La Reina escoge una atrevido 'look' para la inauguración de ARCO.
La Reina escogió un look un tanto audaz para comparecer este jueves en la inauguración de ARCO.
Vestida con una chaqueta rosa fucsia, una camisa blanca y unos
atrevidos pantalones de cuero negros anchos y tobilleros, que combinaba
con unos zapatos de tacón de aguja sin medias y una cartera de mano
igualmente fucsia, doña Letizia visitó la prestigiosa feria de arte.
Casi todo el conjunto confeccionado con firmas de moda españolas. Los pantalones de cremallera frontal son de Uterqüe (275 euros), una
de las firmas del grupo Inditex; los pendientes de cuarzo verde y rubíes
fueron diseñados por Tous y cuestan 650 euros; la cartera es de Adolfo
Domínguez a juego con la chaqueta (99 euros) y la camisa de Hugo Boss
(250 euros)
Para la ocasión, la Reina se decidió por llevar el pelo recogido,
opción que suele elegir para las grandes ocasiones. ARCO siempre ha sido
uno de los escenarios preferidos por la esposa de Felipe
VI para
mostrar su estilo, un look de vanguardia para una feria de vanguardia.
Tras la celebración de la Semana de la Moda de Madrid algunos
diseñadores como Roberto Verino han pedido públicamente a doña Letizia
que se abra a otros creadores españoles, que no confíe su armario solo a
Felipe Varela
como viene haciendo desde 2004.
Días después Jorge Vázquez, uno de los
triunfadores de la pasarela madrileña, ha contado que ha recibido una
llamada del palacio de La Zarzuela. "Parece que quieren encargarme
algunas cosas", ha dicho enigmático el diseñador.
La Reina hasta ahora ha mostrado su preferencia por Varela al que ha
elegido para todas las grandes ocasiones
. Pero su clienta más importante
no estuvo el lunes en su regreso a la pasarela de Madrid.
De hecho, el
diseñador quiso que no hubiera una primera fila tradicional llena de
famosas, optó por invitar a clientas anónimas. Los clientes de Felipe
Varela buscan en él sofisticación, elegancia y sobriedad. Su página web es austera y hasta ahora no había vuelto a presentar en público sus colecciones.
Se
formó en París, en el Institut Français de la Mode y en la Escuela
Internacional de Diseño Esmod, y ha trabajado para firmas como Kenzo,
Dior, Lanvin o Mugler.
Si algo caracteriza a nuestra época, es la pasión censora que domina a las sociedades.
Franco estaría encantado, y todos los dictadores que en el mundo han
sido, como lo estarán los actuales.
Si algo caracteriza a nuestra época,
es la pasión censora que domina a las sociedades: el afán de prohibir,
de regularlo todo, de eliminar el pasado enojoso de la misma manera que
Stalin hacía borrar de las antiguas fotografías a sus colaboradores
caídos en desgracia, que fueron centenares.
En esas fotos, una vez
amañadas, se percibían inexplicables huecos, pero eso era preferible a
que se viera al jefe soviético en compañías súbitamente indeseadas
. Hay
que recordar que, al menos en España, la censura es inconstitucional
desde 1978, pero eso le trae sin cuidado a demasiada gente.
Carmena ya
ha arremetido alguna vez contra la prensa, culpándola de impedirle
llevar a cabo sus torpes y estrafalarios planes municipales.
Podemos ya
ha avisado que convendría ponerle freno y controlarla, como viene
haciéndolo desde hace lustros el régimen chavista en Venezuela.
El PP se
ha quejado de la propaganda existente contra él en unos pocos
periódicos y televisiones, mientras que nunca protesta de los muchísimos
más medios que tiene a su favor, si no a sus pies y quién sabe si a
sueldo.
En Rusia, los periodistas críticos con el Gobierno caen a menudo
abatidos por balas o acaban en una prisión más o menos siberiana, a la
vieja usanza.
En la Argentina kirchnerista, hasta hace tres días, la
prensa insumisa se veía hostigada y amenazada.
Y no hablemos de Arabia
Saudí y otros países árabes, en los que a un bloguero le pueden caer mil
latigazos.
Ni de México, donde los reporteros que no son el
complaciente y fatuo Sean Penn pierden la vida.
Pero todos estos son formaciones, Gobiernos o mafias con clara vocación
represora y totalitaria.
El problema mayor son las sociedades, el ánimo
censor que se va adueñando del planeta.
Ya escribí aquí hace tiempo
sobre la pretensión de muchos estudiantes estadounidenses de suprimir en
sus universidades toda opinión o discurso que a cada cual desazone u
ofenda. Quieren que unos lugares que siempre fueron de cuestionamiento y
debate, de confrontación de ideas, se conviertan en lo que llaman “safety spaces”
o algo así, “espacios seguros” en los que nadie altere sus convicciones
con inquietantes pareceres, y la única forma de conseguir eso es que
nadie diga nada que pueda molestar a alguien, es decir, nada de nada.
Hace unas semanas hablé del destierro al que el Rijksmuseum ha condenado
a veintitrés vocablos, desaparecidos de los rótulos de sus cuadros.
En
la Real Academia Española recibimos sin cesar peticiones airadas para
que se borre del Diccionario tal o cual acepción o término que
al remitente le parecen reprobables.
Lejos de abstenerse de usarlos o
recomendar la abstención a sus conciudadanos, exige su ostracismo y que
no quede rastro. Recientemente un alto cargo de la Compañía de Jesús ha
solicitado la supresión de “jesuita” como “hipócrita, taimado”, y un
representante del Gobierno del Japón lo mismo respecto a “kamikaze” como
“terrorista suicida”.
Ni estos señores ni tantos otros entienden que la
gente es libre de utilizar las palabras como le venga en gana y que, si
un uso se extiende, la Academia está obligada a consignarlo. Demasiadas
personas no entienden ya la libertad, o no la desean para los demás.
Ahora la Organización Mundial de la Salud propone que todas las
películas pasadas o presentes en que aparezcan personajes fumando sean
“no recomendadas para menores” (eso incluiría Siete novias para siete hermanos),
igual que Franco y su Iglesia calificaban “para mayores” todas aquellas
en las que se vieran un escote semigeneroso o besos apasionados.
La
OMS, en cambio, no toma medidas contra los millones de imágenes que
muestran muertes violentas.
Según ella, el consumo de tabaco en la
pantalla incita a la emulación, pero no los cuchillos, las pistolas, los
fusiles de asalto ni los drones.
Que lo pregunten en los Estados
Unidos, donde no es difícil adquirir estas armas
. ¿Y el alcohol, las
drogas, el maltrato, las torturas y las violaciones?
A este paso todas
las películas y series deberían ser para adultos maduros, porque ya ven
lo pusilánimes que son los universitarios.
Hoy hay demasiados individuos a los que no les basta con no hacer esto o aquello: aspiran a que nadie
lo haga.
Los términos que nos hieren, sean prohibidos; los hábitos que
desaprobamos, tórnense ilegales; las ideas que nos perturban, no sean
emitidas; las escenas que juzgamos perjudiciales, no existan, no las vea
nadie. (Quizá se hayan fijado en que ya no se ven caer caballos en las
batallas cinematográficas: no basta con que se jure que ningún animal ha
sido dañado en ningún rodaje, está vetada hasta la simulación de ese
daño.)
La libertad está hoy rodeada de enemigos, y no son los únicos los
miembros del Daesh y los talibanes
. Poco a poco, y con subterfugios, se
compite con ellos en nuestras sociedades.
Las libertades arduamente
conseguidas en ellas van cayendo, en abominable connivencia entre la
derecha y la izquierda o lo que así se llamaba (claro que las actuales
“izquierdas” suelen ser falsas, impostoras)
Hoy hay demasiados individuos a los que no les basta con no hacer esto o aquello: aspiran a que nadie
lo haga.
Las libertades arduamente
conseguidas en ellas van cayendo, en abominable connivencia entre la
derecha y la izquierda o lo que así se llamaba (claro que las actuales
“izquierdas” suelen ser falsas, impostoras).
Hasta Playboy ha
renunciado a sacar desnudos en sus páginas, para acoplarse a la
omnipresente censura, con frecuencia disfrazada: los desnudos están
prohibidos para menores de trece años en Instagram y otras redes
. Si los
suprime, Playboy podrá colgar sus fotos en estos sitios y
hacer más caja.
Castigar con la pérdida de ingresos es una de las formas
más viejas y eficaces de imponer las prohibiciones. Franco y los demás
dictadores estarían extasiados, al ver cómo sus enseñanzas han
prosperado.
En el
dolor, en la ansiedad, en las esperas y las desesperaciones, si cuentas
con una buena lectura estás al menos en parte protegido.
Mientras escribo estas líneas, puedo ver junto a mí los
desalentadores montoncitos de libros que se empiezan a acumular, como
torres truncadas, en el suelo de mi despacho.
Ya no me caben en las
baldas y no sé dónde meterlos.
Aunque hace ya mucho que perdí el respeto
reverencial a los libros y, después de leerlos, suelo desprenderme de
la mayoría, la cantidad de volúmenes que tengo crece como la espuma,
porque me regalan muchos y, mea culpa, sigo comprando bastantes
(menos mal que existen las versiones electrónicas).
A veces pienso que
se están convirtiendo en una especie de virus invasor y hasta llego a
detestarlos durante unos instantes.
Luego, claro, se me pasa corriendo.
¿Qué haría yo sin libros?
Son y siempre han sido mi mejor amuleto ante
los desasosiegos de la vida.
En el dolor, en la ansiedad, en las esperas
y las desesperaciones, si cuentas con una buena lectura estás al menos
en parte protegido
. Recuerdo perfectamente las obras que leí en algunos
momentos especialmente penosos; en enfermedades propias, por ejemplo, o
en esperas hospitalarias de enfermedades ajenas.
Son libros que me
ayudaron a atravesar esos tiempos oscuros, los estrechos desfiladeros de
la vida; a decir verdad, pienso en ellos como si fueran mis amigos.
Sé, por otra parte, que esto que me sucede a mí le ocurre a muchos.
El grupo editorial italiano Mauri Spagnol y el Centro de Estudios de
Mercado y Relaciones Industriales de la Universidad de Roma publicaron
hace poco los resultados de una investigación curiosísima: estudiaron si
la lectura tiene algún efecto en el bienestar de las personas.
Tomaron
una muestra de 1.100 individuos, los dividieron en dos grupos, lectores y
no lectores, y les aplicaron tres conocidos protocolos para calibrar el
índice de satisfacción con la vida, según la autovaloración de los
sujetos según la autovaloración de los sujetos.
En una escala del uno, lo
peor, al diez, lo mejor, los 1.100 individuos se dieron, como media, una
nota de felicidad por encima del siete
. Esto ya es sorprendente en sí, o
al menos a mí siempre me sorprende que, cuando le pides a la gente que
puntúe su nivel de felicidad, todos los estudios suelen dar unas notas
bastante altas, de notable para arriba.
Y es que el ser humano es una
criatura vitalista, adaptativa y tenaz.
Pero lo novedoso de esta
investigación es que los lectores superaron a los no lectores en todos
los apartados por cerca de medio punto: se sentían más dichosos y
experimentaban más a menudo emociones positivas.
Resumiendo: parece que
leer te ayuda a ser más feliz. Cosa que desde luego no me extraña.
Siempre me han dado pena las personas que no leen.
Las compadezco porque creo que viven mucho menos
Siempre me han dado pena las personas que no leen.
Y no porque sean
más incultas y menos libres, aunque es bastante probable que sea así.
No, las compadezco porque creo que viven mucho menos.
Leer es entrar en
otras existencias, viajar a otros mundos, experimentar otras realidades.
Y además, ¡qué inmensa soledad la de quien no lee!
Porque la literatura
nos une con el resto de los habitantes de este planeta, nos hermana con
la humanidad entera, más allá del tiempo y el espacio
. Podemos
experimentar las mismas emociones que un escritor inglés del siglo XVI o
que una autora contemporánea de la remota Nueva Guinea.
Y al fundirnos
con los demás, al salir de nosotros mismos, salimos también por un
instante de nuestra muerte, que nos espera enroscada en la barriga.
Leer
te hace inmortal.
Hay dos fotos antiguas en blanco y negro que me parecen maravillosas y
que son un ejemplo de esa fuerza benéfica de la literatura.
Una es de
André Kertész y muestra una ancianita en camisón sentada en una cama de
madera, un mamotreto viejo con dosel.
La instantánea fue tomada en el
asilo de Beaune (Francia) en 1929, así que la mujer era una asilada,
probablemente sola, enferma y pobre, una vieja sitiada por la muerte
.
Pero tiene un libro en las manos y está embebida en él. Lee, de perfil,
con serena y perfecta placidez.
Qué invulnerable se la ve, protegida por
el gran talismán de la lectura. Toda ella luz dentro del barquito de su
cama en mitad de un océano de tinieblas.
La otra foto es bastante conocida: la biblioteca de Holland House, en
Londres, tras los bombardeos de 1940
. El techo del edificio se ha
derrumbado pero las paredes, repletas de libros, se mantienen en pie.
Aquí y allá hay tres hombres con abrigo y sombrero que, subidos a la
inestable pila de escombros, miran los lomos de las estanterías u hojean
algún volumen.
A mí esta foto siempre me ha parecido un emblema de la
esperanza, de la capacidad de supervivencia de los humanos.
En lo más
aterrador de la pesadilla nazi, cuando parecía que el infierno
triunfaba, esos hombres buscaban en la hermandad lectora con el resto de
la humanidad las fuerzas suficientes para seguir resistiendo.
Esta es
la magia de la literatura: nos hace ser más fuertes y mejores.
Para muchos en Hollywood, esta noche el actor debería estar entre los candidatos al Oscar por su papel en ‘Beasts of No Nation’.
Vestido con traje de tres piezas de Ermenegildo Zegna, Idris Elba
bailotea en el centro de la pista. El brillo etílico de su mirada
promete.
Lo único que parece faltarle al actorazo con alma de disc jockey,
que salió hace 43 años de una de las peores colmenas del barrio
londinense de Hackney, es que le dejen pinchar la música de esta fiesta
en el corazón de Hollywood.
Uno de los hombres mejor vestidos del
planeta se despoja de la americana dejando relucir el chaleco más
elegante visto últimamente por estos pagos.
Saluda con un abrazo sin
dejar de bailar. La noche va a ser larga en esta terraza de Los Ángeles
(California).
Acaba de conquistar dos galardones del Sindicato de Actores, como mejor intérprete de reparto por Beasts of No Nation y como mejor protagonista en una serie de televisión con Luther
. Se ha convertido en el primer intérprete masculino que logra tal hito
. Una descomunal bofetada al statu quo
de una industria que se niega a aceptar lo que Idrissa Akuna Elba
(nombre completo) lleva años diciendo: no hay actores blancos o negros.
Solo hay actores.
En su caso, buenos.
Será uno de los muchos ausentes en la ceremonia de los Premios Oscar que se celebra esta noche. Ríos de tinta han corrido por lo blancos que son en esta edición los galardones que representan el rostro de Hollywood.
Nadie se explica cómo el trabajo de Idris Elba en Beasts of No Nation
como sanguinario comandante de una guerrilla en un país africano fue
pasado por alto en las candidaturas
. Un papel que se queda tanto en la
piel como el indeleble recuerdo que dejó aquel otro secundario de lujo
que interpretó en la serie The Wire.
Y su encarnación en Mandela
. Y el detective televisivo de Luther.
La actriz Helen Mirren se le acerca para hacerse
una foto durante los premios del sindicato de actores. “Es tan guapo
que nubla el sentido”
Envuelto en un aura de victoria, riendo junto a Ted Sarandos, el jefe
de contenidos de Netflix, y dejándose fotografiar junto a varios de
sus rivales en la ceremonia de los Premios del Sindicato de Actores
. En
un arrebato de ternura, Idris se lanza a retratar entre los flases de
los reporteros a su hija Isan
. Su compatriota Helen Mirren, ganadora del
Oscar por su inolvidable papel en The Queen, tampoco quiere
perderse la posibilidad de quedar deslumbrada ante la presencia de Elba
.
“Tiene tanta sensibilidad…
¡Es británico!”, suelta la veterana actriz.
“Claro que entiende las implicaciones de esta noche, parte de una
conversación más amplia que está en boca de todos. Pero aquí está
disfrutando del momento, sin postureos.
Y es tan guapo que nubla el sentido”.
Vestido con traje de tres piezas de Ermenegildo Zegna, Idris Elba
bailotea en el centro de la pista. El brillo etílico de su mirada
promete. Lo único que parece faltarle al actorazo con alma de disc jockey,
que salió hace 43 años de una de las peores colmenas del barrio
londinense de Hackney, es que le dejen pinchar la música de esta fiesta
en el corazón de Hollywood. Uno de los hombres mejor vestidos del
planeta se despoja de la americana dejando relucir el chaleco más
elegante visto últimamente por estos pagos. Saluda con un abrazo sin
dejar de bailar. La noche va a ser larga en esta terraza de Los Ángeles
(California). Acaba de conquistar dos galardones del Sindicato de Actores, como mejor intérprete de reparto por Beasts of No Nation y como mejor protagonista en una serie de televisión con Luther. Se ha convertido en el primer intérprete masculino que logra tal hito. Una descomunal bofetada al statu quo
de una industria que se niega a aceptar lo que Idrissa Akuna Elba
(nombre completo) lleva años diciendo: no hay actores blancos o negros.
Solo hay actores. En su caso, buenos.
Será uno de los muchos ausentes en la ceremonia de los Premios Oscar que se celebra esta noche. Ríos de tinta han corrido por lo blancos que son en esta edición los galardones que representan el rostro de Hollywood. Nadie se explica cómo el trabajo de Idris Elba en Beasts of No Nation
como sanguinario comandante de una guerrilla en un país africano fue
pasado por alto en las candidaturas. Un papel que se queda tanto en la
piel como el indeleble recuerdo que dejó aquel otro secundario de lujo
que interpretó en la serie The Wire. Y su encarnación en Mandela. Y el detective televisivo de Luther.
La actriz Helen Mirren se le acerca para hacerse
una foto durante los premios del sindicato de actores. “Es tan guapo
que nubla el sentido”
Envuelto en un aura de victoria, riendo junto a Ted Sarandos, el jefe
de contenidos de Netflix, y dejándose fotografiar junto a varios de
sus rivales en la ceremonia de los Premios del Sindicato de Actores. En
un arrebato de ternura, Idris se lanza a retratar entre los flases de
los reporteros a su hija Isan.
Su compatriota Helen Mirren, ganadora del
Oscar por su inolvidable papel en The Queen, tampoco quiere
perderse la posibilidad de quedar deslumbrada ante la presencia de Elba.
“Tiene tanta sensibilidad… ¡Es británico!”, suelta la veterana actriz.
“Claro que entiende las implicaciones de esta noche, parte de una
conversación más amplia que está en boca de todos. Pero aquí está
disfrutando del momento, sin postureos. Y es tan guapo que nubla el sentido”.
Como repite a todo el que se acerca a felicitarle durante esta velada
y él mismo escribirá en Twitter, en estos momentos vive una
efervescencia similar a la que uno siente cuando espera el autobús y
llegan dos.
Pero sigue cansado de tener que dar explicaciones por el cacareado
papel de James Bond que nunca llega
. Otra evidencia más del racismo
imperante en Hollywood. Bailando junto a Jamal, su guardaespaldas, el
actor baja la guardia al calor de la música.
“Claro que me gustaría
hacer de Bond. Y lo llevaría a un estilo mucho más retro, una figura dañada, mucho más oscura.
Pero es un color al que no sé si alguna vez podré acercarme”, dice bromeando.
Su parlamento dista mucho del que mantenía durante otro encuentro
semanas atrás
. Entonces hasta se disculpaba antes de decir:
“No puedo
contestar a nada que tenga que ver con Bond porque lo que digo se queda y
bastante circo hay ya formado”.
Pero el circo lo montaron otros
. Los
que hackearon los estudios Sony divulgando correos personales
como el de la entonces jefa Amy Pascal, que dijo que “Idris debe ser
nuestro próximo Bond”.
O Jamie Foxx, cuando contó a la revista Rolling Stone su último encuentro con Elba
. Una conversación entre estrellas en la que Foxx le soltó: “¿Sabes que eres el cabrón de Bond?”.
Elba incluso soñó con ello.
No en vano el agente especial 007 con
licencia para matar forma parte de su cultura.
Las películas de la saga
son las que veía de pequeño en el cine Rio de su barrio en East London y
forjaron su interés por la actuación.
En esta polémica arreciaron
aquellos para quienes resulta inconcebible la idea de un negro
interpretando al héroe ideado en la imaginación blanca de Ian Fleming en
1953.
Son los mismos que se niegan a cambiar el color imperante en
Hollywood.
El aludido aprende a ser cauto en el maremoto racial que le rodea.
Evita los encuentros con la prensa desde que se anunciaron las
candidaturas al Oscar. Ha preferido llevar su mensaje en favor de la
diversidad a otros foros.
De ahí su reciente discurso ante el Parlamento
británico, donde exigió una “carta magna” que ofrezca más oportunidades
a las minorías.
Crítico también consigo mismo, afirma que dejó de ver
la televisión porque nunca se ha sentido reflejado en ella.
Pero estamos
ante alguien que ha pasado a la historia reciente del medio con su
retrato del maquiavélico narcotraficante Russell Stringer Bell en la serie The Wire.
Asegura que se hizo un hombre a los 18 años, cuando se marchó de casa
de su madre.
Llevaba trabajando desde los 14 haciendo un poco de todo.
Y
se marchó a Estados Unidos.
“Me considero actor desde que conseguí el
carné del Sindicato de Actores”, dice sacando a relucir su verdadero
acento londinense de barriada.
Los segundos comienzos tampoco fueron
fáciles. “No me gusta hablar mucho sobre este tema. Ya sabes, Nueva
York, sin dinero… Todo lo que tenía se lo daba a mi hija porque habíamos
decidido que mi esposa y ella se quedasen el apartamento”.
Con esto
último se refiere a su separación de la actriz liberiana Dormowa
Sherman, con quien se había instalado en la Gran Manzana en 1997 en
busca del sueño americano.
El mismo del que se despertó mientras dormía
en su furgoneta. “Tampoco me gusta hablar de ello. Era una furgoneta
Astro de Chevrolet con cinco o seis asientos y se dormía de maravilla.
Aquello solo se prolongó durante un par de meses.
Iba a las audiciones
por la mañana y me ganaba algo pinchando música por la noche.
Aquel
periodo concluyó cuando me contrataron en The Wire”.
The Wire marcó un antes y un después.
En la pequeña pantalla
y en la vida de Idris Elba.
La aclamada creación de David Simon no
llegó a encontrar al público durante su vida en antena, pero su visión
en torno al crimen organizado en Baltimore a través de sus diferentes
instituciones consiguió su lugar en la memoria colectiva, transformando a
un desconocido como Elba en un actor imprescindible
. Llegó al papel
desde la necesidad, en una audición donde, dada su talla, aspiraba a
encarnar al narco principal de la trama: Avon Barksdale.
Como en muchas
otras ocasiones, se quedó con el papel secundario, el de aquel otro
narco aspirante a genio de las finanzas que trabajaba bajo la sombra de
Avon Barksdale. “
Fue un excelente vehículo para su lucimiento”,
reconoció su creador, David Simon. “Lo mismo que Luther”.
Elba no esquiva los halagos
. Se encuentra cómodo entre ellos.
En los
últimos años, los piropos le llegan a mares.
“Yo mismo estoy asombrado,
del trabajo, del afecto, del terremoto que me lleva sacudiendo y con el
que sigo lidiando.
Llevo trabajando en esto desde hace más de 25 años,
disfrutando de grandes cimas, filmes que han cambiado mi vida,
personajes como Luther, como Stringer Bell, como Mandela…
De todos
ellos, el de la serie Luther es mi bebé, por el que siento más pasión”.
Vestido hoy con una especie de chándal en tonos celestes, sin perder
su estilo, pero con aire de andar por casa, resulta difícil imaginar el
otro Idris con el que convive Elba.
El de los momentos bajos como muchas
de esas películas que quizá sea mejor no recordar.
No tanto por su
trabajo, sino porque de donde no hay no se puede sacar.
Títulos como Obsesionada, que sirvió de trampolín como actriz a Beyoncé y que no fue más que una versión negra de Atracción fatal.
Detalles que le matan tras haber dado forma a papeles como Mandela
desde el corazón, sin artificios. Contra las desilusiones o las
obsesiones, Big Driis viene al rescate
. Ese es el nombre que utiliza en
muchas ocasiones como disc jockey.
Su antídoto para los bajonazos está en un campo al que empezó a dedicarse antes que a la interpretación.
Habla de Ibiza con pasión y del lugar que se ha ganado en el mundo de la música house.
Lo hace mostrando mucho más orgullo que con sus recientes premios como actor.
“Me llevo mi pequeño equipo de disc jockey donde quiera que voy
. Son muchas horas de hotel en las que me conecto y busco nuevos beats”,
explica este lobo solitario. Prefiere trabajar solo, lejos de su
familia.
“No es fácil convivir con un actor”.
En esas ocasiones más que
nunca prefiere la compañía de su música.
“Me relaja, sí. Pero se trata
de un mundo muy competitivo
. Muchos no lo entienden y me critican porque
se piensan que, si ya soy un actor, para qué quiero ir por ahí
pinchando
. Pero mi primer amor es la música”.
Su forma de desconectar le ha facilitado otras conexiones.
El pasado año ejerció de disc jockey
en Berlín, calentando a 17.000 personas antes del concierto de Madonna a
petición de la artista.
Y ya tiene en el mercado un par de álbumes
. Un
tema de nuevo cuño, titulado Murdah Loves John, está dedicado a su alter ego, John Luther, su personaje más querido.
El ritmo de Idris Elba también resuena en otros campos como el del
vil metal.
Su nombre destaca en una lista que encabeza Jamie Foxx y que
engloba a las figuras negras más ricas del negocio del espectáculo.
Un
listado sesgado por colores, pero donde se constata que la fortuna de
Elba supera los 13 millones de euros.
La mitad del montante, gracias a
la música.
Con unos ingresos anuales de 1,25 millones de euros, de los
que el ámbito de la moda le ha reportado 277.000. Jamal, su
guardaespaldas, forma parte de su vida tanto como los viajes en jets
privados que le brindan los estudios.
Reparte su vida entre Londres (donde están su madre y su oficina),
Nueva York, Los Ángeles y Atlanta.
En este último enclave atesora
vivienda para poder estar más cerca de su hija.
Tiene otro hijo,
Winston, nacido en 2014 de su relación con Naiyana Garth.
Y no duda en
asegurar que el tiempo que pasa junto a Winston e Isan es el que más
aprecia en su vida. “Pero mi carrera siempre es lo primero”.
“No hablo mucho de cuando dormía en una furgoneta. estuve un par de meses así, hasta que me contrataron en The wire”
Hay algún otro cadáver en su armario que habla de una boda en Las
Vegas en 2006, anulada 24 horas más tarde
. O de ese hijo que creía suyo y
luego descubrió que era de otro.
Prefiere fomentar la imagen de alguien
que ha roto las barreras raciales e incluso de género posando para Maxim (la primera vez que un hombre protagoniza la portada de esta revista).
La irresistible atracción que emana clava cada vez más hondo la
espinita que tiene en su corazón de actor
. “Claro que busco papeles que
trasciendan mi color, mi raza.
Soy un híbrido, alguien orgulloso de ser
británico, pero que creció amamantado por la cultura africana.
Al que le
gusta celebrar los dos mundos.
Tampoco entiendo por qué todavía nadie
me ha ofrecido una comedia romántica
. No, no bromeo. Tengo que
ingeniármelas para conseguir algo más ligero que los dramas que llevo
años interpretando”.
Tendrá que esperar. Ni The Dark Tower ni The Mountain Between Us,
sus próximos rodajes, son historias cómicas ni románticas
. Al menos,
algo ha cambiado.
Ambas iban a ser interpretadas por un actor blanco:
Javier Bardem, en la adaptación de la novela de Stephen King; Charlie
Hunnam, en la versión cinematográfica de la novela homónima de Charles
Martin.
El gran Big Driis ha conseguido, esta vez sí, que Hollywood
baile a su ritmo. elpaissemanal@elpais.es