Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

18 jun 2016

libros que tienes que leer antes de que acabe el verano

Mosquitos, de William Faulkner (Alfabia)

El verano según Faulkner es siempre tórrido, húmedo, sureño y pegajoso.
 Hasta mosquitos encontrarás en esta novela cómica que narra las loquísimas aventuras de los pasajeros de un crucero.
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Funny Girl, de Nick Hornby (Anagrama)

Nadie mejor que Hornby para retratar la frenética vida de Londres en la década de los 60. Y lo mejor es que lo hace a través de una miss y aspirante a actriz con mucha tela que cortar. Adictiva, como siempre.
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Verano Azul, de Mercedes Cebrián (Alpha Decay)

Si perteneces a una de las generaciones que pasaban los veranos enganchadas a las idas y venidas de Pancho, Bea, Desi, Piraña y compañía, este es tu libro.
 Un retrato emocional de toda una época, pura nostalgia.
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El dilema de Paola, de Cósimo de Monroy (Huerga & Fierro)

Tras el éxito de su blog, a medio camino entre la novela romántica y el culebrón de alto postín con un trasfondo que refleja un enorme conocimiento de la historia del Arte, Cósimo de Monroy debuta con esta historia que es puro amor, puro lujo y puro verano.

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Malentendido en Moscú, de Simone de Beauvoir (Navona)

Nada más femenino que leer a una de las grandes del feminismo del siglo XX (bien entendido). Esta historia tiene mucho de biográfico, así que toma nota porque entre líneas encontrarás retazos de una vida impresionante.


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Elogio del olvido........................................................................... Antonio Muñoz Molina

El antídoto de una memoria histórica dañina o inconveniente no es otra memoria histórica más justiciera. Es la Historia.

Un militar da una limosna a un niño mendigo en Belgrado.
Hay que prestar atención al que cuenta lo que ha visto de cerca.
 En los primeros años noventa David Rieff fue reportero enmedio de la gran explosión de salvajismo que fue la guerra de Yugoslavia, y allí y entonces empezó a reflexionar sobre los efectos catastróficos que puede tener algo tan reverenciado como la memoria histórica o la memoria colectiva.
 Una vez, saliendo de entrevistar a un general serbio, uno de aquellos señores de la guerra que de la noche a la mañana se convirtieron en matarifes de sus compatriotas, un ayudante del militar le puso en la mano un papel doblado, como si le confiara un secreto.
 Cuando Rieff lo abrió, en la hoja en blanco no había más que un número, una fecha: 1453. Comprendió en seguida que se trataba de una consigna delirante de memoria histórica. 1453 es el año en que los turcos conquistaron Constantinopla y pusieron fin al Imperio Romano de Oriente. Invocando esa fecha, los genocidas serbios se convertían nada menos que en herederos de aquel imperio cristiano que más de cinco siglos después continuaban la lucha contra los invasores infieles, ahora los bosnios musulmanes a los que intentaban exterminar en beneficio de su sueño de redención patriótica.
 La guerra civil yugoslava sucedía en los años 90 del siglo XX y con todas las ventajas modernas de las tecnologías de la destrucción, pero a la gente se la mataba en nombre de cosas que habían sucedido en 1389, en 1453, en un tiempo muy alejado y del todo ajeno, y sin embargo convertido en presente por la obsesión vengativa y victimisma de las conmemoraciones.
 No hay casi nadie que no piense que la preservación de la memoria es uno de los valores supremos en una colectividad
. En mi trabajo como escritor y en mi activismo como ciudadano yo mismo he intentado contribuir al rescate de la memoria de la República española y de la cultura que quedó amputada y dispersa tras la derrota en la Guerra Civil y la grosera tentativa de lobotomía del franquismo.
 Así que empecé a leer con cierto reparo el libro de Rieff, titulado retadoramente In Praise of Forgetting. ¿Puede haber algo digno de ser alabado en la desmemoria? David Rieff tiene una doble cualificación de ensayista agudo y luminoso y de reportero
. Viene de la tradición de libertad intelectual y claridad expresiva de Orwell y de John Gray, esa que brilla más que nunca en el ejercicio de llevar la contraria a lo consabido.
Y además la combina con un conocimiento de primera mano sobre los lugares más conflictivos del mundo. Ha informado desde Israel, desde Rwanda, desde Irlanda, desde Argentina, desde la ex-Yugoslavia. Y en cada sitio ha sido testigo de los efectos terribles que puede provocar una obsesión por el pasado histórico, y de las dificultades extremas de restablecer un presente de convivencia viable sobre las ruinas y las heridas abiertas que deja una dictadura o un enfrentamiento civil.
La paz, o cuando menos la suspensión de las agresiones, es tan imprescindible como la justicia.
 Las víctimas han de ser honradas y los verdugos castigados.
 ¿Pero qué ocurre si, en el mundo real, la paz y la plena justicia resultan dos bienes igual de nobles pero a corto plazo incompatibles entre sí? En Yugoslavia, en 1995, lo más urgente era que cesara la carnicería
. Se consiguió en los acuerdos de Dayton, que no satisfacían a nadie y que se han sostenido casi de milagro.
 Pero gracias a ellos, serbios ortodoxos, croatas católicos y bosnios musulmanes no han vuelto a enfrentarse con las armas.
 Algunos criminales de guerra han sido juzgados y condenados, otros no. ¿Dónde está el equilibrio entre la reconciliación y la justicia, entre la necesidad de reparar los crímenes y los sufrimientos del pasado y la de establecer un presente de convivencia entre unos y otros?

En este punto es donde David Rieff propone, cautelosamente, una reflexión sobre la conveniencia de un cierto grado de olvido, que ha de ser sobre todo no el olvido de lo que sucedió en la realidad, sino una visión crítica del pasado que ponga el rigor de la historia por encima de una memoria volcada en el fortalecimiento de la identidad colectiva, dedicada a proveer justificaciones para los fracasos y coartadas ennoblecedoras para los abusos y los crímenes, o para la simple estupidez humana, o para el enaltecimiento de los valores del presente.
 La memoria personal no es muy de fiar, pero al menos se ejerce sobre los hechos que ha vivido uno mismo.
 La memoria colectiva, precisa Rieff, no existe como tal, y es mucho más vaga en cuanto se alejan un poco en el tiempo las cosas presuntamente recordadas, cuando empiezan a olvidar y a extinguirse los que las vivieron y han podido contarlas.
 En la memoria histórica hay una actitud de reverencia hacia los hechos, los sacrificios, los heroísmos, de las personas a las que se elige recordar
. Que con frecuencia esté inspirada por los ideales más nobles no la exime del peligro de la manipulación, porque con la misma facilidad se la puede poner al servicio de intereses miserables y de ideales siniestros, o ni siquiera eso, en esta época de autoestima confortable y narcisismo digital: al servicio de la vanidad de sentirse perseguido y rebelde sin el menor contratiempo y sin más esfuerzo que atribuirse los sufrimientos casi siempre inventados de otros que vivieron o no hace mucho tiempo.
“Para estar vivos nos contamos historias a nosotros mismos”, dice Joan Didion. David Rieff reconoce, no sin cierto fatalismo, que las sociedades humanas necesitan pasados manejables sobre los que sostener el presente
. Pero su experiencia como reportero y sus conocimientos de la historia le hacen mantenerse alerta ante la casi segura inevitabilidad de la manipulación.
El precio de un pasado colectivo del todo alentador o ejemplar es la mentira.
El grupo refuerza su solidaridad y su ultraje si un dato inoportuno contradice su memoria histórica, que como todos los rasgos de identidad se fortalece sobre todo cuando es puesto en duda por los extraños.
El antídoto de una memoria histórica dañina o incoveniente no es otra memoria histórica más justiciera
. Es la Historia
. Paradójicamente, dice Rieff, en esta época en que la Historia prácticamente ha desaparecido de enseñanza es cuando más proliferan todas las variedades de memorias históricas.
Cuanto menos se sabe del pasado más vehementes son las apelaciones a legitimidades fetichistas que solo el pasado parece capaz de proveer
. Pasados a medida son los parques temáticos de la identidad a la que cada uno se afilia, tan limpios de las incomodidades y la impurezas de la realidad histórica como un centro comercial herméticamente climatizado en uno de esos desiertos de las periferias urbanas.
 El antídoto de las fantasías adánicas o criminales sobre el pasado es el estudio sobrio de la Historia, que no avanza en ninguna dirección favorable y ni siquiera inteligible, y que es demasiado complicada y en general amarga como para ofrecer las simplificaciones consoladoras que alimentan la nostalgia o la movilización.
 Muy cerca del final de su libro David Rieff cita a Borges: “El olvido es la única venganza/ y el único perdón”. Pero no es la justicia.
In Praise of Forgetting: Historical Memory and its Ironies. David Rieff. Yale University Press. New Haven / London, 2016. 160 páginas. 25 dólares.

 

Podemos, Pablo Iglesias y las mujeres............................................................ Francisco Camas García

No es una novedad que Podemos tiene dificultades para atraer el voto de las mujeres, nunca he pensado que haya votos femeninos ni votos masculinos, vaya, que da igual el voto no tiene sexo, o eso creí yo hasta leer que las mujeres no sincronizamos con un partido u otro....¿En función de qué o de quién? No somos más ignorantes, no somos mas miedosas, no somos tan tontas al contrario, no hay votos machistas, o eso creía yo. 

Si que hay votos de gente masacrada por la política de derechas y la corrupción que seguirán viendo listo a Rajoy, puede ser, porque alguien que firme esta reforma laboral es para escupirle y darle la espalda, no darle el voto, pero entiendo que eso lo hacen hombres y mujeres.

Es algo que tampoco se ha solucionado a partir del pacto con Izquierda Unida ni con el auge de liderazgos femeninos como los de Ada Colau, Mónica Oltra, Carolina Bescansa, Teresa Rodríguez o Irene Montero: de cada 100 potenciales votantes de Unidos Podemos, 54 son hombres y 46 mujeres, según los últimos datos de Metroscopia —cosa que no le ocurre al resto de partidos—. Pero lejos de entrar a valorar si pueden atribuirse a la coalición rasgos de mayor o menor feminidad, o de recurrir a la genérica idea de que ellas son ideológicamente más conservadoras que ellos (cosa que hoy, demoscópicamente, no se demuestra), sí se detecta que la devaluada imagen de Pablo Iglesias, junto a otros factores, es un aspecto significativo.

1) La edad: cuanto más joven sea el electorado más probabilidad existe de que los votos se dirijan hacia la coalición, y cuantas más canas se peinen, mayor probabilidad de que PSOE y, sobre todo, PP llenen sus alforjas.
 2) El rechazo al bipartidismo: a mayor respaldo de la nueva situación multipartidista mayor es la probabilidad de votar por Unidos Podemos. 
3) Negar los brotes verdes: cuanto peor se perciba la situación económica más probable es que se acabe optando por la papeleta morada en las urnas.
Aun así, se detectan otros dos factores importantes que, sin embargo, mantienen una relación paradójica.
 En el conjunto de España son menos mujeres que hombres (23% frente a 27%) quienes aprueban la labor del líder de la formación morada pero, entre su electorado, la situación es la contraria, ellas lo respaldan algo más que ellos (79% frente a 76%).
 Así, parece difícil que la coalición consiga atraer a más mujeres para conseguir la paridad de género entre sus votantes porque, de alguna forma, Iglesias encanta a las suyas pero desencanta a las demás.
Para las mujeres de más de 50 años, que puedan sentir añoranza por el bipartidismo y no tengan una percepción tan negativa de la situación económica, queda claro que Unidos Podemos no será su alternativa
. Pero para el resto de mujeres, a priori sin tantas reticencias hacia la marca y con alguna probabilidad de votarle, la imagen de Iglesias les supone más un lastre que un anzuelo.
No sé que quieren decir eso de que si tenemos más de 50 años las mujeres no vamos a votar a Pablo Iglesias por su imagen....¿Pero en qué cabeza cabe? se vota un programa tenga formato de IKEA o formato del Cantar del Mio Cid.
No somos tontas, no nos asustamos por una imagen "casual" tipo camisa, vaqueros y pelo recogido en una coleta, para no parecer una imagen religiosa de melena, pelo natural al viento.
Es decir Pedro sánchez puede ir con camisa de Emidio Tucci, corbata de Pedro del Hierro el de antes, y un trajecito así como más barato.
Un chico que lleve Camisa de Valentino, Vaquero Armani, Cinturón Tommi Hilgifer, zapatillas deportivas de una marca cara, es decir que hoy dia puede ser más pijo un deportivo que un clásico, así que no nos tomen por tontas, Iglesias te dice que música oye que cine ve, que libro lee, y ni idea que lee Rajoy ni Pedro ni que director de Teatro español o de Cine patrio les gusta. No siempre las apariencias en gañan...No se equivoquen y no digan que las mujeres y Podemos somos incompatibles, tb seremos incompatibles con el PP. Por cierto ¿Alguien me dice que marca de reloj que si marca las horas usan los de Podemos? hombres y mujeres....claro.



















El año más político de Felipe VI...................................................... Miquel Alberola

La investidura fallida y el ‘caso Nóos’ marcan el segundo aniversario de Felipe VI en el trono.

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El Rey con el preisdente de la Cortes, Patxi López, en una audiencia.
A la pregunta de cómo calificaría el segundo año de Felipe VI en el trono, que se cumple este 19 de junio, un alto cargo de la Casa del Rey resopla: “Ufffff…”
. El bufido, pretendiendo un efecto evasivo, no puede resultar más expresivo. Infiere que el período no ha sido como cabía esperar desde la perspectiva de La Zarzuela.
El año ha tenido vida propia y ha situado al Rey en el eje de un período intenso y anómalo en la reciente historia de España
. Las consecuencias de la crisis y el hastío causado por la corrupción y la condescendencia de los principales partidos han fraccionado los bloques tradicionales y han abocado a una congestión política que ha alterado las previsiones públicas de la jefatura del Estado.
La Casa del Rey pretendía un perfil bajo de Felipe VI en un ámbito tan desacreditado como el de la política
. Calculaba, desde la distancia de la institución, recuperar la confianza y el prestigio perdido de la Corona con nuevos parámetros: austeridad, sobriedad y proximidad como marcas prioritarias. Las guías estaban fijadas desde la proclamación, el 19 de junio de 2014, y solo había que ir fijando las traviesas de la agenda sobre el calendario y combinarlas con una adecuada proyección internacional.

Pero la situación de atasco político, con la prolongación de su cometido constitucional en la investidura, ha derivado en lo que La Zarzuela considera una sobreexposición de la figura del Rey.
 El riesgo: una devaluación en la percepción ciudadana contra la renta de situación lograda con el cambio dinástico, que puso el cuentakilómetros a cero.
Sin embargo, el naufragio de la investidura, con tres rondas de contactos fracasadas y la frustración social producida por la incapacidad de alcanzar acuerdos por parte de los partidos, no ha tenido consecuencias negativas para Felipe VI. Los sondeos de opinión realizados en este período apuntan que los españoles, pese a la frustración, valoran el trabajo realizado por el Rey en el mandato constitucional de la investidura.
El contraste de la pérdida de confianza en una clase política ineficaz para resolver una situación que exigía altura de miras y la entereza de la jefatura del Estado durante el proceso ha tenido sus consecuencias
. La actitud del Rey y sus apelaciones constantes al diálogo y al acuerdo, intercaladas en sus discursos, han contribuido a reforzar su imagen.
Pero las nuevas elecciones, con idéntica fragmentación electoral, devuelven al Rey al centro del escenario político con nuevas incertidumbres para La Zarzuela sobre los efectos que le pueda deparar la repetición del proceso.
En el desarrollo de sus obligaciones constitucionales el Rey también ha tenido que afrontar un inesperado pulso con el Gobierno en funciones.
 Tras declinar la proposición de Felipe VI para intentar la investidura como partido más votado aunque sin apoyos suficientes, el PP pretendió mantener el atasco para forzar la repetición de elecciones, invocando un informe a medida del Consejo General del Estado.
Felipe VI, en cambio, se aferró a la Constitución frente a esta inhibición estratégica para facilitar el flujo institucional.
 Para no romper la neutralidad, ante a un candidato sin ninguna posibilidad (Mariano Rajoy) y otro con alguna, aunque remota (Pedro Sánchez), el jefe del Estado ofreció al socialista la oportunidad de intentar la investidura.
Este desafío consolidó al Rey en su posición pero ha tenido consecuencias.
 En privado, Moncloa y Zarzuela se reprochan no haber actuado con la corrección debida y la frecuencia de los despachos del Rey con Rajoy se ha visto perturbada.
 Además, el choque ha tenido notables secuelas en la agenda internacional del Rey, a la que el Gobierno ha dado la espalda.

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El Rey con el preisdente de la Cortes, Patxi López, en una audiencia.
A la pregunta de cómo calificaría el segundo año de Felipe VI en el trono, que se cumple este 19 de junio, un alto cargo de la Casa del Rey resopla: “Ufffff…”. El bufido, pretendiendo un efecto evasivo, no puede resultar más expresivo. Infiere que el período no ha sido como cabía esperar desde la perspectiva de La Zarzuela.
El año ha tenido vida propia y ha situado al Rey en el eje de un período intenso y anómalo en la reciente historia de España. Las consecuencias de la crisis y el hastío causado por la corrupción y la condescendencia de los principales partidos han fraccionado los bloques tradicionales y han abocado a una congestión política que ha alterado las previsiones públicas de la jefatura del Estado.
La Casa del Rey pretendía un perfil bajo de Felipe VI en un ámbito tan desacreditado como el de la política. Calculaba, desde la distancia de la institución, recuperar la confianza y el prestigio perdido de la Corona con nuevos parámetros: austeridad, sobriedad y proximidad como marcas prioritarias. Las guías estaban fijadas desde la proclamación, el 19 de junio de 2014, y solo había que ir fijando las traviesas de la agenda sobre el calendario y combinarlas con una adecuada proyección internacional.
Pero la situación de atasco político, con la prolongación de su cometido constitucional en la investidura, ha derivado en lo que La Zarzuela considera una sobreexposición de la figura del Rey. El riesgo: una devaluación en la percepción ciudadana contra la renta de situación lograda con el cambio dinástico, que puso el cuentakilómetros a cero.
Sin embargo, el naufragio de la investidura, con tres rondas de contactos fracasadas y la frustración social producida por la incapacidad de alcanzar acuerdos por parte de los partidos, no ha tenido consecuencias negativas para Felipe VI.
o Los sondeos de opinión realizados en este período apuntan que los españoles, pese a la frustración, valoran el trabajo realizado por el Rey en el mandato constitucional de la investidura.
El contraste de la pérdida de confianza en una clase política ineficaz para resolver una situación que exigía altura de miras y la entereza de la jefatura del Estado durante el proceso ha tenido sus consecuencias.
 La actitud del Rey y sus apelaciones constantes al diálogo y al acuerdo, intercaladas en sus discursos, han contribuido a reforzar su imagen.
 Pero las nuevas elecciones, con idéntica fragmentación electoral, devuelven al Rey al centro del escenario político con nuevas incertidumbres para La Zarzuela sobre los efectos que le pueda deparar la repetición del proceso.
En el desarrollo de sus obligaciones constitucionales el Rey también ha tenido que afrontar un inesperado pulso con el Gobierno en funciones.
Tras declinar la proposición de Felipe VI para intentar la investidura como partido más votado aunque sin apoyos suficientes, el PP pretendió mantener el atasco para forzar la repetición de elecciones, invocando un informe a medida del Consejo General del Estado.
Felipe VI, en cambio, se aferró a la Constitución frente a esta inhibición estratégica para facilitar el flujo institucional.
 Para no romper la neutralidad, ante a un candidato sin ninguna posibilidad (Mariano Rajoy) y otro con alguna, aunque remota (Pedro Sánchez), el jefe del Estado ofreció al socialista la oportunidad de intentar la investidura.
Este desafío consolidó al Rey en su posición pero ha tenido consecuencias.
 En privado, Moncloa y Zarzuela se reprochan no haber actuado con la corrección debida y la frecuencia de los despachos del Rey con Rajoy se ha visto perturbada
. Además, el choque ha tenido notables secuelas en la agenda internacional del Rey, a la que el Gobierno ha dado la espalda.
La plataforma de despegue para la proyección exterior del Rey con esperados efectos vigorizantes para su imagen en España no ha podido funcionar a pleno rendimiento.
 Si antes de las elecciones pudo realizar dos viajes de Estado a México y los Estados Unidos, así como estar presente en la cumbre de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible en Nueva York, después del 20-N ha tenido que aplazar o suspender importantes visitas a Arabia Saudí, Reino Unido, Japón y Corea del Sur, con los lógicos inconvenientes para su impulso internacional y para los países anfitriones, que ya tenían organizados los viajes.
En este año, la nueva realidad política ha añadido otros problemas para el Rey como la mayor presencia del republicanismo, un acontecimiento que pese a no ser invasivo resulta inquietante para La Zarzuela por su ruido y potencial de contagio.
 La debilidad del bipartidismo ha dado oxígeno a nuevas organizaciones políticas con una inspiración republicana muy efervescente y un activismo no menos dinámico.
Media docena de Ayuntamientos catalanes han declarado persona non grata a Felipe VI y a la familia real (algo que no le ocurrió a su padre en el País Vasco en los años más duros).
 Un hecho que, más allá de la tensión territorial de Cataluña, salpica a otros puntos de España y conecta con los ecos de otros Consistorios (incluso algún Parlamento) que retiraran símbolos monárquicos de sus dependencias.
 Con todo, uno de los golpes de efecto que más ha dolido en La Zarzuela ha sido la decisión del Gobierno de Navarra de sacar a la Casa del Rey de la entrega del premi o Príncipe de Viana, al que estaba vinculado desde 1993.

La infanta, en el banquillo

Pero siendo una carga pesada la derivada de la situación política, al segundo año del Rey no le han faltado grados de dificultad añadidos. La celebración del juicio del caso Nóos, iniciado el pasado 11 de enero, constituye un acontecimiento histórico por sentar en el banquillo a la hermana del Rey, la Infanta Cristina, procesada como cooperadora necesaria en dos delitos contra la Hacienda Pública que se atribuyen a su esposo, Iñaki Urdangarin.
A pesar de que Felipe VI, en una de las decisiones más complicadas de su vida, revocó el ducado de Palma a su hermana como cortafuegos entre la institución que representa y su propia familia, cada comparecencia de Cristina de Borbón en el juicio se ha vivido con palpable incomodidad en La Zarzuela. A pesar de que ya no forma parte de la familia real, no deja de ser la hermana del Rey y conserva sus derechos dinásticos, a los que no ha renunciado pese a las presiones. Los efectos del caso siguen percutiendo sobre la Corona. A ello contribuye el desfile ante el juez de ex altos cargos de La Zarzuela como Alberto Aza, Fernando de Almansa, José Manuel Romero o el secretario de las infantas Carlos García Revenga. Incluso de antiguos amigos íntimos como José Luis Ballester,Pepote, ex director general de Deportes del Gobierno balear.
A la inquietud por el alboroto mediático de Nóos, se ha unido la difusión el pasado marzo de unos mensajes privados entre los Reyes y el empresario Javier López Madrid, una persona de su círculo de amistades, lo que ha supuesto otro contratiempo para la imagen de Felipe VI. Según las conversaciones de ese chat incorporado a una causa judicial, López Madrid, implicado en el caso de las tarjetas black y también investigado en la trama Púnica por la presunta financiación ilegal del PP, recibió ánimos por parte de los Reyes en pleno escándalo, en octubre de 2014. Aunque el Rey había cortado la amistad con el empresario días después, la publicación de los mensajes ha traído nuevas turbulencias a la Casa del Rey.
Pero en este tiempo la Casa del Rey también ha dado significativos pasos para mejorar la imagen de la institución mediante la transparencia. Medidas que eran lógicas tratándose de la jefatura del Estado, pero que su antecesor en el trono nunca había llevado a cabo. Ha sido el año en el que La Zarzuela ha adoptado la nueva normativa de contratación, en la que pese a mantener la naturaleza privada se ajusta a los principios que rigen la contratación pública de concurrencia, transparencia, igualdad y no discriminación. También ha sido el año en el que la Corona ha hecho públicos sus contratos de 2015 y ha difundido por primera vez la lista de regalos institucionales recibidos. Y la primera ocasión en 40 años en que La Zarzuela se ha sometido una auditoría externa de sus gastos, que cerró con un superávit de 177.130 euros.

Amenaza en Cataluña

En el segundo año en el trono, el mayor problema que el Rey ha tenido sobre la mesa sigue siendo la ofensiva del independentismo catalán, que tras los sucesivos desencuentros entre el Gobierno central y la Generalitat se ha robustecido en las principales instituciones de Cataluña y ha convertido su discurso en hegemónico.
No es un problema sobrevenido, pero sí el más trascendental para Felipe VI, que simboliza la unidad y permanencia del Estado y tiene que ejercer una función arbitral y moderadora del funcionamiento regular de las instituciones.
En este período, el Rey, en función de sus limitadas atribuciones, ha tratado de terciar en el conflicto manteniendo abiertas las líneas de diálogo incluso en medio de la escalada.
Aunque, a tenor de los resultados, sin éxito. Felipe VI ha estado en medio de dos extremos que parecían retroalimentarse.
 En uno, el partido en el Gobierno de España, el PP, para el que la custodia de la unidad de la patria representaba una bandera lo suficientemente ancha como para tapar su escandalosa situación judicial por los casos de corrupción.
 En el otro, Convergència, el partido que gobernaba la Generalitat, para el que la independencia cumplía idéntica función.
Tras una sucesión de llamadas a la unidad en sus discursos, el Rey puso en marcha en julio una serie de audiencias con presidentes autonómicos con el objeto de incluir un encuentro extraordinario con Artur Mas con aparente formato ordinario.
 En esa audiencia Felipe VI constató que el proceso en el que se había embarcado en entonces presidente catalán no tenía vuelta atrás.
Los mensajes del Rey fueron subiendo de intensidad con el desarrollo del proceso.
 El 13 de noviembre, un día después de que el Tribunal Constitucional suspendiera la declaración independentista aprobada por el Parlamento catalán, intervino directamente en la crisis.
 En un intenso discurso pronunciado en un acto de la Marca España afirmó que la Constitución prevalecería ante las intenciones separatistas.
La esperanza de La Zarzuela era que las elecciones catalanas primero, y luego las generales, abrieran un nuevo período con nuevos actores que pudieran oxigenar el ambiente y desactivar el enfrentamiento. Los comicios catalanes, lejos de descongestionar la situación, añadieron más leña al fuego.
 Y La Zarzuela, en un gesto muy criticado desde todo el espectro político, aportó su contribución a la hoguera al negarse a recibir a la nueva presidenta del Parlamento de Cataluña, Carme Forcadell, para que comunicara la investidura del presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont.
Las elecciones generales, con su resultado improductivo, no han arreglado la situación y la interinidad del Gobierno de España es percibida como una oportunidad por la Generalitat, aunque zancadilleada por la CUP, consagrada a la causa independentista y aferrada a su hoja de ruta.