Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

6 feb 2016

La gala de los Premios Goya 2016, en directo...................................... G. Belinchón

Sigue al minuto la alfombra roja y la ceremonia de entrega de los galardones del cine español.

El presidente de la Academia del Cine, Antonio Resines, (tercero por la izquierda) junto a la vicepresidenta primera, Gracia Querejeta, en la 30ª edición de los Premios Goya, en el Hotel Auditorium de Madrid. EFE
Los Premios Goya llegan a su XXX edición en una ceremonia que arrancará a las 22.00 en el hotel Auditorium de Madrid y que estará presentada por Dani Rovira por segundo año consecutivo.
 Antes, las estrellas del cine español recorrerán la alfombra roja a partir de las 201.15.

Premios Goya
Entre las favoritas de la noche, La novia, con 12 candidaturas, y Truman, con 6.

 

Comentar Más sobre: Isabel Preysler Mario Vargas Llosa revista ¡HOLA! PROMOHOLA Goya Actualidad Loreal Descubre todos los detalles de Los Goya con L`Oreal Professionel, peluquero exclusivo de la gala En ¡HOLA!: Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa, su primera entrevista juntos 'Este ha sido el año más feliz de mi vida', nos confiesa el premio Nobel. 'El nuestro es un amor de una buena novela romántica', añade Isabel

La revista ¡HOLA! en su número de esta semana trae en su portada la primera entrevista que Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa conceden juntos
. Anfitriones de excepción de los embajadores de Estados Unidos en su visita a la fábrica de Porcelanosa en Villarreal, Castellón, la pareja está viviendo uno de los momentos más especiales de su vida y buena prueba de ello es que no pueden borrar la sonrisa de su rostro. 
"Este ha sido el año más feliz de mi vida", nos confiesa el premio Nobel, mientras que Isabel añade: "El nuestro sería un amor de una buena novela romántica".
"Para la familia no ha sido fácil. La situación los tomó por sorpresa. No esperaban que surgiera algo como esto a estas alturas de mi vida
. Así que ha habido que limar las cosas. Pero el divorcio va resolviéndose poco a poco, de manera amistosa y bien 
", asegura Mario, que visitó por primera vez la 'segunda casa' de Isabel, el imperio que han levantado los Colonques y los Soriano en su tierra, Castellón.

 "Nos reímos muchísimo juntos y a los dos nos encanta conversar. Nos pasamos horas contándonos historias". Durante la entrevista, también nos cuenta que, por el momento, no tienen pensado cambiarse de casa
: "Estamos felices. La convivencia está siendo maravillosa. Y ni se nos ha ocurrido marcharnos de esta casa".
En unos días confluirán varios motivos de celebración para los 'novios del año': el 18 de febrero es el cumpleaños de Isabel, el 28 de marzo el de Mario, y ya se acerca el primer aniversario de su noviazgo. 
"Habrá que celebrarlo, claro, pero no puedo decirte dónde porque Isabel me mata... Tiene que ser muy íntimo. Solos los dos", nos desvela el premio Nobel.
Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa

Manolo Blahnik, a sus pies............................................................ Mábel Galaz

Sus zapatos, los ‘manolos’, son míticos. Es un creador desmedido, exuberante. Muchos ven en sus modelos atributos sexuales, pero a él le interesa más el romanticismo.

 

 GIANLUCA BATTISTA
Quien piense que a sus 73 años y con muchas vivencias a sus espaldas Manolo Blahnik es un hombre al final de un camino, se equivoca.
Al contrario, es un torbellino que agita todo lo que le rodea. “No puedo parar”
. Quizá tras ese exceso de actividad se esconda el miedo a que detenerse le aleje aún más de esa juventud que añora. Blahnik está en España y eso es noticia.
 Desde que murió su madre viene menos a su país natal.
 Ayer, en Barcelona, la pasarela 080 le rindió homenaje por su exitosa carrera.
 Hoy él se rinde su particular homenaje con una visita al Museo del Prado de Madrid, uno de sus rincones favoritos del mundo.

 GIANLUCA BATTISTA
Quien piense que a sus 73 años y con muchas vivencias a sus espaldas Manolo Blahnik es un hombre al final de un camino, se equivoca. Al contrario, es un torbellino que agita todo lo que le rodea. “No puedo parar”. Quizá tras ese exceso de actividad se esconda el miedo a que detenerse le aleje aún más de esa juventud que añora. Blahnik está en España y eso es noticia. Desde que murió su madre viene menos a su país natal. Ayer, en Barcelona, la pasarela 080 le rindió homenaje por su exitosa carrera. Hoy él se rinde su particular homenaje con una visita al Museo del Prado de Madrid, uno de sus rincones favoritos del mundo.
Manolo Blahnik el pasado jueves en Barcelona.
Llega a la entrevista recién aterrizado de Londres, donde vive y trabaja.
 Viste de verde chillón pero la mirada se detiene en sus zapatos. Son marrones, de corte clásico con calcetines de rombos.
 Todo muy británico, como su acento, el canario lo perdió.
Lo primero que hace es pedir que se le llame Manolo y de tú.
“Ya soy suficientemente anciano”.
A continuación advierte: “No soy un diseñador
. Me espanta esa palabra, como style y celebrity, están degradadas.
Yo soy un dibujante de zapatos y quizá un artesano, también un poco arquitecto, para hacer un buen tacón hay que serlo”.
Busca complicidad en la charla. “Estoy muy cansado, llevo desde las seis en pie y ayer inauguré una nueva tienda en Londres”.
 Esa actividad es lo que, dice, le mantiene vivo. 
“Las vacaciones me aburren. Solo querría tiempo para ver películas de cine mudo y leer”. Ahora está promocionando su libro, Gestos fugaces y obsesiones (Rizzoli), donde muestra su lado más íntimo con fotografías —“Muchas no sé de dónde han salido”— y conversaciones con esos amigos que conforman su universo, desde Pedro Almodóvar —“
Me unen muchas cosas con él, sobre todo nuestro amor por el cine



Manolo Blahnik, a sus pies

Sus zapatos, los ‘manolos’, son míticos. Es un creador desmedido, exuberante. Muchos ven en sus modelos atributos sexuales, pero a él le interesa más el romanticismo

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 GIANLUCA BATTISTA
Quien piense que a sus 73 años y con muchas vivencias a sus espaldas Manolo Blahnik es un hombre al final de un camino, se equivoca. Al contrario, es un torbellino que agita todo lo que le rodea. “No puedo parar”. Quizá tras ese exceso de actividad se esconda el miedo a que detenerse le aleje aún más de esa juventud que añora. Blahnik está en España y eso es noticia. Desde que murió su madre viene menos a su país natal. Ayer, en Barcelona, la pasarela 080 le rindió homenaje por su exitosa carrera. Hoy él se rinde su particular homenaje con una visita al Museo del Prado de Madrid, uno de sus rincones favoritos del mundo.
Manolo Blahnik el pasado jueves en Barcelona.
Llega a la entrevista recién aterrizado de Londres, donde vive y trabaja. Viste de verde chillón pero la mirada se detiene en sus zapatos. Son marrones, de corte clásico con calcetines de rombos. Todo muy británico, como su acento, el canario lo perdió. Lo primero que hace es pedir que se le llame Manolo y de tú. “Ya soy suficientemente anciano”. A continuación advierte: “No soy un diseñador. Me espanta esa palabra, como style y celebrity, están degradadas. Yo soy un dibujante de zapatos y quizá un artesano, también un poco arquitecto, para hacer un buen tacón hay que serlo”.
Busca complicidad en la charla. “Estoy muy cansado, llevo desde las seis en pie y ayer inauguré una nueva tienda en Londres”.
Esa actividad es lo que, dice, le mantiene vivo. “Las vacaciones me aburren. Solo querría tiempo para ver películas de cine mudo y leer”. Ahora está promocionando su libro, Gestos fugaces y obsesiones (Rizzoli), donde muestra su lado más íntimo con fotografías —“Muchas no sé de dónde han salido”— y conversaciones con esos amigos que conforman su universo, desde Pedro Almodóvar —“Me unen muchas cosas con él, sobre todo nuestro amor por el cine. Me encanta su trabajo, él ha hecho de España el orgullo del mundo”— a Sofia Coppola o a la conservadora del Prado Manuela Mena. Gente que le resulta inspiradora.
 Blahnik vive obsesionado con la estética.
Por eso no puede evitar cortar la conversación para comentar los libros que hay sobre la mesa de la suite del hotel Mandarin donde se hospeda —“toda la cadena tiene los mismos”— o hablar de si el jarrón de la esquina está en el lugar adecuado
. Le duele la espalda y muestra la tobillera que lleva en el pie derecho.
“Lo tengo roto pero da igual”. Hasta que se lesionó se probaba todos los zapatos que hacía.
“Más de 30.000 modelos aunque he descartado muchos, por decir un número pongamos que 1.000. Ahora hay mucha gente que lo hace por mí y se los prueba en la fábrica”. Blahnik se refiere no solo a la reciente colección de zapatos para hombre con “elementos femeninos” —“odio la palabra andrógino”— sino también a sus zapatos de tacón de aguja, esos que traen locas a miles de mujeres, esos que se compran las que puede gastarse como mínimo 900 euros en un par y también a las que sueñan con poderlo hacer algún día
. Él los suyos no los toca con la mano una vez están acabados.
 “Hay una leyenda italiana que dice que si se hace eso ese modelo no se vende y yo lo que quiero es vender”.

 . ¿Pero sus zapatos son sexuales?
Manolo Blahnik el pasado jueves en Barcelona.
R. Son sensuales, sexuales no sé.
 En América hay hombres que me dicen:
‘Ha salvado mi matrimonio. Mi mujer gasta una fortuna pero cada vez que se pone sus zapatos estoy tan excitado...’, otra palabra horrible.
Lo que me interesa de mis modelos es que estén bien hechos, que tengan una personalidad propia. Tengo pánico a la moda y a lo que supone de cambio.
 Yo evoluciono pero a mi manera sin estar forzado a hacer cualquier cosa que no me interese.
En ese aparente rechazo a lo nuevo, Blahnik se detiene para hablar de cómo la tecnología está invadiendo la vida en especial de los jóvenes.
 “Estamos perdiendo la memoria de forma acelerada
. Hace un año en Shanghái una joven me preguntó quién era mi actriz favorita y le dije: Julie Christie. Me respondió: ‘No sé quién es querido’. La quería estrangular. La mandé a comprar sus películas”
Y añade: “Odio los selfies. Son para gente que se cree guapa, que son narcisistas.
No me gusta que me fotografíen”. Y eso que medio mundo se muere por posar junto a él.
“Tampoco me gusta la fama, ni tan siquiera pensar en ella, me hace perder frescura aunque reconozco que tiene cosas simpáticas.
 Eso sí, en Estados Unidos me suelen dar siempre una buena mesa en los restaurantes. Pero solo soy un dibujante de zapatos, no hay que exagerar”.
Lo que sí busca es la belleza. “No hay nada que me interese más. Puedo hallarla en cualquier parte pero, sobre todo, la encuentro en los museos. El Prado para mí es adictivo como puede ser el tabaco o alguna droga, aunque no me interesan las drogas
. Cuando vi una exposición de Madrazo creí que me iba a desmayar.
 Los museos son una de mis fuentes de inspiración
. Por cierto, en unos meses van a hacer una exposición con mi trabajo en el Hermitage [San Petersburgo] y eso es para mi un gran honor”.
Para él España es diferente.
 Pero en su país natal le costó abrir tiendas. Tiene una en Madrid y otra en Barcelona. “Fue un poco prostituirme instalarme en Serrano y en Paseo de Gracia. Huyo de esa calles. Nunca lo haría en Bond Street (Londres). Me gustan las cosas diferentes. No estar donde está todo el mundo. Soy muy antiguo en esas cosas”
Un boceto de uno de los zapatos de Manolo Blahnik.
Estos días también ultima un documental de ficción sobre su vida que dirige Michael Roberts. “De eso no puedo hablar mucho. Lo presentamos en Berlín. Solo contar que yo salgo poco, no me gusto mucho así que prefiero que Rupert Everett haga de mí. Yo aparezco en algunos momentos andando de espaldas y con la voz en off”.
Blahnik vive obsesionado con la estética. Por eso no puede evitar cortar la conversación para comentar los libros que hay sobre la mesa de la suite del hotel Mandarin donde se hospeda —“toda la cadena tiene los mismos”— o hablar de si el jarrón de la esquina está en el lugar adecuado. Le duele la espalda y muestra la tobillera que lleva en el pie derecho. “Lo tengo roto pero da igual”. Hasta que se lesionó se probaba todos los zapatos que hacía. “Más de 30.000 modelos aunque he descartado muchos, por decir un número pongamos que 1.000. 
Ahora hay mucha gente que lo hace por mí y se los prueba en la fábrica”. 
Otro de los bocetos de Manolo Blahnik.
R. Buñuel les ponía a las actrices el zapato que creía iba a ayudarles a interpretar su papel. Hay algo de verdad en eso.
P. Sus zapatos son de película. En Sexo en Nueva York Carrie Bradshaw hablaba de ellos sin parar.
R. Sí, Sarah Jessica Parker. Pero esa serie, que todavía se sigue viendo, trata de una vida que ya no existe.
P. ¿Qué diseñador cree que combina mejor con sus zapatos?
R. John Galliano. Es fantástico. Quisiera ver siempre a una mujer que lleve una de sus creaciones con unos zapatos míos.
Blahnik en la carrera sin fin en la que ha convertido su vida asegura que tras estos proyectos vendrán otros y otros. “Seguiré hasta que la gente quiera. A mi edad puedo permitirme algunas cosas como decir lo que pienso. A veces soy un poco cruel pero no lo hago con intención de hacer daño”.

Mujeres con 'manolos'

Anna Wintour y Manolo Blahnik en Nueva York en septiembre.
Fue Sarah Jessica Parker, en su personaje de Carrie en la serie Sexo en Nueva York, quien bautizó a los modelos del diseñador canario como manolos.
“Le tengo una gratitud enorme”, dice de ella Blahnik. Madonna también se declara admiradora de sus creaciones. “Ella ya no está tanto en mi vida pero la quiero mucho.
 Todavía es una buena cantante. Pero una vez dije una cosa de ella que no le gustó y nos enfriamos un poco. Pero mejor no recordarlo por si se vuelve a enfadar”.
Lady Gaga cuenta en una de sus canciones lo que siente por estos zapatos, “amo a esos manolos” canta. Otra amante de Blahnik es Kylie Minogue, quien exigió en su gira Showgirl usar solo zapatos diseñados por él para ella.
Pero quien se define como dibujante de zapatos tiene tres debilidades entre las mujeres que le admiran. Las tops Kate Moss, Iman y la editora del Vogue de EE UU Anna Wintour.
“Kate sale en la película que estamos haciendo”, cuenta. “Iman es una reina, una reina de Somalia. He escrito hace poco de ella, de una noche que pasamos juntos en Nueva York. Ella es África. Ahora está muy triste [es la viuda de David Bowie].
 Y Anna es una amistad de juventud.
Me encanta su tenacidad, su manera de pensar. Su frialdad, que no lo es, se trata de una fachada que utiliza para el trabajo. Un escudo para poder defenderse”.

Patricia y Carol, una historia de amor

La cumbre más difícil de alcanzar para una mujer es no ser jamás esa buena chica que se espera de nosotras.

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Cate Blanchett, a la derecha, y Rooney Mara en un fotograma de la escena de la pelicula ‘Carol’. 
Que la homosexualidad se cura es algo que hoy solo creen algunos fanáticos religiosos que mandan a sus hijos a terapia
. Pero en los años cuarenta, aquellos tratamientos psiquiátricos gozaban de cierto prestigio, estaban en la onda de las terapias freudianas y a sus puertas llamaban chicos y chicas de clase bien que querían erradicar de su alma la pulsión que les abocaba a sentirse atraídos por seres del mismo sexo.
 A uno de estos psiquiatras acudió la joven Patricia Highsmith, una chica de Texas que estudiaba en Barnard, la prestigiosa universidad de mujeres al norte de Manhattan.
Patricia andaba pensando en casarse con su novio, otro joven escritor, pero la conciencia íntima de su ambigüedad sexual le hizo ponerse en manos de un médico.
No se lo tomaba muy en serio, o no quería realmente curarse, porque cuando le propusieron una terapia con un grupo de mujeres casadas que padecían una homosexualidad latente, la joven dejó escrito que le divertía imaginar que se ligaba a alguna de esas señoras ricas carcomidas por su desviación.
 Casadas, ricas, mayores que ella.
 Ese era el tipo de mujer por el que se sentía atraída aquella joven morbosa, que a los 27 años ya tenía en un cajón Extraños en un tren, publicada un año más tarde.
En las Navidades de 1948, Patricia entró a trabajar en la sección de juguetes de Bloomingdale’s, para ganarse un dinerillo extra que le ayudara a pagar la terapia a la que asistía sin convencimiento
. Fue allí donde una tarde vio entrar a una mujer envuelta en un abrigo de nutria, sofisticada, inconfundiblemente burguesa, con un pelo rubio que parecía iluminar el departamento
. Highsmith, que ponía por delante su deseo a una posible patología, observó a la dama como solía hacer con las mujeres que le gustaban, de manera impertinente, escrutadora.
 Quiso creer que la elegante señora le devolvía la mirada con idéntica intensidad.
 Esa anécdota fue plasmada en unos cuantos folios aquella misma noche, fue el esbozo de The Prize of Salt.
 
La escritora norteamericana Patricia Highsmith durante su estancia en Lleida en la década de los ochenta.
Leí la novela, en España titulada Carol, hace muchos años, bajo el influjo entonces de Ripley y su perverso atractivo de individuo amoral, y me pregunté si era posible que aquella historia de amor arrebatado entre dos mujeres podía haber salido de la misma pluma que esas otras novelas en las que la violencia sin culpa vertebraba las acciones de los personajes.
En Carol había una rendición al amor, a un amor lésbico que no era castigado en el final, porque a pesar de que la mujer casada pierde la custodia de su niña, no parece un acontecimiento suficientemente dramático como para convertir el desenlace en un drama.
Highsmith se escondió tras un seudónimo para publicar la novela
. Había una razón aún más poderosa que la de rehuir el escándalo: haber escrito una historia de amor, aunque fuera de amor prohibido, le causaba una insuperable vergüenza.
“Esa novela apesta”, dijo en más de una ocasión
. Pero no lo entendieron así sus lectores, sobre todo aquellas mujeres que vieron reconocidos sus deseos sexuales por vez primera en una novela digna, no en una publicación barata de quiosco más destinada a poner cachondos a los hombres que a contar el amor lésbico con solvencia literaria
. Fue ese reconocimiento popular el que devolvió a la autora cierto aprecio por una obra recibida con estupor y condescendencia por los críticos.
 Hay novelas cuya importancia va más allá de sus valores estrictamente literarios. Carol es, además de la única historia donde se adivina algo de la intimidad de la autora, un libro esencial, por valiente y rompedor, para todas esas chicas que decidieron no casarse con su novio y reconciliarse con su verdadero ser.
 Como no podía ser de otro modo en una historia firmada por Highsmith, hay un componente retorcido, al menos así lo veo yo, en la relación de la joven aprendiz y la señora burguesa.
 Se diría que están jugando a las mamás. De hecho, la joven Patricia confesaba en su diario una atracción perversa hacia su madre, con la que tuvo una relación que haría las delicias de un psicoanalista.
 Carol está ahora en los cines.
 Carol es Cate Blanchett y la chica callada pero de intensa mirada es Rooney Mara
. La escritora fue tan guapa como la actriz que la representa, aunque el alcohol y las rarezas la convirtieran en una anciana a caballo entre dos sexos
. Pero esa extravagancia demuestra que las mujeres no respondemos a un prototipo: Highsmith amaba a las mujeres tanto como las detestaba y nunca enmascaró su misoginia.
 Evitó cualquier rasgo sentimental en su escritura.
 Y a mí me atrae esa confusión mental que la llevaba a despreciar lo femenino y a desearlo furiosamente.
 Prefiero imaginar un universo que acepte las peculiaridades individuales a esa necesidad tan en boga de castigar el mal comportamiento, como reclama cierto puritanismo militante.
 Highsmith no fue una lesbiana ejemplar, pero es que la cumbre más difícil de alcanzar para una mujer es no ser jamás esa buena chica que se espera de nosotras.