¿Hasta qué punto se puede culpar a los padres por el comportamiento impredecible de un niño?
. La madre del pequeño de tres años que se las arregló para meterse en el foso del gorila Harambe en el zoo de Cincinnati está sufriendo un verdadero linchamiento en las redes sociales por "no haber vigilado bien" a su hijo.
Más de 425.000 personas han firmado una petición en Change.org para pedir que se responsabilice a los padres por la muerte a tiros del animal y han exigido "una investigación del ambiente del hogar del niño con el interés de protegerle a él y a sus hermanos de otros posibles incidentes de negligencia parental que puedan resultar en daño físico grave o incluso en la muerte".
Poco ha faltado para que pidieran que se le retirase la custodia de sus cuatro hijos por culpa in vigilando.
¿Hasta qué punto se puede culpar a los padres por el comportamiento impredicible e inconsciente de un niño de esta edad?
La situación inicial, tal y como han descrito testigos, es tan típica que cualquier madre o padre podemos recordar un episodio en el que en los escasos segundos, tal vez un par de minutos, en los que te vuelves para atender a otro menester, el niño va y la lía (sustitúyase "la lía" por "se sube a una silla para coger algo de la estantería", "vacía la caja de los calcetines", "pinta la pared del salón" o similar). El problema es que, en este caso, el pequeño trepó una pequeña valla de un metro de alto, esquivó los arbustos que había al otro lado, llegó hasta el foso de los gorilas, con una altura de más de cuatro metros, y saltó dentro para chapotear un rato.
Mi reacción inicial al leer la noticia fue también un crítico "los padres tendrían que haber tenido más cuidado".
Pero he reflexionado tras leer comentarios como el de mi compañera Victoria Torres, contando un reciente episodio de fuga de su hija, que concluye con "Ningún padre quiere que a su hijo lo aplaste una puerta giratoria o lo devore un gorila, pero controlar y vigilar a un hijo es mucho más difícil de lo que parece, por no decir imposible.
No son robots, son kamikazes"
. Y también he recordado. Aquel día en el que la puerta corredera del vagón del AVE se tragó el brazo de mi hija menor en medio segundo que se me adelantó.
O aquel otro en el que perdió una uña al pillarse con la puerta de un ascensor a un metro escaso mío.
Si la policía investigase, como ya ha anunciado que va a hacer con esta familia, a todos los padres a los que alguna vez se nos ha escapado corriendo un niño que ha estado a punto de cruzar solo la carretera, no tendría agentes suficientes.
Michelle Gregg se volvió un momento para atender a otro de sus hijos. Dos testigos que describieron la escena afirman que no les pareció que la madre tuviera una actitud negligente. El propio director del zoo, también en la picota por su decisión de matar a Harambe por miedo a que atacase al niño, ha defendido las medidas de seguridad del zoo, pero ha dicho que "los niños son capaces de escalar cualquier sitio".
"Como sociedad, somos muy rápidos a la hora de juzgar cómo un padre puede quitar los ojos de encima de su hijo.
Quienes me conocen saben que vigilo de cerca a mis niños.
Pero los accidentes ocurren", ha escrito Gregg en su perfil de Facebook antes de tener que borrarlo por la avalancha de mensajes críticos.
Y tiene razón. Solo recordemos las veces que nuestros hijos han sufrido un accidente o han estado a punto de sufrirlo.
En ese escalofrío que nos recorre el cuerpo, en esa sensación de culpa que nos cae encima
. E imaginemos cómo nos sentiríamos si el mundo entero hubiera visto ese momento en vídeo y nos culpase por ello.
Siempre me ha asombrado como los niños van de cabeza al peligro.
Hago memoria y no se me olvidará nunca como vi a mi hijo con menos de dos años encararmarse a una ventana con una barandilla que a él le llegaba por la cintura. Todas las ventanas y balcones estaban cerrados y justo una que se olvidó la encuentra él.
!º no llamarlo por si asusta y caía desde un 5º piso y por detrás en silencio y con el corazón en la boca. En esto que el empieza a bajarse y yo en silencio esperé que estuviera en el suelo y abrazarlo llorando. Del susto me sentí morir, el no notó nada o por lo menos de eso no le hablé nunca, aunque
advertí que todo el mundo cerrara las ventanas y balcones.