24 mar 2016
Mujeres maduras, hombres jóvenes y cine.............................................................Enrique Campos
Una
película cualquiera.
Un argumento cualquiera.
El protagonista, un
varón; quizá abogado, arquitecto, policía.
Eso no importa aquí, que
continúe la aleatoriedad. En las películas, normalmente, suceden cosas, y
a nuestro protagonista le puede suceder de todo.
Tiene los «treinta y
cinco y pico» de Hugh Laurie cuando
vende cremas, o ya es cincuentón, o más allá. Tampoco esto es relevante.
En algún momento se nos presentará a su mujer, su amante, su relación
complicada (según Facebook), y su mujer, su amante o su relación
complicada tal vez sean relevantes en la historia, aunque las
probabilidades en este juego azaroso que ahora iniciamos nos inducen a
pensar que no, que será el descanso del guerrero, el fiel e
incondicional apoyo que acompañará al héroe hasta la meta.
Pero
digamos que ella es la piedra angular de todo el cotarro.
Sigue sin
importar, a efectos empíricos.
Ha quedado dicho que al protagonista
puede pasarle de todo, no sabemos de qué película estamos hablando, pero
esa hipótesis va con matices; puede pasarle de todo y sin embargo las
probabilidades de que en su casa le espere una mujer, amante o relación
complicada de su misma edad se pagan muy bien en Betwin.
Son ínfimas.
No, ella no tiene más de treinta, treinta y cinco años
. Él le saca media
vida, aunque ese dato forma parte de lo accesorio, como aquel semáforo
de allí, o los niños que juegan en el parque, o el tren que pasa
tronando por Brooklyn.
Esa diferencia de edad es un elemento cotidiano,
no se subraya en el guion, no se le explica al actor para que le aplique
el Stanislavski.
Cambiamos
el rollo (en el proyector).
Otra película cualquiera
. Ahora la
protagonista es una mujer que pasa de los cuarenta, quizá incluso ronde
los cincuenta si es que se conserva bien. No puede ser mucho más mayor,
porque entonces no sería una película cualquiera, sería una película con
anciana a bordo. Así que ella tiene entre cuarenta y cincuenta años, y
una relación con un hombre bastante más joven.
En esta película ese no
es un dato accesorio, ese es inequívocamente el único argumento de la
obra.
La película va de ESO.
Google, enséñame lo que tienes
Clark Gable corría como un tiro para los cuarenta cuando le soltó a Vivien Leigh, que no pasaba de las veintiséis primaveras, aquello de «sinceramente, querida, con tu pan te lo comas», o algo así.
A Kirk Douglas lo crucificaron en Espartaco con cuarenta y cinco años y desde la cruz dejaba viuda a una Jean Simmons que acababa de llegar a la treintena pero aparentaba veinticinco.
Y quince eran también los años que separaban a James Stewart del peinado barroco de Kim Novak en Vértigo.
¿Hace falta seguir?
De acuerdo, podemos venirnos a Europa, aquí nos
tomamos las cosas de otra forma, somos los padres de las vanguardias, de
la Bauhaus, de las casas de tolerancia… y del cine.
Podemos pensar en Michel Piccoli y Romy Schneider, que rodaron juntos media docena de películas
. Con ellos nos va a bastar. Claude Sautet los embarcó en dos terceras partes de su trilogía del amor. Schneider fue la puta con derecho a beso en la boca en Max y los chatarreros, y la segunda mujer de Piccoli en Las cosas de la vida.
¿Coetáneos? Parece que no. Michel sigue con nosotros y Romy abandonó el
edificio a principios de los ochenta, pero había un trecho de
trece años entre el icono nuevaolero y la criatura más hermosa que se ha paseado por una pantalla de cine.
Europa is not different.
Lo que el viento se llevó, Vértigo, Espartaco, Max y los chatarreros…
Ha llovido mucho desde entonces.
Ha pasado toda una era glacial por
Tara. Valores, edad de emancipación, las mujeres pueden abrir cuentas
corrientes sin el permiso de su padre/esposo.
Todo ha cambiado mucho,
sí. Ahora existe Google y existe Tinder, ahora Leslie Wilkes, el
verdadero amor de Escarlata —o eso decía ella—, no habría tenido que ir a
la guerra, ya irían los negros libres en su nombre.
Pero, hablando de
Google, ¿qué dice el oráculo de Mountain View de todo esto?
El ojo que
todo lo ve, mucho más sabio que tú, más sabio que yo, al introducir en
su buscador y en este orden las palabras «mujer madura hombre joven»
inmediatamente invierte los términos como si quisiera alertarnos de un
error ortográfico. ¿Quizá quisiste decir «hombre mayor mujer joven»?
Quizá, Google, quizá. Enséñame lo que tienes.
Lugar,
Google, ya ha quedado dicho.
Época, segunda década del siglo XXI.
Resultados para la búsqueda «hombre mayor mujer joven», miles.
Un
vistazo general y hay que volver a fusilar a Gil de Biedma,
porque «la verdad desagradable asoma». El grueso de los artículos, las
referencias, los comentarios se alojan en webs «femeninas» para mujeres
muy «femeninas» que rezuman el progresismo de la Sección Femenina.
«Una
de las razones por las cuales las mujeres se interesan por hombres
mayores es una mera autoprotección, la belleza de la mujer dura menos
que el atractivo del hombre.
Para la mujer, la máxima expresión de
belleza llega a lo más hasta los treinta y cinco años, la del hombre
hasta los cuarenta-cuarenta y cinco», dice una tal Alexandra, en EnFemenino.
«Actualmente observamos que las mujeres prefieren a hombres maduros
cuando quieren establecerse en una relación de pareja», leído actualmente en Salud180.
Y continúan, siempre pegados a la actualidad: «Estabilidad, apariencia,
inteligencia, son profesionales asentados en la vida, tienen mejores
modales, respetan tu forma de ser, y tienen mayor experiencia sexual».
Sin un cubo a mano en el que poder apaciguar estas arcadas me niego a
continuar con la investigación de campo
. Le pido, pues, a Google que
respete mi error y entrecomillo: «mujeres maduras y hombres jóvenes». No
me devuelve ni un cuarto de los resultados que me ofreció antes, pero
los que me devuelve son tan ilustrativos como los anteriores. Cambia el
tono, eso sí.
Ya no hay verdades absolutas sino una cierta
clandestinidad, confesiones al amparo de otras que, como tú, salen con yogurines
y se han acostumbrado a que las miren raro
. De vez en cuando el punto
de mira se vuelve hacia el hombre; la cuestión no es por qué una mujer
madura querría salir con un hombre joven —¿por qué querría hacer eso una
mujer?, ¿en qué cabeza cabe?— sino qué lleva a un hombre joven a salir
con una madura. Y a partir de esta búsqueda en el ciberespacio se pueden
construir todas las sinopsis de todas las películas que encaman a
mujeres maduras con hombres en la flor de la vida. Todas las películas
que tratan de ESO.
¡Porompompón!............................................................................. Julio Llamazares
Lo que les gusta a los españoles de la Semana Santa es echarse a la calle a marcar el paso, más allá de devociones.
Me lo dijo el poeta Antonio Gamoneda volviendo en avión de Israel, a
donde habíamos acudido para participar en unas lecturas de poesía en
Jerusalén.
Hablábamos de León, la ciudad que nos une y nos separa a la vez (él vive en ella y yo fuera, pero los dos la amamos y la sufrimos) y le preguntaba yo la razón de que nuestros paisanos sean tan conservadores y si, en su opinión, eso cambiará algún día. “Pero Julio… —me contestó Gamoneda con condescendencia, casi con compasión por mi ingenuidad—, ¿tú qué puedes esperar de una ciudad en la que la mitad de la población se pasa el año esperando a que llegue la Semana Santa para tocar el tambor y marcar el paso?”.
El descorazonador diagnóstico de Gamoneda era para León, pero vale también para España entera ¿Qué se puede, en efecto, esperar de un país que, pese a su despresurización religiosa de estos años últimos, se lanza a las calles en masa cuando llegan las fiestas de Semana Santa para portar crucificados y vírgenes a cuestas, tocar tambores hasta sangrar y procesionar día y noche durante días como si el fin del mundo fuera a llegar en cualquier momento?
Porque una cosa es que lo hagan las personas religiosas, esas que creen que Cristo resucita en estos días cada año, y otra distinta las que, sin creer en Dios, ni en la Virgen, ni en la resurrección de nadie que no sea su equipo de fútbol o la economía, como el Gobierno, desfilan por su ciudad llevando a hombros pasos de seis toneladas con un fervor sorprendente en personas a las que si su mujer les demanda luego que bajen del desván una mesita montan en cólera.
Uno respeta las aficiones de los demás, pero también valora la coherencia en el comportamiento de sus semejantes.
Y es que, por lo que parece, desde hace tiempo el número de procesiones y de españoles procesionantes está aumentando en la misma proporción en la que la Iglesia católica pierde adeptos, como demuestran todas las estadísticas.
Incluso el ¡porompompón! que acompaña a las procesiones suena más ensordecedor cuantos menos católicos practicantes hay entre los nazarenos
. Como uno no cree en la casualidad e intuye que alguna explicación hay para que eso ocurra, con perdón de la Iglesia católica y de Íker Jiménez, he comenzado a pensar que Gamoneda tenía razón y que lo que de verdad les gusta a los españoles de la Semana Santa es echarse a la calle a marcar el paso, más allá de devociones, tradiciones, pasión por lo popular o lo pintoresco, sobrecogimientos artísticos y musicales y demás explicaciones simbolistas.
¡Qué miedo!
Hablábamos de León, la ciudad que nos une y nos separa a la vez (él vive en ella y yo fuera, pero los dos la amamos y la sufrimos) y le preguntaba yo la razón de que nuestros paisanos sean tan conservadores y si, en su opinión, eso cambiará algún día. “Pero Julio… —me contestó Gamoneda con condescendencia, casi con compasión por mi ingenuidad—, ¿tú qué puedes esperar de una ciudad en la que la mitad de la población se pasa el año esperando a que llegue la Semana Santa para tocar el tambor y marcar el paso?”.
El descorazonador diagnóstico de Gamoneda era para León, pero vale también para España entera ¿Qué se puede, en efecto, esperar de un país que, pese a su despresurización religiosa de estos años últimos, se lanza a las calles en masa cuando llegan las fiestas de Semana Santa para portar crucificados y vírgenes a cuestas, tocar tambores hasta sangrar y procesionar día y noche durante días como si el fin del mundo fuera a llegar en cualquier momento?
Porque una cosa es que lo hagan las personas religiosas, esas que creen que Cristo resucita en estos días cada año, y otra distinta las que, sin creer en Dios, ni en la Virgen, ni en la resurrección de nadie que no sea su equipo de fútbol o la economía, como el Gobierno, desfilan por su ciudad llevando a hombros pasos de seis toneladas con un fervor sorprendente en personas a las que si su mujer les demanda luego que bajen del desván una mesita montan en cólera.
Uno respeta las aficiones de los demás, pero también valora la coherencia en el comportamiento de sus semejantes.
Y es que, por lo que parece, desde hace tiempo el número de procesiones y de españoles procesionantes está aumentando en la misma proporción en la que la Iglesia católica pierde adeptos, como demuestran todas las estadísticas.
Incluso el ¡porompompón! que acompaña a las procesiones suena más ensordecedor cuantos menos católicos practicantes hay entre los nazarenos
. Como uno no cree en la casualidad e intuye que alguna explicación hay para que eso ocurra, con perdón de la Iglesia católica y de Íker Jiménez, he comenzado a pensar que Gamoneda tenía razón y que lo que de verdad les gusta a los españoles de la Semana Santa es echarse a la calle a marcar el paso, más allá de devociones, tradiciones, pasión por lo popular o lo pintoresco, sobrecogimientos artísticos y musicales y demás explicaciones simbolistas.
¡Qué miedo!
Barack Obama es un bailón............................................................................ El País
El presidente de EE UU se atreve con un tango durante su visita a Buenos Aires, pero no es la única vez que demuestra su ritmo en la pista de baile.
No hay duda de que el presidente de los Estados Unidos lleva el ritmo en la sangre.
Lo mismo baila a ritmo de rock que se marca un tango en Buenos Aires.
Durante su viaje a Argentina, Barack Obama se ha atrevido nada menos que con un tango con la bailarina Mora Godoy como compañera y, a juicio de los expertos, no lo hizo del todo mal
. Pero no lo hizo solo, Michelle, su esposa, formó pareja con José Lugones, un bailarín en el mismo salón.
"Me decía que no sabía bailar y yo le decía que me siga. Me dijo 'ok'
y empezó a bailar él.
Lo empecé a seguir yo a él porque es muy buen bailarín", contó Mora, exultante tras haber vivido uno de los momentos más importantes de su carrera.
Pero esta no es la primera vez que el mandatario estadounidense ha demostrado en público sus dotes para el baile.
Lo mismo baila a ritmo de rock que se marca un tango en Buenos Aires.
Durante su viaje a Argentina, Barack Obama se ha atrevido nada menos que con un tango con la bailarina Mora Godoy como compañera y, a juicio de los expertos, no lo hizo del todo mal
. Pero no lo hizo solo, Michelle, su esposa, formó pareja con José Lugones, un bailarín en el mismo salón.
Lo empecé a seguir yo a él porque es muy buen bailarín", contó Mora, exultante tras haber vivido uno de los momentos más importantes de su carrera.
Pero esta no es la primera vez que el mandatario estadounidense ha demostrado en público sus dotes para el baile.
La última vez que lo hizo el presidente fue en el 2012. Michelle también ha acudido allí a promocionar sus tablas de ejercicio para fomentar la vida sana e incluso le hizo un rap a un nabo
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