Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

15 abr 2016

Isabel Preysler: "No tengo como objetivo casarme"

Isabel Preysler cuenta que ella nunca ha tenido como objetivo casarse. Que si lo ha hecho ha sido porque se lo han pedido. Es más, ni necesario le parece. ¿Qué ha pasado con la reina de corazones? ¿Nos la han cambiado?La viuda de Miguel Boyer acudió a un evento llevado acabo en la tienda insignia de Pronovias y allí atendió a la prensa, que se interesaron por su relación con Mario Vargas Llosa.
 La pregunta sobre una posible boda era obligada cuando acudes a un evento de estas características. “¡Ni lo he pensado todavía!”, así que de vestido ni hablamos, “cuando llegue el momento lo pensaré…”, respondía, como si fuera una locura que algunos ya nos hubiéramos imaginado a la pareja en capilla. Pues no, que se quieren tomar las cosas con relajo.
Eso sí, parece que cuando llegue el gran día, Isabel no dará el ‘sí, quiero’, llevando una pieza en color blanco, elegirá cualquier otro color, menos ese. Ya lo llevó en su día, y ahora toca probar otro.
Y vestirse de madrina o de madre de la novia, tampoco.
En casa, cuenta, que no tiene a nadie pensando en pasar por la vicaría, ni tan si quiera Ana y Fernando, que están más centrados en disfrutar de la convivencia que de organizar planes nupciales.
Sobre su pareja, que esta semana celebraba su 80 cumpleaños, no tiene más que palabras de cariño y admiración.
 “Lo mas bello que me aporta Mario es el amor tan grande y profundo que me da”. “Me halaga que diga que la felicidad tiene mi nombre y apellido”, confesaba sonriente, encantada por la aventura en la madurez que le ha tocado vivir.
Isabel ahora es una mujer más preocupada en volver a ser abuela, que en casarse. La duquesa del couché ahora disfruta con calma de su relación, mientras paladea el devenir de los acontecimientos.
 Y tiene que ser un gustazo, porque, asegura que al lado de Vargas Llosa “cada día es mejor que el anterior”.
isabel preysler no tiene como objetivo casarse

LIBROS DE ESTA SEMANA

 LIBROS DE ESTA SEMANA / Portentoso retrato de Nueva York

"Una noche, durante un cóctel en un hotel de moda, un crítico y bloguero que jamás había publicado ningún libro, Garth Hallberg, coincidió con Chris Parris-Lamb, el agente literario del momento, conocido por su habilidad para sellar contratos millonarios. Lamb y Hallberg tenían treinta y tantos años y eran ambos oriundos de Carolina del Norte.
Cuando el escritor le contó que acababa de poner fin a una novela de más de un millar de páginas que había tardado nueve años en completar, Parris-Lamb le pidió que se la hiciera llegar. Unas semanas después el manuscrito de Ciudad en llamas obraba en poder de las 12 editoriales más influyentes del país, de las cuales 10 mostraron un interés fuera de lo normal por publicarlo.
El forcejeo se saldó a favor de la editorial Knopf, que pagó un adelanto de dos millones de dólares, cifra récord para una primera novela.
Una productora de Hollywood desembolsó un millón de dólares más por los derechos cinematográficos". Por EDUARDO LAGO

El hombre que conoció a todo el mundo


"El conde Harry Kessler (1868-1937), hijo de una aristócrata irlandesa y de un poderoso banquero alemán, fue un personaje sobresaliente en el ámbito cultural y político de la Europa de finales del siglo XIX y hasta los años treinta del XX.
De refinada educación, estudió en París (donde nació), Ascot y Hamburgo; cursó derecho e historia del arte en Bonn y Leipzig e instaló su casa en Weimar, brillante epicentro alemán del modernismo y las vanguardias.
 Allí dirigió el museo de Arte y Oficios e impulsó los trabajos del Archivo Nietzsche, dirigido por Elisabeth Förster-Nietzche, anciana señora a la que trató mucho". Por LUIS FERNANDO MORENO CLAROS
  • Foto:LIBROS DE LA VANGUARDIA
  • Espectros literarios


    "Había en La estrategia del pequinés (Premio Dashiell Hammett) esa sensación de negra fatalidad que reencuentro en La otra vida de Ned Blackbird, donde Alexis Ravelo (Las Palmas, 1971) salta de la novela criminal al género fantástico.
     Su personaje central no es ya un delincuente, sino un profesor de filosofía con el don o la maldición de traerse de sus sueños algún objeto soñado. Borges recordaba en La flor de Coleridge al viajero en el tiempo de H. G. Wells, que volvió del futuro con unas raras flores marchitas, y a Henry James y su Sense of the Past, que invertía hacia el pasado la travesía temporal. Son ficciones que, según Borges, anudan “lo real y lo imaginativo, la actualidad y el pasado”, y precisamente de eso trata La otra vida de Ned Blackbird, una fábula de fantasmas muy literaria, muy medida, muy calculada, como si el delirio exigiera más orden que el crimen". Por JUSTO NAVARRO
    • Foto:SIRUELA

Renovar el islam


"Imposible no interesarse hoy en un libro que hable del islam político: la información es abundante en medio de la confusión, la manipulación y la visión maniquea, buenos y malos, civilizados y bárbaros
. Es en medio de esta crisis y esta guerra horrible en Oriente Próximo cuando el poeta sirio Adonis decide debatir con la psicoanalista Houria Abdelouahed sobre el islam. Hablar de la razón de su radicalización frente a lo que sería una “impotencia histórica”, como la llamaba Michel de Certeau, citado a lo largo de esta entrevista.
Uno de los aspectos más interesantes del debate es el cómo podemos comprender qué sucede con el islam sin caer en la islamofobia.
 La idea del poeta es disociar a la cultura árabe de la religión, recordarnos que el islam es la religión monoteísta más reciente (siglo VII) y que su fusión con el Estado es su punto más débil". Por PATRICIA DE SOUZA
  • Foto:ARIEL

  • La autobiografía de una biografía


    "En el libro del periodista Miguel Ángel Gozalo Antonio Fontán, un liberal en la transición, insuperablemente bien escrito, se funden todos los géneros y algunos más que no conozco, hasta construir un valiosísimo espécimen que solo puedo tratar de definir por acumulación
    . Es un túnel del tiempo que va desde los estertores del franquismo, tiene la Transición como deus ex machina y llega casi hasta nuestros días, con una impagable visitación de autores, amigos, periodistas que un día fueron y otros siguen siendo; es una historia de Antonio Fontán, latinista y profesional del periodismo, y su época que es, sobre todo, la del tránsito entre un periodismo bajo la dictadura, al que el autor, generoso u olvidadizo, no encuentra problemas, y la libertad de expresión que estalló con los años ochenta; es la autobiografía de una biografía o cómo se escribe el apunte de un personaje y su época, en el que está casi tan presente, entrando y saliendo de sus propias páginas, el autor como su biografiado; es un Antonio Fontán par lui même, por los extensos pasajes en que Miguel Ángel Gozalo se hace discretamente a un lado para darle la palabra al católico a machamartillo que nos ocupa; el texto es también, en lo puramente periodístico, una excelente crónica literaria, o reportaje vívido y vivido, cuando el autor habla de primera mano". Por MIGUEL ÁNGEL BASTENIER
  • Foto:ALMUZARA
  • I

Autopsia antes del fin


"Sorprende que Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) haya incurrido en una constitución de sociedad futura, sirviéndose de arcaísmos alegóricos y solicitando el dudoso crédito de la inicial mayúscula
. Esto último con un exceso más desorientador que expresivo, pues si Sistema, Historia Moderna, Realidad, Dado, Cubo, Caja, son configuraciones o estructuras, no cabe aplicar igual criptografía a términos como Narrador, Propios, Ajenos, que tienen otra distinción.
 Pero esta nomenclatura es tan privativa de la llamada novela distópica que, aunque El Sistema no es propiamente una distopía, se ampara en el género contaminándose de sus espinosos recursos. Un molde, por demás, muy permisivo, que acoge todo tipo de disquisiciones cuando se trata, como es el caso, de condolerse de la vecindad de un tiempo posthumano". Por FRANCISCO SOLANO

Japón desactiva la alerta de tsunami tras un terremoto de magnitud 7......................... Agencias

Un temblor en la zona de Kumamoto, al sur del país, causó nueve muertos el jueves y la evacuación de miles de personas.

 

Un terremoto de magnitud 7 en la escala de Ritchter ha sacudido este viernes la región japonesa de Kumamoto, en la isla de Kyushu, donde este jueves otro seísmo de 6,4 causó al menos nueve muertos, más de 1.100 heridos así como graves daños en la zona que obligaron a evacuar de sus casas a unas 16.000 personas.
La Agencia Meteorológica de Japón activó inicialmente la alerta de tsunami en las costas Ariake y Yatsushiro, pero la levantó menos de una hora después.
 Por el momento no hay datos de nuevas víctimas o daños.
El Servicio Geológico de Estados Unidos informó en un primer momento que el terremoto había tenido una magnitud de 7,1 en la escala de Ritcher, y que se había producido a un kilómetro de profundidad. Posteriormente informó que había sido de 7,4, a 40 kilómetros de profundidad, en la misma zona. Finalmente la magnitud fue fijada en 7
. El seísmo fue seguido de numerosas réplicas.

El terremoto del jueves se registró a las 21.26 hora local (12.26 GMT) y tuvo su epicentro en la prefectura de Kumamoto y su hipocentro se situó a unos 10 kilómetros de profundidad, según datos de la JMA. El seísmo ha alcanzado el nivel 7 en la escala japonesa, que se centra más en las zonas afectadas que en la intensidad del temblor, en el distrito de Mashiki, al este de la localidad, donde se sitúa el aeropuerto de Kumamoto.
Huéspedes de un hotel de Kumamoto, en el recibidor del establecimiento tras el terremoto de este 
 viernes
 El del jueves y el de hoy son los primeros terremotos que alcanzan el nivel 7 en la escala nipona desde el potente seísmo del 11 de marzo de 2011 que generó un devastador tsunami que barrió la costa del nordeste nipón, causó la muerte de más de 18.000 personas y provocó en Fukushima la peor crisis nuclear desde Chernóbil.
 A unos 120 kilómetros de donde se ha producido el terremoto de este viernes se encuentra la planta nuclear de Sendai, que es la única actualmente operativa en Japón..

BELLEZA.......................El color de la libertad





El color de la libertad

El maquillaje, con su carga subversiva, forma parte de la esencia de la humanidad desde la edad del bronce. 

Asociado al embellecimiento y el enaltecimiento de la juventud, también ha servido de camuflaje y ha formado parte de rituales. Espejo del estatus social y del nivel de emancipación, en nuestro mundo globalizado, continúa marcando la diferencia. Este es un viaje a través de su historia. 

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placeres. BELLEZA

El color de la libertad

Andrea Aguilar
El maquillaje, con su carga subversiva, forma parte de la esencia de la humanidad desde la edad del bronce.
 Asociado al embellecimiento y el enaltecimiento de la juventud, también ha servido de camuflaje y ha formado parte de rituales. 
Espejo del estatus social y del nivel de emancipación, en nuestro mundo globalizado, continúa marcando la diferencia.
 Este es un viaje a través de su historia.
ActualizadoMiércoles 13 de abril de 201612:26
NUEVA York, 1912.
 En una gran manifestación para reclamar el derecho al voto, las sufragistas desfilan con los labios pintados de brillante rojo.
 La imagen, a primera vista, se aleja de lo que medio siglo después caracterizaría a las nietas de aquellas mujeres, las luchadoras feministas que se rebelaron contra el maquillaje y la ropa interior. Pero el gesto de las abuelas no era menos combativo: aquellos labios reclamaban el derecho a pintarse de forma llamativa y explícita sin que por ello fueran colocadas en la categoría de actrices o en la de chicas de mala vida.
Tres años después, cinco Estados habían otorgado el derecho al voto a las mujeres en Estados Unidos (aún habría que esperar hasta 1918 para que las británicas lo obtuvieran) y la invención de las barras labiales de color metió el ­rouge en el bolso de las mujeres.
 El carmín portátil y de fácil uso llegó, esta vez sí, para quedarse.
 Porque lo cierto es que aunque las barras que hoy se comercializan tienen su antecedente directo en la patente de 1915, las primeras que se conocen fueron descubiertas en las tumbas del Antiguo Egipto.
 

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En la primera imagen, la modelo británica Penelope Tree, estrella de los años sesenta, con un marcado ‘eyeliner’ negro.
 En la segunda, las geishas y sus cuidados afeites llevan fascinando a Occidente desde mediados del siglo XX.
Pero el uso del color rojo para pintarse el cuerpo o el rostro es anterior.
 De hecho, las grandes cantidades de ocre rojizo de 125.000 años de antigüedad halladas por arqueólogos en unas cuevas en Sudáfrica donde no hay pinturas rupestres les llevaron a pensar que esa pintura era usada para ponérsela encima, literalmente.
 Es lo que algunos llaman la “cosmética prehistórica”, que probablemente se empleaba para protegerse de los elementos climatológicos, como camuflaje o como parte de rituales para marcar alianzas tribales o asustar a los adversarios.
 Ahí están los antiguos británicos, que pintaban sus rostros de azul antes de entrar en batalla para amedrentar al adversario, imagen que ha sido recuperada recientemente en la última adaptación cinematográfica de Macbeth, dirigida por Justin Kurzel.
Sin pelea abierta de por medio, lo cierto es que el maquillaje también se asoció desde tiempos remotos al embellecimiento, el estatus social y la preservación de la juventud.
“Pintarnos la cara es algo que forma parte de la esencia humana, casi como comer o dormir”, sostiene la maquilladora británica Lisa Eldridge, autora de Face Paint. The Story of Makeup (Abrams Books), un documentado repaso a la historia y el significado del maquillaje que se apoya en la arqueología, el arte y la literatura. Eldridge sostiene además una interesante tesis en su libro: la libertad y los derechos de las mujeres han estado estrechamente ligados a la libertad con la que pintaban sus rostros.
 Algo así como dime si te puedes pintar (cuánto y cómo) y te diré de qué derechos civiles dispones.
 En el Antiguo Egipto, una de las sociedades con un gusto más refinado, experimental y atrevido en cuestión de maquillaje y cosmética (desarrollaron cremas hidratantes, kohls, rouges e incluso esmalte para uñas), las mujeres podían heredar propiedad y tierras (el 10% de los terratenientes eran mujeres), controlaban sus negocios y podían emprender acciones legales  
contra los hombres. En la Antigua Grecia, aunque se usaba colorete derivado de algas, bermellón y otras sustancias naturales, el maquillaje muy evidente estaba mal visto. Los hombres imponían un modelo femenino virtuoso y casero, y ellas en cualquier caso estaban fuera de la política, de la ley y de las guerras.
 La excepción eran las cortesanas, a quienes se permitía controlar su dinero y asistir a los festines, y que hacían un uso del maquillaje más libre y llamativo.


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placeres. BELLEZA

El color de la libertad

Andrea Aguilar
El maquillaje, con su carga subversiva, forma parte de la esencia de la humanidad desde la edad del bronce. Asociado al embellecimiento y el enaltecimiento de la juventud, también ha servido de camuflaje y ha formado parte de rituales. Espejo del estatus social y del nivel de emancipación, en nuestro mundo globalizado, continúa marcando la diferencia. Este es un viaje a través de su historia.
ActualizadoMiércoles 13 de abril de 201612:26
NUEVA York, 1912. En una gran manifestación para reclamar el derecho al voto, las sufragistas desfilan con los labios pintados de brillante rojo. La imagen, a primera vista, se aleja de lo que medio siglo después caracterizaría a las nietas de aquellas mujeres, las luchadoras feministas que se rebelaron contra el maquillaje y la ropa interior. Pero el gesto de las abuelas no era menos combativo: aquellos labios reclamaban el derecho a pintarse de forma llamativa y explícita sin que por ello fueran colocadas en la categoría de actrices o en la de chicas de mala vida.
Tres años después, cinco Estados habían otorgado el derecho al voto a las mujeres en Estados Unidos (aún habría que esperar hasta 1918 para que las británicas lo obtuvieran) y la invención de las barras labiales de color metió el ­rouge en el bolso de las mujeres. El carmín portátil y de fácil uso llegó, esta vez sí, para quedarse. Porque lo cierto es que aunque las barras que hoy se comercializan tienen su antecedente directo en la patente de 1915, las primeras que se conocen fueron descubiertas en las tumbas del Antiguo Egipto.

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En la primera imagen, la modelo británica Penelope Tree, estrella de los años sesenta, con un marcado ‘eyeliner’ negro. En la segunda, las geishas y sus cuidados afeites llevan fascinando a Occidente desde mediados del siglo XX.
Pero el uso del color rojo para pintarse el cuerpo o el rostro es anterior. De hecho, las grandes cantidades de ocre rojizo de 125.000 años de antigüedad halladas por arqueólogos en unas cuevas en Sudáfrica donde no hay pinturas rupestres les llevaron a pensar que esa pintura era usada para ponérsela encima, literalmente. Es lo que algunos llaman la “cosmética prehistórica”, que probablemente se empleaba para protegerse de los elementos climatológicos, como camuflaje o como parte de rituales para marcar alianzas tribales o asustar a los adversarios. Ahí están los antiguos británicos, que pintaban sus rostros de azul antes de entrar en batalla para amedrentar al adversario, imagen que ha sido recuperada recientemente en la última adaptación cinematográfica de Macbeth, dirigida por Justin Kurzel.
Sin pelea abierta de por medio, lo cierto es que el maquillaje también se asoció desde tiempos remotos al embellecimiento, el estatus social y la preservación de la juventud. “Pintarnos la cara es algo que forma parte de la esencia humana, casi como comer o dormir”, sostiene la maquilladora británica Lisa Eldridge, autora de Face Paint. The Story of Makeup (Abrams Books), un documentado repaso a la historia y el significado del maquillaje que se apoya en la arqueología, el arte y la literatura. Eldridge sostiene además una interesante tesis en su libro: la libertad y los derechos de las mujeres han estado estrechamente ligados a la libertad con la que pintaban sus rostros. Algo así como dime si te puedes pintar (cuánto y cómo) y te diré de qué derechos civiles dispones. En el Antiguo Egipto, una de las sociedades con un gusto más refinado, experimental y atrevido en cuestión de maquillaje y cosmética (desarrollaron cremas hidratantes, kohls, rouges e incluso esmalte para uñas), las mujeres podían heredar propiedad y tierras (el 10% de los terratenientes eran mujeres), controlaban sus negocios y podían emprender acciones legales contra los hombres.
En la Antigua Grecia, aunque se usaba colorete derivado de algas, bermellón y otras sustancias naturales, el maquillaje muy evidente estaba mal visto. Los hombres imponían un modelo femenino virtuoso y casero, y ellas en cualquier caso estaban fuera de la política, de la ley y de las guerras. La excepción eran las cortesanas, a quienes se permitía controlar su dinero y asistir a los festines, y que hacían un uso del maquillaje más libre y llamativo.
Josephine Baker - 1920s

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placeres. BELLEZA

El color de la libertad

Andrea Aguilar
El maquillaje, con su carga subversiva, forma parte de la esencia de la humanidad desde la edad del bronce. Asociado al embellecimiento y el enaltecimiento de la juventud, también ha servido de camuflaje y ha formado parte de rituales. Espejo del estatus social y del nivel de emancipación, en nuestro mundo globalizado, continúa marcando la diferencia. Este es un viaje a través de su historia.
ActualizadoMiércoles 13 de abril de 201612:26
NUEVA York, 1912. En una gran manifestación para reclamar el derecho al voto, las sufragistas desfilan con los labios pintados de brillante rojo. La imagen, a primera vista, se aleja de lo que medio siglo después caracterizaría a las nietas de aquellas mujeres, las luchadoras feministas que se rebelaron contra el maquillaje y la ropa interior. Pero el gesto de las abuelas no era menos combativo: aquellos labios reclamaban el derecho a pintarse de forma llamativa y explícita sin que por ello fueran colocadas en la categoría de actrices o en la de chicas de mala vida.
Tres años después, cinco Estados habían otorgado el derecho al voto a las mujeres en Estados Unidos (aún habría que esperar hasta 1918 para que las británicas lo obtuvieran) y la invención de las barras labiales de color metió el ­rouge en el bolso de las mujeres. El carmín portátil y de fácil uso llegó, esta vez sí, para quedarse. Porque lo cierto es que aunque las barras que hoy se comercializan tienen su antecedente directo en la patente de 1915, las primeras que se conocen fueron descubiertas en las tumbas del Antiguo Egipto.

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2063colorlibertad004
En la primera imagen, la modelo británica Penelope Tree, estrella de los años sesenta, con un marcado ‘eyeliner’ negro. En la segunda, las geishas y sus cuidados afeites llevan fascinando a Occidente desde mediados del siglo XX.
Pero el uso del color rojo para pintarse el cuerpo o el rostro es anterior. De hecho, las grandes cantidades de ocre rojizo de 125.000 años de antigüedad halladas por arqueólogos en unas cuevas en Sudáfrica donde no hay pinturas rupestres les llevaron a pensar que esa pintura era usada para ponérsela encima, literalmente. Es lo que algunos llaman la “cosmética prehistórica”, que probablemente se empleaba para protegerse de los elementos climatológicos, como camuflaje o como parte de rituales para marcar alianzas tribales o asustar a los adversarios. Ahí están los antiguos británicos, que pintaban sus rostros de azul antes de entrar en batalla para amedrentar al adversario, imagen que ha sido recuperada recientemente en la última adaptación cinematográfica de Macbeth, dirigida por Justin Kurzel.
Sin pelea abierta de por medio, lo cierto es que el maquillaje también se asoció desde tiempos remotos al embellecimiento, el estatus social y la preservación de la juventud. “Pintarnos la cara es algo que forma parte de la esencia humana, casi como comer o dormir”, sostiene la maquilladora británica Lisa Eldridge, autora de Face Paint. The Story of Makeup (Abrams Books), un documentado repaso a la historia y el significado del maquillaje que se apoya en la arqueología, el arte y la literatura. Eldridge sostiene además una interesante tesis en su libro: la libertad y los derechos de las mujeres han estado estrechamente ligados a la libertad con la que pintaban sus rostros. Algo así como dime si te puedes pintar (cuánto y cómo) y te diré de qué derechos civiles dispones. En el Antiguo Egipto, una de las sociedades con un gusto más refinado, experimental y atrevido en cuestión de maquillaje y cosmética (desarrollaron cremas hidratantes, kohls, rouges e incluso esmalte para uñas), las mujeres podían heredar propiedad y tierras (el 10% de los terratenientes eran mujeres), controlaban sus negocios y podían emprender acciones legales contra los hombres.
En la Antigua Grecia, aunque se usaba colorete derivado de algas, bermellón y otras sustancias naturales, el maquillaje muy evidente estaba mal visto.
 Los hombres imponían un modelo femenino virtuoso y casero, y ellas en cualquier caso estaban fuera de la política, de la ley y de las guerras. La excepción eran las cortesanas, a quienes se permitía controlar su dinero y asistir a los festines, y que hacían un uso del maquillaje más libre y llamativo.
Josephine Baker - 1920s
Josephine Baker, toda una adepta al polvo facial. 
El poeta Ovidio, en ‘Sobre la cosmética del rostro femenino’, de El arte de amar, es uno de los raros casos en la Antigua Roma que aplauden el maquillaje, aunque moderado.
 El libro incluye recetas para el cuidado de la piel con ingredientes como los pétalos de amapola y rosa para obtener el rouge.
 Pero aunque no hubiera mucho elogio por escrito, lo cierto es que el uso de pinturas y productos faciales estaba ampliamente extendido en Roma.
 Los envases de madera y cristal encontrados en las excavaciones eran los que empleaban las clases populares, mientras que las patricias usaban contenedores más lujosos, y algunas mujeres incluso contaban con cosmetae o protomaquilladoras romanas
. Un caso extremo fue el de Popea, la esposa de Nerón, cuyos rituales de belleza diarios requerían la participación de cerca de cien esclavos.
 Su obsesión era mantener la piel blanca y luminosa: para ello dormía con una mascarilla de maicena que se retiraba por la mañana con leche de burra, y también se bañaba en esta leche antes de aplicarse tiza y plomo blanco y usar limón para aclarar sus pecas. 
Tan larga es la historia de la cosmética como la de su censura.
 Los escritores cristianos fueron quienes lograron instalar la idea de que el maquillaje era sinónimo de engaño, farsa o truco
. Ahí está, por ejemplo, san Cipriano, que afirmaba que las mejillas pintadas “borraban toda verdad”. 
Hasta el propio Hamlet de Shakespeare, muchos siglos después, increpa a Ofelia: “He oído de tus pinturas, Dios te da un rostro y tú te haces otro”
. La tendencia a la discreción en el maquillaje se ha impuesto mayormente en la historia, salvo notables excepciones: el Antiguo Egipto, con el uso del kohl, que ayudaba a prevenir infecciones oculares y que se extendió entre todas las clases sociales y entre hombres y mujeres; la teatral y decadente Venecia del siglo XVII, en la que para lograr el blanqueamiento de la piel se empleaban sustancias tan tóxicas que iban dañando la epidermis; o la corte de Versalles, donde las sesiones de maquillaje eran una performance, hombres y niños también se pintaban y el rouge podía obtenerse en las perfumerías parisienses.
 El maquillaje en aquel contexto cargaba con una sorprendente dimensión política. 
 
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placeres. BELLEZA

El color de la libertad

Andrea Aguilar
El maquillaje, con su carga subversiva, forma parte de la esencia de la humanidad desde la edad del bronce. Asociado al embellecimiento y el enaltecimiento de la juventud, también ha servido de camuflaje y ha formado parte de rituales. Espejo del estatus social y del nivel de emancipación, en nuestro mundo globalizado, continúa marcando la diferencia. Este es un viaje a través de su historia.
ActualizadoMiércoles 13 de abril de 201612:26
NUEVA York, 1912. En una gran manifestación para reclamar el derecho al voto, las sufragistas desfilan con los labios pintados de brillante rojo. La imagen, a primera vista, se aleja de lo que medio siglo después caracterizaría a las nietas de aquellas mujeres, las luchadoras feministas que se rebelaron contra el maquillaje y la ropa interior. Pero el gesto de las abuelas no era menos combativo: aquellos labios reclamaban el derecho a pintarse de forma llamativa y explícita sin que por ello fueran colocadas en la categoría de actrices o en la de chicas de mala vida.
Tres años después, cinco Estados habían otorgado el derecho al voto a las mujeres en Estados Unidos (aún habría que esperar hasta 1918 para que las británicas lo obtuvieran) y la invención de las barras labiales de color metió el ­rouge en el bolso de las mujeres. El carmín portátil y de fácil uso llegó, esta vez sí, para quedarse. Porque lo cierto es que aunque las barras que hoy se comercializan tienen su antecedente directo en la patente de 1915, las primeras que se conocen fueron descubiertas en las tumbas del Antiguo Egipto.

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2063colorlibertad004
En la primera imagen, la modelo británica Penelope Tree, estrella de los años sesenta, con un marcado ‘eyeliner’ negro. En la segunda, las geishas y sus cuidados afeites llevan fascinando a Occidente desde mediados del siglo XX.
Pero el uso del color rojo para pintarse el cuerpo o el rostro es anterior. De hecho, las grandes cantidades de ocre rojizo de 125.000 años de antigüedad halladas por arqueólogos en unas cuevas en Sudáfrica donde no hay pinturas rupestres les llevaron a pensar que esa pintura era usada para ponérsela encima, literalmente. Es lo que algunos llaman la “cosmética prehistórica”, que probablemente se empleaba para protegerse de los elementos climatológicos, como camuflaje o como parte de rituales para marcar alianzas tribales o asustar a los adversarios. Ahí están los antiguos británicos, que pintaban sus rostros de azul antes de entrar en batalla para amedrentar al adversario, imagen que ha sido recuperada recientemente en la última adaptación cinematográfica de Macbeth, dirigida por Justin Kurzel.
Sin pelea abierta de por medio, lo cierto es que el maquillaje también se asoció desde tiempos remotos al embellecimiento, el estatus social y la preservación de la juventud. “Pintarnos la cara es algo que forma parte de la esencia humana, casi como comer o dormir”, sostiene la maquilladora británica Lisa Eldridge, autora de Face Paint. The Story of Makeup (Abrams Books), un documentado repaso a la historia y el significado del maquillaje que se apoya en la arqueología, el arte y la literatura. Eldridge sostiene además una interesante tesis en su libro: la libertad y los derechos de las mujeres han estado estrechamente ligados a la libertad con la que pintaban sus rostros. Algo así como dime si te puedes pintar (cuánto y cómo) y te diré de qué derechos civiles dispones. En el Antiguo Egipto, una de las sociedades con un gusto más refinado, experimental y atrevido en cuestión de maquillaje y cosmética (desarrollaron cremas hidratantes, kohls, rouges e incluso esmalte para uñas), las mujeres podían heredar propiedad y tierras (el 10% de los terratenientes eran mujeres), controlaban sus negocios y podían emprender acciones legales contra los hombres.
En la Antigua Grecia, aunque se usaba colorete derivado de algas, bermellón y otras sustancias naturales, el maquillaje muy evidente estaba mal visto. Los hombres imponían un modelo femenino virtuoso y casero, y ellas en cualquier caso estaban fuera de la política, de la ley y de las guerras. La excepción eran las cortesanas, a quienes se permitía controlar su dinero y asistir a los festines, y que hacían un uso del maquillaje más libre y llamativo.

Josephine Baker - 1920s
Josephine Baker, toda una adepta al polvo facial.
El poeta Ovidio, en ‘Sobre la cosmética del rostro femenino’, de El arte de amar, es uno de los raros casos en la Antigua Roma que aplauden el maquillaje, aunque moderado. El libro incluye recetas para el cuidado de la piel con ingredientes como los pétalos de amapola y rosa para obtener el rouge. Pero aunque no hubiera mucho elogio por escrito, lo cierto es que el uso de pinturas y productos faciales estaba ampliamente extendido en Roma. Los envases de madera y cristal encontrados en las excavaciones eran los que empleaban las clases populares, mientras que las patricias usaban contenedores más lujosos, y algunas mujeres incluso contaban con cosmetae o protomaquilladoras romanas. Un caso extremo fue el de Popea, la esposa de Nerón, cuyos rituales de belleza diarios requerían la participación de cerca de cien esclavos. Su obsesión era mantener la piel blanca y luminosa: para ello dormía con una mascarilla de maicena que se retiraba por la mañana con leche de burra, y también se bañaba en esta leche antes de aplicarse tiza y plomo blanco y usar limón para aclarar sus pecas.
Tan larga es la historia de la cosmética como la de su censura. Los escritores cristianos fueron quienes lograron instalar la idea de que el maquillaje era sinónimo de engaño, farsa o truco. Ahí está, por ejemplo, san Cipriano, que afirmaba que las mejillas pintadas “borraban toda verdad”. Hasta el propio Hamlet de Shakespeare, muchos siglos después, increpa a Ofelia: “He oído de tus pinturas, Dios te da un rostro y tú te haces otro”. La tendencia a la discreción en el maquillaje se ha impuesto mayormente en la historia, salvo notables excepciones: el Antiguo Egipto, con el uso del kohl, que ayudaba a prevenir infecciones oculares y que se extendió entre todas las clases sociales y entre hombres y mujeres; la teatral y decadente Venecia del siglo XVII, en la que para lograr el blanqueamiento de la piel se empleaban sustancias tan tóxicas que iban dañando la epidermis; o la corte de Versalles, donde las sesiones de maquillaje eran una performance, hombres y niños también se pintaban y el rouge podía obtenerse en las perfumerías parisienses. El maquillaje en aquel contexto cargaba con una sorprendente dimensión política.
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Las polveras se convirtieron en un inesperado campo de experimentación artística en los años cuarenta y cincuenta.