Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

11 jun 2016

Sociedades exasperadas......................................................Daniel Innerarity

Ante el ascenso de indignados y populistas de extrema derecha, el autor invita a convertir las exasperaciones en transformaciones reales.

No creo exagerar si afirmo que vivimos en sociedades exasperadas.

 Por motivos más que suficientes en algunos casos y por otros menos razonables, se multiplican los movimientos de rechazo, rabia o miedo.

 Las sociedades civiles irrumpen en la escena contra lo que perciben como un establishment político estancado, ajeno al interés general e impotente a la hora de enfrentarse a los principales problemas que agobian a la gente.

No creo exagerar si afirmo que vivimos en sociedades exasperadas. Por motivos más que suficientes en algunos casos y por otros menos razonables, se multiplican los movimientos de rechazo, rabia o miedo. Las sociedades civiles irrumpen en la escena contra lo que perciben como un establishment político estancado, ajeno al interés general e impotente a la hora de enfrentarse a los principales problemas que agobian a la gente.
El virtual candidato presidencial republicano Donald Trump habla rodeado por su familia el martes 7 de junio de 2016, en Briarcliff Manor, Nueva York (EE.UU.). EFE
Probablemente todo esto deba explicarse sobre el trasfondo de los cambios sociales que hemos sufrido y nuestra incapacidad tanto de entenderlos como de gobernarlos.
Asistimos impotentes a un conjunto de transformaciones profundas y brutales de nuestras formas de vida.
 Hay quien culpabiliza de estos cambios a la globalización, otros a los emigrantes, a la técnica o a una crisis de valores
. Hay decepcionados por todas partes y por muy diversos motivos, frecuentemente contradictorios, en la derecha y en la izquierda, a los que ha decepcionado el pueblo o las élites, la falta de globalización o su exceso.
 Este malestar se traduce en fenómenos tan heterogéneos como el movimiento de los indignados o el ascenso de la extrema derecha en tantos países de Europa.
 Por todas partes crece el partido de los descontentos
En la competición política, tienen las de ganar quienes aciertan a representar mejor la gestión de los malestares.
 Y no hay nada peor que parecer ante la opinión pública como quien se resigna ante el actual estado de cosas, lo que probablemente explique a qué se deben las dificultades de los partidos clásicos, que son más conscientes de los límites de la política, menos capaces de hacerse cargo de las nuevas agendas y con unas posiciones equilibradas que resultan incomprensibles para quienes están enfurecidos.
La extensión de tal estado emocional no sería posible sin los medios de comunicación y las redes sociales
. En esta sociedad irascible, gran parte del trabajo de los medios consiste precisamente en poner en escena los ataques de ira, mientras que las redes sociales se encienden una y otra vez dando lugar a verdaderas burbujas emocionales.
 En esta mezcla de información, entretenimiento y espectáculo que caracteriza a nuestro espacio público, se privilegian los temperamentos sobre los discursos.
 Las virulencias son vistas como ejercicios de sinceridad y los discursos matizados como inauténticos; quienes son más ofensivos ganan la mayor atención en la esfera pública.
 Gracias a los medios y las redes sociales, hay una plusvalía que se concede a quienes saben asegurar el espectáculo.
Deberíamos comenzar reconociendo la grandeza de la cólera política, de esa voluntad de rechazar lo inaceptable.
 La realidad de nuestro mundo es escandalosa, en general y en detalle.
 Mientras que la apatía pone los acontecimientos bajo el signo de la necesidad y la repetición, la cólera descubre un desor­den tras el orden aparente de las cosas, se niega a considerar el insoportable presente como un destino al que someterse.
El cuadro de las indignaciones estaría incompleto si no tuviéramos en cuenta su ambivalencia y cacofonía.
 El disgusto ante la impotencia política ha dado lugar a movimientos de regeneración democrática, pero también está en el origen de la aparición de esa “derecha sin complejos” que avanza en tantos países.
 Hay víctimas pero también victimismos de muy diverso tipo; además el estatus de indignado, crítico o víctima no le convierte a uno en políticamente infalible.
Para ilustrar en variedad de iras colectivas, pensemos en cómo la política americana ha visto nacer después de 2008 dos movimientos de auténtica cólera social de signo contrario (el Tea Party y Occupy), así como en el hecho de que los últimos ciclos electorales han estado marcados por la polarización política y el ascenso de los discursos extremos.
 El éxito de Donald Trump ha sido interpretado como la gran cólera del pueblo conservador.
 Pero a veces se olvida que lo que impulsó al Tea Party fue el anuncio del Gobierno de Obama de nuevas medidas de rescate financiero a los grandes bancos, exactamente lo mismo que puso en marcha a los movimientos de protesta en la izquierda altermundialista.


No creo exagerar si afirmo que vivimos en sociedades exasperadas. Por motivos más que suficientes en algunos casos y por otros menos razonables, se multiplican los movimientos de rechazo, rabia o miedo. Las sociedades civiles irrumpen en la escena contra lo que perciben como un establishment político estancado, ajeno al interés general e impotente a la hora de enfrentarse a los principales problemas que agobian a la gente.
El virtual candidato presidencial republicano Donald Trump habla rodeado por su familia el martes 7 de junio de 2016, en Briarcliff Manor, Nueva York (EE.UU.). EFE
Probablemente todo esto deba explicarse sobre el trasfondo de los cambios sociales que hemos sufrido y nuestra incapacidad tanto de entenderlos como de gobernarlos. Asistimos impotentes a un conjunto de transformaciones profundas y brutales de nuestras formas de vida. Hay quien culpabiliza de estos cambios a la globalización, otros a los emigrantes, a la técnica o a una crisis de valores. Hay decepcionados por todas partes y por muy diversos motivos, frecuentemente contradictorios, en la derecha y en la izquierda, a los que ha decepcionado el pueblo o las élites, la falta de globalización o su exceso. Este malestar se traduce en fenómenos tan heterogéneos como el movimiento de los indignados o el ascenso de la extrema derecha en tantos países de Europa. Por todas partes crece el partido de los descontentos. En la competición política, tienen las de ganar quienes aciertan a representar mejor la gestión de los malestares. Y no hay nada peor que parecer ante la opinión pública como quien se resigna ante el actual estado de cosas, lo que probablemente explique a qué se deben las dificultades de los partidos clásicos, que son más conscientes de los límites de la política, menos capaces de hacerse cargo de las nuevas agendas y con unas posiciones equilibradas que resultan incomprensibles para quienes están enfurecidos.
La extensión de tal estado emocional no sería posible sin los medios de comunicación y las redes sociales. En esta sociedad irascible, gran parte del trabajo de los medios consiste precisamente en poner en escena los ataques de ira, mientras que las redes sociales se encienden una y otra vez dando lugar a verdaderas burbujas emocionales. En esta mezcla de información, entretenimiento y espectáculo que caracteriza a nuestro espacio público, se privilegian los temperamentos sobre los discursos. Las virulencias son vistas como ejercicios de sinceridad y los discursos matizados como inauténticos; quienes son más ofensivos ganan la mayor atención en la esfera pública. Gracias a los medios y las redes sociales, hay una plusvalía que se concede a quienes saben asegurar el espectáculo.
Deberíamos comenzar reconociendo la grandeza de la cólera política, de esa voluntad de rechazar lo inaceptable
. La realidad de nuestro mundo es escandalosa, en general y en detalle.
Mientras que la apatía pone los acontecimientos bajo el signo de la necesidad y la repetición, la cólera descubre un desor­den tras el orden aparente de las cosas, se niega a considerar el insoportable presente como un destino al que someterse.
El cuadro de las indignaciones estaría incompleto si no tuviéramos en cuenta su ambivalencia y cacofonía.
El disgusto ante la impotencia política ha dado lugar a movimientos de regeneración democrática, pero también está en el origen de la aparición de esa “derecha sin complejos” que avanza en tantos países.
 Hay víctimas pero también victimismos de muy diverso tipo; además el estatus de indignado, crítico o víctima no le convierte a uno en políticamente infalible.
Para ilustrar en variedad de iras colectivas, pensemos en cómo la política americana ha visto nacer después de 2008 dos movimientos de auténtica cólera social de signo contrario (el Tea Party y Occupy), así como en el hecho de que los últimos ciclos electorales han estado marcados por la polarización política y el ascenso de los discursos extremos.
El éxito de Donald Trump ha sido interpretado como la gran cólera del pueblo conservador. Pero a veces se olvida que lo que impulsó al Tea Party fue el anuncio del Gobierno de Obama de nuevas medidas de rescate financiero a los grandes bancos, exactamente lo mismo que puso en marcha a los movimientos de protesta en la izquierda altermundialista.
A la indignación le suele faltar reflexividad.
 Por eso tenemos buenas razones para desconfiar de las cóleras mayoritarias, que frecuentemente terminan designando un enemigo, el extranjero, el islam, la casta o la globalización, con generalizaciones tan injustas que dificultan la imputación equilibrada de responsabilidades.
 Hay que distinguir en todo momento entre la indignación frente a la injusticia y las cóleras reactivas que se interesan en designar a los culpables mientras que fallan estrepitosamente cuando se trata de construir una responsabilidad colectiva.
Por todas partes crece el partido de los descontentos. 
Tiene las de ganar quien representa mejor los malestares
El hecho de que la indignación esté más interesada en denunciar que en construir es lo que le confiere una gran capacidad de impugnación y lo que explica sus límites a la hora de traducirse en iniciativas políticas.
 Una sociedad exacerbada puede ser una sociedad en la que nada se modifica, incluido aquello que suscitaba tanta irritación.
 El principal problema que tenemos es cómo conseguir que la indignación no se reduzca a una agitación improductiva y dé lugar a transformaciones efectivas de nuestras sociedades.
Ante el actual desbordamiento de nuestras capacidades de configuración del futuro, las reacciones van desde la melancolía a la cólera, pero en ambos casos hay una implícita rendición de la pasividad. En el fondo estamos convencidos de que ninguna iniciativa propiamente dicha es posible.
Los actos de la indignación son actos apolíticos, en cuanto que no están inscritos en construcciones ideológicas completas ni en ninguna estructura duradera de intervención
. Lo político comparece hoy generalmente bajo la forma de una movilización que apenas produce experiencias constructivas, se limita a ritualizar ciertas contradicciones contra los que gobiernan, quienes a su vez reaccionan simulando diálogo y no haciendo nada.
 Tenemos una sociedad irritada y un sistema político agitado, cuya interacción apenas produce nada nuevo, como tendríamos derecho a esperar dada la naturaleza de los problemas con los que tenemos que enfrentarnos.
La política se reduce, por un lado, a una práctica de gestión prudente sin entusiasmo y, por otro, a una expresividad brutal de las pasiones sin racionalidad, simplificada en el combate entre los gestores grises de la impotencia y los provocadores, en Hollande y Le Pen, por poner un ejemplo (la Hollandia y la Lepenia, como decía Dick Howard).
La miseria del mundo debe ser gobernada políticamente.
 Se trataría de acabar con las exasperaciones improductivas y reconducir el desorden de las emociones hacia la prueba de los argumentos.
 Nos lo jugamos todo en nuestra capacidad de traducir el lenguaje de la exasperación en política, es decir, convertir esa amalgama plural de irritaciones en proyectos y transformaciones reales, dar cauce y coherencia a esas expresiones de rabia y configurar un espacio público de calidad donde todo ello se discuta, pondere y sintetice.

 

13 Premios Nobel alertan en una carta abierta de los riesgos del ‘Brexit’

El texto, suscrito por el físico Peter Higgs, teme que la ciencia británica se quede sin financiación.

Peter Higgs, ovacionado en la conferencia del CERN AP
El físico Peter Higgs y otros doce ganadores del Premio Nobel alertan en una carta abierta que ha publicado este sábado el diario Daily Telegraph de los riesgos para la ciencia británica que representaría la salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE).
 Además de Higgs, que propuso la existencia del bosón que lleva su nombre, el grupo incluye a Martin Evans, galardonado por sus investigaciones sobre células madre, Andre Geim, que ganó el Nobel por su trabajo con grafeno, y Paul Nurse, reconocido por sus descubrimientos sobre las células.
"La perspectiva de perder la financiación europea para investigación es un riesgo clave para la ciencia en el Reino Unido", señalan en su escrito.
 Para el grupo de investigadores, las afirmaciones de que el Gobierno británico compensaría la pérdida de inversiones comunitaria con nuevos fondos para la ciencia "resultan ingenuas y complacientes".
"Sucesivos gobiernos (británicos) han permitido que el Reino Unido languidezca hasta estar por debajo de la media de la OCDE y la UE en cuanto a la proporción del PIB que invierte en investigación", comenta el texto.
"La ciencia avanza gracias a la permeabilidad de ideas y de personas, florece en ambientes de inteligencia compartida, que minimizan las barreras y están abiertos al libre intercambio y la colaboración", indican los científicos, que subrayan que la Unión "promueve un ambiente como ése".
La revista Nature publicó abril una encuesta que reflejaba que el 83 % de los científicos británicos creen que abandonar el bloque comunitario podría dañar sus programas de investigación y defienden que Londres mantenga sus lazos con Bruselas.
La comunidad científica ya expresó esa opinión en una carta publicada en marzo por el diario The Times, en la que el físico Stephen Hawking encabezaba una lista de 150 investigadores que se posicionaron en contra del Brexit.
 Aquella misiva advertía de que dejar la UE supondría un "desastre para la ciencia británica", tanto por las trabajas que supondría para captar talento europeo como por la pérdida de financiación.
A dos semanas para el referéndum sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea que se celebrará el 23 de junio, las encuestas predicen un resultado ajustado
. Un sondeo de YouGov publicado este lunes anticipa una victoria de los partidarios de seguir en Europa (43 % frente al 42 %), mientras que otro estudio, de ICM, divulgado pasado domingo, prevé una victoria del "Brexit" (48 % frente al 43 %).
La Ciencia es la gran olvidada, y se necesita mucho de ella, en cualquier faceta, la comunidad ciéntifica nos resuelve grandes lagunas y para ello hay que financiarla. Todo lo que nos ocurre, desde los orígenes del universo, hasta avanzar en la lucha contra el cáncer, y saber que son eso de las enfermedadas "raras" como hoy se sabe que produjo la Peste negra necesita un desembolso económico de los gobiernos para investigar, siempre hay que investigar, por más que hablar de Ciencia sea dar opiniones de "ciego" todos sabemos que en "algún lugar" hay "alguien" que trabaja en equipo en su ucha contra todo lo que podamos averiguar.....Y hablar con propiedad de los blasones y no hacer gala de ser "anafalbetos" cientificos , 

 

El azaroso talento.................................................Javier Marias

¿Por qué el talento ha de ser proporcional? Jamás lo ha sido.

 

Los Óscars hace ya mucho que me parecen una de las mayores injusticias del año.
 Se suelen conceder a películas espantosas (a menudo pretenciosas); los de interpretación van a parar a alardes circenses que nada tienen que ver con el oficio de actuar: al actor histriónico y pasado de rosca; a la actriz que se afea o adelgaza o engorda hasta no parecer ella; al actor que hace de transexual o de disminuido físico o psíquico; a la actriz que logra una aceptable imitación de alguien real, un personaje histórico no muy antiguo para que el público pueda reconocerlo
. Cosas así. Como he dicho alguna vez, hoy sería imposible que ganaran el Jack Lemon de El apartamento, el James Stewart de La ventana indiscreta o el Henry Fonda de Falso culpable, que interpretaban a hombres corrientes.
Los Óscars hace ya mucho que me parecen una de las mayores injusticias del año
Tampoco es que ganaran en su día, por cierto; Cary Grant no fue premiado nunca y John Wayne sólo al final de su carrera, a modo de consolación, por un papel poco memorable.
 En fin, Hitchcock no se llevó ninguno como director, y con eso ya está dicho todo sobre el ojo de lince de los tradicionales votantes de estos galardones.
 Pero todo ha ido a peor: al menos John Ford consiguió cuatro en el pasado.
 La estupidez no ha hecho sino ir en aumento en este siglo XXI
. Pero qué se le va a hacer, son los premios cinematográficos más famosos y a los que más atención se presta, y sólo por eso me ocupo del Asunto que ha dominado la edición de este año.

Los Óscars hace ya mucho que me parecen una de las mayores injusticias del año. 
Se suelen conceder a películas espantosas (a menudo pretenciosas); los de interpretación van a parar a alardes circenses que nada tienen que ver con el oficio de actuar: al actor histriónico y pasado de rosca; a la actriz que se afea o adelgaza o engorda hasta no parecer ella; al actor que hace de transexual o de disminuido físico o psíquico; a la actriz que logra una aceptable imitación de alguien real, un personaje histórico no muy antiguo para que el público pueda reconocerlo. 
Cosas así. 
Como he dicho alguna vez, hoy sería imposible que ganaran el Jack Lemon de El apartamento, el James Stewart de La ventana indiscreta o el Henry Fonda de Falso culpable, que interpretaban a hombres corrientes.

Los Óscars hace ya mucho que me parecen una de las mayores injusticias del año
Tampoco es que ganaran en su día, por cierto; Cary Grant no fue premiado nunca y John Wayne sólo al final de su carrera, a modo de consolación, por un papel poco memorable
. En fin, Hitchcock no se llevó ninguno como director, y con eso ya está dicho todo sobre el ojo de lince de los tradicionales votantes de estos galardones. Pero todo ha ido a peor: al menos John Ford consiguió cuatro en el pasado. 
La estupidez no ha hecho sino ir en aumento en este siglo XXI. Pero qué se le va a hacer, son los premios cinematográficos más famosos y a los que más atención se presta, y sólo por eso me ocupo del Asunto que ha dominado la edición de este año.
Como sabrán, la ceremonia ha sido boicoteada por numerosos representantes negros porque, por segunda vez consecutiva, no hubiera ningún nominado de su raza en las cuatro categorías de intérpretes, ergo: racismo.
 A continuación se han unido a la queja los latinos o hispanos, por el mismo motivo.
 Y supongo que no tardarán en levantar la voz los asiáticos, los árabes, los indios y los esquimales (ah no, que estos dos últimos términos están prohibidos).
 Y que llegará el momento en que se mire si un candidato “negro” lo es de veras o sólo a medias, como Halle Berry u Obama, uno de cuyos progenitores era sospechosamente blanco.
 Los hispanos protestarán si entre sus candidatos hay mayoría de origen mexicano o puertorriqueño (protestarán los que desciendan de cubanos o uruguayos, por ejemplo).
Los asiáticos, a su vez, denunciarán discriminación si entre los nominados hay sólo chinos y japoneses, y no coreanos ni vietnamitas, y así hasta el infinito.
 En la furia anti-Óscars de este año se han hecho cálculos ridículos, que, según los calculadores, demuestran la injusticia y el racismo atávicos de la industria cinematográfica: mientras los actores blancos han ganado 309 estatuillas, los negros sólo 15, los latinos sólo 5, 2 los indios y 2 los asiáticos.
Es como decir que la música clásica es racista y machista porque en el elenco de compositores que han pasado a la historia y de los que se programan y graban obras, la inmensa mayoría son varones blancos.
 La pregunta obvia es esta: ¿acaso hubo negros, o gente de otras razas, que en la Europa de los siglos XVII, XVIII y XIX –el lugar y la época por excelencia de esa clase de música– se dedicaran a competir con Monteverdi, Vivaldi, Bach, Haendel, Mozart, Beethoven y Schubert? ¿Acaso a lo largo de la historia del cine hubo muchos cineastas negros?
 Sucede lo mismo con las mujeres. Es lamentable que a lo largo de centurias éstas fueran educadas para el matrimonio, los hijos y poco más, pero así ocurrió, luego es normal que el número de pintoras, escultoras, arquitectas, compositoras e incluso escritoras (en la literatura se aventuraron mucho antes que en otras artes) haya sido insignificante en el conjunto de la historia.
¿Acaso a lo largo de la historia del cine hubo muchos cineastas negros?
¿Que el mundo ha sido injusto con su sexo? Sin duda alguna.
 ¿Que se les impidió dedicarse a lo que quizá muchas habrían querido? Desde luego.
 Es una pena y una desgracia, pero nunca sabremos cuántas grandes artistas se ha perdido la humanidad, porque lo cierto es que no las hubo, con unas pocas excepciones.
 ¿Clara Schumann, Artemisia Gentileschi, Vigée Lebrun?
 Claro que sí, pero son muy escasas las de calidad indiscutible. Muchas más en literatura: las Brontë, Jane Austen, Dickinson, George Eliot, Madame de Staël, Pardo Bazán, Mary Shelley, e innumerables en el siglo XX, cuando ya se incorporaron con normalidad absoluta. 
Pues lo mismo ha sucedido con los negros de las películas: durante décadas tuvieron papeles anecdóticos y apenas hubo directores de esa raza. 
Si hoy constituyen el 13% de la población estadounidense, que se hayan llevado el 4,5% de todos los Óscars otorgados no es tan infame teniendo en cuenta que el primero a actor principal (Sidney Poitier) no llegó hasta 1963. Pero dejo para el final la pregunta que hoy nadie se hace: en algo que supuestamente mide el talento, ¿por qué éste ha de ser proporcional? Jamás lo ha sido, ni por sexo ni por raza ni por países ni por lenguas. ¿Cabría la posibilidad de que los nominados al Óscar de un año fueran todos no-blancos? Sin duda.
 No veo por qué no la habría de que otro año todos fueran de raza blanca, si son los que han destacado.







 La única vez que un libro mío ha sido finalista de un importante premio estadounidense, compitió con cuatro novelas de mujeres, de las cuales dos eran blancas, una medio japonesa y otra africana. Ganó esta última, y, que yo sepa, nadie acusó de sexismo ni de racismo a los miembros del jurado.
 

Kim Basinger, el mito erótico que pasó del sueño americano a la ruina..................................... Juan Sanguino

Vivió a todo tren y conocimos el término 'sex symbol" gracias a ella. 

Compró un pueblo entero, se arruinó y ahora ve cómo su única hija ingresa en una clínica de rehabilitación.


Kim Basinger y Prince cuando fueron pareja, en 1988. "Sólo diré que no me puse ninguna restricción durante aquella etapa", señala la actriz. Getty
Kim Basinger está temblando.
Por un momento parece incapaz de articular palabra. Nudo en la garganta. La actriz lucha para que el llanto no se abra paso y estropee el instante más importante de su carrera. "Oh, dios mío", logra decir. Es marzo de 1998 y la actriz cuenta unos 45 espectaculares años.
 Todo ocurre en poco tiempo, unos segundos, mientras recoge su único Oscar por la interpretación en L.A. Confidential.
 Mientras le promete al mundo que los sueños se cumplen, el discurso de Kim es interrumpido por su marido, Alec Baldwin.
 El también actor no puede contener su euforia y se desgañita vitoreando a su mujer.
 Diez años después, tras un divorcio y 3.5 millones de euros en abogados, los gritos de Alec Baldwin volvieron a protagonizar titulares esta vez por culpa de un mensaje donde el actor insultaba a la hija de ambos, de 13 años: "Cerda desagradecida e insensata".
 En estos dos escenarios están los extremos de la carrera de Kim Basinger, su punto más álgido y el más bajo de una mujer que ha personificado el sueño americano, pero también la pesadilla.
 Y en varias ocasiones.
Después del divorcio, Alec Baldwin publicó un libro en el que retrataba a su exmujer como un animal frío e implacable que "parece cobrar vida sólo cuando está rodeada de sus abogados"
Hay muchas mujeres guapas en el mundo (y en Hollywood no hay otra cosa), pero pocas están llamadas a definir el concepto de mito erótico para toda una generación.
 Ava Gardner, Jane Fonda, Kim Basinger, Scarlett Johansson.
La generación de los ahora treintañeros y cuarentones aprendieron el término "sex symbol" porque la prensa española siempre lo utilizaba para describir a Kim Basinger (que acaba de estrenar Dos buenos tipos).
Ella solita devolvió las curvas al canon de belleza durante los años ochenta, primero como chica Bond en Nunca digas nunca jamás (Irvin Keshner, 1983) y después como galerista de arte que redescubre su sexualidad a través del sadomasoquismo light y las cerezas con miel en Nueve semanas y media (Adrian Lyne, 1986).
El desnudo doméstico no volvió a ser lo mismo.
 Las combinaciones de raso, las persianas de aluminio y la voz de Joe Cocker tampoco.

Kim Basinger y Prince cuando fueron pareja, en 1988. "Sólo diré que no me puse ninguna restricción durante aquella etapa", señala la actriz. Getty
Kim Basinger está temblando. Por un momento parece incapaz de articular palabra. Nudo en la garganta. La actriz lucha para que el llanto no se abra paso y estropee el instante más importante de su carrera. "Oh, dios mío", logra decir. Es marzo de 1998 y la actriz cuenta unos 45 espectaculares años. Todo ocurre en poco tiempo, unos segundos, mientras recoge su único Oscar por la interpretación en L.A. Confidential. Mientras le promete al mundo que los sueños se cumplen, el discurso de Kim es interrumpido por su marido, Alec Baldwin. El también actor no puede contener su euforia y se desgañita vitoreando a su mujer. Diez años después, tras un divorcio y 3.5 millones de euros en abogados, los gritos de Alec Baldwin volvieron a protagonizar titulares esta vez por culpa de un mensaje donde el actor insultaba a la hija de ambos, de 13 años: "Cerda desagradecida e insensata". En estos dos escenarios están los extremos de la carrera de Kim Basinger, su punto más álgido y el más bajo de una mujer que ha personificado el sueño americano, pero también la pesadilla. Y en varias ocasiones.
Después del divorcio, Alec Baldwin publicó un libro en el que retrataba a su exmujer como un animal frío e implacable que "parece cobrar vida sólo cuando está rodeada de sus abogados"
Hay muchas mujeres guapas en el mundo (y en Hollywood no hay otra cosa), pero pocas están llamadas a definir el concepto de mito erótico para toda una generación. Ava Gardner, Jane Fonda, Kim Basinger, Scarlett Johansson. La generación de los ahora treintañeros y cuarentones aprendieron el término "sex symbol" porque la prensa española siempre lo utilizaba para describir a Kim Basinger (que acaba de estrenar Dos buenos tipos). Ella solita devolvió las curvas al canon de belleza durante los años ochenta, primero como chica Bond en Nunca digas nunca jamás (Irvin Keshner, 1983) y después como galerista de arte que redescubre su sexualidad a través del sadomasoquismo light y las cerezas con miel en Nueve semanas y media (Adrian Lyne, 1986). El desnudo doméstico no volvió a ser lo mismo. Las combinaciones de raso, las persianas de aluminio y la voz de Joe Cocker tampoco.
A medio camino entre Liv Ullman y Marilyn Monroe, Kim Basinger no huyó de su condición de icono de belleza, sino que se propuso explotarlo y hacer justicia a toda una tradición de mitos eróticos 100% americanos.
 Su timidez sureña (nació en Georgia, EE. UU., hace 62 años), que con el paso del tiempo se transformaría en agorafobia (miedo obsesivo a los espacios abiertos), no le impidió ser consciente de su belleza desde que a los 16 años comenzó a participar en concursos de belleza.
 Su familia la había modelado para que cumpliese sus sueños: su padre era un veterano de la Segunda Guerra Mundial que renunció a sus aspiraciones musicales para dedicarse a las finanzas y su madre una exmodelo reconvertida en ama de casa de esas que nunca van mal peinadas.
 Pero Kim era un mito erótico no solo por su belleza, sino porque su magnética fotogenia emanaba sensualidad y, tal y como ella se definió a sí misma, era ante todo una criatura sexual.
Kim Basinger con su hoy ex marido, Alec Baldwin, una noche de 1992 en Broadway después de una representación de la obra 'Un tranvía llamado deseo'. Getty
El erotismo de Kim Basinger es casi legendario en Hollywood. Durante su primer matrimonio con el maquillador Ron Snyder-Britton tuvo una aventura con Richard Gere, según cuenta Ron en su autobiografía
. Sin embargo, el fin del matrimonio llegó cuando Kim perdió la cabeza por Prince. Batman (Tim Burton, 1989) supuso un antes y un después tanto en su carrera (sigue siendo su película más taquillera) como en su vida.

Tras una aventura con el productor de la película, Jon Peters, Kim conoció a Prince porque el genio de Minneapolis compuso varias canciones para la banda sonora. "Solo diré que no me puse ninguna restricción durante aquella etapa", recuerda Basinger, que si bien es lo suficientemente discreta para no dar más detalles, en ningún momento niega el rumor de que los gemidos que acompasan la canción Scandalous sex suite pertenecen a Prince y Kim manteniendo relaciones sexuales.
Prince llegó a producirle un disco a Kim Basinger, titulado Hollywood affair, en el que ella se declaraba su esclava y disfrutaba sin tapujos de lo que él le hacía sentir.
 El álbum nunca vio la luz (aunque se filtró hace tiempo y ahora se puede escuchar si se busca un poco en la Red) y Kim prefirió emular a su padre e invertir en ladrillo: compró un pueblo entero por 17.5 millones de euros.
 La intención de la actriz era convertir Braselton (Georgia) en una especie de parque temático sobre Hollywood.
 Años después, Los Simpson haría un guiño a este proyecto empresarial con Homer montando un museo de las estrellas en el jardín de los Baldwin.
 Kim Basinger entró en la década de los 90 en la cima de su carrera, siendo propietaria de un pueblo entero y permitiéndose el lujo de criticar a la Academia de Hollywood en plena gala de los Oscar por haber discriminado a Spike Lee en la que habría sido la primera presencia de un director afroamericano en los Oscar.

Y entonces llegó Alec Baldwin.
Los miembros del equipo de Ella siempre dice sí (Jerry Rees, 1990) contaban que el rodaje sufría constantes retrasos debido al ímpetu sexual de la nueva pareja (Baldwin/Basinger), que no podían quitarse las manos de encima ni intentaban disimular lo que estaba pasando en su camerino: lo podía oír todo el mundo.
 La leyenda urbana también cuenta que las escenas eróticas de su segunda película juntos, La huida (Roger Donaldson, 1994), eran reales porque Kim y Alec se metieron demasiado en el papel.
 Años después Kim Basinger bromearía, no sin cierta amargura, sobre aquella decisión profesional: "Rechacé Durmiendo con su enemigo [que acabaría protagonizando Julia Roberts] para rodar Ella siempre dice sí y acabé siendo yo la que dormía con su enemigo". Mucho rencor.
Esta vida sentimental desbocada coincidió con la etapa más oscura de su carrera. En 1993 se comprometió a protagonizar Mi obsesión por Helena, dirigida por Jennifer Chambers Lynch (la hija de David Lynch), pero se acabó arrepintiendo y no apareció.
 "Todo el mundo al que le enseñaba el guión me decía que era una ridiculez", se defendió Basinger en referencia a la historia de un psicópata que descuartiza a una mujer e intenta que (lo que queda de) ella se enamore de él El estudio denunció a Kim por incumplimiento de contrato y fue condenada a pagar más de 7 millones de euros, que sumados al fracaso de su proyecto inmobiliario en Braselton (lo acabó vendiendo por menos de 1 millón) le llevaron a declararse en bancarrota y retirarse del cine temporalmente.
A sus 19 años, Ireland, hija de Kim y Alec Baldwin, ya sabe lo que es pasar por una clínica de rehabilitación. Instagram
Aquel mismo año de 1993 Kim Basinger protagonizó el emblemático anuncio navideño de Freixenet. Pedro Bonet, director de comunicación de la empresa de cava, guarda un buen recuerdo de la profesionalidad de Basinger.
 "En aquella época ella era el prototipo de mito erótico. Durante la presentación de la campaña en San Francisco vino con su marido y ambos estuvieron muy correctos y muy simpáticos.
 A todas las estrellas les da miedo este tipo de eventos publicitarios, pero ella estuvo muy dispuesta y fue muy amable". El concepto del anuncio, que excepcionalmente fue rodado en Estados Unidos con un equipo elegido por la estrella, fue más sencillo de lo habitual en la firma catalana.
 "Nos habría gustado que bailase, pero vimos que no le apetecía mucho y preferimos no forzar la máquina
. Nosotros hubiésemos preferido un poco de show, pero no pudo ser. Eso sí, no hubo tiranteces".

Es posible que esta decisión de prestar su imagen para una campaña publicitaria estuviese relacionada con sus apuros económicos.
 Bonet recuerda que ellos estaban al tanto de su situación, pero no les influyó en la negociación.
"Son las agencias de representación las que nos llamaban a nosotros ofreciéndonos gente [para el anuncio], a lo mejor a ella sí le influyó su situación porque estuvo cuatro días de rodaje y se sacó un dinero, pero fue absolutamente profesional.
 En estos casos los que exigen son los agentes de la estrella y luego el trato con la actriz es cordial." Tras un retiro de cuatro años, regresaría a la pantalla en 1997, con L.A. Confidential, para ganar el Oscar y volver a retirarse para cuidar de su hija.
 Solo una de las dos cosas le salió bien.
Hoy Kim se dedica casi a tiempo completo a su hija Ireland, que ingresó voluntariamente en una clínica de rehabilitación para solucionar, según contó ella misma en Twitter, sus "traumas emocionales"
En 1998 rompió con Alec Baldwin y en 2002 se divorciaron.
Tenían una hija en común, Ireland, y su litigio puso de manifiesto la ferocidad de la cultura de los bufetes de abogados matrimoniales en Estados Unidos. Baldwin llegó a publicar un libro (A promise to ourselves, "una promesa a nosotros mismos") en el que retrataba a su exmujer como un animal frío e implacable que "parece cobrar vida solo cuando está rodeada de sus abogados".
 Este gremio fue el objeto del odio de Alec Baldwin, quien los definía como "corruptos, incompetentes, vagos y estúpidos".
Según Baldwin, los abogados habían sido los responsables del largo y costoso litigio por la custodia de Ireland, durante el cual Kim impidió cualquier comunicación entre padre e hija.
 La infame llamada de teléfono en la que Alec insultaba a Ireland complicó y alargó el proceso.
 Más disputas, más abogados, más dinero. Tras disculparse en un programa de televisión, Baldwin aclaró que él no odiaba a su hija y que su ira era en realidad hacia Kim, pero aquel episodio mediático ya ha pasado a la historia como un ejemplo de lo tóxico que puede llegar a ser poner a un hijo en medio de una separación.
En los últimos años Kim Basinger vive más tranquila de lo que ha estado jamás.
 Pasados los 60 la actriz parece querer cerrar un círculo artístico y personal
. La mujer que se casó con su maquillador en los 80 vive ahora una relación con su peluquero, Mitch Stone, y el año que viene aparecerá en 50 sombras más oscuras (la secuela de 50 sombras de Grey) interpretando a la mujer que introdujo a Christian Grey en el sadomaso.
 No es casualidad: Kim Basinger ya despertó sexualmente a toda una generación de espectadores hace 30 años.
 Ahora encuentra el erotismo en otras formas. "Cuando eres joven te sientes atraída por los tipos duros, pero eso es una fantasía.
 Me he dado cuenta de que el placer está en la bondad y el sentido del humor", ha comentado.



Kim Basinger en la presentación de 'Black november' (2012), una de las últimas películas que ha protagonizado. Cordon
La actriz nunca pierde su educación sureña y jamás ha hablado mal de ninguna de sus películas, pues mantiene que ha sido bendecida con todos y cada uno de sus personajes
. La losa del sex symbol no pesa sobre ella y prefiere desmitificar su condición de estrella generacional.
"La única película mía que he visto es L.A. Confidential. Tuve que hacerlo en el Festival de Cannes. Al acabar me giré a [el director] Curtis [Hanson] y le dije:
 'Pues no está mal, ¿verdad?'. Esa película sería hermosa con o sin mí en el reparto y cualquiera te diría que Curtis se merecía ganar el Oscar [en lugar de James Cameron por Titanic, que arrasó en esa edición]".
Fue ella quien se coronó aquella noche, alcanzando el muy americano logro de ser la primera mujer que tiene en su currículum una portada de Playboy y un Oscar, en lo que parecía un renacer artístico, pero quedó en un canto de cisne.
 Kim no niega ser responsable de la compleja sensibilidad de Ireland y ha reconciliado sus diferencias con Alec Baldwin para ayudar juntos a su hija.
 La ahora aspirante a modelo de 19 años tuiteó una foto con su padre en la que sujetaba un libro titulado If I Were A Pig ("si yo fuera un cerdo"), bromeando sobre aquella frase que le dijo años atrás Alec Baldwin: "Cerda desagradecida e insensata".
Y Ireland añadió, continuando la broma: "Sería una desagradecida e insensata, claro". Esta anécdota no hace sino constatar que padre e hija ya han hecho las paces.

Según Kim, el único consejo que le puede dar a su hija es que se deje guiar por su corazón siempre. Puede que a Kim el suyo le haya llevado por caminos tortuosos, pero nadie podrá decir que no ha tomado sus propias decisiones.
 "Creo que la generación de mi hija sufre ansiedad. Agradezco a Dios no haber crecido con mucho dinero ni privilegios porque de ese modo tuve que crear yo la forma de conseguir mi triunfo". Agradecida por las luces y habiendo aprendido de las sombras, Kim Basinger se muestra orgullosa de haber vivido bajo sus propias reglas.