programa tenga formato de IKEA o formato del Cantar del Mio Cid. No somos tontas, no nos asustamos por una imagen "casual" tipo camisa, vaqueros y pelo recogido en una coleta, para no parecer una imagen religiosa de melena, pelo natural al viento. Es decir Pedro sánchez puede ir con camisa de Emidio Tucci, corbata de Pedro del Hierro el de antes, y un trajecito así como más barato. Un chico que lleve Camisa de Valentino, Vaquero Armani, Cinturón Tommi Hilgifer, zapatillas deportivas de una marca cara, es decir que hoy dia puede ser más pijo un deportivo que un clásico, así que no nos tomen por tontas, Iglesias te dice que música oye que cine ve, que libro lee, y ni idea que lee Rajoy ni Pedro ni que director de Teatro español o de Cine patrio les gusta. No siempre las apariencias en gañan...No se equivoquen y no digan que las mujeres y Podemos somos incompatibles, tb seremos incompatibles con el PP. Por cierto ¿Alguien me dice que marca de reloj que si marca las horas usan los de Podemos? hombres y mujeres....claro.
La investidura fallida y el ‘caso Nóos’ marcan el segundo aniversario de Felipe VI en el trono.
A la pregunta de cómo calificaría el segundo año de Felipe VI en el
trono, que se cumple este 19 de junio, un alto cargo de la Casa del Rey
resopla: “Ufffff…”
. El bufido, pretendiendo un efecto evasivo, no puede
resultar más expresivo. Infiere que el período no ha sido como cabía
esperar desde la perspectiva de La Zarzuela.
El año ha tenido vida propia y ha situado al Rey en el eje de un
período intenso y anómalo en la reciente historia de España
. Las
consecuencias de la crisis y el hastío causado por la corrupción y la
condescendencia de los principales partidos han fraccionado los bloques
tradicionales y han abocado a una congestión política que ha alterado las previsiones públicas de la jefatura del Estado.
La Casa del Rey pretendía un perfil bajo de Felipe VI en un ámbito
tan desacreditado como el de la política
. Calculaba, desde la distancia
de la institución, recuperar la confianza y el prestigio perdido de la
Corona con nuevos parámetros: austeridad, sobriedad y proximidad como
marcas prioritarias. Las guías estaban fijadas desde la proclamación, el 19 de junio de 2014,
y solo había que ir fijando las traviesas de la agenda sobre el
calendario y combinarlas con una adecuada proyección internacional.
Pero la situación de atasco político, con la prolongación de su
cometido constitucional en la investidura, ha derivado en lo que La
Zarzuela considera una sobreexposición de la figura del Rey.
El riesgo:
una devaluación en la percepción ciudadana contra la renta de situación
lograda con el cambio dinástico, que puso el cuentakilómetros a cero.
Sin embargo, el naufragio de la investidura, con tres rondas de contactos fracasadas y la frustración social producida por la incapacidad de alcanzar acuerdos por parte de los partidos,
no ha tenido consecuencias negativas para Felipe VI. Los sondeos de
opinión realizados en este período apuntan que los españoles, pese a la
frustración, valoran el trabajo realizado por el Rey en el mandato
constitucional de la investidura.
El contraste de la pérdida de confianza en una clase política
ineficaz para resolver una situación que exigía altura de miras y la
entereza de la jefatura del Estado durante el proceso ha tenido sus
consecuencias
. La actitud del Rey y sus apelaciones constantes al
diálogo y al acuerdo, intercaladas en sus discursos, han contribuido a
reforzar su imagen.
Pero las nuevas elecciones, con idéntica
fragmentación electoral, devuelven al Rey al centro del escenario
político con nuevas incertidumbres para La Zarzuela sobre los efectos
que le pueda deparar la repetición del proceso.
En el desarrollo de sus obligaciones constitucionales el Rey también
ha tenido que afrontar un inesperado pulso con el Gobierno en funciones.
Tras declinar la proposición de Felipe VI para intentar la investidura
como partido más votado aunque sin apoyos suficientes, el PP pretendió
mantener el atasco para forzar la repetición de elecciones, invocando un
informe a medida del Consejo General del Estado.
Felipe VI, en cambio, se aferró a la Constitución frente a esta inhibición estratégica para facilitar el flujo institucional. Para no romper la neutralidad,
ante a un candidato sin ninguna posibilidad (Mariano Rajoy) y otro con
alguna, aunque remota (Pedro Sánchez), el jefe del Estado ofreció al
socialista la oportunidad de intentar la investidura.
Este desafío consolidó al Rey en su posición pero ha tenido
consecuencias.
En privado, Moncloa y Zarzuela se reprochan no haber
actuado con la corrección debida y la frecuencia de los despachos del
Rey con Rajoy se ha visto perturbada.
Además, el choque ha tenido
notables secuelas en la agenda internacional del Rey, a la que el
Gobierno ha dado la espalda.
A la pregunta de cómo calificaría el segundo año de Felipe VI en el
trono, que se cumple este 19 de junio, un alto cargo de la Casa del Rey
resopla: “Ufffff…”. El bufido, pretendiendo un efecto evasivo, no puede
resultar más expresivo. Infiere que el período no ha sido como cabía
esperar desde la perspectiva de La Zarzuela.
El año ha tenido vida propia y ha situado al Rey en el eje de un
período intenso y anómalo en la reciente historia de España. Las
consecuencias de la crisis y el hastío causado por la corrupción y la
condescendencia de los principales partidos han fraccionado los bloques
tradicionales y han abocado a una congestión política que ha alterado las previsiones públicas de la jefatura del Estado.
La Casa del Rey pretendía un perfil bajo de Felipe VI en un ámbito
tan desacreditado como el de la política. Calculaba, desde la distancia
de la institución, recuperar la confianza y el prestigio perdido de la
Corona con nuevos parámetros: austeridad, sobriedad y proximidad como
marcas prioritarias. Las guías estaban fijadas desde la proclamación, el 19 de junio de 2014,
y solo había que ir fijando las traviesas de la agenda sobre el
calendario y combinarlas con una adecuada proyección internacional.
Pero la situación de atasco político, con la prolongación de su
cometido constitucional en la investidura, ha derivado en lo que La
Zarzuela considera una sobreexposición de la figura del Rey. El riesgo:
una devaluación en la percepción ciudadana contra la renta de situación
lograda con el cambio dinástico, que puso el cuentakilómetros a cero.
Sin embargo, el naufragio de la investidura, con tres rondas de contactos fracasadas y la frustración social producida por la incapacidad de alcanzar acuerdos por parte de los partidos,
no ha tenido consecuencias negativas para Felipe VI.
o Los sondeos de
opinión realizados en este período apuntan que los españoles, pese a la
frustración, valoran el trabajo realizado por el Rey en el mandato
constitucional de la investidura.
El contraste de la pérdida de confianza en una clase política
ineficaz para resolver una situación que exigía altura de miras y la
entereza de la jefatura del Estado durante el proceso ha tenido sus
consecuencias.
La actitud del Rey y sus apelaciones constantes al
diálogo y al acuerdo, intercaladas en sus discursos, han contribuido a
reforzar su imagen.
Pero las nuevas elecciones, con idéntica
fragmentación electoral, devuelven al Rey al centro del escenario
político con nuevas incertidumbres para La Zarzuela sobre los efectos
que le pueda deparar la repetición del proceso.
En el desarrollo de sus obligaciones constitucionales el Rey también
ha tenido que afrontar un inesperado pulso con el Gobierno en funciones.
Tras declinar la proposición de Felipe VI para intentar la investidura
como partido más votado aunque sin apoyos suficientes, el PP pretendió
mantener el atasco para forzar la repetición de elecciones, invocando un
informe a medida del Consejo General del Estado.
Felipe VI, en cambio, se aferró a la Constitución frente a esta inhibición estratégica para facilitar el flujo institucional. Para no romper la neutralidad,
ante a un candidato sin ninguna posibilidad (Mariano Rajoy) y otro con
alguna, aunque remota (Pedro Sánchez), el jefe del Estado ofreció al
socialista la oportunidad de intentar la investidura.
Este desafío consolidó al Rey en su posición pero ha tenido
consecuencias.
En privado, Moncloa y Zarzuela se reprochan no haber
actuado con la corrección debida y la frecuencia de los despachos del
Rey con Rajoy se ha visto perturbada
. Además, el choque ha tenido
notables secuelas en la agenda internacional del Rey, a la que el
Gobierno ha dado la espalda.
La plataforma de despegue para la proyección exterior del Rey con
esperados efectos vigorizantes para su imagen en España no ha podido
funcionar a pleno rendimiento.
Si antes de las elecciones pudo realizar
dos viajes de Estado a México y los Estados Unidos, así como estar
presente en la cumbre de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible en
Nueva York, después del 20-N ha tenido que aplazar o suspender importantes visitas a Arabia Saudí, Reino Unido, Japón y Corea del Sur,
con los lógicos inconvenientes para su impulso internacional y para los
países anfitriones, que ya tenían organizados los viajes.
En este año, la nueva realidad política ha añadido otros problemas
para el Rey como la mayor presencia del republicanismo, un
acontecimiento que pese a no ser invasivo resulta inquietante para La
Zarzuela por su ruido y potencial de contagio.
La debilidad del
bipartidismo ha dado oxígeno a nuevas organizaciones políticas con una
inspiración republicana muy efervescente y un activismo no menos
dinámico.
Media docena de Ayuntamientos catalanes han declarado persona non
grata a Felipe VI y a la familia real (algo que no le ocurrió a su padre
en el País Vasco en los años más duros).
Un hecho que, más allá de la
tensión territorial de Cataluña, salpica a otros puntos de España y
conecta con los ecos de otros Consistorios (incluso algún Parlamento)
que retiraran símbolos monárquicos de sus dependencias.
Con todo, uno de
los golpes de efecto que más ha dolido en La Zarzuela ha sido la
decisión del Gobierno de Navarra de sacar a la Casa del Rey de la entrega del premi o Príncipe de Viana, al que estaba vinculado desde 1993.
La infanta, en el banquillo
Pero siendo una carga pesada la derivada de la situación política, al
segundo año del Rey no le han faltado grados de dificultad añadidos. La
celebración del juicio del caso Nóos, iniciado el pasado 11 de enero, constituye un acontecimiento histórico por sentar en el banquillo a la hermana del Rey,
la Infanta Cristina, procesada como cooperadora necesaria en dos
delitos contra la Hacienda Pública que se atribuyen a su esposo, Iñaki
Urdangarin.
A pesar de que Felipe VI, en una de las decisiones más complicadas de su vida, revocó el ducado de Palma a su hermana
como cortafuegos entre la institución que representa y su propia
familia, cada comparecencia de Cristina de Borbón en el juicio se ha
vivido con palpable incomodidad en La Zarzuela. A pesar de que ya no
forma parte de la familia real, no deja de ser la hermana del Rey y
conserva sus derechos dinásticos, a los que no ha renunciado pese a las
presiones. Los efectos del caso siguen percutiendo sobre la Corona. A
ello contribuye el desfile ante el juez de ex altos cargos de La
Zarzuela como Alberto Aza, Fernando de Almansa, José Manuel Romero o el
secretario de las infantas Carlos García Revenga. Incluso de antiguos
amigos íntimos como José Luis Ballester,Pepote, ex director general de
Deportes del Gobierno balear.
A la inquietud por el alboroto mediático de Nóos, se ha unido la
difusión el pasado marzo de unos mensajes privados entre los Reyes y el empresario Javier López Madrid,
una persona de su círculo de amistades, lo que ha supuesto otro
contratiempo para la imagen de Felipe VI. Según las conversaciones de
ese chat incorporado a una causa judicial, López Madrid, implicado en el
caso de las tarjetas black y también investigado en la trama
Púnica por la presunta financiación ilegal del PP, recibió ánimos por
parte de los Reyes en pleno escándalo, en octubre de 2014.
Aunque el Rey había cortado la amistad con el empresario días después,
la publicación de los mensajes ha traído nuevas turbulencias a la Casa
del Rey.
Pero en este tiempo la Casa del Rey también ha dado significativos
pasos para mejorar la imagen de la institución mediante la
transparencia. Medidas que eran lógicas tratándose de la jefatura del
Estado, pero que su antecesor en el trono nunca había llevado a cabo. Ha
sido el año en el que La Zarzuela ha adoptado la nueva normativa de
contratación, en la que pese a mantener la naturaleza privada se ajusta a
los principios que rigen la contratación pública de concurrencia,
transparencia, igualdad y no discriminación. También ha sido el año en
el que la Corona ha hecho públicos sus contratos de 2015 y ha difundido
por primera vez la lista de regalos institucionales recibidos. Y la primera ocasión en 40 años en que La Zarzuela se ha sometido una auditoría externa de sus gastos, que cerró con un superávit de 177.130 euros.
Amenaza en Cataluña
En el segundo año en el trono, el mayor problema que el Rey ha tenido
sobre la mesa sigue siendo la ofensiva del independentismo catalán, que
tras los sucesivos desencuentros entre el Gobierno central y la
Generalitat se ha robustecido en las principales instituciones de
Cataluña y ha convertido su discurso en hegemónico.
No es un problema
sobrevenido, pero sí el más trascendental para Felipe VI, que simboliza
la unidad y permanencia del Estado y tiene que ejercer una función
arbitral y moderadora del funcionamiento regular de las instituciones.
En este período, el Rey, en función de sus limitadas atribuciones, ha
tratado de terciar en el conflicto manteniendo abiertas las líneas de
diálogo incluso en medio de la escalada.
Aunque, a tenor de los
resultados, sin éxito. Felipe VI ha estado en medio de dos extremos que
parecían retroalimentarse.
En uno, el partido en el Gobierno de España,
el PP, para el que la custodia de la unidad de la patria representaba
una bandera lo suficientemente ancha como para tapar su escandalosa
situación judicial por los casos de corrupción.
En el otro,
Convergència, el partido que gobernaba la Generalitat, para el que la
independencia cumplía idéntica función.
Tras una sucesión de llamadas a la unidad en sus discursos, el Rey
puso en marcha en julio una serie de audiencias con presidentes
autonómicos con el objeto de incluir un encuentro extraordinario con
Artur Mas con aparente formato ordinario.
En esa audiencia Felipe VI
constató que el proceso en el que se había embarcado en entonces
presidente catalán no tenía vuelta atrás.
Los mensajes del Rey fueron subiendo de intensidad con el desarrollo
del proceso.
El 13 de noviembre, un día después de que el Tribunal
Constitucional suspendiera la declaración independentista aprobada por
el Parlamento catalán, intervino directamente en la crisis.
En un
intenso discurso pronunciado en un acto de la Marca España afirmó que la
Constitución prevalecería ante las intenciones separatistas.
La esperanza de La Zarzuela era que las elecciones catalanas primero,
y luego las generales, abrieran un nuevo período con nuevos actores que
pudieran oxigenar el ambiente y desactivar el enfrentamiento. Los
comicios catalanes, lejos de descongestionar la situación, añadieron más
leña al fuego.
Y La Zarzuela, en un gesto muy criticado desde todo el
espectro político, aportó su contribución a la hoguera al negarse a
recibir a la nueva presidenta del Parlamento de Cataluña, Carme
Forcadell, para que comunicara la investidura del presidente de la
Generalitat, Carles Puigdemont.
Las elecciones generales, con su resultado improductivo, no han
arreglado la situación y la interinidad del Gobierno de España es
percibida como una oportunidad por la Generalitat, aunque zancadilleada
por la CUP, consagrada a la causa independentista y aferrada a su hoja
de ruta.