Marta Sanz (Madrid, 1967) acaba de recibir el Premio Herralde por su recién publicada Farándula, una novela crítica que toma como excusa el mundo del teatro para abordar sin miramientos cuestiones sociales y culturales
. Lenguas muertas, Susana y los viejos o La lección de anatomía son otros de sus trabajos narrativos. Además de colaborar en medios como el ABC o Viento Sur, en su obra también encontramos poemarios y ensayos.
Ácida sin mutilar la ternura, en sus libros cuelga la trama de una percha.
Nos sienta entre libros y
fotografías después de abrirnos la puerta de su casa
. Conocemos a una
mujer que no se desdobla en individuo y autora y que nos habla de lo que
le duele y lo que le inquieta.
Hay un porcentaje bastante
elevado entre las mujeres nacidas en los setenta y ochenta que elegimos
no ser madre. ¿Es un monstruo la mujer que no quiere procrear?
Yo creo que no.
No creo que seamos seres tremendamente monstruosos.
Lo cuento en La lección de anatomía:
cuando yo elijo no ser madre, no lo hago por ningún motivo ideológico,
ni grandilocuente, ni político, ni de teoría de género, ni de nada por
el estilo
. Decido no ser madre por miedo y no por un miedo que tenga que
ver con lo psicológico o lo económico, con las posibilidades de darle a
un hijo una educación, alimento, vestirlo.
Se trata de un miedo físico,
que arranca de los relatos sucesivos del parto de mi madre con los que
mi madre me instruye prácticamente desde que tengo uso de razón.
Solo con palabras, nada de imágenes.
En absoluto, en aquella época era muy
raro, tal vez imposible, grabar un vídeo del parto.
Hoy hay gente que lo
graba y te pone el vídeo, cosa que me parece de un mal gusto tremendo,
igual que me parece que no tiene mucho sentido lo de enseñar las
ecografías.
Yo normalmente no veo nada. No sé si el niño es guapo o feo.
El caso es que los relatos de mi madre eran orales y minuciosos, y lo que cuento en La lección de anatomía creo que es verdad, constituye esa mitología fundacional de cada uno de nosotros que forma parte de nuestras verdades.
Por una parte, esos relatos de mi madre
hacen que decida no ser madre por miedo físico a que una cosa tan grande
pueda salir por un sitio tan pequeño; por otra parte, me invitan a
narrar: me considero heredera en la palabra escrita de los relatos
orales de mi madre, de la minuciosidad, del gusto por lo escatológico.
¿Esa animalidad no te atrae en ningún aspecto?
¿Por animalidad te refieres al hecho del
parto?
El hecho del parto no me atrae bajo ningún punto de vista, ni
ético, ni estético, ni en mi vinculación con la naturaleza, ni en nada
de nada.
Simplemente me produce miedo y me hace pensar en un dolor
enorme.
Tal vez tendríamos que reivindicar más las cosas artificiales en
un momento en que se reivindica tanto la naturalidad y lo natural.
Siempre digo que soy partidaria de la anestesia y de los artificios que
lo que hacen es paliar los excesos y las brutalidades de la naturaleza.
Me parece muy respetable —¡menos mal!— que muchas mujeres tengan ese
contacto con su instinto que hace que el mundo siga.
Me parece muy
respetable y admirable, pero a mí no me pasa. Entonces, lo único que yo
pido básicamente es que a estas mujeres que decidimos no ser madres por
los motivos que sean no se nos considere monstruosas o no se nos
considere mujeres.
Lo que me parece completamente impúdico en la
sociedad en la que vivimos es que se vincule de una manera unívoca
maternidad-feminidad.
No. Yo no soy madre y soy una mujer.
En tus novelas hay descripciones muy bestias.
Igual que hay cosas dentro de mi
literatura que sí que puedo racionalizar y sé por qué quiero contarlas y
de qué manera, también hay imágenes, hay expresiones, que no sabría
explicar por qué surgen. Quizá, si me pongo a pensarlo, tienen que ver
con esa repulsa hacia lo primario que casi siempre se asocia con la
mujeres y que de alguna manera recorre toda la literatura
. Creo que
todos mis textos son una manera de contradecir tópicos, frases hechas de
nuestra civilización…
Una de ellas es la que vincula la racionalidad
con el señor, y la naturalidad y la tierra y la visceralidad con la
figura de una mujer que casi siempre es madre o fuente de una maldad
despiadada.
De algún modo, todo eso se traduce en distintas metáforas
que van salpicando la historia de la literatura universal…
La mujer siempre ha sido «la loca».
La loca, la irracional, la histérica, la visceral.
Dices que ahora, en el parto,
respetas mucho que las mujeres, haciendo caso de su instinto, quieran
parir de una forma natural. ¿Eso realmente es instinto o solo
mercadotecnia?
Mira, en estas cosas quiero ser cauta.
Quiero ser respetuosa tanto con la mujer que decide amamantar a su
criatura hasta los diez años como con la que decide darle un biberón al
poco de nacer porque tiene grietas o porque se tiene que ir a trabajar y
sus condiciones económicas no le permiten ser «una buena madre» desde
la perspectiva de los nuevos códigos.
Entiendo que en este sentido cada
mujer es un mundo, aunque comparto contigo que todas estamos
absolutamente condicionadas por ciertos discursos y ciertos eslóganes
que además van fluctuando con el paso del tiempo y que tienen que ver,
por una parte, con las exigencias del mercado y, por otra, con los
comportamientos y creencias con los que rellenamos la palabra
«feminismo».
Hay una imagen que me parece muy representativa de todo
esto.
Recuerdo un relato de Alice Munro
en el que habla de un personaje que acaba de tener un hijo, una hija,
no recuerdo, y, para desvincularse del punto de vista animal de la
maternidad —porque ella reivindica su condición de mujer más allá de la
maternidad, más allá de la naturalidad y de las vísceras—, ella,
mientras amamanta a su hija, fuma.
Ese gesto, que hoy se consideraría
egoísta y brutal, singularizaba a una mujer feminista en los años
sesenta y setenta.
Ahora se ha dado una vuelta de tuerca completamente
diferente, estamos en la época del arraigo, de la lactancia a demanda,
del colecho y demás.
Es un mundo que yo personalmente no he vivido y no
sé lo que haría si tuviera un hijo, pero mucho me temo que incluso por
edad y por educación sería más parecida a Alice Munro.
Aunque he dejado
de fumar.
Por otra parte, con esto del fumar y no
fumar de las mujeres, de cuidar la salud y hacer deporte, de comer sano,
tanto nosotras como vosotros, creo que corremos el riesgo de ser muy
moralistas. Parece que una de las imágenes más rechazables por la
comunidad es la de una mujer embarazada fumando. O tomando un poquito de
vino. Como si fueras una asesina, es terrible.
En tu última novela, Farándula, la trama discurre entre bambalinas; ¿qué relación tienes con el teatro?
Tengo una relación con el teatro
psicoanalítica y completamente familiar.
Cuando era niña mis padres
estaban en una compañía de teatro de aficionados en Benidorm, que es
donde pasé mi infancia.
En aquella época sentía una empatía brutal con
mi madre y me daba mucho miedo que se confundiera, que no se supiera
bien el papel
. Este miedo me generó un rechazo físico al teatro
. Mi
madre subía al escenario y a mí se me secaba la boca, se me revolvían
las tripas, como cuando te va a preguntar el profesor en el colegio y no
te sabes la lección.
Todo esto hizo de mí una espectadora teatral
nefasta, absolutamente nefasta.
No he disfrutado de los espectáculos
teatrales hasta que he sido muy mayor y me han explicado que no había
necesidad de que me pusiera así, que para eso estaban los profesionales
del teatro.
Esta reacción física tan poderosa que tenía frente al teatro
era algo que quería contar en Farándula porque ese es el tipo
de vínculos entre el emisor de un discurso artístico y el receptor de un
discurso artístico que a mí me gustaría recuperar.
Ese tipo de
profundidad, ese tipo de fisicidad, ese tipo de violencia y de sentirse
completamente concernido y vulnerable frente a lo que te están contando.
Y esta es la excusa para abordar en la novela un trasfondo mucho más social.
Efectivamente, esa es la excusa para abordar el tema de la cultura tal y como lo hago en Farándula:
dar mi visión de este cambio de modelo cultural que va de lo analógico a
lo digital
. Por el camino nos estamos perdiendo muchas cosas.
Me
molesta que desde las mentalidades más progresistas y más abiertas,
incluso más de izquierdas, cuando te atreves a hacer una pequeña crítica
a los avances de la era de internet, automáticamente eres acusado de
reaccionario: creo que de lo que se trata es de intentar aprovecharnos
de las virtudes pero siendo muy conscientes también de los problemas y
las limitaciones que acarrea.
En ocasiones has dicho que en tus novelas haces un ejercicio voluntario de demolición de la trama. ¿Con qué objeto?
Dentro de los elementos narrativos que
constituyen el género, hay uno, el de la construcción de la trama, que
es el que permite dentro de una novela crear intriga, suspense, generar
misterio, que el lector se haga preguntas que tengan que ver con el
desenlace de la historia.
Me parece que ese elemento narrativo tiene
mucho que ver con el discurso de seducción que predomina en unas
sociedades de ideología neoliberal donde de lo que se trata es de
complacer al lector como un cliente
. Por eso, desde que comienzo a
escribir, la trama para mí es un elemento muy secundario dentro de las
ficciones o incluso un elemento a batir.
Puedo contar una historia,
puedo transmitir una emoción, puedo dar un punto de vista sobre lo que
está sucediendo y hablar de las cosas que duelen, sin tener que
agarrarme necesariamente al mecanismo de las tramas, me interesa más la
construcción de los personajes.
El punto de vista y la voz.
El punto en
el que confluyen lo interno y lo externo en las narraciones: el sujeto y
la comunidad, el texto y el contexto.
Me interesa más la prospección
psicológica, me interesa más el lenguaje.
Y me interesa más la calidad
de página que propiamente lo que es la trama.
Hace poco vi la película documental sobre Hitchcock y Truffaut, que a mí me ha parecido interesantísima, y hubo un comentario de Martin Scorsese con el que me sentí muy identificada.
Él cuenta que en Vértigo
de Hitchcock la trama simplemente es el alambre o la percha para colgar
la poesía de las imágenes.
Creo que hay veces que en los textos que
escribo la trama funciona de esa manera, otras veces está ahí para ser
fracturada, para contradecir el deber ser y la ortodoxia de ciertos
géneros altamente codificados, para suscitar preguntas sobre la realidad
desde la «conspiración» contra cierta retórica literaria, ese es el
caso de Black, black, black o de Un buen detective no se casa jamás.
En El frío haces ese ejercicio de utilizar la trama como «percha».
El frío es un ejemplo de cómo
un texto más que una trama, más que una historieta, en el mal sentido de
la palabra, salpica.
Pero lo que intento, tanto en El frío como en Daniela Astor,
como en otras novelas mías, es contraponer dos discursos, ver cómo un
discurso rebota en el otro discurso y cómo con eso se puede generar
interés y se construye significado, sin necesidad de que yo te esté
poniendo a ti una zanahoria delante del hocico para que tú te la comas.
Ignacio Vidal-Folch, en la presentación de la revista Granta, se
preguntaba cómo es posible que el futuro de la condición humana esté en
manos de cuatro intrépidos de Silicon Valley sin que los pensadores más
progres tomen partido. ¿Estás de acuerdo?
Pues sí, estoy de acuerdo.
De hecho, otro de los estímulos de Farándula
es la narración de ese tránsito de lo analógico a lo digital que está
modificando nuestras conciencias, que está cambiando nuestra visión del
ser humano y de la relación que establece el ser humano con su cultura,
tiene que ver con eso.
Me parece de una perversidad absoluta cómo se
cambia el significado de las palabras y cómo, de repente, en internet
todos los discursos se colocan en una línea horizontal, convirtiendo la
democracia en demagogia
. Me parece absolutamente perverso cómo la
palabra libertad cambia de significado: en el momento en el que nosotros
estamos aparentemente ejerciendo nuestra máxima libertad, al mismo
tiempo estamos siendo vigilados por un ojo tremebundo que es capaz de
captar todos nuestros datos. Esto lo cuenta con una sencillez y una
claridad aterradoras el filósofo coreano Byung Chul Han en Psicopolítica.
Deberíamos hacernos preguntas.
¿Hay talento en las nuevas generaciones de autores españoles?
Yo creo que sí. No me importa nada dar
nombres y apellidos.
Me interesan muchísimo los escritores españoles
nacidos en la década de los setenta y ochenta. Me parece que algunos de
ellos nos están dando lecciones a los nacidos en los sesenta que
estábamos demasiado anclados a la literatura de prestigio en la época de
la Transición, estábamos muy condicionados por los autores de la nueva
narrativa.
Creo que los autores nacidos en los setenta y en los
ochenta se atreven a dar un salto cualitativo.
La primera gran sorpresa
fue
Isaac Rosa. Isaac Rosa me parece un escritor con una mirada muy original y además con una caligrafía literaria envidiable.