Formado en Oxford, es uno de los referentes de la historiografía española. Un nuevo libro disecciona su trayectoria.
“Mi generación ha estado ‘a la sombra de la democracia’, por servirme de una idea del británico David Cannadine, que dice de los historiadores de su país que han estado a la sombra de Churchill”, comenta. “Qué pasó para que fracasara la República y se produjera la Guerra Civil, y qué había que hacer para restablecer una democracia que fuera estable tras la dictadura: ésa ha sido la preocupación que nos define”.
Fusi acaba de publicar Breve historia del mundo
¿Cuáles son sus credenciales como historiador?
Tengo que ver con lo que se llama
empirismo británico: el horror a las generalizaciones y la exigencia de
que las afirmaciones que sean verificables.
No usar lenguajes
aparatosos, no abusar de los conceptos de clase. Raymond Carr fue muy
importante. Y también Isaiah Berlin.
Me interesa su crítica del determinismo: su idea de que la historia es
azarosa e irrepetible amplía la libertad del individuo.
Trabajé también
muy intensamente con el grupo de historia social de Oxford.
Dedicó mucho tiempo al País Vasco y subraya su pluralismo.
¿No es extraño con un nacionalismo tan fuerte?
A partir de 1880 la industrialización y
la modernización rompen el País Vasco etnográfico. Hay una llegada
masiva de trabajadores y una ruptura del tejido tradicional con la
industrialización masiva de la ría de Bilbao, y empiezan a coexistir
varias culturas y subculturas políticas. El pluralismo es lo que define a
la sociedad vasca de entonces y conviven allí una cultura vasco
española y una cultura euskaldun, hay liberales y conservadores,
carlistas, socialistas, republicanos y nacionalistas.
¿Por qué entonces la irrupción de ETA?
Los historiadores no podemos contestar a
los porqué sino a los cómo y cuándo, que a veces puede ser otra manera
de explicar el porqué. ETA surge en los sesenta por la falta de
libertades en España durante el franquismo y como una reacción
generacional, pequeña, y minoritaria, en el interior del nacionalismo a
la pasividad del PNV, desaparecido en la clandestinidad y el exilio
. Hay
un temor evidente en sus primeros dirigentes a que el intenso
desarrollismo de aquellos años fuera a acabar con cualquier conciencia
de identidad vasca.
¿Eran muy fuertes esas señas de identidad?
Esa conciencia identitaria nunca
desapareció: la mantuvo una parte de la Iglesia, estaba en los deportes
rurales, en la vida de las localidades pequeñas, en el euskera, aunque
fuera declinante.
Ese sentimiento, que parecía dormido y anestesiado,
está en el surgimiento de ETA.
Y la dureza de la represión que se da
entre 1970-1975 favorece su legitimación no sólo entre los
nacionalistas, sino también entre los que luchaban contra la dictadura.
Su interés por el nacionalismo, ¿viene de ahí?
Influye la preocupación por el País
Vasco y por “las circunstancias” de España, por utilizar términos de
Ortega.
Mi primer libro es de 1975, y el establecimiento de la
democracia y la reorganización territorial del Estado español son en ese
momento cuestiones insoslayables.
Había una idea que pesaba mucho: el
supuesto fracaso de España como nación durante el siglo XIX y XX, que se
había traducido en la destrucción de la República y la Guerra Civil
.
Toda mi generación se ha acercado a este asunto por diferentes caminos,
estudiando la Restauración, el caciquismo, el movimiento obrero, la
izquierda, la ultraderecha...
La gran preocupación era conquistar una
democracia estable.