Pionera en la política, Soledad Becerril canaliza la indignación ciudadana como defensora del pueblo.
Soledad Becerril elige cuidadosamente las palabras.
Habla despacio, con la vista clavada en una de las paredes de su despacho, en el que prefiere no posar.
Muestra las fotografías que resumen su dilatada carrera –primero en UCD y luego en el PP–. Sonriente con Adolfo Suárez.
En el Consejo de Ministros de Calvo-Sotelo en 1981: la primera mujer que lo pisaba desde la República.
En su etapa de alcaldesa de Sevilla, con el actor Charlton Heston y la Giralda al fondo. Con el Rey emérito la noche anterior a su proclamación. Becerril dejó la política activa en 2011, pero un año más tarde aceptaba el cargo de defensora del pueblo.
Cree en la necesidad de cambios en la Constitución y descarta una segunda Transición.
¿Cómo ve la defensora al pueblo que defiende? Desde esta institución se observa una parte de la realidad, no somos un centro de estudios sociológicos
. Llegué aquí a mediados de 2012. Ese año y el siguiente se notó mucho la crisis en individuos y familias, aspectos económicos, sociales, atención a personas con discapacidad.
En 2014 y en 2015 se ha percibido el comienzo de una suave recuperación, aunque no puedo hablar de final de crisis.
Por eso han descendido las quejas. La mayoría se refiere a asuntos de carácter económico, a la relación de los ciudadanos con los bancos, por ejemplo hipotecas y cláusulas suelo, o a productos financieros vendidos de forma engañosa, como las preferentes.
¿Le ha sorprendido el grado de indefensión del pueblo español? Más que indefensión, hemos visto las sucesivas crisis.
Como Estado de derecho, tenemos instrumentos para que los ciudadanos se defiendan y les defendamos, aunque es verdad que la Administración de justicia es lenta y eso supone una enorme inquietud para muchas familias.
¿Cuáles son las consecuencias más graves de la crisis? Los efectos son visibles, empezando por el desempleo y los trabajos precarios
. Ahí es donde más se nota, pese al descenso del paro.
Habla despacio, con la vista clavada en una de las paredes de su despacho, en el que prefiere no posar.
Muestra las fotografías que resumen su dilatada carrera –primero en UCD y luego en el PP–. Sonriente con Adolfo Suárez.
En el Consejo de Ministros de Calvo-Sotelo en 1981: la primera mujer que lo pisaba desde la República.
En su etapa de alcaldesa de Sevilla, con el actor Charlton Heston y la Giralda al fondo. Con el Rey emérito la noche anterior a su proclamación. Becerril dejó la política activa en 2011, pero un año más tarde aceptaba el cargo de defensora del pueblo.
Cree en la necesidad de cambios en la Constitución y descarta una segunda Transición.
¿Cómo ve la defensora al pueblo que defiende? Desde esta institución se observa una parte de la realidad, no somos un centro de estudios sociológicos
. Llegué aquí a mediados de 2012. Ese año y el siguiente se notó mucho la crisis en individuos y familias, aspectos económicos, sociales, atención a personas con discapacidad.
En 2014 y en 2015 se ha percibido el comienzo de una suave recuperación, aunque no puedo hablar de final de crisis.
Por eso han descendido las quejas. La mayoría se refiere a asuntos de carácter económico, a la relación de los ciudadanos con los bancos, por ejemplo hipotecas y cláusulas suelo, o a productos financieros vendidos de forma engañosa, como las preferentes.
¿Le ha sorprendido el grado de indefensión del pueblo español? Más que indefensión, hemos visto las sucesivas crisis.
Como Estado de derecho, tenemos instrumentos para que los ciudadanos se defiendan y les defendamos, aunque es verdad que la Administración de justicia es lenta y eso supone una enorme inquietud para muchas familias.
¿Cuáles son las consecuencias más graves de la crisis? Los efectos son visibles, empezando por el desempleo y los trabajos precarios
. Ahí es donde más se nota, pese al descenso del paro.
¿Nada impide despedir a un trabajador con cáncer? Por eso estamos trabajando en ello.
Deben tener una jornada laboral llevadera, que les permita afrontar un tratamiento
. Hay que facilitarles la vida, ya bastante tienen.
La crisis ha ahondado la brecha social, ha aumentado la desigualdad. Según algunas ONG, sí. Pero hay informes que contradicen esta brecha, por eso no me pronuncio de manera tajante.
¿Cuáles son? He visto dos contradictorios, pero muy posiblemente sí se ha ampliado la brecha.
Visto desde este despacho, ¿qué funciona mejor y peor en España?
Yo estoy aquí para empujar a las Administraciones a que corrijan o atiendan asuntos que nos parecen graves o importantes.
He empujado mucho. En el caso de las preferentes hubo que insistir
. O con los desahucios, para conseguir un decreto que permitiera paralizarlos en algunas circunstancias y luego una ley.
¿Está satisfecha con los cambios en la normativa de desahucios? Bastante, aunque se podían modificar algunas cosas. Creo que la justicia ha actuado debidamente y con sensibilidad.
“Nuestro sistema permite remodelar partidos, corregir errores sin sobresaltos”
Ya no hay automatismo. También ha sido un logro la ley de segunda oportunidad, por la que hemos peleado mucho.
Veíamos que personas incursas en un procedimiento por deudas no iban a poder hacerles frente en su vida y podían acabar en la indigencia
. Buscamos un procedimiento que les permitiera renegociar los plazos, la cuantía, encontrar un árbitro que no costase dinero o acudir a la vía judicial.
Soledad Becerril elige cuidadosamente las palabras. Habla despacio, con la vista clavada en una de las paredes de su despacho, en el que prefiere no posar. Muestra las fotografías que resumen su dilatada carrera –primero en UCD y luego en el PP–. Sonriente con Adolfo Suárez. En el Consejo de Ministros de Calvo-Sotelo en 1981: la primera mujer que lo pisaba desde la República. En su etapa de alcaldesa de Sevilla, con el actor Charlton Heston y la Giralda al fondo. Con el Rey emérito la noche anterior a su proclamación. Becerril dejó la política activa en 2011, pero un año más tarde aceptaba el cargo de defensora del pueblo. Cree en la necesidad de cambios en la Constitución y descarta una segunda Transición.
¿Cómo ve la defensora al pueblo que defiende? Desde esta institución se observa una parte de la realidad, no somos un centro de estudios sociológicos. Llegué aquí a mediados de 2012. Ese año y el siguiente se notó mucho la crisis en individuos y familias, aspectos económicos, sociales, atención a personas con discapacidad. En 2014 y en 2015 se ha percibido el comienzo de una suave recuperación, aunque no puedo hablar de final de crisis. Por eso han descendido las quejas. La mayoría se refiere a asuntos de carácter económico, a la relación de los ciudadanos con los bancos, por ejemplo hipotecas y cláusulas suelo, o a productos financieros vendidos de forma engañosa, como las preferentes.
¿Le ha sorprendido el grado de indefensión del pueblo español? Más que indefensión, hemos visto las sucesivas crisis. Como Estado de derecho, tenemos instrumentos para que los ciudadanos se defiendan y les defendamos, aunque es verdad que la Administración de justicia es lenta y eso supone una enorme inquietud para muchas familias.
¿Cuáles son las consecuencias más graves de la crisis? Los efectos son visibles, empezando por el desempleo y los trabajos precarios. Ahí es donde más se nota, pese al descenso del paro.
Prepara un informe sobre los enfermos de cáncer. ¿Qué problemas ha detectado? Algunos enfermos nos han explicado las dificultades laborales a las que se enfrentan cuando están en tratamiento. No pueden completar la jornada.
¿Nada impide despedir a un trabajador con cáncer? Por eso estamos trabajando en ello. Deben tener una jornada laboral llevadera, que les permita afrontar un tratamiento. Hay que facilitarles la vida, ya bastante tienen.
La crisis ha ahondado la brecha social, ha aumentado la desigualdad. Según algunas ONG, sí. Pero hay informes que contradicen esta brecha, por eso no me pronuncio de manera tajante.
¿Cuáles son? He visto dos contradictorios, pero muy posiblemente sí se ha ampliado la brecha.
Visto desde este despacho, ¿qué funciona mejor y peor en España? Yo estoy aquí para empujar a las Administraciones a que corrijan o atiendan asuntos que nos parecen graves o importantes. He empujado mucho. En el caso de las preferentes hubo que insistir. O con los desahucios, para conseguir un decreto que permitiera paralizarlos en algunas circunstancias y luego una ley.
¿Está satisfecha con los cambios en la normativa de desahucios? Bastante, aunque se podían modificar algunas cosas. Creo que la justicia ha actuado debidamente y con sensibilidad.
“Nuestro sistema permite remodelar partidos, corregir errores sin sobresaltos”
Ya no hay automatismo. También ha sido un logro la ley de segunda oportunidad, por la que hemos peleado mucho. Veíamos que personas incursas en un procedimiento por deudas no iban a poder hacerles frente en su vida y podían acabar en la indigencia. Buscamos un procedimiento que les permitiera renegociar los plazos, la cuantía, encontrar un árbitro que no costase dinero o acudir a la vía judicial.
¿El descenso de las quejas al Defensor del Pueblo –17.776 el año pasado, un 23% menos– tiene que ver con el descrédito de las instituciones? [Largo silencio]. No lo sé.
Aunque con intermitencia, lleva casi 40 años en el candelero de lo público. ¿Le decepciona la política de ahora? La política, en términos generales, no me decepciona.
¿Qué le ha dado? La política es prestar un servicio público a los ciudadanos. La política interesa a todo el mundo, porque lo público es de todos y para todos.
A los jóvenes les digo: “¿No os interesa que funcione el metro, que haya becas? Eso es la política”. Me ha producido muchos momentos de empuje, de hacer, de resolver. Y también momentos amargos y derrotas
. He visto la muerte de compañeros.
La defensora del pueblo se conmueve. Recuerda el asesinato del concejal de Sevilla Alberto Jiménez Becerril y de su esposa, Ascensión García, en 1998. Fue “el momento más amargo” en la vida de la entonces alcaldesa de la ciudad.
Poco antes, la banda terrorista ETA había intentado matarla a ella. “Les falló la conexión para activar el coche bomba”, relata antes de comenzar la entrevista, realizada a mediados de febrero, mientras muestra las fotos antiguas que le había pedido El País Semanal.
Entre las que ha seleccionado figura la de aquella jornada. Al dorso ha escrito: “El día que la bomba no explotó”.
¿Se sintió culpable? Me he preguntado muchas veces si haberme matado a mí habría evitado que les mataran a ellos.
Pero los culpables fueron los terroristas. El atentado me sigue produciendo, y me producirá siempre, un enorme dolor. En cambio, haber sido yo objeto de uno no me ha dejado huella. Al contrario, me ha hecho acercarme a personas que han sufrido mucho más que yo, a las víctimas. He tenido mucha suerte en la vida, empezando por aquello.
¿El descenso de las quejas al Defensor del Pueblo –17.776 el año pasado, un 23% menos– tiene que ver con el descrédito de las instituciones? [Largo silencio]. No lo sé.
Soledad Becerril elige cuidadosamente las palabras. Habla despacio,
con la vista clavada en una de las paredes de su despacho, en el que
prefiere no posar. Muestra las fotografías que resumen su dilatada
carrera –primero en UCD y luego en el PP–. Sonriente con Adolfo Suárez.
En el Consejo de Ministros de Calvo-Sotelo en 1981: la primera mujer que
lo pisaba desde la República. En su etapa de alcaldesa de Sevilla, con
el actor Charlton Heston y la Giralda al fondo. Con el Rey emérito la
noche anterior a su proclamación. Becerril dejó la política activa en
2011, pero un año más tarde aceptaba el cargo de defensora del pueblo.
Cree en la necesidad de cambios en la Constitución y descarta una
segunda Transición.
¿Cómo ve la defensora al pueblo que defiende? Desde esta institución se observa una parte de la realidad, no somos un centro de estudios sociológicos. Llegué aquí a mediados de 2012. Ese año y el siguiente se notó mucho la crisis en individuos y familias, aspectos económicos, sociales, atención a personas con discapacidad. En 2014 y en 2015 se ha percibido el comienzo de una suave recuperación, aunque no puedo hablar de final de crisis. Por eso han descendido las quejas. La mayoría se refiere a asuntos de carácter económico, a la relación de los ciudadanos con los bancos, por ejemplo hipotecas y cláusulas suelo, o a productos financieros vendidos de forma engañosa, como las preferentes.
¿Le ha sorprendido el grado de indefensión del pueblo español? Más que indefensión, hemos visto las sucesivas crisis. Como Estado de derecho, tenemos instrumentos para que los ciudadanos se defiendan y les defendamos, aunque es verdad que la Administración de justicia es lenta y eso supone una enorme inquietud para muchas familias.
¿Cuáles son las consecuencias más graves de la crisis? Los efectos son visibles, empezando por el desempleo y los trabajos precarios. Ahí es donde más se nota, pese al descenso del paro.
Prepara un informe sobre los enfermos de cáncer. ¿Qué problemas ha detectado? Algunos enfermos nos han explicado las dificultades laborales a las que se enfrentan cuando están en tratamiento. No pueden completar la jornada.
¿Nada impide despedir a un trabajador con cáncer? Por eso estamos trabajando en ello. Deben tener una jornada laboral llevadera, que les permita afrontar un tratamiento. Hay que facilitarles la vida, ya bastante tienen.
La crisis ha ahondado la brecha social, ha aumentado la desigualdad. Según algunas ONG, sí. Pero hay informes que contradicen esta brecha, por eso no me pronuncio de manera tajante.
¿Cuáles son? He visto dos contradictorios, pero muy posiblemente sí se ha ampliado la brecha.
Visto desde este despacho, ¿qué funciona mejor y peor en España? Yo estoy aquí para empujar a las Administraciones a que corrijan o atiendan asuntos que nos parecen graves o importantes. He empujado mucho. En el caso de las preferentes hubo que insistir. O con los desahucios, para conseguir un decreto que permitiera paralizarlos en algunas circunstancias y luego una ley.
¿Está satisfecha con los cambios en la normativa de desahucios? Bastante, aunque se podían modificar algunas cosas. Creo que la justicia ha actuado debidamente y con sensibilidad.
También ha habido una presión social muy fuerte, como la de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca.
Es verdad, pero la legislación ha dado a los jueces un instrumento muy
importante. Les permite valorar las circunstancias de las personas. Ya
no hay automatismo. También ha sido un logro la ley de segunda
oportunidad, por la que hemos peleado mucho. Veíamos que personas
incursas en un procedimiento por deudas no iban a poder hacerles frente
en su vida y podían acabar en la indigencia. Buscamos un procedimiento
que les permitiera renegociar los plazos, la cuantía, encontrar un
árbitro que no costase dinero o acudir a la vía judicial.
¿El descenso de las quejas al Defensor del Pueblo –17.776 el año pasado, un 23% menos– tiene que ver con el descrédito de las instituciones? [Largo silencio]. No lo sé.
Aunque con intermitencia, lleva casi 40 años en el candelero de lo público. ¿Le decepciona la política de ahora? La política, en términos generales, no me decepciona.
¿Qué le ha dado? La política es prestar un servicio público a los ciudadanos. La política interesa a todo el mundo, porque lo público es de todos y para todos. A los jóvenes les digo: “¿No os interesa que funcione el metro, que haya becas? Eso es la política”. Me ha producido muchos momentos de empuje, de hacer, de resolver. Y también momentos amargos y derrotas. He visto la muerte de compañeros.
La defensora del pueblo se conmueve. Recuerda el asesinato del concejal de Sevilla Alberto Jiménez Becerril y de su esposa, Ascensión García, en 1998. Fue “el momento más amargo” en la vida de la entonces alcaldesa de la ciudad. Poco antes, la banda terrorista ETA había intentado matarla a ella. “Les falló la conexión para activar el coche bomba”, relata antes de comenzar la entrevista, realizada a mediados de febrero, mientras muestra las fotos antiguas que le había pedido El País Semanal. Entre las que ha seleccionado figura la de aquella jornada. Al dorso ha escrito: “El día que la bomba no explotó”.
¿Se sintió culpable? Me he preguntado muchas veces si haberme matado a mí habría evitado que les mataran a ellos.
Pero los culpables fueron los terroristas. El atentado me sigue produciendo, y me producirá siempre, un enorme dolor. En cambio, haber sido yo objeto de uno no me ha dejado huella.
Al contrario, me ha hecho acercarme a personas que han sufrido mucho más que yo, a las víctimas. He tenido mucha suerte en la vida, empezando por aquello.
¿Es optimista sobre el final de ETA? [Larga pausa]. Me gustaría que pudiéramos hablar de un final, pero para ello la organización y las personas que están en la cárcel, los que han dado las órdenes, deben pedir perdón a las víctimas.
Cada una decidirá si perdona o no. Luego tienen que decir adiós a las armas
. Y esto no se ha producido. Algunos han manifestado que lamentan el daño, pero han sido casos individuales y lo han hecho con mucha suavidad.
El arrepentimiento por el enorme dolor causado no se ha producido.
¿Ese perdón debería desembocar en algún beneficio penitenciario? Si ese perdón se produjera, se podría estudiar. Pero tiene que producirse y tienen que dejar las armas, y no parece que estén en ello.
¿Le apena el descrédito de la clase política? Sí. Espero que los que prestamos un servicio público seamos capaces de ganar el crédito, el respeto y la comprensión de la ciudadanía. Hay una inmensa mayoría de servidores públicos que lo hace bien. Ya sé que los casos de corrupción han hecho muchísimo daño, eso es indiscutible.
¿Le ha sorprendido el alcance de la corrupción? No es tanto sorpresa como disgusto
. La corrupción hace mucho daño. Es mala en sí y mala hacia el ciudadano; es mala por todos lados. Cuando era alcaldesa de Sevilla, muchos me criticaban por ser muy estricta en el gasto.
Nunca se es demasiado austero con el dinero público.
Recuerdo que Simone de Beauvoir, criticando el papel de la mujer, decía que somos administradoras de bienes que pasan por nuestras manos. Pues los cargos públicos administramos bienes que pasan por nuestras manos.
Cita a Simone de Beauvoir. ¿Usted ha sido feminista?
Me interesó mucho el feminismo en los setenta.
Siempre he defendido los derechos de la mujer, aunque no milité en el feminismo organizado
. He sido una feminista sin organización.
¿Se ha logrado la igualdad real entre mujeres y hombres? En derechos, sí, pero quedan cosas, como la conciliación de la vida personal y laboral. Los horarios de consultoras o bufetes no se los pueden permitir las mujeres si tienen obligaciones familiares, por eso hay sectores profesionales donde entran con fuerza, empiezan a subir y a los cuarenta y tantos años abandonan. Arriba solo llegan hombres.
¿Cómo ve la defensora al pueblo que defiende? Desde esta institución se observa una parte de la realidad, no somos un centro de estudios sociológicos. Llegué aquí a mediados de 2012. Ese año y el siguiente se notó mucho la crisis en individuos y familias, aspectos económicos, sociales, atención a personas con discapacidad. En 2014 y en 2015 se ha percibido el comienzo de una suave recuperación, aunque no puedo hablar de final de crisis. Por eso han descendido las quejas. La mayoría se refiere a asuntos de carácter económico, a la relación de los ciudadanos con los bancos, por ejemplo hipotecas y cláusulas suelo, o a productos financieros vendidos de forma engañosa, como las preferentes.
¿Le ha sorprendido el grado de indefensión del pueblo español? Más que indefensión, hemos visto las sucesivas crisis. Como Estado de derecho, tenemos instrumentos para que los ciudadanos se defiendan y les defendamos, aunque es verdad que la Administración de justicia es lenta y eso supone una enorme inquietud para muchas familias.
¿Cuáles son las consecuencias más graves de la crisis? Los efectos son visibles, empezando por el desempleo y los trabajos precarios. Ahí es donde más se nota, pese al descenso del paro.
Prepara un informe sobre los enfermos de cáncer. ¿Qué problemas ha detectado? Algunos enfermos nos han explicado las dificultades laborales a las que se enfrentan cuando están en tratamiento. No pueden completar la jornada.
¿Nada impide despedir a un trabajador con cáncer? Por eso estamos trabajando en ello. Deben tener una jornada laboral llevadera, que les permita afrontar un tratamiento. Hay que facilitarles la vida, ya bastante tienen.
La crisis ha ahondado la brecha social, ha aumentado la desigualdad. Según algunas ONG, sí. Pero hay informes que contradicen esta brecha, por eso no me pronuncio de manera tajante.
¿Cuáles son? He visto dos contradictorios, pero muy posiblemente sí se ha ampliado la brecha.
Visto desde este despacho, ¿qué funciona mejor y peor en España? Yo estoy aquí para empujar a las Administraciones a que corrijan o atiendan asuntos que nos parecen graves o importantes. He empujado mucho. En el caso de las preferentes hubo que insistir. O con los desahucios, para conseguir un decreto que permitiera paralizarlos en algunas circunstancias y luego una ley.
¿Está satisfecha con los cambios en la normativa de desahucios? Bastante, aunque se podían modificar algunas cosas. Creo que la justicia ha actuado debidamente y con sensibilidad.
“Nuestro sistema permite remodelar partidos, corregir errores sin sobresaltos”
¿El descenso de las quejas al Defensor del Pueblo –17.776 el año pasado, un 23% menos– tiene que ver con el descrédito de las instituciones? [Largo silencio]. No lo sé.
Aunque con intermitencia, lleva casi 40 años en el candelero de lo público. ¿Le decepciona la política de ahora? La política, en términos generales, no me decepciona.
¿Qué le ha dado? La política es prestar un servicio público a los ciudadanos. La política interesa a todo el mundo, porque lo público es de todos y para todos. A los jóvenes les digo: “¿No os interesa que funcione el metro, que haya becas? Eso es la política”. Me ha producido muchos momentos de empuje, de hacer, de resolver. Y también momentos amargos y derrotas. He visto la muerte de compañeros.
La defensora del pueblo se conmueve. Recuerda el asesinato del concejal de Sevilla Alberto Jiménez Becerril y de su esposa, Ascensión García, en 1998. Fue “el momento más amargo” en la vida de la entonces alcaldesa de la ciudad. Poco antes, la banda terrorista ETA había intentado matarla a ella. “Les falló la conexión para activar el coche bomba”, relata antes de comenzar la entrevista, realizada a mediados de febrero, mientras muestra las fotos antiguas que le había pedido El País Semanal. Entre las que ha seleccionado figura la de aquella jornada. Al dorso ha escrito: “El día que la bomba no explotó”.
¿Se sintió culpable? Me he preguntado muchas veces si haberme matado a mí habría evitado que les mataran a ellos.
Pero los culpables fueron los terroristas. El atentado me sigue produciendo, y me producirá siempre, un enorme dolor. En cambio, haber sido yo objeto de uno no me ha dejado huella.
Al contrario, me ha hecho acercarme a personas que han sufrido mucho más que yo, a las víctimas. He tenido mucha suerte en la vida, empezando por aquello.
¿Es optimista sobre el final de ETA? [Larga pausa]. Me gustaría que pudiéramos hablar de un final, pero para ello la organización y las personas que están en la cárcel, los que han dado las órdenes, deben pedir perdón a las víctimas.
Cada una decidirá si perdona o no. Luego tienen que decir adiós a las armas
. Y esto no se ha producido. Algunos han manifestado que lamentan el daño, pero han sido casos individuales y lo han hecho con mucha suavidad.
El arrepentimiento por el enorme dolor causado no se ha producido.
¿Ese perdón debería desembocar en algún beneficio penitenciario? Si ese perdón se produjera, se podría estudiar. Pero tiene que producirse y tienen que dejar las armas, y no parece que estén en ello.
¿Le apena el descrédito de la clase política? Sí. Espero que los que prestamos un servicio público seamos capaces de ganar el crédito, el respeto y la comprensión de la ciudadanía. Hay una inmensa mayoría de servidores públicos que lo hace bien. Ya sé que los casos de corrupción han hecho muchísimo daño, eso es indiscutible.
¿Le ha sorprendido el alcance de la corrupción? No es tanto sorpresa como disgusto
. La corrupción hace mucho daño. Es mala en sí y mala hacia el ciudadano; es mala por todos lados. Cuando era alcaldesa de Sevilla, muchos me criticaban por ser muy estricta en el gasto.
Nunca se es demasiado austero con el dinero público.
Recuerdo que Simone de Beauvoir, criticando el papel de la mujer, decía que somos administradoras de bienes que pasan por nuestras manos. Pues los cargos públicos administramos bienes que pasan por nuestras manos.
Soledad Becerril Bustamante
Nacida en Madrid en 1944, la primera defensora del pueblo alaba “la
independencia” del organismo que dirige desde junio de 2012. Es el
colofón para esta licenciada en Filosofía y Letras, rama de Filología
Inglesa, que se estrenó como diputada en 1977 en las filas de Unión de
Centro Democrático (en la imagen, con Adolfo Suárez). En 1981 se
convirtió en la primera española con cartera ministerial, Cultura, en
democracia. Fichó a Esperanza Aguirre para su equipo. Tuvo que aguantar
dicterios y críticas a su vestuario, pero nunca le dio “demasiada
importancia”.
Tras la debacle de UCD, esta política liberal se afilió al PP. En 1995 se convirtió en alcaldesa de Sevilla.
Luego volvió al Congreso y pisó el Senado.
Separada, con dos hijos y tres nietos, es una apasionada de la filosofía –“lleva al conocimiento, permite establecer conductas y valores”– y la historia. Cuando tiene un respiro, dedica el tiempo a sus nietos, al cine, a la lectura y a pasear por el Museo del Prado.
Tras la debacle de UCD, esta política liberal se afilió al PP. En 1995 se convirtió en alcaldesa de Sevilla.
Luego volvió al Congreso y pisó el Senado.
Separada, con dos hijos y tres nietos, es una apasionada de la filosofía –“lleva al conocimiento, permite establecer conductas y valores”– y la historia. Cuando tiene un respiro, dedica el tiempo a sus nietos, al cine, a la lectura y a pasear por el Museo del Prado.
Siempre he defendido los derechos de la mujer, aunque no milité en el feminismo organizado
. He sido una feminista sin organización.
¿Se ha logrado la igualdad real entre mujeres y hombres? En derechos, sí, pero quedan cosas, como la conciliación de la vida personal y laboral. Los horarios de consultoras o bufetes no se los pueden permitir las mujeres si tienen obligaciones familiares, por eso hay sectores profesionales donde entran con fuerza, empiezan a subir y a los cuarenta y tantos años abandonan. Arriba solo llegan hombres.