La revista ¡HOLA! en su número de esta semana trae en su portada la primera entrevista que Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa
conceden juntos
. Anfitriones de excepción de los embajadores de Estados
Unidos en su visita a la fábrica de Porcelanosa en Villarreal,
Castellón, la pareja está viviendo uno de los momentos más especiales de
su vida y buena prueba de ello es que no pueden borrar la sonrisa de su
rostro.
"Este ha sido el año más feliz de mi vida", nos confiesa el premio Nobel, mientras que Isabel añade: "El nuestro sería un amor de una buena novela romántica".
"Para la familia no ha sido fácil. La situación los tomó por sorpresa. No esperaban que surgiera algo como esto a estas alturas de mi vida
. Así que ha habido que limar las cosas. Pero el divorcio va resolviéndose poco a poco, de manera amistosa y bien
", asegura Mario, que
visitó por primera vez la 'segunda casa' de Isabel, el imperio que han
levantado los Colonques y los Soriano en su tierra, Castellón.
"Nos reímos muchísimo juntos y a los dos nos encanta conversar. Nos pasamos horas contándonos historias". Durante
la entrevista, también nos cuenta que, por el momento, no tienen
pensado cambiarse de casa
: "Estamos felices. La convivencia está siendo
maravillosa. Y ni se nos ha ocurrido marcharnos de esta casa".
En unos días confluirán varios motivos de
celebración para los 'novios del año': el 18 de febrero es el cumpleaños
de Isabel, el 28 de marzo el de Mario, y ya se acerca el primer
aniversario de su noviazgo.
"Habrá que celebrarlo, claro, pero no puedo decirte dónde porque Isabel me mata... Tiene que ser muy íntimo. Solos los dos", nos desvela el premio Nobel.
Sus
zapatos, los ‘manolos’, son míticos. Es un creador desmedido,
exuberante. Muchos ven en sus modelos atributos sexuales, pero a él le
interesa más el romanticismo.
Quien piense que a sus 73 años y con muchas vivencias a sus espaldas Manolo Blahnik
es un hombre al final de un camino, se equivoca.
Al contrario, es un
torbellino que agita todo lo que le rodea. “No puedo parar”
. Quizá tras
ese exceso de actividad se esconda el miedo a que detenerse le aleje aún
más de esa juventud que añora. Blahnik está en España y eso es noticia.
Desde que murió su madre viene menos a su país natal.
Ayer, en
Barcelona, la pasarela 080 le rindió homenaje por su exitosa carrera.
Hoy él se rinde su particular homenaje con una visita al Museo del Prado
de Madrid, uno de sus rincones favoritos del mundo.
Quien piense que a sus 73 años y con muchas vivencias a sus espaldas Manolo Blahnik
es un hombre al final de un camino, se equivoca. Al contrario, es un
torbellino que agita todo lo que le rodea. “No puedo parar”. Quizá tras
ese exceso de actividad se esconda el miedo a que detenerse le aleje aún
más de esa juventud que añora. Blahnik está en España y eso es noticia.
Desde que murió su madre viene menos a su país natal. Ayer, en
Barcelona, la pasarela 080 le rindió homenaje por su exitosa carrera.
Hoy él se rinde su particular homenaje con una visita al Museo del Prado
de Madrid, uno de sus rincones favoritos del mundo.
Llega a la entrevista recién aterrizado de Londres, donde vive y
trabaja.
Viste de verde chillón pero la mirada se detiene en sus
zapatos. Son marrones, de corte clásico con calcetines de rombos.
Todo
muy británico, como su acento, el canario lo perdió.
Lo primero que hace
es pedir que se le llame Manolo y de tú.
“Ya soy suficientemente
anciano”.
A continuación advierte: “No soy un diseñador
. Me espanta esa
palabra, como style y celebrity, están degradadas.
Yo
soy un dibujante de zapatos y quizá un artesano, también un poco
arquitecto, para hacer un buen tacón hay que serlo”.
Busca complicidad en la charla. “Estoy muy cansado, llevo desde las
seis en pie y ayer inauguré una nueva tienda en Londres”.
Esa actividad
es lo que, dice, le mantiene vivo.
“Las vacaciones me aburren. Solo
querría tiempo para ver películas de cine mudo y leer”. Ahora está
promocionando su libro, Gestos fugaces y obsesiones
(Rizzoli), donde muestra su lado más íntimo con fotografías —“Muchas no
sé de dónde han salido”— y conversaciones con esos amigos que conforman
su universo, desde Pedro Almodóvar —“
Me unen muchas cosas con él, sobre
todo nuestro amor por el cine
Sus
zapatos, los ‘manolos’, son míticos. Es un creador desmedido,
exuberante. Muchos ven en sus modelos atributos sexuales, pero a él le
interesa más el romanticismo
Quien piense que a sus 73 años y con muchas vivencias a sus espaldas Manolo Blahnik
es un hombre al final de un camino, se equivoca. Al contrario, es un
torbellino que agita todo lo que le rodea. “No puedo parar”. Quizá tras
ese exceso de actividad se esconda el miedo a que detenerse le aleje aún
más de esa juventud que añora. Blahnik está en España y eso es noticia.
Desde que murió su madre viene menos a su país natal. Ayer, en
Barcelona, la pasarela 080 le rindió homenaje por su exitosa carrera.
Hoy él se rinde su particular homenaje con una visita al Museo del Prado
de Madrid, uno de sus rincones favoritos del mundo.
Llega a la entrevista recién aterrizado de Londres, donde vive y
trabaja. Viste de verde chillón pero la mirada se detiene en sus
zapatos. Son marrones, de corte clásico con calcetines de rombos. Todo
muy británico, como su acento, el canario lo perdió. Lo primero que hace
es pedir que se le llame Manolo y de tú. “Ya soy suficientemente
anciano”. A continuación advierte: “No soy un diseñador. Me espanta esa
palabra, como style y celebrity, están degradadas. Yo
soy un dibujante de zapatos y quizá un artesano, también un poco
arquitecto, para hacer un buen tacón hay que serlo”.
Busca complicidad en la charla. “Estoy muy cansado, llevo desde las
seis en pie y ayer inauguré una nueva tienda en Londres”.
Esa actividad
es lo que, dice, le mantiene vivo. “Las vacaciones me aburren. Solo
querría tiempo para ver películas de cine mudo y leer”. Ahora está
promocionando su libro, Gestos fugaces y obsesiones
(Rizzoli), donde muestra su lado más íntimo con fotografías —“Muchas no
sé de dónde han salido”— y conversaciones con esos amigos que conforman
su universo, desde Pedro Almodóvar —“Me unen muchas cosas con él, sobre
todo nuestro amor por el cine. Me encanta su trabajo, él ha hecho de
España el orgullo del mundo”— a Sofia Coppola o a la conservadora del
Prado Manuela Mena. Gente que le resulta inspiradora. Blahnik vive obsesionado con la estética.
Por eso no puede evitar cortar la conversación para comentar los libros
que hay sobre la mesa de la suite del hotel Mandarin donde se hospeda
—“toda la cadena tiene los mismos”— o hablar de si el jarrón de la
esquina está en el lugar adecuado
. Le duele la espalda y muestra la
tobillera que lleva en el pie derecho.
“Lo tengo roto pero da igual”.
Hasta que se lesionó se probaba todos los zapatos que hacía.
“Más de
30.000 modelos aunque he descartado muchos, por decir un número pongamos
que 1.000. Ahora hay mucha gente que lo hace por mí y se los prueba en
la fábrica”. Blahnik se refiere
no solo a la reciente colección de zapatos para hombre con “elementos
femeninos” —“odio la palabra andrógino”— sino también a sus zapatos de
tacón de aguja, esos que traen locas a miles de mujeres, esos que se
compran las que puede gastarse como mínimo 900 euros en un par y también
a las que sueñan con poderlo hacer algún día
. Él los suyos no los toca
con la mano una vez están acabados.
“Hay una leyenda italiana que dice
que si se hace eso ese modelo no se vende y yo lo que quiero es vender”.
. ¿Pero sus zapatos son sexuales?
R. Son sensuales, sexuales no sé.
En América hay
hombres que me dicen:
‘Ha salvado mi matrimonio. Mi mujer gasta una
fortuna pero cada vez que se pone sus zapatos estoy tan excitado...’,
otra palabra horrible.
Lo que me interesa de mis modelos es que estén
bien hechos, que tengan una personalidad propia. Tengo pánico a la moda y
a lo que supone de cambio.
Yo evoluciono pero a mi manera sin estar
forzado a hacer cualquier cosa que no me interese.
En ese aparente rechazo a lo nuevo, Blahnik se detiene para hablar de
cómo la tecnología está invadiendo la vida en especial de los jóvenes.
“Estamos perdiendo la memoria de forma acelerada
. Hace un año en
Shanghái una joven me preguntó quién era mi actriz favorita y le dije:
Julie Christie. Me respondió: ‘No sé quién es querido’. La quería
estrangular. La mandé a comprar sus películas”
Y añade: “Odio los selfies. Son para gente que se cree guapa, que
son narcisistas.
No me gusta que me fotografíen”. Y eso que medio mundo
se muere por posar junto a él.
“Tampoco me gusta la fama, ni tan
siquiera pensar en ella, me hace perder frescura aunque reconozco que
tiene cosas simpáticas.
Eso sí, en Estados Unidos me suelen dar siempre
una buena mesa en los restaurantes. Pero solo soy un dibujante de
zapatos, no hay que exagerar”.
Lo que sí busca es la belleza. “No hay nada que me interese más.
Puedo hallarla en cualquier parte pero, sobre todo, la encuentro en los
museos. El Prado para mí es adictivo como puede ser el tabaco o alguna
droga, aunque no me interesan las drogas
. Cuando vi una exposición de
Madrazo creí que me iba a desmayar.
Los museos son una de mis fuentes de
inspiración
. Por cierto, en unos meses van a hacer una exposición con
mi trabajo en el Hermitage [San Petersburgo] y eso es para mi un gran
honor”.
Para él España es diferente.
Pero en su país natal le costó abrir
tiendas. Tiene una en Madrid y otra en Barcelona. “Fue un poco
prostituirme instalarme en Serrano y en Paseo de Gracia. Huyo de esa
calles. Nunca lo haría en Bond Street (Londres). Me gustan las cosas
diferentes. No estar donde está todo el mundo. Soy muy antiguo en esas
cosas”
Estos días también ultima un documental de ficción sobre su vida que
dirige Michael Roberts. “De eso no puedo hablar mucho. Lo presentamos en
Berlín. Solo contar que yo salgo poco, no me gusto mucho así que
prefiero que Rupert Everett haga de mí. Yo aparezco en algunos momentos
andando de espaldas y con la voz en off”. Blahnik vive obsesionado con la estética.
Por eso no puede evitar cortar la conversación para comentar los libros
que hay sobre la mesa de la suite del hotel Mandarin donde se hospeda
—“toda la cadena tiene los mismos”— o hablar de si el jarrón de la
esquina está en el lugar adecuado. Le duele la espalda y muestra la
tobillera que lleva en el pie derecho. “Lo tengo roto pero da igual”.
Hasta que se lesionó se probaba todos los zapatos que hacía. “Más de
30.000 modelos aunque he descartado muchos, por decir un número pongamos
que 1.000.
Ahora hay mucha gente que lo hace por mí y se los prueba en
la fábrica”.
R. Buñuel les ponía a las actrices el zapato que creía iba a ayudarles a interpretar su papel. Hay algo de verdad en eso. P. Sus zapatos son de película. En Sexo en Nueva York Carrie Bradshaw hablaba de ellos sin parar. R. Sí, Sarah Jessica Parker. Pero esa serie, que todavía se sigue viendo, trata de una vida que ya no existe. P. ¿Qué diseñador cree que combina mejor con sus zapatos? R. John Galliano. Es fantástico. Quisiera ver siempre a una mujer que lleve una de sus creaciones con unos zapatos míos.
Blahnik en la carrera sin fin en la que ha convertido su vida asegura
que tras estos proyectos vendrán otros y otros. “Seguiré hasta que la
gente quiera. A mi edad puedo permitirme algunas cosas como decir lo que
pienso. A veces soy un poco cruel pero no lo hago con intención de
hacer daño”.
Mujeres con 'manolos'
Fue Sarah Jessica Parker, en su personaje de Carrie en la serie Sexo en Nueva York,
quien bautizó a los modelos del diseñador canario como manolos.
“Le
tengo una gratitud enorme”, dice de ella Blahnik. Madonna también se
declara admiradora de sus creaciones. “Ella ya no está tanto en mi vida
pero la quiero mucho.
Todavía es una buena cantante. Pero una vez dije
una cosa de ella que no le gustó y nos enfriamos un poco. Pero mejor no
recordarlo por si se vuelve a enfadar”.
Lady Gaga cuenta en una de sus canciones lo que siente por estos
zapatos, “amo a esos manolos” canta. Otra amante de Blahnik es Kylie
Minogue, quien exigió en su gira Showgirl usar solo zapatos diseñados
por él para ella.
Pero quien se define como dibujante de zapatos tiene tres debilidades
entre las mujeres que le admiran. Las tops Kate Moss, Iman y la editora
del Vogue de EE UU Anna Wintour.
“Kate sale en la película que estamos haciendo”, cuenta. “Iman es una
reina, una reina de Somalia. He escrito hace poco de ella, de una noche
que pasamos juntos en Nueva York. Ella es África. Ahora está muy triste
[es la viuda de David Bowie].
Y Anna es una amistad de juventud.
Me
encanta su tenacidad, su manera de pensar. Su frialdad, que no lo es, se
trata de una fachada que utiliza para el trabajo. Un escudo para poder
defenderse”.
Que la homosexualidad se cura es algo que hoy solo creen algunos
fanáticos religiosos que mandan a sus hijos a terapia
. Pero en los años
cuarenta, aquellos tratamientos psiquiátricos gozaban de cierto
prestigio, estaban en la onda de las terapias freudianas y a sus puertas
llamaban chicos y chicas de clase bien que querían erradicar de su alma
la pulsión que les abocaba a sentirse atraídos por seres del mismo
sexo.
A uno de estos psiquiatras acudió la joven Patricia Highsmith,
una chica de Texas que estudiaba en Barnard, la prestigiosa universidad
de mujeres al norte de Manhattan.
Patricia andaba pensando en casarse
con su novio, otro joven escritor, pero la conciencia íntima de su
ambigüedad sexual le hizo ponerse en manos de un médico.
No se lo tomaba
muy en serio, o no quería realmente curarse, porque cuando le
propusieron una terapia con un grupo de mujeres casadas que padecían una
homosexualidad latente, la joven dejó escrito que le divertía imaginar
que se ligaba a alguna de esas señoras ricas carcomidas por su
desviación.
Casadas, ricas, mayores que ella.
Ese era el tipo de mujer por el que
se sentía atraída aquella joven morbosa, que a los 27 años ya tenía en
un cajón Extraños en un tren, publicada un año más tarde.
En las Navidades de 1948, Patricia entró a trabajar en la sección de
juguetes de Bloomingdale’s, para ganarse un dinerillo extra que le
ayudara a pagar la terapia a la que asistía sin convencimiento
. Fue allí
donde una tarde vio entrar a una mujer envuelta en un abrigo de nutria,
sofisticada, inconfundiblemente burguesa, con un pelo rubio que parecía
iluminar el departamento
. Highsmith, que ponía por delante su deseo a
una posible patología, observó a la dama como solía hacer con las
mujeres que le gustaban, de manera impertinente, escrutadora.
Quiso
creer que la elegante señora le devolvía la mirada con idéntica
intensidad.
Esa anécdota fue plasmada en unos cuantos folios aquella
misma noche, fue el esbozo de The Prize of Salt.
Leí la novela, en España titulada Carol, hace muchos años,
bajo el influjo entonces de Ripley y su perverso atractivo de individuo
amoral, y me pregunté si era posible que aquella historia de amor arrebatado entre dos mujeres
podía haber salido de la misma pluma que esas otras novelas en las que
la violencia sin culpa vertebraba las acciones de los personajes.
En Carol
había una rendición al amor, a un amor lésbico que no era castigado en
el final, porque a pesar de que la mujer casada pierde la custodia de su
niña, no parece un acontecimiento suficientemente dramático como para
convertir el desenlace en un drama.
Highsmith se escondió tras un seudónimo para publicar la novela
. Había
una razón aún más poderosa que la de rehuir el escándalo: haber escrito
una historia de amor, aunque fuera de amor prohibido, le causaba una
insuperable vergüenza.
“Esa novela apesta”, dijo en más de una ocasión
.
Pero no lo entendieron así sus lectores, sobre todo aquellas mujeres que
vieron reconocidos sus deseos sexuales por vez primera en una novela
digna, no en una publicación barata de quiosco más destinada a poner
cachondos a los hombres que a contar el amor lésbico con solvencia
literaria
. Fue ese reconocimiento popular el que devolvió a la autora
cierto aprecio por una obra recibida con estupor y condescendencia por
los críticos.
Hay novelas cuya importancia va más allá de sus valores estrictamente literarios. Carol
es, además de la única historia donde se adivina algo de la intimidad
de la autora, un libro esencial, por valiente y rompedor, para todas
esas chicas que decidieron no casarse con su novio y reconciliarse con
su verdadero ser.
Como no podía ser de otro modo en una historia firmada
por Highsmith, hay un componente retorcido, al menos así lo veo yo, en
la relación de la joven aprendiz y la señora burguesa.
Se diría que
están jugando a las mamás. De hecho, la joven Patricia confesaba en su
diario una atracción perversa hacia su madre, con la que tuvo una
relación que haría las delicias de un psicoanalista. Carol está ahora en los cines.
Carol es Cate Blanchett
y la chica callada pero de intensa mirada es Rooney Mara
. La escritora
fue tan guapa como la actriz que la representa, aunque el alcohol y las
rarezas la convirtieran en una anciana a caballo entre dos sexos
. Pero
esa extravagancia demuestra que las mujeres no respondemos a un
prototipo: Highsmith amaba a las mujeres tanto como las detestaba y
nunca enmascaró su misoginia.
Evitó cualquier rasgo sentimental en su
escritura.
Y a mí me atrae esa confusión mental que la llevaba a
despreciar lo femenino y a desearlo furiosamente.
Prefiero imaginar un
universo que acepte las peculiaridades individuales a esa necesidad tan
en boga de castigar el mal comportamiento, como reclama cierto
puritanismo militante.
Highsmith no fue una lesbiana ejemplar, pero es
que la cumbre más difícil de alcanzar para una mujer es no ser jamás esa
buena chica que se espera de nosotras.
La maniquí ingresó en el hospital el lunes pasado, tras sufrir un derrame cerebral.
La modelo de Playboy Katie May, de 34 años, ha muerto este viernes en
un hospital en Los Ángeles donde se encontraba ingresada desde el lunes
pasado a causa de un derrame cerebral.
Fue el portal estadounidense TMZ
quien confirmó la noticia.
Según la página web, la familia decidió
desconectar a la modelo del respirador artificial que la mantenía con
vida.
"Es muy duro para nuestros corazones confirmar la muerte de Katie
May, madre, hija, hermana, amiga, mujer de negocios, modelo y estrella
de las redes sociales. Katie sufrió de un derrame cerebral causado por
un bloqueo en la arteria carótida", reza el comunicado hecho por su
hermano Stephen May.
La modelo, que comenzaba a alcanzar la fama gracias a las redes sociales,
tenía 1.9 millones de seguidores en Instagram y solía publicar con
frecuencia vídeos en Snapchat. May era madre de una niña de 7 años.
La familia de Katie May ha creado una página web para recibir donaciones que ayuden a la manutención
de su hija.
"Cualquiera que haya tenido la suerte de conocer a Katie ha
sido bendecido, ella tenía un increíble corazón, mente y espíritu.
Fue
una luz de inspiración y guía para tantas personas en este mundo. Por
favor, ayúdennos donando dinero para ayudar a su hija y mejor amiga
Mia", dice el mensaje en la página, que hasta el momento ha recaudado
10.247 dólares de los 100.000 que esperan recolectar.