Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

3 abr 2016

Las canas no salen por un disgusto............................................ Rodney Sinclair (Universidad de Melbourne)

Un profesor de dermatología de la Universidad de Melbourne (Australia) explica la verdadera razón por la que el cabello pierde su color.

 


A la mayoría de nosotros nos asoman las primeras canas cuando nos acercamos a la treintena. Normalmente, aparecen primero en las sienes y, con el tiempo, se extienden por toda la cabeza. Mientras que a muchas personas les parece atractivo el aspecto sal y pimienta –en el mundo anglosajón, se llama así a la mezcla de cabellos oscuros y blancos–, otros hacen grandes esfuerzos para ocultar la realidad.
Parece haber una regla no escrita que dicta que la mitad de las personas que rondan los 50 años han perdido el color del pelo en un 50%.
 Una investigación publicada en Revista Británica de Dermatología (BJD, por sus siglas en inglés) encontró que el 74% de las personas de entre 45 y 65 años tienen canas en una proporción media del 27%.
 Normalmente, los hombres son más propensos a tener una cabellera blanca que las mujeres. Y, por etnias, los asiáticos y africanos pierden menos color que los caucásicos.

¿Por qué mi pelo es negro?

El color del cabello es resultado de la acción de unas células, conocidas como melanocitos, que se encuentran en los folículos capilares (cavidades del cuero cabelludo con gran concentración de células madre, de las que nace el pelo).
 Estas células producen pigmentos que se incorporan a las fibras de crecimiento de los cabellos.
Depende de la presencia y cantidad de dos grupos de melaninas: eumelaninas (causantes de los pigmentos marrón y negros) y feomelaninas (rojos y amarillos).
 Aunque las variaciones en el porcentaje de estos pigmentos puede producir un gran número de colores y tonos, sorprendentemente, los hermanos suelen tener un color de pelo similar.
Dependiendo de la parte del cuerpo en la que se localice, el color del pelo varía, el de las pestañas es el más oscuro porque contiene altos niveles de eumelanina.
 El del cuero cabelludo es normalmente más claro que el vello púbico, que a menudo tiene un tinte rojizo, debido a la mayor presencia de feomelanina.
.
Un tinte rojizo es común también en el pelo de la axila y la barba, incluso en las personas morenas
Sustancias como la hormona estimulante de melanocitos pueden oscurecer el pelo fino, del mismo modo que lo hacen altos niveles de estrógenos y progesterona, que se producen durante el embarazo. Consiguen el mismo efecto algunas medicinas, como las que se usan para tratar la epilepsia
. Sin embargo, los medicamentos que previenen la malaria pueden aclararlo.
El pelo de los niños rubios se oscurece alrededor de los siete u ocho años
. El mecanismo por el que esto sucede es desconocido y probablemente no sea de origen hormonal: este oscurecimiento ocurre unos años antes de la pubertad.
 Los padres primerizos suelen pensar que la primera capa de pelo de su bebé es más oscura de lo que esperaban.
 No es hasta que ese primer pelo se cae, entre los ocho y los 12 meses de edad, que se sustituye por pelo del color que le corresponde.

Ciclo de crecimiento

El crecimiento de pelo humano es cíclico.
Durante la fase de crecimiento denominada anágena, la longitud del cabello aumenta a una velocidad de un centímetro al mes.
Este período puede durar de tres a cinco años, al final de los cuales la melena puede ser de 36 a 60 centímetros más larga.
Después, el folículo se apaga, el crecimiento del pelo se para y permanece así durante tres meses. Hacia el final de esta fase de reposo, el cabello se cae y el folículo permanece vacío hasta que la fase anágena del ciclo se reinicia.
La producción de pigmentos también se enciende y apaga en relación con el ciclo capilar.
Y cuando, al final de un ciclo, dejan de producirse y no aparecen de nuevo cuando empieza el siguiente, el pelo se vuelve gris.

Por qué se pierde el color

Los factores genéticos parecen ser importantes en determinar cuándo nos volvemos canosos.
El pelo de dos gemelos idénticos se vuelve blanco a una edad similar, en un porcentaje parecido y con el mismo patrón, sin embargo, aún no se han identificado los genes responsables.
Cuando, al final de un ciclo, dejan de producirse pigmentos y no aparecen de nuevo cuando empieza el siguiente, el pelo se vuelve gris
No hay evidencia de la relación entre la aparición de las canas y el estrés, la dieta o el estilo de vida. Algunas enfermedades autoinmunes como el vitíligo y la alopecia pueden dañar las células del pigmento e inducen a las canas
. Ojo: estas condiciones no son comunes y pueden explicar solo una parte del porqué de este fenómeno.
Las canas prematuras responden a los síndromes de progeria de Hutchinson y el de Werner, donde todo el proceso de envejecimiento del cuerpo se acelera
. Las canas prematuras pueden aparecer también en personas afectadas por anemia perniciosa, tiroides o síndrome de Down.

¿Por qué no vuelve a producirse el pigmento?

Al final de cada ciclo capilar, algunos pigmentos productores de melanocitos se dañan y mueren.
Si la reserva de células madre de melanocitos es suficiente para rellenar el folículo, se mantiene en marcha su producción, pero si se ha agotado el depósito, el desarrollo de pigmentos se detiene y el pelo se vuelve gris.
Hasta ahora, para evitar el cabello canoso, los científicos conocían dos posibilidades: prolongar la vida de los melanocitos del folículo (protegiéndolos de la lesión) o ampliar el depósito de células madres que reemplacen las células de pigmento perdidas.
Un grupo de investigadores franceses ha identificado una nueva serie de agentes que protegen los melanocitos al finalizar el ciclo.
Esto permite que se reinicie la producción de pigmentos tan pronto como comience la siguiente fase.
Los agentes actúan imitando la acción de una enzima llamada dopacromo tautomerasa.
 Esta enzima es el antioxidante natural que se encuentra en el folículo y que protege a los melanocitos de la oxidación dañina.
Al duplicar los efectos de esta sustancia, el metabolismo de las células mejora, y con él la supervivencia.
Estos nuevos agentes serán formulados en forma de suero o champú en aerosol
. Pero serán productos preventivos, no van a devolver el color al cabello que ya lo ha perdido, ni traer de vuelta las células muertas.
 Aun así, para aquellos que no se sientan cómodos con la idea de tener un look sal y pimienta, hay nuevas opciones en el horizonte.
Rodney Sinclair es profesor de dermatología del Hospital Epworth de la Universidad de Melbourne (Australia)
Este artículo fue publicado originalmente por The Conversation. Lea aquí el artículo original.

El ‘jockey’ vienés y el sargento prusiano...................................................Javier Marias

Me ha tocado volver a Londres, y a diferencia de la anterior ocasión, en Heathrow no me sustrajeron nada.


Javier Marías

El ‘jockey’ vienés y el sargento prusiano

Me ha tocado volver a Londres, y a diferencia de la anterior ocasión, en Heathrow no me sustrajeron nada.

DE vez en cuando hay que darse una tregua y dársela a los lectores, y a mí suelen proporcionármelas los viajes.
 Puede que la última fuera mi relato de una frustrada visita a la casa natal de Goethe en Fráncfort, o acaso mis desventuras con los sistemas de grifos en los hoteles modernos.
 Ahora me ha tocado volver a Londres, y a diferencia de la anterior ocasión, hace ya casi tres años, en Heathrow no me sustrajeron nada
. Debo decir que la columna que escribí entonces (“Ladrones en Heathrow”) tuvo una rápida respuesta de las autoridades del aeropuerto
. Se justificaron con “las reglas” (ese cómodo comodín para todo), se disculparon y, al cabo de un tiempo, me devolvieron algunos de los objetos requisados por un celoso miembro de la seguridad: mi pequeño despertador Dalvey y una calculadora que no era la mía y que además estaba hecha un asco. Del cargador del móvil, ni rastro, y menos aún del botecito de agua oxigenada que el funcionario olisqueó insistentemente sin éxito (“No huele”, dijo, y eso le pareció aún más sospechoso).
 Pero algo fue algo y agradecí el tesón y el esfuerzo.
 No me imagino a Barajas rastreando semejantes menudencias entre todo lo confiscado a los pasajeros, facinerosos por definición y principio.
Esta vez mi estancia no tuvo tregua, así que no me quedó tiempo libre.
 Tan sólo veinte minutos un día: tenía que ir a una librería a firmar ejemplares, y me di tanta prisa en despacharlos que me encontré con ese regalo hasta la siguiente tarea
. Quiso el azar que la librería estuviese en Cecil Court, callejón peatonal del que he hablado en varias oportunidades (“Cuento de Cecil Court”, “La bailarina reacia”, “Cuento de Carolina y Mendonça”, para quienes tengan curiosidad o memoria).
 Como quizá recuerden los lectores más pacientes con mis tonterías, en una diminuta tienda de allí, Sullivan, he ido adquiriendo algunas antiguas figuras de pequeño tamaño: primero un señorín con bastón y bigotillo, luego la bailarina que lo acompañaba y que me dio ridícula mala conciencia haber dejado atrás en el establecimiento; por último, hace cuatro años, en marfil, el personaje de Dickens Mr Jingle (“El conveniente regreso de Mr Jingle”).
 Preveía yo entonces que, siendo éste un bribón y un seductor simpático, con numerosas conquistas en España según cuenta él mismo en Los papeles de Pickwick, traería alguna tensión a la pareja formada por Carolina y Mendonça, lo cual no me parecía mal para dar algo de aliciente a su silenciosa y estática existencia en mi casa.
 Pero la verdad es que Jingle, nacido de la pluma de su autor hace ya ciento ochenta años, se ha comportado de manera harto pasiva, en consonancia con su edad provecta
. Así que aproveché aquellos veinte minutos para asomarme a Sullivan y echar un vistazo veloz.
 Y hubo dos figuras que me hicieron la suficiente gracia.
Una de bronce policromado, vienesa de principios del XX, representa a un jockey extraño, porque, aunque su atuendo no deja lugar a dudas (chaleco a rayas rojas y amarillas, mangas negras, gorra negra y roja, como las botas altas, y ajustados pantalones de color canela), no está montado, sino graciosa e indolentemente apoyado en una valla que es parte de la pieza.
Sostiene en las manos un látigo, más que una fusta, y la verdad es que su postura y su cara (boca de piñón, ojos soñadores, nariz fina y estrecha) lo hacen abiertamente afeminado, como se decía antes y supongo que ahora está prohibido, como casi todo.
Sin que esto signifique otra cosa que una interpretación subjetiva, creo que ese jockey es un gay amanerado (lo cual sólo quiere decir que hay muchos gays que no lo son en absoluto).
 La otra figura que me llamó la atención no podía ofrecer mayor contraste: asimismo de bronce, pero sin colores, fabricada a mediados del XIX según el dependiente, yo diría que es un sargento prusiano, por el uniforme y el gorro; pero podría ser francés, por las largas patillas que casi se le unen con el bigotón poblado, por la nariz aguileña y la expresión muy severa, casi de permanente enfado.
 Lo curioso es que tiene una mano apoyada en el brazo contrario –como si lo tuviera herido– y no lleva ningún arma.
 La nuca se la cubre un pelo bastante largo recogido al final como coleta.
 Un tipo fiero en conjunto.
Los de Sullivan, que supieron de mis anteriores columnas, tuvieron la gentileza de ofrecerme un buen descuento, así que me llevé las dos sin pensármelo mucho.
 Y aquí están ahora, sin que haya decidido aún junto a quién colocarlas ni qué nombres darles
. Esta apacible convivencia necesita un poco de conflicto, y ya que Mr Jingle está anciano, espero que el sargento arme bulla con sus patillas pendencieras: que se burle del señorín con su bastoncillo y su aire de petimetre; que azuce al veterano seductor dickensiano; que husmee el atractivo escote de la bailarina y provoque la reacción de los otros en su defensa; y en cuanto al compañero que ha venido con él, el jinete amanerado, confío en que su postura y sus delicados rasgos lo irriten sobremanera. Claro que las apariencias engañan, y quién sabe si el sargento de aspecto recio y aguerrido no acabará por fijarse en el jockey más que en Carolina, y si no habré aportado a mi grupo una pareja de hecho que se querrán con locura el uno al otro.
 De ser así, no habrá bronca ni conflicto.
 A menos que el anticuado Mr Jingle, con sus ciento ochenta años, los observe con censura y desagrado, poco acostumbrado en su época a las efusiones entre miembros del mismo sexo.
 Pero siempre fue un hombre tan jovial y desenfadado que no lo creo capaz de homofobia.
Para eso hay que ser antipático, y él era la simpatía perpetua.
Vuelvan a Pickwick, si no me creen.

Palabras que nos salvan...............................................................Rosa Montero

Necesitamos poner palabras ante el abismo para que nos sirvan de parapeto y la oscuridad no nos engulla.

MANERAS DE VIVIR

Rosa Montero

Palabras que nos salvan

Necesitamos poner palabras ante el abismo para que nos sirvan de parapeto y la oscuridad no nos engulla.

EN el sufrimiento, en el espanto, cuando nos sentimos al borde de nuestras fuerzas, los humanos necesitamos contar nuestra experiencia, compartir con los otros nuestro dolor, para intentar encontrarle un sentido al tormento.
 Siempre me ha impresionado la historia de John Clyn, un humilde monje irlandés que vivió durante la Gran Peste de 1348, la epidemia más terrible de la historia de la humanidad.
 En menos de un año la enfermedad mató, con atroces dolores, entre la mitad y las dos terceras partes de la población de Europa
. Desaparecieron pueblos enteros, la maleza borró los campos de labor, los animales domésticos murieron o se asilvestraron, el orden se colapsó y reinaron el bandolerismo y la violencia.
 Ni siquiera quedaba gente para enterrar a los muertos; Agnolo di Tura, un cronista italiano, escribió: “Enterré con mis propias manos a cinco hijos en una sola tumba; no hubo campanas, ni lágrimas. Esto es el fin del mundo”
. Era, en efecto, una realidad posapocalíptica, como de Mad Max.
John Clyn experimentó esa pavorosa destrucción en el pequeño convento en el que vivía.
 Los monjes enfermaron y murieron uno tras otro con agonías horribles
; Clyn, que tuvo la mala suerte de ser el último, los fue enterrando hasta quedarse solo
. Le imagino asistiendo al hundimiento del mundo y esperando su propio fin en el convento vacío, consciente de que ni siquiera habría una mano que le cerrara los ojos.
 ¿Y cuál fue su único consuelo, su refugio, el arma secreta que probablemente impidió que se volviera loco?
 Pues escribir la crónica de lo que estaba sucediendo.
 Y al llegar a sus últimos días anotó: 
“Para que las cosas memorables no se desvanezcan en el recuerdo de los que vendrán detrás de nosotros”.
 A continuación dejó un espacio en blanco para que otros pudieran seguir escribiendo, “con el fin de que esta obra se continúe, si, por ventura, alguien de la estirpe de Adán burla la pestilencia”. Y sí, nuestra estirpe sobrevivió a aquel apocalipsis, y, tiempo después, alguien consignó en ese pedacito de pergamino la muerte de John Clyn.
Hoy la crónica del fraile irlandés es el mejor documento que tenemos para conocer lo que fue la Gran Peste.
Sí, necesitamos contarnos, sobre todo en el horror.
 Necesitamos poner palabras ante el abismo para que nos sirvan de parapeto y la oscuridad no nos engulla.
 Seguramente gracias a la gran visibilidad de EL PAÍS, yo tengo el enorme privilegio de ser la depositaria de muchas de esas narraciones.
 La gente escribe y me cuenta sus historias, o me mandan los libros testimoniales que han redactado, muchas veces autoeditados, y que son como el pergamino con el que se defendía John Clyn de las tinieblas.
 Te hablan de los abusos que sufrieron en la infancia, o de la muerte de un hijo, o del mobbing laboral que los hundió en la depresión
. Especialmente abundantes son los testimonios de enfermedades; del ELA atroz, por ejemplo, o del cáncer
. De hecho el cáncer es una fuente casi interminable de relatos, unos mejor escritos, otros peor, pero todos conmovedores e instructivos
. A lo largo de los años he citado en mis artículos varios de los libros personales que me mandaron; los más elocuentes, los mejor escritos.
 Hoy quiero hablar de otro que acabo de leer y que me ha dejado impactada: Ojalá volvamos a vernos, de Pascual Adrià (El Tábano)
. A los 44 años, en 2004, sintiéndose especialmente fuerte y sano, especialmente feliz, en mitad de unas vacaciones, Pascual tosió y escupió sangre.
 Y la desgracia apareció en su vida como un súbito ataque de feroces vikingos.
Qué bien narra Pascual esa irrupción de la desdicha, cegadora y atronadora como un rayo, que secuestra para siempre tu existencia, esa vida que ni siquiera sabías que era normal hasta perderla
. Un cáncer de esófago e innumerables complicaciones convirtieron la cotidianidad de Pascual en una tortura inimaginable.
 Poca gente ha debido de sufrir tanto como él durante nueve larguísimos años, parte de ellos intubado en una UVI.
Pero lo cuenta sin quejas, con minucia analítica propia de entomólogo, dejando un lúcido testimonio de la casi inagotable capacidad de lucha y de adaptación que tiene el ser humano:
 “Es curioso cómo, de la manera más natural, nos vamos habituando a los pequeños cambios en nuestra vida aunque sean a peor, con la condición de que lleguen poco a poco”
 Y de cuando en cuando, entre tanto dolor, aún roza el cielo en un momento hermoso o una tarde feliz.
 En este pedacito de papel que me queda, en fin, anoto ahora la muerte de Pascual en 2013, igual que aquella mano anónima anotó el fallecimiento de John Clyn.
 Y así vamos formando entre todos una cadena de palabras que nos protege, al menos momentáneamente, del horror. 
Pues no sé si salvan pero la lectura de este Artículo me ha dejado muy mal.

Millás: “Al elegir el tema de una columna, es preciso cerrar el foco”...................................Carolina García

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El periodista y escritor Juan José Millás.
Juan José Millás (Valencia, 1946) es uno de los articulistas más reconocidos por los lectores de El PAÍS.
 Con su columna de los viernes ha llegado a muchos lectores gracias a su sutileza y visión crítica de la realidad.
 Cuenta que empezó a escribir en torno a los 17 o 18 años.
 A finales de la década de los 60 comenzó la carrera de Filosofía y Letras, pero la dejó al tercer curso.
Consiguió un trabajo como administrativo en Iberia y lo abandonó para dedicarse de pleno a la lectura y escritura.
 En 1974 publicó su primera novela, Cerbero son las sombras, con la que ganó el Premio Sésamo de novela corta
 Un galardón que, en aquella época, representaba un impulso muy importante para escritores hasta entonces desconocidos
. Millás también consiguió el Premio Nadal en 1990 por su novela La soledad era esto, que concurrió al certamen con el título simulado de Un infierno propio.
Es creador de un nuevo género, el articuento, en el que se mezcla realidad y ficción, y forma parte del equipo de colaboradores del diario desde 1990
. La primera columna que escribió en el periódico se titulaba Gripe.
 Millás aseguró en una entrevista realizada por Marta Nieto en 1998, que al hacer periodismo también tenía la sensación de estar haciendo literatura
. También explicaba que su afán era llegar a ser un buen reportero a los 60 años. “Yo empecé a escribir en los periódicos tarde, en 1990, y cada día más apasiona más el periodismo”, afirmó.
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Entrega de los Premios de Periodismo Ortega y Gasset en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. En la imagen, Eduardo Úrculo, pintor ( izquierda) ; Juan josé Millás, escritor ( centro) y Gonzalo Suárez, director de cine.
En la actualidad, a la hora de seleccionar el enfoque de una columna el escritor valenciano sostiene que es preciso cerrar el foco del tema sobre el que se quiere hablar.
 “Es muy difícil escoger entre cientos o miles de columnas, pero me gusta mucho una titulada El Kursk”, cuenta Millás.
 “Es sobre un submarino ruso que se llamaba así y que tuvo una avería en el verano del año 2000. Sus ocupantes murieron en el fondo del mar.
 Al rescatar los cadáveres, en el bolsillo de uno de ellos apareció una nota de cuatro o cinco líneas en la que se narraban aquellos últimos momentos”, continúa el escritor.
 “Un día me enteré de que la lectura de esa columna se utilizaba en la ceremonia de apertura de un taller de escritura creativa”.
El pensamiento del escritor acerca del lenguaje es claro: “en la actualidad está muy empobrecido, tanto desde el punto de vista del vocabulario como en el de las construcciones sintácticas”
. Para Millás, esto conduce a un empobrecimiento del pensamiento y hace a las sociedades más sumisas, sin capacidad de rebelarse.
Preguntado por la cercanía de los lectores, Millás recuerda con simpatía como se acercó una persona a saludarle a propósito de un artículo que escribió. “Yo estaba en un restaurante, sacó su billetera y de ella extrajo una columna mía publicada diez años antes.
 La llevaba allí desde entonces y se caía a pedazos”.
Millás ganó el Premio Nacional de Narrativa, el premio Planeta por su novela El Mundo y el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes en 2002. Millás también consiguió el Premio Nadal en 1990 por su novela La soledad era esto, que concurrió al certamen con el título simulado de Un infierno propio.