En el
dolor, en la ansiedad, en las esperas y las desesperaciones, si cuentas
con una buena lectura estás al menos en parte protegido.
Mientras escribo estas líneas, puedo ver junto a mí los
desalentadores montoncitos de libros que se empiezan a acumular, como
torres truncadas, en el suelo de mi despacho.
Ya no me caben en las
baldas y no sé dónde meterlos.
Aunque hace ya mucho que perdí el respeto
reverencial a los libros y, después de leerlos, suelo desprenderme de
la mayoría, la cantidad de volúmenes que tengo crece como la espuma,
porque me regalan muchos y, mea culpa, sigo comprando bastantes
(menos mal que existen las versiones electrónicas).
A veces pienso que
se están convirtiendo en una especie de virus invasor y hasta llego a
detestarlos durante unos instantes.
Luego, claro, se me pasa corriendo.
¿Qué haría yo sin libros?
Son y siempre han sido mi mejor amuleto ante
los desasosiegos de la vida.
En el dolor, en la ansiedad, en las esperas
y las desesperaciones, si cuentas con una buena lectura estás al menos
en parte protegido
. Recuerdo perfectamente las obras que leí en algunos
momentos especialmente penosos; en enfermedades propias, por ejemplo, o
en esperas hospitalarias de enfermedades ajenas.
Son libros que me
ayudaron a atravesar esos tiempos oscuros, los estrechos desfiladeros de
la vida; a decir verdad, pienso en ellos como si fueran mis amigos.
Sé, por otra parte, que esto que me sucede a mí le ocurre a muchos.
El grupo editorial italiano Mauri Spagnol y el Centro de Estudios de
Mercado y Relaciones Industriales de la Universidad de Roma publicaron
hace poco los resultados de una investigación curiosísima: estudiaron si
la lectura tiene algún efecto en el bienestar de las personas.
Tomaron
una muestra de 1.100 individuos, los dividieron en dos grupos, lectores y
no lectores, y les aplicaron tres conocidos protocolos para calibrar el
índice de satisfacción con la vida, según la autovaloración de los
sujetos según la autovaloración de los sujetos.
En una escala del uno, lo
peor, al diez, lo mejor, los 1.100 individuos se dieron, como media, una
nota de felicidad por encima del siete
. Esto ya es sorprendente en sí, o
al menos a mí siempre me sorprende que, cuando le pides a la gente que
puntúe su nivel de felicidad, todos los estudios suelen dar unas notas
bastante altas, de notable para arriba.
Y es que el ser humano es una
criatura vitalista, adaptativa y tenaz.
Pero lo novedoso de esta
investigación es que los lectores superaron a los no lectores en todos
los apartados por cerca de medio punto: se sentían más dichosos y
experimentaban más a menudo emociones positivas.
Resumiendo: parece que
leer te ayuda a ser más feliz. Cosa que desde luego no me extraña.
Siempre me han dado pena las personas que no leen.
Las compadezco porque creo que viven mucho menos
Siempre me han dado pena las personas que no leen.
Y no porque sean
más incultas y menos libres, aunque es bastante probable que sea así.
No, las compadezco porque creo que viven mucho menos.
Leer es entrar en
otras existencias, viajar a otros mundos, experimentar otras realidades.
Y además, ¡qué inmensa soledad la de quien no lee!
Porque la literatura
nos une con el resto de los habitantes de este planeta, nos hermana con
la humanidad entera, más allá del tiempo y el espacio
. Podemos
experimentar las mismas emociones que un escritor inglés del siglo XVI o
que una autora contemporánea de la remota Nueva Guinea.
Y al fundirnos
con los demás, al salir de nosotros mismos, salimos también por un
instante de nuestra muerte, que nos espera enroscada en la barriga.
Leer
te hace inmortal.
Hay dos fotos antiguas en blanco y negro que me parecen maravillosas y
que son un ejemplo de esa fuerza benéfica de la literatura.
Una es de
André Kertész y muestra una ancianita en camisón sentada en una cama de
madera, un mamotreto viejo con dosel.
La instantánea fue tomada en el
asilo de Beaune (Francia) en 1929, así que la mujer era una asilada,
probablemente sola, enferma y pobre, una vieja sitiada por la muerte
.
Pero tiene un libro en las manos y está embebida en él. Lee, de perfil,
con serena y perfecta placidez.
Qué invulnerable se la ve, protegida por
el gran talismán de la lectura. Toda ella luz dentro del barquito de su
cama en mitad de un océano de tinieblas.
La otra foto es bastante conocida: la biblioteca de Holland House, en
Londres, tras los bombardeos de 1940
. El techo del edificio se ha
derrumbado pero las paredes, repletas de libros, se mantienen en pie.
Aquí y allá hay tres hombres con abrigo y sombrero que, subidos a la
inestable pila de escombros, miran los lomos de las estanterías u hojean
algún volumen.
A mí esta foto siempre me ha parecido un emblema de la
esperanza, de la capacidad de supervivencia de los humanos.
En lo más
aterrador de la pesadilla nazi, cuando parecía que el infierno
triunfaba, esos hombres buscaban en la hermandad lectora con el resto de
la humanidad las fuerzas suficientes para seguir resistiendo.
Esta es
la magia de la literatura: nos hace ser más fuertes y mejores.
Para muchos en Hollywood, esta noche el actor debería estar entre los candidatos al Oscar por su papel en ‘Beasts of No Nation’.
Vestido con traje de tres piezas de Ermenegildo Zegna, Idris Elba
bailotea en el centro de la pista. El brillo etílico de su mirada
promete.
Lo único que parece faltarle al actorazo con alma de disc jockey,
que salió hace 43 años de una de las peores colmenas del barrio
londinense de Hackney, es que le dejen pinchar la música de esta fiesta
en el corazón de Hollywood.
Uno de los hombres mejor vestidos del
planeta se despoja de la americana dejando relucir el chaleco más
elegante visto últimamente por estos pagos.
Saluda con un abrazo sin
dejar de bailar. La noche va a ser larga en esta terraza de Los Ángeles
(California).
Acaba de conquistar dos galardones del Sindicato de Actores, como mejor intérprete de reparto por Beasts of No Nation y como mejor protagonista en una serie de televisión con Luther
. Se ha convertido en el primer intérprete masculino que logra tal hito
. Una descomunal bofetada al statu quo
de una industria que se niega a aceptar lo que Idrissa Akuna Elba
(nombre completo) lleva años diciendo: no hay actores blancos o negros.
Solo hay actores.
En su caso, buenos.
Será uno de los muchos ausentes en la ceremonia de los Premios Oscar que se celebra esta noche. Ríos de tinta han corrido por lo blancos que son en esta edición los galardones que representan el rostro de Hollywood.
Nadie se explica cómo el trabajo de Idris Elba en Beasts of No Nation
como sanguinario comandante de una guerrilla en un país africano fue
pasado por alto en las candidaturas
. Un papel que se queda tanto en la
piel como el indeleble recuerdo que dejó aquel otro secundario de lujo
que interpretó en la serie The Wire.
Y su encarnación en Mandela
. Y el detective televisivo de Luther.
La actriz Helen Mirren se le acerca para hacerse
una foto durante los premios del sindicato de actores. “Es tan guapo
que nubla el sentido”
Envuelto en un aura de victoria, riendo junto a Ted Sarandos, el jefe
de contenidos de Netflix, y dejándose fotografiar junto a varios de
sus rivales en la ceremonia de los Premios del Sindicato de Actores
. En
un arrebato de ternura, Idris se lanza a retratar entre los flases de
los reporteros a su hija Isan
. Su compatriota Helen Mirren, ganadora del
Oscar por su inolvidable papel en The Queen, tampoco quiere
perderse la posibilidad de quedar deslumbrada ante la presencia de Elba
.
“Tiene tanta sensibilidad…
¡Es británico!”, suelta la veterana actriz.
“Claro que entiende las implicaciones de esta noche, parte de una
conversación más amplia que está en boca de todos. Pero aquí está
disfrutando del momento, sin postureos.
Y es tan guapo que nubla el sentido”.
Vestido con traje de tres piezas de Ermenegildo Zegna, Idris Elba
bailotea en el centro de la pista. El brillo etílico de su mirada
promete. Lo único que parece faltarle al actorazo con alma de disc jockey,
que salió hace 43 años de una de las peores colmenas del barrio
londinense de Hackney, es que le dejen pinchar la música de esta fiesta
en el corazón de Hollywood. Uno de los hombres mejor vestidos del
planeta se despoja de la americana dejando relucir el chaleco más
elegante visto últimamente por estos pagos. Saluda con un abrazo sin
dejar de bailar. La noche va a ser larga en esta terraza de Los Ángeles
(California). Acaba de conquistar dos galardones del Sindicato de Actores, como mejor intérprete de reparto por Beasts of No Nation y como mejor protagonista en una serie de televisión con Luther. Se ha convertido en el primer intérprete masculino que logra tal hito. Una descomunal bofetada al statu quo
de una industria que se niega a aceptar lo que Idrissa Akuna Elba
(nombre completo) lleva años diciendo: no hay actores blancos o negros.
Solo hay actores. En su caso, buenos.
Será uno de los muchos ausentes en la ceremonia de los Premios Oscar que se celebra esta noche. Ríos de tinta han corrido por lo blancos que son en esta edición los galardones que representan el rostro de Hollywood. Nadie se explica cómo el trabajo de Idris Elba en Beasts of No Nation
como sanguinario comandante de una guerrilla en un país africano fue
pasado por alto en las candidaturas. Un papel que se queda tanto en la
piel como el indeleble recuerdo que dejó aquel otro secundario de lujo
que interpretó en la serie The Wire. Y su encarnación en Mandela. Y el detective televisivo de Luther.
La actriz Helen Mirren se le acerca para hacerse
una foto durante los premios del sindicato de actores. “Es tan guapo
que nubla el sentido”
Envuelto en un aura de victoria, riendo junto a Ted Sarandos, el jefe
de contenidos de Netflix, y dejándose fotografiar junto a varios de
sus rivales en la ceremonia de los Premios del Sindicato de Actores. En
un arrebato de ternura, Idris se lanza a retratar entre los flases de
los reporteros a su hija Isan.
Su compatriota Helen Mirren, ganadora del
Oscar por su inolvidable papel en The Queen, tampoco quiere
perderse la posibilidad de quedar deslumbrada ante la presencia de Elba.
“Tiene tanta sensibilidad… ¡Es británico!”, suelta la veterana actriz.
“Claro que entiende las implicaciones de esta noche, parte de una
conversación más amplia que está en boca de todos. Pero aquí está
disfrutando del momento, sin postureos. Y es tan guapo que nubla el sentido”.
Como repite a todo el que se acerca a felicitarle durante esta velada
y él mismo escribirá en Twitter, en estos momentos vive una
efervescencia similar a la que uno siente cuando espera el autobús y
llegan dos.
Pero sigue cansado de tener que dar explicaciones por el cacareado
papel de James Bond que nunca llega
. Otra evidencia más del racismo
imperante en Hollywood. Bailando junto a Jamal, su guardaespaldas, el
actor baja la guardia al calor de la música.
“Claro que me gustaría
hacer de Bond. Y lo llevaría a un estilo mucho más retro, una figura dañada, mucho más oscura.
Pero es un color al que no sé si alguna vez podré acercarme”, dice bromeando.
Su parlamento dista mucho del que mantenía durante otro encuentro
semanas atrás
. Entonces hasta se disculpaba antes de decir:
“No puedo
contestar a nada que tenga que ver con Bond porque lo que digo se queda y
bastante circo hay ya formado”.
Pero el circo lo montaron otros
. Los
que hackearon los estudios Sony divulgando correos personales
como el de la entonces jefa Amy Pascal, que dijo que “Idris debe ser
nuestro próximo Bond”.
O Jamie Foxx, cuando contó a la revista Rolling Stone su último encuentro con Elba
. Una conversación entre estrellas en la que Foxx le soltó: “¿Sabes que eres el cabrón de Bond?”.
Elba incluso soñó con ello.
No en vano el agente especial 007 con
licencia para matar forma parte de su cultura.
Las películas de la saga
son las que veía de pequeño en el cine Rio de su barrio en East London y
forjaron su interés por la actuación.
En esta polémica arreciaron
aquellos para quienes resulta inconcebible la idea de un negro
interpretando al héroe ideado en la imaginación blanca de Ian Fleming en
1953.
Son los mismos que se niegan a cambiar el color imperante en
Hollywood.
El aludido aprende a ser cauto en el maremoto racial que le rodea.
Evita los encuentros con la prensa desde que se anunciaron las
candidaturas al Oscar. Ha preferido llevar su mensaje en favor de la
diversidad a otros foros.
De ahí su reciente discurso ante el Parlamento
británico, donde exigió una “carta magna” que ofrezca más oportunidades
a las minorías.
Crítico también consigo mismo, afirma que dejó de ver
la televisión porque nunca se ha sentido reflejado en ella.
Pero estamos
ante alguien que ha pasado a la historia reciente del medio con su
retrato del maquiavélico narcotraficante Russell Stringer Bell en la serie The Wire.
Asegura que se hizo un hombre a los 18 años, cuando se marchó de casa
de su madre.
Llevaba trabajando desde los 14 haciendo un poco de todo.
Y
se marchó a Estados Unidos.
“Me considero actor desde que conseguí el
carné del Sindicato de Actores”, dice sacando a relucir su verdadero
acento londinense de barriada.
Los segundos comienzos tampoco fueron
fáciles. “No me gusta hablar mucho sobre este tema. Ya sabes, Nueva
York, sin dinero… Todo lo que tenía se lo daba a mi hija porque habíamos
decidido que mi esposa y ella se quedasen el apartamento”.
Con esto
último se refiere a su separación de la actriz liberiana Dormowa
Sherman, con quien se había instalado en la Gran Manzana en 1997 en
busca del sueño americano.
El mismo del que se despertó mientras dormía
en su furgoneta. “Tampoco me gusta hablar de ello. Era una furgoneta
Astro de Chevrolet con cinco o seis asientos y se dormía de maravilla.
Aquello solo se prolongó durante un par de meses.
Iba a las audiciones
por la mañana y me ganaba algo pinchando música por la noche.
Aquel
periodo concluyó cuando me contrataron en The Wire”.
The Wire marcó un antes y un después.
En la pequeña pantalla
y en la vida de Idris Elba.
La aclamada creación de David Simon no
llegó a encontrar al público durante su vida en antena, pero su visión
en torno al crimen organizado en Baltimore a través de sus diferentes
instituciones consiguió su lugar en la memoria colectiva, transformando a
un desconocido como Elba en un actor imprescindible
. Llegó al papel
desde la necesidad, en una audición donde, dada su talla, aspiraba a
encarnar al narco principal de la trama: Avon Barksdale.
Como en muchas
otras ocasiones, se quedó con el papel secundario, el de aquel otro
narco aspirante a genio de las finanzas que trabajaba bajo la sombra de
Avon Barksdale. “
Fue un excelente vehículo para su lucimiento”,
reconoció su creador, David Simon. “Lo mismo que Luther”.
Elba no esquiva los halagos
. Se encuentra cómodo entre ellos.
En los
últimos años, los piropos le llegan a mares.
“Yo mismo estoy asombrado,
del trabajo, del afecto, del terremoto que me lleva sacudiendo y con el
que sigo lidiando.
Llevo trabajando en esto desde hace más de 25 años,
disfrutando de grandes cimas, filmes que han cambiado mi vida,
personajes como Luther, como Stringer Bell, como Mandela…
De todos
ellos, el de la serie Luther es mi bebé, por el que siento más pasión”.
Vestido hoy con una especie de chándal en tonos celestes, sin perder
su estilo, pero con aire de andar por casa, resulta difícil imaginar el
otro Idris con el que convive Elba.
El de los momentos bajos como muchas
de esas películas que quizá sea mejor no recordar.
No tanto por su
trabajo, sino porque de donde no hay no se puede sacar.
Títulos como Obsesionada, que sirvió de trampolín como actriz a Beyoncé y que no fue más que una versión negra de Atracción fatal.
Detalles que le matan tras haber dado forma a papeles como Mandela
desde el corazón, sin artificios. Contra las desilusiones o las
obsesiones, Big Driis viene al rescate
. Ese es el nombre que utiliza en
muchas ocasiones como disc jockey.
Su antídoto para los bajonazos está en un campo al que empezó a dedicarse antes que a la interpretación.
Habla de Ibiza con pasión y del lugar que se ha ganado en el mundo de la música house.
Lo hace mostrando mucho más orgullo que con sus recientes premios como actor.
“Me llevo mi pequeño equipo de disc jockey donde quiera que voy
. Son muchas horas de hotel en las que me conecto y busco nuevos beats”,
explica este lobo solitario. Prefiere trabajar solo, lejos de su
familia.
“No es fácil convivir con un actor”.
En esas ocasiones más que
nunca prefiere la compañía de su música.
“Me relaja, sí. Pero se trata
de un mundo muy competitivo
. Muchos no lo entienden y me critican porque
se piensan que, si ya soy un actor, para qué quiero ir por ahí
pinchando
. Pero mi primer amor es la música”.
Su forma de desconectar le ha facilitado otras conexiones.
El pasado año ejerció de disc jockey
en Berlín, calentando a 17.000 personas antes del concierto de Madonna a
petición de la artista.
Y ya tiene en el mercado un par de álbumes
. Un
tema de nuevo cuño, titulado Murdah Loves John, está dedicado a su alter ego, John Luther, su personaje más querido.
El ritmo de Idris Elba también resuena en otros campos como el del
vil metal.
Su nombre destaca en una lista que encabeza Jamie Foxx y que
engloba a las figuras negras más ricas del negocio del espectáculo.
Un
listado sesgado por colores, pero donde se constata que la fortuna de
Elba supera los 13 millones de euros.
La mitad del montante, gracias a
la música.
Con unos ingresos anuales de 1,25 millones de euros, de los
que el ámbito de la moda le ha reportado 277.000. Jamal, su
guardaespaldas, forma parte de su vida tanto como los viajes en jets
privados que le brindan los estudios.
Reparte su vida entre Londres (donde están su madre y su oficina),
Nueva York, Los Ángeles y Atlanta.
En este último enclave atesora
vivienda para poder estar más cerca de su hija.
Tiene otro hijo,
Winston, nacido en 2014 de su relación con Naiyana Garth.
Y no duda en
asegurar que el tiempo que pasa junto a Winston e Isan es el que más
aprecia en su vida. “Pero mi carrera siempre es lo primero”.
“No hablo mucho de cuando dormía en una furgoneta. estuve un par de meses así, hasta que me contrataron en The wire”
Hay algún otro cadáver en su armario que habla de una boda en Las
Vegas en 2006, anulada 24 horas más tarde
. O de ese hijo que creía suyo y
luego descubrió que era de otro.
Prefiere fomentar la imagen de alguien
que ha roto las barreras raciales e incluso de género posando para Maxim (la primera vez que un hombre protagoniza la portada de esta revista).
La irresistible atracción que emana clava cada vez más hondo la
espinita que tiene en su corazón de actor
. “Claro que busco papeles que
trasciendan mi color, mi raza.
Soy un híbrido, alguien orgulloso de ser
británico, pero que creció amamantado por la cultura africana.
Al que le
gusta celebrar los dos mundos.
Tampoco entiendo por qué todavía nadie
me ha ofrecido una comedia romántica
. No, no bromeo. Tengo que
ingeniármelas para conseguir algo más ligero que los dramas que llevo
años interpretando”.
Tendrá que esperar. Ni The Dark Tower ni The Mountain Between Us,
sus próximos rodajes, son historias cómicas ni románticas
. Al menos,
algo ha cambiado.
Ambas iban a ser interpretadas por un actor blanco:
Javier Bardem, en la adaptación de la novela de Stephen King; Charlie
Hunnam, en la versión cinematográfica de la novela homónima de Charles
Martin.
El gran Big Driis ha conseguido, esta vez sí, que Hollywood
baile a su ritmo. elpaissemanal@elpais.es
No siempre
es fácil explicar a la madre de nuestra pareja las cosas que nos
molestan de ella.
Hace falta pensar bien qué se quiere decir y convertir
la queja en una petición.
Esta semana descubrí en el calendario que existe un día de la suegra.
Es el 26 de octubre. Me asombró, lo reconozco.
Y es que, si bien muchas
madres políticas llevan a cabo una labor social y familiar valiosísima,
la verdad es que suelo escuchar en la consulta más motivos de queja que
de celebración.
Así que si usted es uno de los que, en vez de tarta,
ese día sacan un matasuegras, probablemente le interese lo que viene a
continuación.
Si el problema no es la madre de su pareja, sino que
simplemente quiere remendar alguna relación mediante un intercambio de
conversaciones, preste también atención.
Lo primero que hay que tener en cuenta para abordar este asunto es
saber que este tipo de conversaciones deben prepararse muy bien.
¿A que
cuando va a exponer algo en público toma unas notas y organiza sus
ideas? Haga lo mismo con esa charla pendiente (o conveniente) y así
tomará conciencia de lo que se quiere transmitir y conseguir.
Pero es
verdad que si cogemos una lupa para ver de cerca cómo solemos hablar,
descubriremos muchas de las causas que generan malestar en nosotros
mismos y en nuestro entorno.
Para conectar con las madres políticas hay que mostrarles nuestros miedos
Empecemos con un ejemplo.
Imagine que doña Lola es la madre de su
pareja y que suele dar caramelos a su hijo al recogerlo de la escuela.
Usted le agradece su gran apoyo para criar al pequeño, pero teme acabar
pagando cara esa costumbre, y más aún con sus antecedentes diabéticos.
Esto es solo la punta del iceberg. La mayoría de nosotros, ante tal
situación repetitiva, se dirigiría a su pareja diciendo
: “Estoy harto.
Parece que tu madre lo haga a propósito. Le da chucherías a Pedrín a
pesar de que le he dicho mil veces que lo tiene prohibido”
. Pero este
sería un mal comienzo si de verdad queremos que la suegra nos entienda.
La frase suena a queja.
Si deseamos buenos resultados, hay que empezar
por distinguir entre queja y petición.
Cuando nos quejamos, solemos
hacerlo ante terceros buscando apoyos o simpatías, pero en realidad nos
genera más rencor y no suele resolver el conflicto
La petición es algo distinto porque, si se formula bien, puede
ahorrar muchos disgustos.
Eso sí, suele ser más compleja porque expone
más nuestras carencias y vulnerabilidades.
Volvamos al ejemplo anterior y
preparemos una conversación productiva siguiendo los cuatro pasos que
desarrolla el psicólogo americano Marshall B. Rosenberg en su libro Comunicación no violenta: un lenguaje de vida.
Primer paso: observación. Rosenberg nos
anima a poner sobre la mesa lo que vemos.
Pero tiene truco: se trata de
una observación sin evaluación
. Para ello hay que quitarse el traje de
enjuiciadores profesionales y contar a secas lo que se ha visto. En el
caso que mencionamos antes, habría que soltarle a la suegra una frase
como esta:
“Lola, le has dado caramelos a Pedrín todos los días de esta
semana”.
Pero ¿qué pasa con nuestra opinión?
En este punto de la
conversación no sirve.
Si soltamos una fresca del estilo
: “Parece que
tu madre lo haga a propósito”, mostramos únicamente nuestra perspectiva
de la realidad.
El hecho de manifestar lo que creemos en esta fase no nos va a
acercar a la madre política, sino todo lo contrario.
Además, es
importante que por juicios entendamos también cualquier generalización.
No vale un “siempre” le das caramelos o un “nunca” haces lo que te pido.
Son palabras que boicotearán desde el inicio nuestro intento de
acercamiento. Seamos, pues, concisos. Segundo: sentimientos. ¿Cómo se siente con
lo que observa? ¿Ha dicho abiertamente que está preocupado por lo que
revelan las últimas analíticas de su hijo?
No. La suegra probablemente
lo intuya, pero, si queremos que nos haga caso, seamos claros.
Este paso
y el siguiente son probablemente los que más cuestan porque implican
hablar de uno mismo y no de la mala de Lola.
Lo que habitualmente se
hace es omitir esta fase porque o no se sabe identificar lo que nos
pasa, o no queremos que se sepa
. Craso error. Este es el escalón que más
nos acercará al objetivo. Si muestra lo que siente, permitirá que al
otro le sea más fácil entender su negativa a darle glucosa al niño y así
evitará que se lo tome como algo personal.
El problema es que no todos sabemos expresarnos
. Parece fácil, pero
sin práctica no lo es. “Pasé 21 años en instituciones educativas
estadounidenses y no recuerdo que nadie, durante todos estos años, me
haya preguntado cómo me sentía
. Simplemente no se consideraba que los
sentimientos fueran importantes.
Lo que se valoraba en estos lugares era
la manera correcta de pensar.
Se nos educa para orientarnos hacia los
demás más que para estar en contacto con nosotros mismos”, explica
Rosenberg.
Afortunadamente, parece que los tiempos están cambiando y la
educación emocional empieza a hacerse un hueco en las aulas para
quedarse, según ponen de manifiesto proyectos educativos como Emocionario. Di lo que sientes,
ideado por Cristina Núñez Pereira y Rafael Romero.
Volviendo a nuestro
ejemplo, y teniendo en cuenta este segundo punto, se puede manifestar:
“Lola, le has dado caramelos a Pedrín todos los días de esta semana.
Desde su última revisión médica, y tras las advertencias del doctor,
tengo mucho miedo a que su salud empeore”. Tercero: necesidades. Los sentimientos y
emociones negativos surgen a raíz de necesidades no satisfechas.
Y en
esto tampoco estamos bien formados.
Como apunta Rosenberg, no se nos ha
educado para pensar en qué es lo que nos falta. ¿Cómo indagamos entonces
en este universo desconocido?
Un buen punto de partida es formular una
frase tipo: “Me siento… Porque yo…”. De esta forma nos hacemos responsables de
nuestros sentimientos
. En el caso de la suegra, habría que añadir:
“Cuando veo que le das caramelos a Pedrín, me asusto porque pienso que
podría pasarle algo y necesito estar segura de que hacemos todo lo
posible para que tenga buena salud”.
Cuarto: petición. Llegamos al final.
Hemos
analizado lo que ocurre poniendo el foco en usted y la lupa en cómo va a
decírselo a Lola. Falta expresar la petición
. Procure encontrar un
momento adecuado para los dos, evite una conversación de pasillo y
busque un lugar propicio para generar el contexto que mejor ayude.
Formule la sugerencia en positivo, con un lenguaje concreto que no dé
pie a interpretaciones.
Incluya lo que hemos descubierto en los pasos
anteriores y evitará así que la petición se interprete como una
exigencia.
“Lola, le has dado caramelos a Pedrín todos los días de esta semana.
Desde su última revisión médica, y tras las advertencias del doctor,
tengo mucho miedo a que su salud empeore
. Estoy asustado porque pienso
que podría pasarle algo y necesito estar seguro de que hacemos todo lo
posible para que tenga buena salud.
Por todo esto, te pido que no le
compres más dulces al niño”. Probablemente esta nueva forma de hablar
ponga de manifiesto un “yo” desconocido para nuestro interlocutor.
Mostrarle nuestros miedos le hará conectar de forma auténtica con
nosotros y seguramente ahora nos preste atención
. Este puede ser el
inicio de una relación empática
. ¿Le parece un ejercicio complicado?
Le
animo a que lo pruebe y se entrene.
Llegará un día en que sus
automatismos serán productivos.
La atención a los hijos y a los padres ancianos es una experiencia humana que resulta arriesgado sortear.
La sociología siempre se encuentra en esa compleja tesitura de
intentar hallar una explicación común para unas prácticas sociales que,
bien miradas, no son más que la suma de un montón de prácticas
individuales.
Y estas, como es natural, pueden explicarse por causas muy
diversas
. Es como si en física tuviéramos que reconocer que, aunque las
manzanas tienden a caer de los árboles al suelo por la ley de la
gravedad, algunas lo hacen por otros motivos, e incluso las hay que no
caen.
Esta peculiaridad de las “ciencias” humanas se convierte, en todo
lo que atañe a la maternidad/paternidad, en un motivo constante de
bronca y malos entendidos
. Vaya, pues, por delante que cualquier
decisión individual en materia de reproducción me parece perfectamente
válida.
Por lo demás, es posible que a nuestro medio ambiente ideológico,
lastrado por fuertes inercias patriarcales, le venga bien una
reivindicación de la no maternidad libremente elegida.
Pero buena parte
del movimiento childfree puede explicarse poniéndolo en
relación no solo con las grandes ventajas de nuestra época —libertad de
elección de itinerarios vitales—, sino también con algunos de sus peores
defectos.
Publicidad
Uno de los principales problemas de nuestra sociedad es su desprecio
de todo lo que tiene que ver con la vulnerabilidad humana.
Una
vulnerabilidad particularmente notoria en la infancia, la vejez y la
discapacidad.
Hemos construido nuestra vida en común alrededor del mito
del adulto autónomo y fuerte que busca maximizar sus opciones a lo largo
de una trayectoria vital reducida a una serie de intercambios,
entendidos a semejanza de los mercantiles
. Elijo mi estilo de vestir
igual que elijo a mis amigos, mi trabajo (supuestamente) y si tengo o no
tengo hijos
. Y si elijo comportarme de manera altruista y cuidar de mi
prójimo lo hago precisamente así, como elección, no como expresión de un
compromiso al que estoy obligada por formar parte de una red de
reciprocidad e interdependencia que me ha permitido, entre otras cosas,
llegar a adulta
. Nos dejamos engañar por el espejismo de la autonomía y
la independencia y no vemos que si estamos aquí eligiendo ser así o asá
es porque nos han cuidado, y mucho.
Venimos al mundo como seres
desvalidos totalmente dependientes, y seguimos siendo vulnerables y
dependientes en mayor o menor grado a lo largo de toda nuestra vida.
Entre las experiencias básicas de socialización y desarrollo de niños y
jóvenes se contó, durante milenios, la de cuidar, no solo la de ser
cuidado.
Hoy día, en cambio, la mayoría de las personas —especialmente
las de clase media o alta entre las que triunfa el estilo de vida childfree—
llegan a adultas sin haber cuidado de nadie, en lo que es posiblemente
una singularidad histórica sin precedentes.
Tal vez por eso tanta gente
experimenta la maternidad/paternidad como una brecha vital profunda.
Y
por eso hay cada vez más gente que considera el cuidado una opción, algo
que puede elegirse o evitarse, cuando seguramente sea una experiencia
humana fundamental que, como mínimo, es arriesgado intentar sortear.
Mariarosa Dalla Costa hablaba del amargo descubrimiento de aquellas
mujeres que en los años setenta tomaron la decisión de no tener hijos
con el objeto de salvaguardar su autonomía y luego se encontraron con
que no podían obviar el cuidado de sus padres ancianos
. Durante
demasiado tiempo el cuidado ha sido destino y obligación para las
mujeres: sin duda, ha llegado el momento de repartirlo (entre sexos y
clases) y dotarlo del apoyo y la institucionalización social que tanto
necesita.
Pero eso no significa que no deba ser ya asunto nuestro, ni
tampoco que su asunción deba ser necesariamente amarga
. Ojalá los childfree
actuales se ahorren el descubrimiento del que hablaba Dalla Costa, pero
espero que sea porque entre todos hayamos sido capaces de construir una
sociedad que ponga el cuidado en el centro de sus preocupaciones, y no
porque se hayan “liberado” también de ese otro “lastre”.
Carolina del Olmo es ensayista, autora de ¿Dónde está mi tribu? Maternidad y crianza en una sociedad individualista.