El presunto autor de los disparos se quitó la vida tras tirotear a la artista.
La cantante estadounidense Christina Grimmie, conocida por su intervención en el popular programa de televisión The Voice,
recibió varios disparos en la noche del viernes al finalizar uno de sus
conciertos en Orlando (Florida, EE UU).
Tras ser trasladada a un
hospital en estado crítico, Grimmie falleció al poco de ingresar, según
fuentes policiales.
El presunto autor de los disparos se quitó la vida
tras tirotear a la artista.
El suceso tuvo lugar en el Teatro The Plaza Live, en Orlando, cuando
la cantante protagonizaba un espectáculo junto la banda Before you Exit.
El incidente ocurrió alrededor de las 23.00, hora local (05.00, hora
peninsular española) en uno de los teatros más antiguos de la ciudad.
Según dijeron varios testigos a medios locales, escucharon cuatro o
cinco disparos al final de la actuación, cuando el público estaba
saliendo del recinto y algunos trataban de ir a bastidores para
encontrarse con la artista. Grimmie, de 22 años, también era conocida
por su intensa actividad en la plataforma Youtube, y participó en el
famoso programa televisivo The Voice en 2014, terminando en tercer lugar.
"Con profundo pesar, confirmamos que Christina Grimmie ha muerto a
causa de sus heridas", ha indicado en su cuenta de Twitter la policía de
Orlando
. Su publicista, Heather Weiss, ha pedido en un comunicado que
"se respete la intimidad de su familia y amigos", tras confirmar la
muerte de la cantante.
Nuestra mente nos hace trampas a la hora de tomar decisiones económicas.
Te dan 100 euros y la opción de guardarlos o apostarlos.
Si aceptas
el reto, se lanza una moneda. Si sale cara, pierdes 100 euros y si sale
cruz, ganas 250.
El juego prevé 20 turnos. ¿Te atreves? Aunque es mucho
más probable que aceptando el desafío se acabe obteniendo una cantidad
superior al importe inicial, aquellos que prefieran no arriesgarse
pueden ampararse detrás de una justificación algo insólita, pero
totalmente verídica:
"Mi cerebro me ha engañado".
Te dan 100 euros y la opción de guardarlos o apostarlos. Si aceptas
el reto, se lanza una moneda. Si sale cara, pierdes 100 euros y si sale
cruz, ganas 250. El juego prevé 20 turnos. ¿Te atreves? Aunque es mucho
más probable que aceptando el desafío se acabe obteniendo una cantidad
superior al importe inicial, aquellos que prefieran no arriesgarse
pueden ampararse detrás de una justificación algo insólita, pero
totalmente verídica: "Mi cerebro me ha engañado". Matteo Motterlini, profesor de Filosofía de la Ciencia en la Universidad Vita-Salute San Raffaele de Milán y director del instituto Cresa (Centro de Investigación en Epistemología Experimental y Aplicada),
utiliza este sencillo ejemplo para explicar que “la mayoría de las
personas —el 60% de los encuestados— se porta de manera irracional, ya
que prefiere ganar menos para evitar pérdidas potenciales”
. El docente
—que se dedica al estudio de la neuroeconomía, un campo que combina
disciplinas como la neurología, la economía y la psicología— detalla
que, si sólo tuviéramos la corteza prefrontal, donde residen las
facultades cognitivas superiores que nos diferencian de los demás
mamíferos, reflexionaríamos de manera totalmente fría y calculadora y el
modelo económico neoclásico funcionaría a la perfección.
“Pero no es
así”, concluye.
Las neuronas nos convierten en títeres de las emociones
que han desencadenado, inconscientemente, frente a una determinada
situación.
Un test para dominar la mente
Para echar una mano a nuestros cerebros, la gestora de activos
Schroders en colaboración con el instituto Cresa ha fabricado el primer
test del “inversor consciente”, dirigido a clientes y profesionales del
sector financiero del mercado italiano y disponible en la página Investimente.it.
El cuestionario tiene el objetivo de definir el perfil de cada inversor
a la hora de tomar una decisión económica y clasificarlos en base a
cómo gestionan su emotividad.
Los resultados evidencian que la “trampa” más común maquinada por el
cerebro se asocia a la llamada “mordida de serpiente”, es decir la
aversión al riesgo causada por una perdida elevada sufrida en alguna
operación anterior
. Le sigue la tendencia a vender demasiado pronto las
inversiones que están dando ganancias y demasiado tarde las
deficitarias, con la esperanza de que se recuperen.
Las otras
zancadillas de la mente más típicas se refieren a la tendencia a
privilegiar los títulos familiares, es decir los procedentes del mercado
nacional, y el “efecto manada”, que implica seguir determinados
comportamientos por emulación o contagio, tanto cuando el mercado está
al alza como cuando está a la baja.
Por otro lado, el principal engaño
que afecta a los profesionales del sector es el exceso de confianza, que
lleva a desestimar las señales negativas y sobrestimar las positivas.
Un ejemplo claro lo ofrece el funcionamiento de la amígdala,
una especie de pequeña almendra empotrada en las profundidades del
cerebro donde se almacena la memoria emocional del miedo. Un estudio
realizado por el Cresa y publicado en el Journal of Neuroscienceen
2013 ha demostrado que las personas que tienen un mayor volumen de
materia en este núcleo sienten más aversión hacia la pérdida de dinero. “Es una característica innata y tan antigua que se remonta a por lo
menos hace 40 millones de años, antes de que los monos capuchinos y el
hombre se diferenciaran de su ancestro común”, explica Motterlini. Exactamente como el ser humano, también los primates domesticados al uso
de dinero sufren más por una pérdida monetaria de lo que se alegran por
una ganancia. Para reencontrar el equilibrio, hace falta que consigan
una cantidad de entre 2,25 y 2,50 veces superior a lo que les ha sido
quitado.
Así, cada vez que tenemos que tomar una decisión se activan zonas
diferentes del cerebro.
“Existe una parte de recompensa cerebral y otra
de aversión al peligro o al riesgo”, explica el neurólogo Pedro Bermejo,
fundador de ASOCENE (Asociación Española de Neuroeconomía).
“Si por ejemplo vamos a un sitio con refill de
bebida, la primera que consumimos la asociamos con una recompensa, pero
a la cuarta la percepción ya no es la misma: nuestra corteza cerebral,
la parte racional, nos dice que ya no tomemos”, continua. ¿Pero, podemos prevenir los engaños de la mente? La respuesta es muy socrática: conócete a ti mismo.
Cómo defenderse de las trampas del cerebro
El cerebro ya tiene “programadas” unas trampas que se activan
automáticamente y se interponen entre nosotros y nuestras decisiones .
Por ejemplo, preferimos un alimento light al 95%
antes que uno con el 5% de grasa, estamos más dispuestos a gastarnos
cinco billetes de 10 que uno de 50 y tratamos de manera diferente la
paga extra al sueldo mensual. Es algo que no podemos evitar, pero sí
intentar controlar. El libro de Matteo Motterlini Trampas mentales: cómo defenderse de los engaños propios y ajenos (Paidós,
2010) identifica las principales zancadillas de nuestro cerebro y nos
proporciona un decálogo para defendernos de nosotros mismos.
Probamos más dolor al perder dinero que alegría al ganar la misma cantidad
En primer lugar, no hay que procrastinar la inversión de nuestros ahorros,
ni meterlos todos en títulos “cercanos”, como la empresa donde
trabajamos, creyendo que al ser un entorno familiar será más seguro.
Tampoco hay que buscar una rutina a hechos aleatorios y creer que el
futuro es igual al reciente pasado, así como apostar por activos que
anteriormente tuvieron resultados excepcionales pensando que seguirán
por la misma senda
. Intentemos también no “invertir como los monos”, es
decir vender demasiado pronto los activos que nos dan rendimiento y
mantener durante demasiado tiempo los que están en negativo para
prevenir el sufrimiento causado por las pérdidas
. Pero tampoco actuemos
como “ovejas” y sigamos lo que hacen los demás
. Estar siempre pendiente
de los rendimientos de nuestros ahorros tampoco sirve, no ganaremos más
estresándonos delante de los números.
No nos olvidemos por otro lado de que no podemos controlar los eventos
ni culpar a las circunstancias de todas nuestras derrotas.
Así no
aprenderemos de las experiencias. Por último, Motterlini aconseja que no
subestimemos este decálogo, aunque sabe que lo haremos: nunca
lograremos anular del todo los engaños de la mente.
Aprender de las emociones
Aldo Rustichini, profesor de Economía en la Universidad de Minnesota,
se dedica al “núcleo duro” de la neuroeconomia, esa rama que trabaja
con “el rigor matemático” para encontrar una base teórica a los modelos
empíricos ya estudiados.
“Es como pretender pasar de la astrología a la
astronomía”, ejemplifica el investigador. Rustichini ha realizado estudios para averiguar el papel jugado
por las hormonas a la hora de invertir: “La testosterona aumenta la
agresividad y el riesgo que los agentes son dispuestos a asumir”. Estos
comportamientos, puestos en cuestión sobre todo después del estallido de
la crisis financiera, pueden tener una doble lectura a los ojos del
docente: “No hay que olvidar que, sin atrevimiento, quizás nunca nadie
hubiese cogido tres barcos para cruzar el Atlántico sin saber lo que se
iba a encontrar”, matiza. Para el investigador, las emociones son sede de racionalidad de
las que se puede aprender. "He intentado demonstrar que envidia o
remordimiento son muy útiles desde el punto de vista del aprendizaje Tomamos muchas decisiones sobre una base emotiva, pero no irracional",
comenta. — ¿Existe el agente económico perfecto? — Sí, y combina grandes emociones y gran racionalidad. Hay pocos. Y se han hecho riquísimos
La adicción al consumo no está incluida en los manuales de diagnostico de trastornos mentales.
“Oniomanía” viene del griego antiguo onios —“lo que está en venta”—, y mania
—“locura”—. Este término, inventado a finales del siglo XIX, ha sido
reemplazado por definiciones más intuitivas como “adicción a las
compras” o “compras compulsivas”.
Pero la esencia se mantiene: falta de
control frente al consumo, un trastorno que en su forma más grave afecta a entre el 3% y el 7% de la población, según diversos estudios.
Ansiedad, insatisfacción, falta de autocontrol y sentido de culpa son
algunos de los rasgos distintivos de las personas que padecen este
desorden, cuyos síntomas fueron descritos por primera vez por los psiquiatras Emil Kraepelin y Eugene Bleuler a finales de 1800. Pese a su temprano descubrimiento, el trastorno de compra compulsiva —compulsive buying disorder (CBD), en inglés—, no está catalogado como tal en los manuales de diagnóstico de desordenes mentales.
Hasta los años ochenta, lo mismo ocurría con la ludopatía.
“Es un fenómeno que se estudia poco porque se tienen que dar muchos
criterios juntos a la vez para poder hablar de compra compulsiva”,
admite Jesús de la Gándara, jefe de Psiquiatría del Hospital Universitario de Burgos
y uno de los pioneros del análisis de este fenómeno
. Explica que la
comunidad científica ha llegado a aceptarlo como un comportamiento
anormal y patológico.
“Se describió como una adicción sin drogas, una adicción a un comportamiento como puede ser el sexo, el trabajo o Internet”, especifica, “que consiste en comprar de forma excesiva, hasta desembocar en problemas económicos o sociales”. El impulso por comprar es insaciable e irrefrenable; da alegría y hace sentir bien. “Provoca excitación, tensión, placer”, enumera de
la Gandara, quien explica que los casos patológicos son pocos y muy
concretos, y van vinculados a problemas de ansiedad, trastornos de la
personalidad y estrés. “En general, todos los pacientes presentan baja
autoestima y compran como forma de evasión”, mantiene José Antonio
Molina, doctor en psicología y autor del libro SOS... tengo una adicción
(Pirámide). “Se sienten aburridos e insatisfechos y se autoengañan
pensando que les vendría bien salir a comprar unos zapatos marrones, que
se les subiría el ánimo”. Y así empieza el vórtice una y otra vez.
No importa cuánto gastemos; la literatura especializada no habla de
una cifra o porcentaje concretos. Si, de manera constante y mantenida en
el tiempo, sufrimos episodios incontrolables y muy intensos de compra
que nos llevan a endeudarnos,
tienen que sonar las alarmas.
“Adquirir cosas inútiles, que no
empleamos, y luego arrepentirse de la compra son las primeras señales de
alerta”, dice Javier Garcés, psicólogo experto en comportamiento del
consumidor y presidente de la Asociación de estudios psicológicos y sociales.
Explica que cuando la culpa desaparece, volvemos a caer en la trampa. Y
cada vez queremos más. “No es muy diferente al alcoholismo”, señala. Garcés fue uno de los autores del último estudio que se
publicó acerca de este fenómeno en la UE, elaborado a través del
Instituto Europeo Interregional de Consumo. El informe, publicado hace una década, refleja que más de
un tercio de la población comunitaria tiene “problemas de descontrol en
la compra o en el gasto”, y que “un 3% llega a niveles que suelen
considerarse patológicos”. Según el psicólogo, estas cifras siguen
siendo representativas. El Hospital Universitario de Bellvitge, especializado en el tratamiento de esta patología, alertó sin embargo en 2014 de que entre un 6% y un 7% de la población de los países desarrollados sufre este desorden, que sigue creciendo año tras año.
¿Un fenómeno social?
De acuerdo con el estudio promovido por la UE, los jóvenes
tienen un nivel mucho más alto de adicción a los estímulos de compra y
hasta un 8% presenta comportamientos patológicos
. A diferencia de los
adultos, aceptan de mejor gana los valores consumistas y son más
vulnerables frente a “los mensajes que relacionan el dinero con la
felicidad, el éxito social y el prestigio personal”.
Un espejismo de lo
que podría ser el futuro: el trastorno de compra compulsiva suele
empezar a manifestarse en la adolescencia, pero los afectados tardan
unos 10 años de media en reconocer su problema. “Normalmente, es cuando
ya están quebrados”, garantiza Garcés.
Según el psicólogo, los compradores compulsivos no son más que la
punta del iceberg de un fenómeno social que nos afecta a todos: el consumismo. Los
estudios coinciden en que la mayoría de nuestras compras que no están
planificadas, sino realizadas bajo impulso. Algo común y corriente que
no tiene que despertar preocupaciones si se logra mantener el control. El psicólogo asegura sin embargo que el auge de los centros
comerciales, la publicidad, las tarjetas y la frivolización del crédito
han llevado a la impulsividad a cobrar otra dimensión.
“La ideología
de la sociedad de consumo es ‘compra y gasta para ser feliz’, y algunas
persona por su naturaleza son más vulnerables”, recalca. Javier Rovira, profesor de marketing deESIC,
admite que la publicidad y el marketing exacerban esta situación de
consumo desenfrenado que ya a partir de la década de los ochenta empezó a
imponerse como paradigma de vida. “Ya se cuestiona que tenemos más de
lo que necesitamos, pero, sociológicamente hablando, es inevitable y va a
seguir ocurriendo”. De la Gándara confirme que este mundo “es un
hipermercado” y recuerda que la clave del consumismo es justo la
creación de un sentimiento de insatisfacción. “Los seres humanos no sabemos elegir adecuadamente y leer la realidad” . Y es así que perdemos el control.
Cómo controlar las compras
José Antonio Molina, psicólogo experto en conductas adictivas,
explica que el primer paso para tratar un trastorno de compra compulsiva
es trabajar para que el paciente reconozca su problema.
“Suele haber
una negación”, asegura.
Después, independientemente de si existen
patologías añadidas que requieren curas farmacológicas, se va enseñando
cómo hacer una compra controlada. Estas son las principales
recomendaciones:
Salir con el dinero medido
Llevar siempre una lista de lo que vamos a comprar
Confiar en un “tutor” —normalmente un familiar o amigo cercano— al que habrá que entregar los tiques de todas nuestras compras
Aprender a demorar el impulso, por ejemplo si se nos ha olvidado
algo en la lista tendremos que esperar hasta la siguiente salida para
adquirirlo
Evitar la exposición a estímulos —como centros comerciales o tener a mano la tarjeta de crédito— si nos sentimos débiles
Garcés recomienda llevarse siempre una libreta donde apuntar
todos los pagos y, si no logramos dejar en casa la tarjeta de crédito,
por lo menos envolverla en un papel o meterla en un sobre encima del
cual apuntaremos todas las veces que la sacamos y cuánto nos gastamos
con ella. Molina explica que el tratamiento tiene que durar, al menos, un
año. “Hay que acostumbrarse a comprar de forma relajada y eso no se
aprende de un día a otro”, concluye.
Andrés Sánchez Robayna publica un amplia antología de sus obra con varios inéditos.
“Todo poema es una elegía".
Cuando Andrés Sánchez Robayna (Las
Palmas, 1952) reunió hace más de una década todos sus libros de versos
en el volumen En el cuerpo del mundo
(Galaxia Gutenberg) y añadió una poética en la que se deslizaba esa
frase no podía imaginar que la siguiente compilación de sus versos
pondría a prueba tan rotunda idea.
Sin embargo, la salida de imprenta de
Al cúmulo de octubre. Antología poética 1970-2015 (Visor)
coincidió con la muerte de su mujer. ¿Un hecho así pone a prueba lo que
un poeta piensa de la poesía? “Es duro y el sentimiento de irrealidad es
enorme”, explica Robayna por teléfono desde Tenerife,
“pero sigo
estando de acuerdo con esa idea: nos estamos despidiendo continuamente.
La poesía es un consuelo porque es un gran método de conocimiento del
mundo: permite aceptar ciertas realidades sin racionalizarlas, empezando
por la más severa, la muerte, que es algo que la razón no explica”.
La antología lleva un prefacio del poeta francés Yves Bonnefoy,
todo un clásico vivo, que se abre con una pregunta: “¿qué esperamos hoy
de los que escriben?”.
La respuesta podría resumirse en dos frases:
denunciar el desastre, celebrar la belleza
. “Hoy más que nunca hay que
reivindicar la poesía.
Si los políticos y los economistas fueran
conscientes de que no solo somos seres racionales sino que tenemos una
dimensión sensible, nuestra experiencia del mundo sería más completa”. Al cúmulo de octubre resume 45 años de escritura
que parten de la búsqueda de la pureza y desembocan en una meditación
contaminada por las huellas del tiempo.
Los inéditos de la antología,
fragmentos de un largo poema en construcción, transitan el camino
abierto en 2002 por El libro, tras la duna
(Pre-Textos), que funciona como gozne en la obra de Robayna.
“Allí
toqué temas que antes no había abordado, como el mal o la historia
.
Alguien dijo que la poesía da al hombre lo que la historia le niega, es
decir, esperanza.
Si nos atenemos a la historia, no cabe esperar mucho
del género humano”.
Robayna explica que antes intentaba “destilar la palabra”; ahora busca
“una palabra en el mundo. He ido de Mallarmé a Wordsworth y no al revés,
que sería la secuencia histórica normal”.
O sea, del simbolismo al
romanticismo:
“A los 20 años me obsesionaba la pureza del lenguaje,
cuestionar el sentido de las palabras.
Ahora busco una palabra no que
esté más allá del lenguaje sino que hable, que trate de decir qué
significa aquello que determina nuestra vida: el amor, la muerte, la
experiencia del tiempo”.