La atención a los hijos y a los padres ancianos es una experiencia humana que resulta arriesgado sortear.
Y estas, como es natural, pueden explicarse por causas muy diversas
. Es como si en física tuviéramos que reconocer que, aunque las manzanas tienden a caer de los árboles al suelo por la ley de la gravedad, algunas lo hacen por otros motivos, e incluso las hay que no caen.
Esta peculiaridad de las “ciencias” humanas se convierte, en todo lo que atañe a la maternidad/paternidad, en un motivo constante de bronca y malos entendidos
. Vaya, pues, por delante que cualquier decisión individual en materia de reproducción me parece perfectamente válida.
Por lo demás, es posible que a nuestro medio ambiente ideológico, lastrado por fuertes inercias patriarcales, le venga bien una reivindicación de la no maternidad libremente elegida.
Pero buena parte del movimiento childfree puede explicarse poniéndolo en relación no solo con las grandes ventajas de nuestra época —libertad de elección de itinerarios vitales—, sino también con algunos de sus peores defectos.
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Una vulnerabilidad particularmente notoria en la infancia, la vejez y la discapacidad.
Hemos construido nuestra vida en común alrededor del mito del adulto autónomo y fuerte que busca maximizar sus opciones a lo largo de una trayectoria vital reducida a una serie de intercambios, entendidos a semejanza de los mercantiles
. Elijo mi estilo de vestir igual que elijo a mis amigos, mi trabajo (supuestamente) y si tengo o no tengo hijos
. Y si elijo comportarme de manera altruista y cuidar de mi prójimo lo hago precisamente así, como elección, no como expresión de un compromiso al que estoy obligada por formar parte de una red de reciprocidad e interdependencia que me ha permitido, entre otras cosas, llegar a adulta
. Nos dejamos engañar por el espejismo de la autonomía y la independencia y no vemos que si estamos aquí eligiendo ser así o asá es porque nos han cuidado, y mucho.
Venimos al mundo como seres desvalidos totalmente dependientes, y seguimos siendo vulnerables y dependientes en mayor o menor grado a lo largo de toda nuestra vida.
Entre las experiencias básicas de socialización y desarrollo de niños y jóvenes se contó, durante milenios, la de cuidar, no solo la de ser cuidado.
Hoy día, en cambio, la mayoría de las personas —especialmente las de clase media o alta entre las que triunfa el estilo de vida childfree— llegan a adultas sin haber cuidado de nadie, en lo que es posiblemente una singularidad histórica sin precedentes.
Tal vez por eso tanta gente experimenta la maternidad/paternidad como una brecha vital profunda.
Y por eso hay cada vez más gente que considera el cuidado una opción, algo que puede elegirse o evitarse, cuando seguramente sea una experiencia humana fundamental que, como mínimo, es arriesgado intentar sortear.
Mariarosa Dalla Costa hablaba del amargo descubrimiento de aquellas mujeres que en los años setenta tomaron la decisión de no tener hijos con el objeto de salvaguardar su autonomía y luego se encontraron con que no podían obviar el cuidado de sus padres ancianos
. Durante demasiado tiempo el cuidado ha sido destino y obligación para las mujeres: sin duda, ha llegado el momento de repartirlo (entre sexos y clases) y dotarlo del apoyo y la institucionalización social que tanto necesita.
Pero eso no significa que no deba ser ya asunto nuestro, ni tampoco que su asunción deba ser necesariamente amarga
. Ojalá los childfree actuales se ahorren el descubrimiento del que hablaba Dalla Costa, pero espero que sea porque entre todos hayamos sido capaces de construir una sociedad que ponga el cuidado en el centro de sus preocupaciones, y no porque se hayan “liberado” también de ese otro “lastre”.
Carolina del Olmo es ensayista, autora de ¿Dónde está mi tribu? Maternidad y crianza en una sociedad individualista.
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