BELLEZA.......................El color de la libertad
El color de la libertad
El maquillaje, con su carga subversiva, forma parte de la esencia de la
humanidad desde la edad del bronce.
Asociado al embellecimiento y el
enaltecimiento de la juventud, también ha servido de camuflaje y ha
formado parte de rituales. Espejo del estatus social y del nivel de
emancipación, en nuestro mundo globalizado, continúa marcando la
diferencia. Este es un viaje a través de su historia.
NUEVA York, 1912.
En una gran manifestación para reclamar el derecho al voto, las sufragistas desfilan con los labios pintados de brillante rojo .
La imagen, a primera vista, se aleja de lo que medio siglo después
caracterizaría a las nietas de aquellas mujeres, las luchadoras
feministas que se rebelaron contra el maquillaje y la ropa interior.
Pero el gesto de las abuelas no era menos combativo: aquellos labios
reclamaban el derecho a pintarse de forma llamativa y explícita sin que
por ello fueran colocadas en la categoría de actrices o en la de chicas
de mala vida.
Tres años después, cinco Estados habían otorgado el derecho al voto a
las mujeres en Estados Unidos (aún habría que esperar hasta 1918 para
que las británicas lo obtuvieran) y la invención de las barras labiales
de color metió el rouge en el bolso de las mujeres. El carmín
portátil y de fácil uso llegó, esta vez sí, para quedarse. Porque lo
cierto es que aunque las barras que hoy se comercializan tienen su
antecedente directo en la patente de 1915, las primeras que se conocen
fueron descubiertas en las tumbas del Antiguo Egipto.
En la primera imagen, la modelo británica Penelope Tree,
estrella de los años sesenta, con un marcado ‘eyeliner’ negro. En la
segunda, las geishas y sus cuidados afeites llevan fascinando a
Occidente desde mediados del siglo XX. Pero el uso del color rojo para pintarse el cuerpo o el rostro es
anterior.
De hecho, las grandes cantidades de ocre rojizo de 125.000
años de antigüedad halladas por arqueólogos en unas cuevas en Sudáfrica
donde no hay pinturas rupestres les llevaron a pensar que esa pintura
era usada para ponérsela encima, literalmente.
Es lo que algunos llaman
la “cosmética prehistórica”, que probablemente se empleaba para
protegerse de los elementos climatológicos, como camuflaje o como parte
de rituales para marcar alianzas tribales o asustar a los adversarios.
Ahí están los antiguos británicos, que pintaban sus rostros de azul
antes de entrar en batalla para amedrentar al adversario, imagen que ha
sido recuperada recientemente en la última adaptación cinematográfica de
Macbeth , dirigida por Justin Kurzel.
Sin pelea abierta de por medio, lo cierto es que el maquillaje
también se asoció desde tiempos remotos al embellecimiento, el estatus
social y la preservación de la juventud. “Pintarnos la cara es algo que forma parte de la esencia humana, casi
como comer o dormir”, sostiene la maquilladora británica Lisa Eldridge,
autora de Face Paint. The Story of Makeup (Abrams Books), un
documentado repaso a la historia y el significado del maquillaje que se
apoya en la arqueología, el arte y la literatura. Eldridge sostiene
además una interesante tesis en su libro: la libertad y los derechos de
las mujeres han estado estrechamente ligados a la libertad con la que
pintaban sus rostros. Algo así como dime si te puedes pintar (cuánto y
cómo) y te diré de qué derechos civiles dispones. En el Antiguo Egipto,
una de las sociedades con un gusto más refinado, experimental y atrevido
en cuestión de maquillaje y cosmética (desarrollaron cremas
hidratantes, kohls, rouges e incluso esmalte para uñas), las
mujeres podían heredar propiedad y tierras (el 10% de los terratenientes
eran mujeres), controlaban sus negocios y podían emprender acciones
legales contra los hombres.
En la Antigua Grecia, aunque se usaba colorete derivado de algas,
bermellón y otras sustancias naturales, el maquillaje muy evidente
estaba mal visto. Los hombres imponían un modelo femenino virtuoso y
casero, y ellas en cualquier caso estaban fuera de la política, de la
ley y de las guerras.
La excepción eran las cortesanas, a quienes se
permitía controlar su dinero y asistir a los festines, y que hacían un
uso del maquillaje más libre y llamativo.
NUEVA York, 1912. En una gran manifestación para reclamar el derecho al voto, las sufragistas desfilan con los labios pintados de brillante rojo .
La imagen, a primera vista, se aleja de lo que medio siglo después
caracterizaría a las nietas de aquellas mujeres, las luchadoras
feministas que se rebelaron contra el maquillaje y la ropa interior.
Pero el gesto de las abuelas no era menos combativo: aquellos labios
reclamaban el derecho a pintarse de forma llamativa y explícita sin que
por ello fueran colocadas en la categoría de actrices o en la de chicas
de mala vida.
Tres años después, cinco Estados habían otorgado el derecho al voto a
las mujeres en Estados Unidos (aún habría que esperar hasta 1918 para
que las británicas lo obtuvieran) y la invención de las barras labiales
de color metió el rouge en el bolso de las mujeres. El carmín
portátil y de fácil uso llegó, esta vez sí, para quedarse. Porque lo
cierto es que aunque las barras que hoy se comercializan tienen su
antecedente directo en la patente de 1915, las primeras que se conocen
fueron descubiertas en las tumbas del Antiguo Egipto.
En la primera imagen, la modelo británica Penelope Tree,
estrella de los años sesenta, con un marcado ‘eyeliner’ negro. En la
segunda, las geishas y sus cuidados afeites llevan fascinando a
Occidente desde mediados del siglo XX.
Pero el uso del color rojo para pintarse el cuerpo o el rostro es
anterior. De hecho, las grandes cantidades de ocre rojizo de 125.000
años de antigüedad halladas por arqueólogos en unas cuevas en Sudáfrica
donde no hay pinturas rupestres les llevaron a pensar que esa pintura
era usada para ponérsela encima, literalmente. Es lo que algunos llaman
la “cosmética prehistórica”, que probablemente se empleaba para
protegerse de los elementos climatológicos, como camuflaje o como parte
de rituales para marcar alianzas tribales o asustar a los adversarios.
Ahí están los antiguos británicos, que pintaban sus rostros de azul
antes de entrar en batalla para amedrentar al adversario, imagen que ha
sido recuperada recientemente en la última adaptación cinematográfica de
Macbeth , dirigida por Justin Kurzel.
Sin pelea abierta de por medio, lo cierto es que el maquillaje
también se asoció desde tiempos remotos al embellecimiento, el estatus
social y la preservación de la juventud. “Pintarnos la cara es algo que
forma parte de la esencia humana, casi como comer o dormir”, sostiene la
maquilladora británica Lisa Eldridge, autora de Face Paint. The Story of Makeup
(Abrams Books), un documentado repaso a la historia y el significado
del maquillaje que se apoya en la arqueología, el arte y la literatura.
Eldridge sostiene además una interesante tesis en su libro: la libertad y
los derechos de las mujeres han estado estrechamente ligados a la
libertad con la que pintaban sus rostros. Algo así como dime si te
puedes pintar (cuánto y cómo) y te diré de qué derechos civiles
dispones. En el Antiguo Egipto, una de las sociedades con un gusto más
refinado, experimental y atrevido en cuestión de maquillaje y cosmética
(desarrollaron cremas hidratantes, kohls, rouges e incluso
esmalte para uñas), las mujeres podían heredar propiedad y tierras (el
10% de los terratenientes eran mujeres), controlaban sus negocios y
podían emprender acciones legales contra los hombres.
En la Antigua Grecia, aunque se usaba colorete derivado de algas,
bermellón y otras sustancias naturales, el maquillaje muy evidente
estaba mal visto. Los hombres imponían un modelo femenino virtuoso y
casero, y ellas en cualquier caso estaban fuera de la política, de la
ley y de las guerras. La excepción eran las cortesanas, a quienes se
permitía controlar su dinero y asistir a los festines, y que hacían un
uso del maquillaje más libre y llamativo.
NUEVA York, 1912. En una gran manifestación para reclamar el derecho al voto, las sufragistas desfilan con los labios pintados de brillante rojo .
La imagen, a primera vista, se aleja de lo que medio siglo después
caracterizaría a las nietas de aquellas mujeres, las luchadoras
feministas que se rebelaron contra el maquillaje y la ropa interior.
Pero el gesto de las abuelas no era menos combativo: aquellos labios
reclamaban el derecho a pintarse de forma llamativa y explícita sin que
por ello fueran colocadas en la categoría de actrices o en la de chicas
de mala vida.
Tres años después, cinco Estados habían otorgado el derecho al voto a
las mujeres en Estados Unidos (aún habría que esperar hasta 1918 para
que las británicas lo obtuvieran) y la invención de las barras labiales
de color metió el rouge en el bolso de las mujeres. El carmín
portátil y de fácil uso llegó, esta vez sí, para quedarse. Porque lo
cierto es que aunque las barras que hoy se comercializan tienen su
antecedente directo en la patente de 1915, las primeras que se conocen
fueron descubiertas en las tumbas del Antiguo Egipto.
En la primera imagen, la modelo británica Penelope Tree,
estrella de los años sesenta, con un marcado ‘eyeliner’ negro. En la
segunda, las geishas y sus cuidados afeites llevan fascinando a
Occidente desde mediados del siglo XX.
Pero el uso del color rojo para pintarse el cuerpo o el rostro es
anterior. De hecho, las grandes cantidades de ocre rojizo de 125.000
años de antigüedad halladas por arqueólogos en unas cuevas en Sudáfrica
donde no hay pinturas rupestres les llevaron a pensar que esa pintura
era usada para ponérsela encima, literalmente. Es lo que algunos llaman
la “cosmética prehistórica”, que probablemente se empleaba para
protegerse de los elementos climatológicos, como camuflaje o como parte
de rituales para marcar alianzas tribales o asustar a los adversarios.
Ahí están los antiguos británicos, que pintaban sus rostros de azul
antes de entrar en batalla para amedrentar al adversario, imagen que ha
sido recuperada recientemente en la última adaptación cinematográfica de
Macbeth , dirigida por Justin Kurzel.
Sin pelea abierta de por medio, lo cierto es que el maquillaje
también se asoció desde tiempos remotos al embellecimiento, el estatus
social y la preservación de la juventud. “Pintarnos la cara es algo que
forma parte de la esencia humana, casi como comer o dormir”, sostiene la
maquilladora británica Lisa Eldridge, autora de Face Paint. The Story of Makeup
(Abrams Books), un documentado repaso a la historia y el significado
del maquillaje que se apoya en la arqueología, el arte y la literatura.
Eldridge sostiene además una interesante tesis en su libro: la libertad y
los derechos de las mujeres han estado estrechamente ligados a la
libertad con la que pintaban sus rostros. Algo así como dime si te
puedes pintar (cuánto y cómo) y te diré de qué derechos civiles
dispones. En el Antiguo Egipto, una de las sociedades con un gusto más
refinado, experimental y atrevido en cuestión de maquillaje y cosmética
(desarrollaron cremas hidratantes, kohls, rouges e incluso
esmalte para uñas), las mujeres podían heredar propiedad y tierras (el
10% de los terratenientes eran mujeres), controlaban sus negocios y
podían emprender acciones legales contra los hombres.
En la Antigua Grecia, aunque se usaba colorete derivado de algas,
bermellón y otras sustancias naturales, el maquillaje muy evidente
estaba mal visto.
Los hombres imponían un modelo femenino virtuoso y
casero, y ellas en cualquier caso estaban fuera de la política, de la
ley y de las guerras. La excepción eran las cortesanas, a quienes se
permitía controlar su dinero y asistir a los festines, y que hacían un
uso del maquillaje más libre y llamativo.
Josephine Baker, toda una adepta al polvo facial. El poeta Ovidio, en ‘Sobre la cosmética del rostro femenino’, de El arte de amar ,
es uno de los raros casos en la Antigua Roma que aplauden el
maquillaje, aunque moderado. El libro incluye recetas para el cuidado de
la piel con ingredientes como los pétalos de amapola y rosa para
obtener el rouge . Pero aunque no hubiera mucho elogio por
escrito, lo cierto es que el uso de pinturas y productos faciales estaba
ampliamente extendido en Roma. Los envases de madera y cristal
encontrados en las excavaciones eran los que empleaban las clases
populares, mientras que las patricias usaban contenedores más lujosos, y
algunas mujeres incluso contaban con cosmetae o
protomaquilladoras romanas . Un caso extremo fue el de Popea, la esposa
de Nerón, cuyos rituales de belleza diarios requerían la participación
de cerca de cien esclavos. Su obsesión era mantener la piel blanca y
luminosa: para ello dormía con una mascarilla de maicena que se retiraba
por la mañana con leche de burra, y también se bañaba en esta leche
antes de aplicarse tiza y plomo blanco y usar limón para aclarar sus
pecas. Tan larga es la historia de la cosmética como la de su censura. Los
escritores cristianos fueron quienes lograron instalar la idea de que el
maquillaje era sinónimo de engaño, farsa o truco . Ahí está, por
ejemplo, san Cipriano, que afirmaba que las mejillas pintadas “borraban
toda verdad”. Hasta el propio Hamlet de Shakespeare, muchos siglos
después, increpa a Ofelia: “He oído de tus pinturas, Dios te da un
rostro y tú te haces otro” . La tendencia a la discreción en el
maquillaje se ha impuesto mayormente en la historia, salvo notables
excepciones: el Antiguo Egipto, con el uso del kohl, que ayudaba a
prevenir infecciones oculares y que se extendió entre todas las clases
sociales y entre hombres y mujeres; la teatral y decadente Venecia del
siglo XVII, en la que para lograr el blanqueamiento de la piel se
empleaban sustancias tan tóxicas que iban dañando la epidermis; o la
corte de Versalles, donde las sesiones de maquillaje eran una performance , hombres y niños también se pintaban y el rouge
podía obtenerse en las perfumerías parisienses. El maquillaje en aquel
contexto cargaba con una sorprendente dimensión política.
NUEVA York, 1912. En una gran manifestación para reclamar el derecho al voto, las sufragistas desfilan con los labios pintados de brillante rojo .
La imagen, a primera vista, se aleja de lo que medio siglo después
caracterizaría a las nietas de aquellas mujeres, las luchadoras
feministas que se rebelaron contra el maquillaje y la ropa interior.
Pero el gesto de las abuelas no era menos combativo: aquellos labios
reclamaban el derecho a pintarse de forma llamativa y explícita sin que
por ello fueran colocadas en la categoría de actrices o en la de chicas
de mala vida.
Tres años después, cinco Estados habían otorgado el derecho al voto a
las mujeres en Estados Unidos (aún habría que esperar hasta 1918 para
que las británicas lo obtuvieran) y la invención de las barras labiales
de color metió el rouge en el bolso de las mujeres. El carmín
portátil y de fácil uso llegó, esta vez sí, para quedarse. Porque lo
cierto es que aunque las barras que hoy se comercializan tienen su
antecedente directo en la patente de 1915, las primeras que se conocen
fueron descubiertas en las tumbas del Antiguo Egipto.
En la primera imagen, la modelo británica Penelope Tree,
estrella de los años sesenta, con un marcado ‘eyeliner’ negro. En la
segunda, las geishas y sus cuidados afeites llevan fascinando a
Occidente desde mediados del siglo XX.
Pero el uso del color rojo para pintarse el cuerpo o el rostro es
anterior. De hecho, las grandes cantidades de ocre rojizo de 125.000
años de antigüedad halladas por arqueólogos en unas cuevas en Sudáfrica
donde no hay pinturas rupestres les llevaron a pensar que esa pintura
era usada para ponérsela encima, literalmente. Es lo que algunos llaman
la “cosmética prehistórica”, que probablemente se empleaba para
protegerse de los elementos climatológicos, como camuflaje o como parte
de rituales para marcar alianzas tribales o asustar a los adversarios.
Ahí están los antiguos británicos, que pintaban sus rostros de azul
antes de entrar en batalla para amedrentar al adversario, imagen que ha
sido recuperada recientemente en la última adaptación cinematográfica de
Macbeth , dirigida por Justin Kurzel.
Sin pelea abierta de por medio, lo cierto es que el maquillaje
también se asoció desde tiempos remotos al embellecimiento, el estatus
social y la preservación de la juventud. “Pintarnos la cara es algo que
forma parte de la esencia humana, casi como comer o dormir”, sostiene la
maquilladora británica Lisa Eldridge, autora de Face Paint. The Story of Makeup
(Abrams Books), un documentado repaso a la historia y el significado
del maquillaje que se apoya en la arqueología, el arte y la literatura.
Eldridge sostiene además una interesante tesis en su libro: la libertad y
los derechos de las mujeres han estado estrechamente ligados a la
libertad con la que pintaban sus rostros. Algo así como dime si te
puedes pintar (cuánto y cómo) y te diré de qué derechos civiles
dispones. En el Antiguo Egipto, una de las sociedades con un gusto más
refinado, experimental y atrevido en cuestión de maquillaje y cosmética
(desarrollaron cremas hidratantes, kohls, rouges e incluso
esmalte para uñas), las mujeres podían heredar propiedad y tierras (el
10% de los terratenientes eran mujeres), controlaban sus negocios y
podían emprender acciones legales contra los hombres.
En la Antigua Grecia, aunque se usaba colorete derivado de algas,
bermellón y otras sustancias naturales, el maquillaje muy evidente
estaba mal visto. Los hombres imponían un modelo femenino virtuoso y
casero, y ellas en cualquier caso estaban fuera de la política, de la
ley y de las guerras. La excepción eran las cortesanas, a quienes se
permitía controlar su dinero y asistir a los festines, y que hacían un
uso del maquillaje más libre y llamativo.
Josephine Baker, toda una adepta al polvo facial.
El poeta Ovidio, en ‘Sobre la cosmética del rostro femenino’, de El arte de amar ,
es uno de los raros casos en la Antigua Roma que aplauden el
maquillaje, aunque moderado. El libro incluye recetas para el cuidado de
la piel con ingredientes como los pétalos de amapola y rosa para
obtener el rouge . Pero aunque no hubiera mucho elogio por
escrito, lo cierto es que el uso de pinturas y productos faciales estaba
ampliamente extendido en Roma. Los envases de madera y cristal
encontrados en las excavaciones eran los que empleaban las clases
populares, mientras que las patricias usaban contenedores más lujosos, y
algunas mujeres incluso contaban con cosmetae o
protomaquilladoras romanas. Un caso extremo fue el de Popea, la esposa
de Nerón, cuyos rituales de belleza diarios requerían la participación
de cerca de cien esclavos. Su obsesión era mantener la piel blanca y
luminosa: para ello dormía con una mascarilla de maicena que se retiraba
por la mañana con leche de burra, y también se bañaba en esta leche
antes de aplicarse tiza y plomo blanco y usar limón para aclarar sus
pecas.
Tan larga es la historia de la cosmética como la de su censura. Los
escritores cristianos fueron quienes lograron instalar la idea de que el
maquillaje era sinónimo de engaño, farsa o truco. Ahí está, por
ejemplo, san Cipriano, que afirmaba que las mejillas pintadas “borraban
toda verdad”. Hasta el propio Hamlet de Shakespeare, muchos siglos
después, increpa a Ofelia: “He oído de tus pinturas, Dios te da un
rostro y tú te haces otro”. La tendencia a la discreción en el
maquillaje se ha impuesto mayormente en la historia, salvo notables
excepciones: el Antiguo Egipto, con el uso del kohl, que ayudaba a
prevenir infecciones oculares y que se extendió entre todas las clases
sociales y entre hombres y mujeres; la teatral y decadente Venecia del
siglo XVII, en la que para lograr el blanqueamiento de la piel se
empleaban sustancias tan tóxicas que iban dañando la epidermis; o la
corte de Versalles, donde las sesiones de maquillaje eran una performance , hombres y niños también se pintaban y el rouge
podía obtenerse en las perfumerías parisienses. El maquillaje en aquel
contexto cargaba con una sorprendente dimensión política.
Las polveras se convirtieron en un inesperado campo de experimentación artística en los años cuarenta y cincuenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario