Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

12 mar 2016

Querida Angelina, odiada Jolie................................... Rocío Ayuso.

La rebelde Angie ha cumplido 40 años, convertida en una actriz que controla su carrera y en una mujer comprometida. Tanta perfección parece ficticia.

Veinte años de carrera, seis hijos, dos batallas para evitar el cáncer y un único amor: Brad Pitt. Hollywood le ha dado un Oscar, la reina Isabel la nombró dama de honor y la ONU, embajadora de Buena Voluntad para los Refugiados.
Según un sondeo internacional de la empresa YouGov, Angelina Jolie es la mujer más admirada del mundo.
 Y, en ocasiones, la más vilipendiada, como quedó claro en un intercambio de mensajes robados donde uno de los principales productores de Hollywood la llamaba “niñata mimada con poco talento”.
 Las cualidades de Jolie como actriz, directora y también guionista en su último estreno, Frente al mar, quedan para que otros las juzguen
. Pero la mujer de 40 años que recibe a EL PAÍS en el hotel Four Seasons de Los Ángeles parece justo lo contrario: una artista que controla plenamente su carrera.
Y, a juzgar por la prole que le espera en el quinto piso del hotel, no tiene mucho de niña mimada. “Soy quien soy gracias a mis hijos. Ellos son lo mejor de mí misma”, asegura sin rodeos.

 

Angelina Jolie está en plena promoción de su película, la tercera como realizadora en una industria que no ofrece oportunidades a sus mujeres. Frente al mar, estrenada ayer en España, mezcla lo personal y lo profesional
. En la cinta, dedicada a su madre Marcheline Bertrand, la actriz y su esposo encarnan a una pareja en crisis.
 “Es un estudio sobre el dolor, porque no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Una experiencia universal en la que aprendemos las idas y venidas de la vida”.
Las mareas en la vida de Jolie han sido turbulentas.
Hija de actores, su rebeldía fue algo siempre patente. A los 16 años se fue a vivir con su primer novio.
 Habló de bisexualidad antes de que la fluidez sexual fuera parte del vocabulario aceptado, intercambiando lo mismo anillos que viales de sangre con otros o besando a su hermano como se hace con el mejor amante
. Ahora, Jolie es toda una institución: estrella, benefactora, mujer, madre y esposa.
“Solo me da envidia que alguien llame a su madre porque yo no puedo”, afirma sobre una muerte que aún le duele.
Esta afirmación no la hace para evitar hablar de su esposo Brad Pitt. Para nada. Llevan juntos más de 10 años y tras la boda sorpresa en Francia en 2014 se cambió el apellido al de Jolie-Pitt, el mismo que sus niños. “Tener hijos es lo que te ata.
El día que firmó los papeles de adopción de Zahara y Madoxx supe que estábamos unidos para el resto de nuestras vidas”, confiesa refiriéndose a los dos mayore
s. A veces, sus palabras pueden parecer cursis y, más que a amor, suenan a farsa calculada. Es en ese momento cuando la hija de John Voight deja las musas y baja a la tierra esbozando una sonrisa pícara. “Claro que también lo vuelvo loco”, añade con malicia.
 “Las gafas, por ejemplo”, continúa buscando en su cabeza las lentes de sol que llevaba puestas al llegar a la cita, “las dejo por todos lados. No lo soporta”, se ríe de nuevo comentando las manías de su familia.
Un matrimonio que, cuando suma al medio equipo de fútbol internacional que tienen por hijos, es algo caótico. Como dijo una exniñera, se trata de una familia que está a caballo entre lo hippie y lo salvaje, donde los padres apoyan las iniciativas creativas de su tribu, escolarizada en casa y siempre a su lado, viajando de rodaje en rodaje. Y en la que no faltan las discusiones. “Es lo que pasa tras 10 años de matrimonio”, confiesa la intérprete sin dejar claro si habla de los protagonistas de su cinta o de ellos mismos. “Brad me conoce ya en cada gesto y sabe cuando me impaciento”, añade. Ella reconoce que, cuando se enfada, o lo soluciona enseguida o se encierra en sí misma. Resulta fácil verlo.
Angelina Jolie durante el rodaje de 'Frente al mar'.
Jolie también conoce cada rasgo de su marido, de su amigo, del hombre en el que ve a sus hijos. Una familia donde todos han ido creciendo y se acercan peligrosamente a la pubertad. “De momento, solo Mad está entrando en esa etapa.
 Es el más reservado, así que no sé mucho. Supongo que será mejor así”, confiesa. Habla de su primogénito, el que adoptó en Camboya en 2002 cuando tenía 6 meses. Ahora ha vuelto a ese país que cambió su vida y donde prepara, con Maddox como asistente, su nueva película, basada en la novela Primero mataron a mi padre, sobre la masacre del régimen de Pol Pot.
 “Me siento más cómoda haciendo películas de guerra. No es que el matrimonio no sea una guerra”, bromea.
Jolie tiene claro que piensa continuar dirigiendo. Hay muchas historias que quiere contar y en esta nueva etapa de su vida es lo único importante.
 Con la sombra de todas las mujeres de su familia que enfermaron o murieron en sus 40, Jolie solo tiene tiempo para los suyos o para hablar de lo que considera importante. Preferiría no ser ejemplo para las mujeres afectadas por el cáncer de mama, pero ahí está.
Su segunda operación —en 2015 se extirpó los ovarios, y en 2013 se sometió a una doble mastectomía— tuvo lugar mientras montaba Frente al mar.
 “Claro que tengo mis dudas pero también quiero decirle a las mujeres que, aunque se sientan diferentes, siguen siendo mujeres”, afirma.

Gauguin llega al Reina Sofía: la pintura más cara del mundo.................................

'Nafea faa ipoipo', obra del genio francés vendida por 270 millones de euros, puede visitarse durante todo el verano en el museo madrileño

Instalacion del cuadro de Gauguin '¿Cuándo te casarás?' en el Reina Sofía. / Samuel Sánchez

Instalacion del cuadro de Gauguin '¿Cuándo te casarás?' en el Reina Sofía. / Samuel Sánchez

Pocas visitas artísticas han levantado tanta expectación como Nafea faa ipoipo (¿Cuándo te casarás? en tahitiano) la obra de Paul Gauguin que el pasado febrero se hizo con el título de la "más cara de la historia" tras ser adquirida por un comprador catarí a cambio de 300 millones de dólares (270 millones de euros).
 Hoy viernes, Rudolf Staechelin, su anterior propietario, el director del  Reina Sofía, Manuel Borja-Villel y el presidente del Patronato, Guillermo de la Dehesa, han oficiado la ceremonia de instalación de la tela que hasta primeros de septiembre convivirá con la colección del Kunstmuseum de Basilea en la cuarta planta del edificio, compartiendo pared con otra célebre tela de Gauguin: Paisaje con tejado rojo (1885).
Procedente de la Fundación Beyeler de Basilea (Suiza), donde ha formado parte de una retrospectiva dedicada al pintor, después de su exposición en Madrid viajará a la Phillips Collection de Washington.
 A partir de la clausura de esta muestra, el 10 de enero, será entregada a sus nuevos propietarios, la Autoridad de los Museos de Qatar, según ha publicado la prensa estadounidense; extremo que Staechelin ha declinado confirmar en Madrid, "por acuerdo de los componentes del trust familiar", entidad con sede en Nueva York y creada para gobernar la riquísima colección de la que una buena parte se puede ver este verano en el Reina Sofía y el Museo del Prado.
"Lo importante son las obras" declaró Staechelin, "las colecciones se modifican con el tiempo.
 Esta fue comprada por mi abuelo en 1921 por 18.000 francos.
 No lo hizo por especular, sino porque le gustaba. Esa belleza será eterna, lo demás es efímero".
La venta se produjo mientras la obra estaba expuesta en la Fundación Beyeler, pero se acordó que antes de entregarla a sus nuevos propietarios, se respetarían todos los compromisos adquiridos por el Kuntsmuseum de Basilea.El récord anterior lo ostentaba Los jugadores de cartas, de Paul Cézanne, vendido en 2011 por 250 millones de dólares.
Secretos aparte, no hay duda de que la belleza contenida en ese lienzo de 101,5 cm × 77,5 centímetros es apabullante. Los colores del paisaje polinesio inventado por el artista rodean a dos hermosas jóvenes. Una de ellas es Tehe’amana, la muchacha con la que Gauguin se casó cuando ella contaba solo 13 años y mientras su esposa oficial y sus cinco hijos seguían viviendo en Dinamarca. Los estudiosos del artista consideran que esta es su obra más erótica y una de las más importante de su amplia producción.
Nafea faa ipoipo salió el martes por la mañana en un camión expresamente acondicionado de la empresa de transportes Sim con dos transportistas y un experto encargado de velar por la obra (un correo). Después de hacer noche en los almacenes de la compañía en Barcelona, prosiguió viaje hasta Madrid. Llegó ayer jueves y durante 24 horas permaneció en posición horizontal sobre una mesa para conseguir que se aclimatara. Hacia las 11.00 de hoy viernes ha podido por fin ser colgada de las paredes por tres profesionales del museo. no se reforzará la vigilancia habitual (uno por sala) ni se modifican las condiciones del seguro, que tiene el aval del Estado.
Ante el supuesto remoto de si Manuel Borja-Villel hubiera dispuesto de 270 millones de euros hubiera adquirido la obra, el director respondió que lo importante son los relatos, no una pieza individual.
 Especulaciones aparte, aseguró que se trata de una obra maestra fundamental y muy importante en la producción de Gauguin. "Tiene todos los elementos clave de sus obras posimpresionistas. La pinta en 1892, durante su primer viaje a Tahití, y él tiene otra idea del paraíso. Por eso, los colores de la Naturaleza que representa no son reales, son los que hay en su imaginación. Es una obra cargada de códigos y forma parte de la serie de cuatro telas dedicadas a las preguntas. Cuando la pinta, él ha huido de Europa buscando un paraíso que solo está en su imaginación".
No se sabe con exactitud la relación entre el título del lienzo y la significación global de este trabajo, pero la misteriosa pregunta -
¿Cuándo te casarás?- forma parte del simbolismo general de la escena.
La obra también refleja hasta qué punto Gauguin proyectó su imaginario europeo en un paraíso polinesio que bajo el imperio colonial de Francia había perdido su inocencia hacía mucho tiempo. Algunos expertos han considerado que la mujer del primer plano busca marido debido a que lleva una flor en su oreja mientras que la otra sería la encargada de buscar al futuro esposo, por eso al fondo se vislumbran dos figuras paseando
. Las tahitianas fueron el motivo fundamental para la inspiración del artista, protagonizando la mayor parte de los lienzos ejecutados en la Polinesia.
Staechelin recordó el origen de la colección familiar formada por su abuelo, en 1915. Con el mismo nombre que el nieto, formaba parte de una familia con negocios en el mundo de la construcción y la aeronaútica, entre otras cosas
. "Este cuadro lo he visto toda mi vida, pero, como la mayor parte, estaba depositado en el Museo de Basilea. No conocía a mi abuelo, murió antes de que yo naciera.
 Después, en un accidente de avión de la compañía que teníamos entonces, murieron mi padre y mi hermano. En total, fallecieron 100 pasajeros y tuvimos que hacer frente a indemnizaciones muy altas. Era 1967, año en que decidí vender dos lienzos de Picasso (Arlequín sentado, de 1923, y Los dos hermanos, 1906, que fueron comprados por el Ayuntamiento después de un histórico referéndum en Basilea; un gesto al que Picasso respondió regalando cuatro obras".
Aunque Staechelin explicó la venta de los picassos, no hizo lo mismo respecto a la obra de Gauguin. Sí aseguró, sin embargo, que, por el momento, no tienen nuevos planes de venta.
 Y concluyó diciendo que no está seguro de que la parte de su colección que desde hace décadas está depositada en el Kunstmuseum retorne a Basilea en las mismas condiciones en las que estaba. "Tenemos discrepancias con la dirección del museo. Es una decisión que tomaremos el próximo año".

 

 


Lovecraft: el mal no existe.................................................... E.J. Rodríguez

Howard Phillips Lovecraft. Foto: DP.
Howard Phillips Lovecraft. Foto: DP.
Todas mis historias se basan en la premisa fundamental de que las leyes, intereses y emociones comunes de los seres humanos no tienen validez ni significación en la amplitud del vasto cosmos. (…) Uno debe olvidar que cosas como la vida orgánica, el amor y el odio, y todos los demás atributos locales de una insignificante y efímera raza llamada humanidad, existen en absoluto.
H. P. Lovecraft creía que su obra sería olvidada después de su muerte, aunque su predicción era menos un producto de la modestia que de un desánimo bien fundado en la realidad de ser un escritor asociado a determinados géneros que en su tiempo apenas eran tomados en serio más allá de las revistas para un mercado juvenil. Su pesimismo apenas sorprende, pues durante sus últimos años hizo frente a crecientes dificultades económicas, unidas a una actitud ambigua y refractaria hacia el mundo editorial.
 Pero se equivocó. Su repercusión e influencia sobre el género del terror creció en mayor medida de lo que él mismo hubiese podido suponer. Eso sí, también le hubiese sorprendido saber que muchos de sus póstumos seguidores han publicitado una idea equivocada de su obra, o más bien de los principios en los que Lovecraft, de manera explícita, se basó para componerla. 
Porque aquellos principios se vuelven más actuales conforme transcurre el tiempo: escritor del siglo XX con un estilo decimonónico, que se consideraba a sí mismo heredero de tiempos incluso más antiguos, pero que, de manera paradójica, podría encajar en lo que resta del siglo XXI más que en ninguna otra época.
En la cosmología de la tradición occidental, en gran parte de origen cristiano y judaico, el concepto de «bien» no requiere un significado. El bien se explica por sí mismo; lo bueno y la bondad son atributos inherentes a Dios, puesto que Él es amor infinito, misericordia sin límites.
 El hombre busca el bien, lo anhela, lo convierte en la finalidad de su vida, pero no necesita darle una explicación. El bien es el statu quo, es la esencia de todo, es lo que imperaba en el momento de la creación. Es mal, por contra, sí debe ser explicado porque constituye una anomalía. Mientras que en algunas religiones orientales el universo es dual y el mal es tan contingente a la existencia como lo es el bien, en el pensamiento cristiano todo mal es una aberración.
 El mal parece incompatible con Dios, así que al cristianismo no le basta con dar cuenta del mal en términos de pecado —lo cual sí entronca con conceptos como el karma sino también ofrecer cuenta de su origen más allá de los actos de cada individuo.
 Dicho de otro modo; si el mal fuese únicamente producto del pecado, si Adán y Eva hubiesen creado el mal por sí mismos, la relación entre un Dios bondadoso y la raza humana resultaría incomprensible. Se precisa un tercer agente, la serpiente, que es la que provoca el mal; inducir al ser humano al pecado es atraerlo hacia el mal, que permanece como una fuerza externa.
 Es verdad que, en esencia, la serpiente del Génesis podría representar el libre albedrío pues el ser humano tiene la capacidad de elegir porque Dios, en un acto de amor, le ha concedido la libertad. 
Sin embargo, esta idea era difícil de asimilar para los creyentes cristianos más analíticos porque implicaba que la libertad humana es per se la causa del mal, y siendo la libertad un regalo paterno de Dios para el hombre, sería Dios la causa del mal.
 Irresoluble esta paradoja desde la lógica, el cristianismo optó por distraerla, desviando la culpa hacia un agente externo. Una representación ontológica del mal, Satanás, resultaba conveniente. Dios le concedió también el libre albedrío, pero Satanás fue un proyecto fallido, porque de manera voluntaria y consciente dio la espalda a Dios.
 El hombre, en cambio, peca como efecto de un engaño. La serpiente del Génesis deja de ser metafórica para convertirse en una fuerza con entidad propia, que desde la proverbial manzana hasta nuestros días se ha encargado de tentar a la humanidad; incluyendo, según los Evangelios, al propio Jesucristo
Así, el mal como concepto se transforma en el Mal, con mayúscula, que es una entidad viva, consciente, poderosa e inmortal.

Un poco de humildad............................................................ Elvira Lindo

Y de fondo, los observo a ellos en imágenes del debate de investidura: deberían pensar en lo que sucede fuera, donde habitan tantos héroes y heroínas anónimos.

Hay artículos que la mente construye antes de llegar a casa.
 Este es uno de ellos.
 Lo voy rumiando sin haber salido aún del hospital Gregorio Marañón, sin que mi olfato se haya desprendido del olor a desinfectante ni mis ojos de la luz deslumbrante del hábitat hospitalario
. Voy meditándolo cuando aún suenan vivas en mi recuerdo las voces de las enfermeras
. Voces que preguntan a los enfermos si quieren tomar un refresco o un sándwich, aunque de sobra saben que la quimioterapia les descoloca el cuerpo incluso antes de golpear las entrañas y que no podrán probar bocado durante unos días
. La joven L. entró esta mañana con buen color, con el sonrosado en las mejillas propio de una chavala de 26 años, pero lo ha perdido con la sola visión del goteo penetrando en la vena. A su lado, una señora de Entrevías me pregunta si soy lo que dicen, escritora, y me asegura que un día de estos va a comprarse unas gafas, aunque ella lee, lee separando mucho la página de su vista torpe, lee libros de la iglesia evangélica.
 Hay tantos, dice, que podría pasarse una la vida aprendiendo cosas sobre Dios.
Hay ancianos en la sala, hay una mujer de mediana edad que exhibe una naturaleza muy resuelta, y tiende el brazo a la enfermera como si fuera un mero trámite.

 

Hay artículos que la mente construye antes de llegar a casa.
Este es uno de ellos.
 Lo voy rumiando sin haber salido aún del hospital Gregorio Marañón, sin que mi olfato se haya desprendido del olor a desinfectante ni mis ojos de la luz deslumbrante del hábitat hospitalario.
 Voy meditándolo cuando aún suenan vivas en mi recuerdo las voces de las enfermeras.
Voces que preguntan a los enfermos si quieren tomar un refresco o un sándwich, aunque de sobra saben que la quimioterapia les descoloca el cuerpo incluso antes de golpear las entrañas y que no podrán probar bocado durante unos días. La joven L. entró esta mañana con buen color, con el sonrosado en las mejillas propio de una chavala de 26 años, pero lo ha perdido con la sola visión del goteo penetrando en la vena.
A su lado, una señora de Entrevías me pregunta si soy lo que dicen, escritora, y me asegura que un día de estos va a comprarse unas gafas, aunque ella lee, lee separando mucho la página de su vista torpe, lee libros de la iglesia evangélica.
Hay tantos, dice, que podría pasarse una la vida aprendiendo cosas sobre Dios.
 Hay ancianos en la sala, hay una mujer de mediana edad que exhibe una naturaleza muy resuelta, y tiende el brazo a la enfermera como si fuera un mero trámite.
De fondo, muy de fondo, de las dos teles que cuelgan del techo, surgen las voces de los contertulios que, a las doce del mediodía, dan la impresión de estar ya de vuelta de todo, de andar un poco mareando la perdiz.
No oigo bien lo que dicen pero veo sus rostros familiares, así como los de los políticos devenidos en estrellas televisivas
. Su presencia ha entrado en los hogares, como antes se decía, con la rotundidad de un serial, como un Amar en tiempos revueltos.
De protagonistas, nuestros representantes, aquellos que se llenaron la boca los primeros días hablando del mandato del pueblo y que ahora son incapaces de entenderse; y el coro de cronistas, a modo de tragedia griega, que glosa lo sucedido para que el espectador lo reinterprete.
 Yo no sé lo que ha dicho el pueblo, yo solo respondo por mi voto, que no contenía una voluntad colectiva sino una opción, poco entusiasta, después de haber considerado otras.
 Y como yo, muchos más de los que creen nuestros protagonistas, que vistos desde esta sala en la que los enfermos luchan empecinadamente por vencer la batalla a la enfermedad, se me antojan tan lejanos que llego a pensar si habitan en el mismo país que el nuestro, el de los que respiramos el mismo aire de esta sala en la que tranzan su pequeña comedia humana las enfermeras, los pacientes y los familiares que padecen el dolor de los suyos en primera persona.
 Le beso la mano a L. y pienso en todo el coraje que reúne cada 15 días para venir aquí muy de mañana y someterse al impacto de un cóctel químico que la cura al tiempo que durante días la destroza. Imagino que sueña, como todos cuando el dolor nos somete, en cómo será su vida el día en que amaine la tormenta, ese día, a las puertas del verano, en que entrará en esta misma sala y anunciará que está limpia, lista para retomar todos los proyectos que ha dejado aparcados.
 Y con ella, su madre, y todas aquellas personas que la quieren y viven, desde que la doctora pronunció el diagnóstico, en un tiempo diferente al de aquellos que no piensan en la salud por la simple razón de que la tienen.
 Las enfermeras responden a un nombre propio, o a un diminutivo; los enfermos también.
 Son viejos conocidos. Esos nombres suenan una y otra vez, y hay anécdotas sin importancia que se cuentan y desdramatizan el ambiente de una habitación donde los profesionales se mueven hacendosos como si les faltara tiempo y los enfermos miran al vacío como si les sobrara.
 El drama va por dentro, fluyendo con la suave cadencia de una obra chejoviana, sin aspavientos. No queda más que velar por el enfermo y admirar cómo las enfermeras, que vieron encogidos sueldo y vacaciones en estos tiempos de crisis, actúan con un solo afán: devolver la salud a quienes la perdieron.
 Unas y otros son heroicos, así los considero yo, que sólo sé tomar la mano querida y acariciarla con el convencimiento de que el cariño contribuye a la curación.
 Y de fondo, muy de fondo, los observo a ellos en imágenes del debate de investidura, celebrando sus actuaciones desmedidamente, como si se marcharan o volvieran de una batalla, sobreactuando cada intervención como si fuera histórica.
Deberían pensar en lo que sucede fuera, pienso llegando a casa, donde habitan tantos héroes y heroínas anónimos.
Cuando uno repara en ellos, se anda por la vida y se actúa en el trabajo con un poco más de humildad.