Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

20 mar 2016

El azaroso talento...................................................... Javier Marías

¿Por qué el talento ha de ser proporcional? Jamás lo ha sido.

 

Los Óscars hace ya mucho que me parecen una de las mayores injusticias del año. 
Se suelen conceder a películas espantosas (a menudo pretenciosas); los de interpretación van a parar a alardes circenses que nada tienen que ver con el oficio de actuar: al actor histriónico y pasado de rosca; a la actriz que se afea o adelgaza o engorda hasta no parecer ella; al actor que hace de transexual o de disminuido físico o psíquico; a la actriz que logra una aceptable imitación de alguien real, un personaje histórico no muy antiguo para que el público pueda reconocerlo
. Cosas así. Como he dicho alguna vez, hoy sería imposible que ganaran el Jack Lemon de El apartamento, el James Stewart de La ventana indiscreta o el Henry Fonda de Falso culpable, que interpretaban a hombres corrientes.
Tampoco es que ganaran en su día, por cierto; Cary Grant no fue premiado nunca y John Wayne sólo al final de su carrera, a modo de consolación, por un papel poco memorable
. En fin, Hitchcock no se llevó ninguno como director, y con eso ya está dicho todo sobre el ojo de lince de los tradicionales votantes de estos galardones.
 Pero todo ha ido a peor: al menos John Ford consiguió cuatro en el pasado.
 La estupidez no ha hecho sino ir en aumento en este siglo XXI. Pero qué se le va a hacer, son los premios cinematográficos más famosos y a los que más atención se presta, y sólo por eso me ocupo del Asunto que ha dominado la edición de este año.
Como sabrán, la ceremonia ha sido boicoteada por numerosos representantes negros porque, por segunda vez consecutiva, no hubiera ningún nominado de su raza en las cuatro categorías de intérpretes, ergo: racismo.
 A continuación se han unido a la queja los latinos o hispanos, por el mismo motivo.
Y supongo que no tardarán en levantar la voz los asiáticos, los árabes, los indios y los esquimales (ah no, que estos dos últimos términos están prohibidos).
 Y que llegará el momento en que se mire si un candidato “negro” lo es de veras o sólo a medias, como Halle Berry u Obama, uno de cuyos progenitores era sospechosamente blanco.
 Los hispanos protestarán si entre sus candidatos hay mayoría de origen mexicano o puertorriqueño (protestarán los que desciendan de cubanos o uruguayos, por ejemplo).


Los asiáticos, a su vez, denunciarán discriminación si entre los nominados hay sólo chinos y japoneses, y no coreanos ni vietnamitas, y así hasta el infinito.
 En la furia anti-Óscars de este año se han hecho cálculos ridículos, que, según los calculadores, demuestran la injusticia y el racismo atávicos de la industria cinematográfica: mientras los actores blancos han ganado 309 estatuillas, los negros sólo 15, los latinos sólo 5, 2 los indios y 2 los asiáticos.
Es como decir que la música clásica es racista y machista porque en el elenco de compositores que han pasado a la historia y de los que se programan y graban obras, la inmensa mayoría son varones blancos.
 La pregunta obvia es esta: ¿acaso hubo negros, o gente de otras razas, que en la Europa de los siglos XVII, XVIII y XIX –el lugar y la época por excelencia de esa clase de música– se dedicaran a competir con Monteverdi, Vivaldi, Bach, Haendel, Mozart, Beethoven y Schubert? ¿Acaso a lo largo de la historia del cine hubo muchos cineastas negros? Sucede lo mismo con las mujeres.
Es lamentable que a lo largo de centurias éstas fueran educadas para el matrimonio, los hijos y poco más, pero así ocurrió, luego es normal que el número de pintoras, escultoras, arquitectas, compositoras e incluso escritoras (en la literatura se aventuraron mucho antes que en otras artes) haya sido insignificante en el conjunto de la historia.
¿Acaso a lo largo de la historia del cine hubo muchos cineastas negros?
¿Que el mundo ha sido injusto con su sexo? Sin duda alguna.
 ¿Que se les impidió dedicarse a lo que quizá muchas habrían querido? Desde luego. Es una pena y una desgracia, pero nunca sabremos cuántas grandes artistas se ha perdido la humanidad, porque lo cierto es que no las hubo, con unas pocas excepciones. ¿Clara Schumann, Artemisia Gentileschi, Vigée Lebrun? Claro que sí, pero son muy escasas las de calidad indiscutible. Muchas más en literatura: las Brontë, Jane Austen, Dickinson, George Eliot, Madame de Staël, Pardo Bazán, Mary Shelley, e innumerables en el siglo XX, cuando ya se incorporaron con normalidad absoluta. Pues lo mismo ha sucedido con los negros de las películas: durante décadas tuvieron papeles anecdóticos y apenas hubo directores de esa raza. 
Si hoy constituyen el 13% de la población estadounidense, que se hayan llevado el 4,5% de todos los Óscars otorgados no es tan infame teniendo en cuenta que el primero a actor principal (Sidney Poitier) no llegó hasta 1963.
 Pero dejo para el final la pregunta que hoy nadie se hace: en algo que supuestamente mide el talento, ¿por qué éste ha de ser proporcional? Jamás lo ha sido, ni por sexo ni por raza ni por países ni por lenguas.
 ¿Cabría la posibilidad de que los nominados al Óscar de un año fueran todos no-blancos? Sin duda. No veo por qué no la habría de que otro año todos fueran de raza blanca, si son los que han destacado.
 La única vez que un libro mío ha sido finalista de un importante premio estadounidense, compitió con cuatro novelas de mujeres, de las cuales dos eran blancas, una medio japonesa y otra africana. Ganó esta última, y, que yo sepa, nadie acusó de sexismo ni de racismo a los miembros del jurado.
 
 

El espejo........................................... Rosa Montero

La gran mayoría de la gente se cree comparativamente más gorda, más baja o más enclenque de lo que

es

El otro día pasó por Madrid la viguesa Chus Lago. Chus es una alpinista y exploradora de élite; fue la tercera mujer del mundo (y la primera española) en subir al Everest sin oxígeno en 1999.
 Luego, en diciembre de 2008 y enero de 2009, se pasó dos meses cruzando la Antártida ella sola, arrastrando con sus propias fuerzas un trineo de 130 kilos y sometiéndose a temperaturas menores de 50 grados bajo cero.
El pasado 24 de enero, el explorador británico Henry Worsley falleció intentando hacer esta misma proeza.
 Chus la completó y sobrevivió, aunque se vio obligada a repostar en el camino (es decir, un avión tuvo que lanzarle provisiones). En mayo Chus publicará un precioso libro en el que narra esta aventura austral: Sobre huellas de gigantes (Aguilar).
 Os lo recomiendo vivamente, porque además es una escritora formidable.

Cuando estuvo aquí hace un par de semanas volvía de liderar una expedición de cuatro mujeres por los lagos helados de Laponia para concienciar sobre el cambio climático; y con esas mismas mujeres piensa atravesar Groenlandia el año que viene, una expedición mucho más dura para la que está buscando patrocinios.
 En fin, con todo esto sólo quiero señalar el coraje extraordinario de Chus Lago.
 Su entereza, su fuerza física y sobre todo su fuerza interior.
 Hace falta ser alguien muy templado para lanzarse a la inmensa, inconcebible soledad helada de la Antártida, sin posibilidad de contacto humano, y arrostrar eso durante dos meses sin enloquecer.
 Sí, sin duda estos deportistas extremos son sobre todo exploradores de sí mismos.
 Guerreros que pelean contra su propia sombra.
Llegó a Madrid de paso, pues, repito por tercera vez; quería comprarse algo de ropa y, como somos amigas, hicimos eso tan típico de chicas que es ir juntas de tiendas.
 Ella, eso sí, vestía con toda la parafernalia de Laponia porque no tenía otra cosa que ponerse: botazas de hielo, prendas térmicas
. Era Amundsen curioseando por las boutiques, aunque, cuando no usa ropa de deporte, Chus es mucho más femenina que yo y lleva zapatos de tacón y uñas lacadas
. En una tienda, en fin, nos pusimos las dos a probarnos las mismas prendas. Las mismas faldas, las mismas camisetas
Nos mirábamos en el enorme espejo que cubría toda una pared y yo cavilaba, resignada, en lo mucho mejor que le quedaba todo a ella. 
Tiene 15 años menos que yo y un cuerpo flexible, atlético, precioso, sin un solo átomo de grasa. Después de escrutarnos por delante y por detrás meticulosamente, de subirnos y bajarnos la cinturilla, de tironearnos del jersey y hacer todos esos tontos movimientos que uno hace cuando se está probando algo, Chus hundió los hombros, torció el gesto y dijo con genuino desaliento: “¡Jo, no sé, a mí es que me parece que te queda todo mucho mejor a ti!”.

 Sus palabras me dejaron atónita. No le comenté nada en su ­momento: cuando lea esto va a pasmarse. 

En aquel instante pensé en lo increíblemente errónea que era la percepción que tenía de sí misma, y en la facilidad con la que caemos todos en esa trampa.

 Sí, estoy segura de que yo también me veo peor de lo que estoy; pero en el caso de Chus la desviación de juicio es clamorosa. Esta mujer que se ha medido a sí misma hasta la extenuación, hasta la frontera de la muerte y de la locura; esta guerrera capaz de soportar todos los retos, soportaba sin embargo mal el abismo imaginario del espejo, la confrontación con el yo ideal inexistente.

Hay numerosos estudios sobre esa alteración de nuestra mirada.

 Recuerdo uno de hace bastantes años en el que los sujetos, hombres y mujeres, tenían que valorar varios aspectos de su propio físico tales como peso, musculación o altura, y luego los mismos aspectos en otras personas desconocidas a las que veían a cierta distancia.

 La gran mayoría se creía comparativamente más gorda, más baja y más enclenque y en muchos casos esa apreciación era claramente errónea.

 Parece que las mujeres puntuamos peor en la vertiginosa prueba del espejo; por ejemplo, según una investigación del año pasado de la psicóloga Lorea Kortabarria, los chicos tienen una percepción más real de su peso que las chicas. 

Pero la propia Kortabarria aseguraba que esa diferencia se está reduciendo cada vez más y, por otra parte, el problema es que no se trata solo del peso, de las carnes, de cómo nos sienta o no nos sienta una falda.

 De lo que estamos hablando, en realidad, es de poder reconocernos a nosotros mismos; de la inseguridad y el aprecio que nos tenemos; de la capacidad de aceptar la frustración por no poder alcanzar el ideal.

 Todo esto es la eterna pelea de la vida, nuestro viaje de exploración más importante, y se ve que es más difícil de lograr que atravesar a solas la aterradora Antártida. 

Madre mía, da miedo. 


Rose Hartman, paparazi de la intimidad................................................ Irene Crespo

Fue una de las primeras fotógrafas de moda en meterse en el 'backstage'. 

Un documental recuerda su habitual presencia en las fiestas del Nueva York de los setenta y ochenta

Bianca Jagger, en Studio 54 en 1977. Rose Hartman / The Artists Company

 En Studio 54 todas las noches eran especiales.

 En su pista de baile se juntaba la gente más guapa de la ciudad de Nueva York y del mundo. Givenchy, por ejemplo, volaba desde París, se echaba una siesta y se iba a medianoche a la discoteca.

 Allí se encontraba con Halston, Manolo Blahnik, Cher, Andy Warhol, David Bowie… Pero si hay una imagen que resume aquellas veladas de purpurina y glamur es la de Bianca Jagger montada sobre un caballo blanco.

 Vestida, precisamente, de Halston y con sandalias de Blahnik.

Bianca Jagger, en Studio 54 en 1977. Rose Hartman / The Artists Company.

En mitad de la locura que fue aquella noche de 1977, la fiesta de cumpleaños de Mick Jagger, la por entonces mujer del cantante de los Rolling Stones casi ni destacaba, pero alguien, menuda, rápida y sin vergüenza la vio y corrió a por ella.
 Era la fotógrafa Rose Hartman.
 Fue ella quien logró la mejor instantánea del momento
. La mejor estampa de una época.
En recuerdo a ese momento, el pasado fin de semana, Rose Hartman apareció en el festival SXSW de Austin (Estados Unidos) montada en un caballo blanco
. Y con una sonrisa de oreja a oreja. The Incomparable Rose Hartman es el título del documental que el director Otis Mass ha hecho sobre la famosa fotógrafa.
 “Esto no es Los Ángeles, no es una producción de Steven Spielberg como debería ser”, suelta, con su genio particular, al principio de la película.
 
La fotógrafa Rose Hartman. Getty Images
Hartman siempre se ha sentido más importante de lo que la historia piensa de ella. 
Cogió una cámara por primera vez inspirada por su padre y las revistas Vogue de su madre, pero, sobre todo, motivada por tener la vida que quería.
 Como profesora de Inglés de instituto no podía llegar a formar parte de su admirada “jungla de raso”, pero cargada con una cámara, Hartman se convirtió en la fotógrafa de las mujeres glamurosas en aquel Nueva York setentero.. “Era una mujer entendiendo a una mujer, fotografiando a una mujer”, dice Donna Karan, en cuyo backstage se coló Hartman en 1985 por primera vez
. “Mucho antes de que la gente se interesara por lo que pasaba detrás del desfile”, dice descarada y orgullosa.

Un ojo único con mal carácter

Con más de cuatro décadas de trabajo a sus espaldas, infinitos negativos y tres libros publicados, Hartman es tan conocida por su ojo único como por su carácter
. Mal carácter. Que le abrió más puertas de las que le cerró. Las de Studio 54, desde luego, estaban siempre abiertas para ella gracias a su amistad con el famoso portero, Mark Benecke, responsable de la fauna única que se juntaba en la discoteca.
Mick Jagger captado por el lente de Rose Hartman. Rose Hartman/ The Artists Company
La fotógrafa iba a todos los eventos en los que creía que habría “gente guapa”.
 Aún va, sin necesidad de invitación.
Nunca fue detrás de los famosos, sino de la belleza y la originalidad, “de la persona más interesante de la sala
”. Aunque fotografió a muchas celebrities, de Audrey Hepburn a Mark Wahlberg, de Kate Moss a Leonardo DiCaprio.
 Le fascinan y siempre les ha mirado muy de cerca
. A casi todos los ha pillado en momentos tan íntimos que hay quien la llama paparazi.
“No lo es”, dice Carolina Herrera, otra vieja amiga, a quien conoció también en Studio 54. “

“Pero sabe esperar al momento perfecto, cuando nadie mira y ella siempre lleva su cámara”, analiza la diseñadora.

 Hartman no les perseguía, pero tenía el don de la ubicuidad. Creaba una relación con ellos y, cuando menos lo esperaban, ella disparaba.

El diablo de Tasmania la llamaban sus colegas
. Por la velocidad con la que enfocaba y la seguridad con la se abría paso entre la gente, a codazos, “para captar la espontaneidad”. “A mí solo me interesa ese algo que muestra quién eres de verdad”, dice.
 Enfadada, solitaria, asertiva. Su carácter se contagiaba en su objetivo y se respiraba en sus encuadres.
 Por eso fue la mejor retratista de una época libre, despreocupada por la imagen, desconocedora de la viralidad actual
. A Hartman le daba igual si su foto se vendía o no.
 Ella buscaba el momento y que este pasara a la historia.

Diana Ross y Halston en Studio 54. Rose Hartman The Artists Company

 

Charlene de Mónaco, la gran ausente



Carlota Casiragho acudió sola al Baile Rosa, sin su nueva pareja el director de cine Lamberto Sanfelice. Se sentó al lado de su hermano Pierre. 

Alexandra, la pequeña de las hijas de Carolina de Mónaco debutó en esta cita, escoltada por su hermano mayor Andrea. 


Ante la ausencia de Charlene de Mónaco, Carolina y su hija Carlota apoyaron al príncipe Alberto en la gala.


 
 
Alexandra, Alberto, Carolina y Carlota. Las mujeres Grimaldi junto al príncipe de Mónaco.


Alberto y Carolina el diseñadornKarl Lagerfeld, que todos los años ocupa un puesto principal entre los Grimaldi en el Baile de la Rosa.


Vestida de rojo y con un impresionante collar Beatrice Borromeo debutó como señora de Casiragho en el Baile de la Rosa.


Beatrice Casiraghi, Pierre Casiraghi, Alexandra de Hanover, el príncipe Alberto, Carolina de Mónaco, Carlota Casiraghi,Tatiana Santo Domingo, Andrea Casiraghi y Karl Lagerfeld a su llegada al Baile de la Rosa.


Alexandra Hannover, hija menor de Carolina y Ernesto de Hannover debutó en el Baile de la Rosa.



Carlota apoyó a su hermana Alexandra en su primer Baile de la Rosa en el que acudió sin su actual pareja. 


Pierre Casiraghi y su esposa Beatrice, que contrajeron matrimonio el pasado verano.



Los invitados durante el baile tras la cena en el Sporting Club de Montecarlo.



Alberto de Mónaco, sin su esposa, y con una amiga de la familia en la cena, La ausencia de Charlene no se justificó.


Un aspecto del salón del Sporting Club de Montecarlo antes de la cena.


Pierre Casiraghi y Beatrice Borromeo, con un espectacular traje rojo. 



Carolina ejerció de primera dama del Principado ante la ausencia de Charlene, lo que alimenta rumores sobre los problemas en el matrimonio de Alberto.