Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

12 ene 2016

Bowie y la moda: una relación irrepetible............................................ Begoña Gómez Urzaiz


David Bowie con un diseño del japonés Kansai Yamamoto.
David Bowie con un diseño del japonés Kansai Yamamoto.

Hace apenas unos días se popularizó una web que dice al usuario qué hacía David Bowie a su edad. El efecto era devastador: en cualquier momento, iba por delante o directamente no tenía a nadie detrás.
 Lo mismo se podría hacer con la relación del músico con la moda. No importa qué límite quiera explorar un diseñador, qué tabú quiera romper una estrella del pop. Bowie siempre habrá llegado antes y mejor.
El cantante David Bowie en el escenario caracterizado como Ziggy Stardust.
El cantante David Bowie en el escenario caracterizado como Ziggy Stardust.
El músico, que murió ayer a los 69 años en Nueva York víctima del cáncer, solía decir que no le interesaba la moda, que la explicación de sus constantes cambios de estilo se debía a que quería que su música “se viese como sonaba”.
 Pero a la moda sí le interesaba Bowie, rozando la idolatría.
 Están los homenajes evidentes, la americana que Riccardo Tisci calcó de Aladdin Sane en 2010, la vez que Jean Paul Gaultier basó una colección entera en Ziggy Stardust, los trajes que Dries van Notten, un Bowie-obseso como casi toda la industria, creó inspirándose en la etapa berlinesa del cantante, pero más allá de esas réplicas, que siguen y seguirán apareciendo varias veces por temporada, lo que la moda adora del músico es su capacidad para tomar una prenda, ya sea una blusa con lazada eduardiana o un mono de lamé rojo, y conjurar a través de ella un universo entero. Transmitirlo todo sin decir nada.
Por algo la exposición que el museo Victoria & Albert le dedicó en 2013, un gigantesco éxito de público y casi una canonización en vida, se tituló “David Bowie es”, dejando que cada visitante completase la frase a su gusto
. David Bowie es un mod entre 1965 y 1967, con impecable corte de pelo moptop a lo Brian Jones y trajes de tres botones; es un adelantado a la confusión de géneros en 1971, en la etapa de Hunky Dory, con pose lánguida, pelo largo y pantalones de cintura estrecha y pernera ancha; es una criatura del espacio exterior en 1972, cuando engendra a su alter ego Ziggy Stardust, con estrechísimos monos escotados, botas de plataforma y aquel corte de pelo desfilado en rojo, mil veces mal emulado; es un hombre con vestido de satén y purpurina y con un maillot mínimo (tan pequeño que cuando hace un par de años se lo puso Kate Moss, tuvieron que ensanchárselo) en la noche en la que entierra a Ziggy en el Hammersmith Odeon de Londres; es un bucanero en culottes –los mismos que están hoy en las rebajas del Zara– en la etapa de Rebel Rebel, una lagartija en plataformas en su etapa glam, un dandy esquelético cuando fue el Delgado Duque Blanco y, quizá por primera vez en su vida, una víctima de su época en los ochenta, cuando no pudo escapar a las cazadoras con volúmenes y los pantalones abombachados.

No se puede decir que la moda fuese una parte del personaje Bowie, un complemento a su brillante carrera musical, sino un prisma que lo afecta todo, una manera de entender el pop que el resto de estrellas tardó décadas en comprender e imitar y que él intuyó ya de adolescente.
 Cuando era un crío y estudiaba en la Bromley Technical High School, el protomod David Jones se teñía el pelo con colorante alimentario –lo que ya le separa del resto en las fotos de su banda de la época, The Konrads– y pintaba a mano las rayas de su americana escolar, que vista hoy parece algo diseñado por Raf Simons
. Aunque colaboró con distintos creadores y diseñadores a lo largo de su carrera de seis décadas, no hay duda que la fuerza creativa detrás de todas sus etapas de estilo fue el propio Bowie
. A principios de los 70, cuando él y su mujer, la no siempre justamente valorada Angie, vestían túnicas a juego, encontró un aliado en Michael Fish, que tenía en la londinense Marylebone una tienda especializada en bucólicos “vestidos para hombre” y poco después se adelantó más de diez años al reinado de los diseñadores japoneses confiando en Kansai Yamamoto muchos de los trajes más memorables de Ziggy Stardust, incluido el espectacular mono como de Pierrot del espacio exterior con gigantescas perneras.
Se alió con los grandes modistos en ocasiones, como en los setenta, cuando se alimentaba básicamente de cocaína y vestía trajes de Yves Saint Laurent, pero sobre todo tenía talento para identificar a los emergentes con talento.
 Por algo en 1997 le pidió a un joven Alexander McQueen que le diseñase una levita con la tela de Union Jack repleta de quemaduras de cigarrillo.
David Bowie, en un concierto en Praga en 2004.
David Bowie, en un concierto en Praga en 2004. / REUTERS
Casado con la modelo Iman, a la moda le ilusionaba considerar ingenuamente a Bowie “uno de los suyos” y a él se invocan sus mejores talentos en sus momentos más ambiciosos
. Cuando Phoebe Philo se enfrentó a la tarea de refundar Céline en 2011, basó toda su primera colección femenina en una imagen del músico enfundado en un memorable traje color mostaza. Cuando Hedi Slimane se hizo cargo de Dior Homme, dispuesto a cambiar la silueta masculina para toda una década, colgó una sola foto en su estudio, una del autor de Starman en 1975, entregando un Grammy a Aretha Franklin y vestido con un traje de solapas anchas, pajarita blanca y fedora negra. Ya no habrá nuevos looksde Bowie que saquear, pero quedan, al lado de los inmensos discos, cientos de imágenes que cortan la respiración, fotos de un hombre que supo que la moda, bien manipulada, puede ser mucho más que ropa.

Un atentado causa 10 muertos en el centro turístico de Estambul....................................... Andrés Mourenza .


 Foto: Reuters

Un atentado en el centro de Estambul ha causado este martes 10 muertos y 15 heridos, según ha informado la delegación de Gobierno de la ciudad turca.
 La explosión ha sacudido esta mañana la turística plaza Sultanahmet, cerca de Santa Sofía, el palacio de Topkapi y la Mezquita Azul, en una zona visitada cada día por miles de turistas.
 Las autoridades investigan qué tipo de explosivo se ha utilizado y se ha visto a los artificieros de la policía trabajar en el lugar
. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha dicho que sospecha que el autor del atentado suicida es un hombre de origen sirio.
El primer ministro, Ahmet Davutoglu, se ha reunido de urgencia con los ministros de Interior, Salud y Justicia. Además se ha decretado una prohibición de publicar imágenes del lugar.
Aunque por el momento no hay confirmación oficial sobre la nacionalidad de las víctimas, varios medios locales apuntan a que entre la mayoría son alemanes.
 De hecho, entre los heridos se encuentra una guía turística de nacionalidad turca que habitualmente trabaja con grupos de turistas procedentes de Alemania.
"Hubo una explosión muy fuerte, cerca del obelisco egipcio [frente a la Mezquita Azul] y acudimos a ver lo que había pasado.
 Vi al menos a siete u ocho personas tendidas en el suelo.
 Probablemente estaban muertas", ha explicado a este diario Ersin, empleado del sector turístico, poco antes de ser desalojado de la plaza.
 "La policía ha establecido fuertes medidas de seguridad temiendo que hubiese una segunda explosión", ha añadido.
La explosión ha ocurrido poco después de las 10.00 de la mañana, hora local (las 9.00 en la península Ibérica) y 8h. en Canarias., y se pudo escuchar a más de un kilómetro del lugar, según varios testigos. Numerosas ambulancias y camiones de bomberos han acudido al lugar, la policía ha acordonado la zona, y se ha obligado a evacuar la plaza de Sultanahmet y los monumentos cercanos.
Hace poco más de un año, el 6 de enero de 2015, una mujer se inmoló contra la comisaría de la Policía Turística en Sultanahmet, hiriendo de gravedad a dos agentes, una de las cuales falleció posteriormente
. La autora del atentado fue identificada como Diana Ramazova, ciudadana rusa procedente de la región caucásica de Daguestá y que se cree que mantenía lazos bien con Al Qaeda bien con el Estado Islámico (ISIS, por sus siglas inglesas).
Durante el pasado año se produjeron varios atentados presuntamente cometidos por una célula del ISIS cuyos miembros procedían de Turquía.
 El 5 de junio, una bomba acabó con la vida de cuatro personas en un mitin del partido prokurdo HDP en Diyarbakir.
Un mes y medio más tarde, el 20 de julio, un suicida se detonaba en un acto izquierdista a favor de los kurdos de Siria en la localidad sudoriental de Suruç matando a 33 personas y, el 10 de octubre, dos presuntos militantes del Estado Islámico se inmolaron en una marcha por la paz en la capital turca, Ankara, segando la vida a más de un centenar de personas.
!Que aficción a matarse y matar a los que están vivos en cualquier lugar lúdico.

Los ojos de una mujer empecinada..........................................la mujer de Muñoz Molina


El rostro de la Infanta Cristina durante el juicio del caso Nóos. / Foto: C. Cladera / EL PAÍS VÍDEO

Lo que veo cuando observo hoy a la Infanta en el banquillo de los acusados es el rostro de una mujer que no comprende lo que ha pasado
. Como si aún tuviera la esperanza de que alguien se aproximara a su asiento y le dijera que todo ha sido un terrible error.
Lo que veo en su piel es la pérdida del brillo que le iluminaba la cara en los buenos tiempos, cuando disfrutaba de la definición, tan repetida por los medios de comunicación, de mujer profesional que acudía al trabajo a diario, que recogía a los niños a la puerta del colegio, que asumía su papel de Infanta con discreción y naturalidad.
Lo que veo en los ojos de esta mujer a la que se comparaba en tiempos con la infanta Isabel,
 La Chata, es una mirada acostumbrada ya a estar perdida, para no ver a los fotógrafos que la esperan a la entrada y salida de su domicilio en Ginebra o a la salida y entrada del juzgado de Palma; ojos que huyen del contacto visual que pueda delatar algún síntoma de debilidad, de miedo o arrepentimiento.
Lo que veo, en definitiva, es el gesto de una mujer empecinada, que se ha negado a la evidencia, imbuida de una especie de dignidad equivocada que no sé si forma parte de su educación o si está escrita en su carácter.
Sola, está sola, porque sola se queda una persona cuando no se entera de lo que ocurre a su alrededor, aunque el ruido sea clamoroso, y lo que ocurre es que en el mismo país donde le fueron concedidos privilegios de cuna a cambio de algo que no era tan difícil, ser ejemplar, ha caducado el tiempo de la impunidad.
 Lo que intuyo al ver su rostro hierático es que en todo este tiempo la mujer del banquillo ha procurado no ver, no mirar, no oír la indignación de un pueblo que asistía estupefacto al relato de los negocios abusivos de su marido, y de otros que formaban parte de las élites económicas del país; pero lo que la distingue a ella es su condición de Infanta, algo que no sabemos muy bien en qué consiste, y cuando alguien ocupa un puesto laboral tan prescindible lo mínimo que puede hacer es portarse adecuadamente.
Veo el gesto amargo de una señora que, de alguna manera, se ha condenado antes de que el tribunal emita un veredicto y antes incluso de que su figura quede estigmatizada para la historia
. Pudiera favorecerla una versión romántica que defendiera la tesis de que se ha condenado por amor y que está dispuesta a soportar la humillación con tal de defender la inocencia de su marido, pero hay algo que ya no me cuadra en esa idea: tras varios años de observar ese rostro imperturbable, esos ojos que no quieren ver, ese gesto de enfado no contenido, sospecho que su actitud de incomprensión cerrada hacia lo que le está pasando viene de no haber entendido nunca que su posición en el mundo era más incierta de lo que pensaba.
No sé si la educaron para que creyera que a quien ha nacido Infanta nadie puede arrebatarle el título pero ya va siendo hora de que alguien, tal vez su madre, le explique que está equivocada.
Aunque no guste a nadie , me encantaría que quedase libre, que mire usted por donde Hacienda fuera la que firme su no cometido fraude, que sea Hacianda la que le diga Vaya con Dios Señora Infanta no está usted sola, recuerde que Hacienda somos todos, aquí nos tiene para cuando nos necesite.
Y Cristina de Borbón, infanta de España repudiada por su hermano Felipe, y naturalmente Letizia que como caiga la Monarquía no va a ser por este caso, y volverá a ser una chica normal y si la llaman será presentadora de Sálvame!!!
Pero Cristina se quedará viviendo como una reina y esperando que la estancia de su marido en la cárcel sea breve.

El hombre de las estrellas que llegó para salvar el pop.......................................... Fernando Navarro

Bowie creó a Ziggy Stardust y cambió las reglas en un momento de crisis musical.

David Bowie como Ziggy Stardust en 1973. / Gijsbert Hanekroot

Aquel hombre de las estrellas que esperaba en el cielo fue una epifanía
. Imaginen el panorama: los Beatles se habían separado y John Lennon y Paul McCartney andaban tirándose los trastos, Bob Dylan había dado la espalda a su propio mito y se refugiaba en el folk más campestre mientras tenía ínfulas de novelista y actor, los Rolling Stones iban camino de su decadencia grandilocuente con el fatídico concierto de Altamont como punto de inflexión, la eufórica contracultura de los sesenta se desintegraba mientras aparecían los cadáveres de Brian Jones, Janis Joplin, Jimi Hendrix o Jim Morrison y, tan sangrante como todo eso, era ver a Elvis Presley, el detonador de todo, como una marioneta que sentía lástima de sí mismo en el retiro dorado de Las Vegas.
El sueño de la cultura juvenil, del pop y el rock’n’roll, de la irreverencia moral y la rebeldía intelectual, parecía haber llegado a su fin.
 Pero, entonces, aquel hombre del espacio se puso en contacto con el planeta Tierra. El sueño no solo volvió a vislumbrarse entre la bruma de los decadentes setenta, sino que alcanzó otra dimensión.
Corría el año 1972
. Aquel hombre de las estrellas, encarnado por David Bowie, se llamaba Ziggy Stardust, era bisexual y lucía una exquisita imagen andrógina.
 Era el protagonista de The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, el álbum con el que Bowie alcanzaría la fama y, sobre todo, metería de nuevo un chutazo de inocencia a un pop herido de muerte.
 Con rasgos propios de otra galaxia, como ese rostro pálido, pelo rojizo, mirada de cobre y una indescriptible mancha de mercurio, el extraterrestre poseía un magnetismo nunca antes visto para un adolescente. Qué demonios: para nadie.
Si bien es cierto que Marc Bolan puso la purpurina en el pop y pregonó antes el glam-rock, fue Bowie quien cambió las reglas. Inteligente y ambicioso a partes iguales, el verdadero triunfo de aquel joven salido de un laboratorio de arte fue modificar el concepto de la cultura pop.
 Que Ziggy Stardust se haya convertido en un personaje inmortal casi es secundario con respecto a la otra gran conquista de su alter ego: el atractivo y presumido Bowie edificó toda una obra a partir de una imagen
. Admirador de ese Bob Dylan de finales de los sesenta, camaleónico y moderno, y de la visión crepuscular de Velvet Underground, el músico era puro teatro.
Aquel astronauta con historias de galaxias lejanas y apocalipsis, motivados en parte por los colocones de heroína de su creador, llevó más que nunca al pop a la dimensión de la fábula.
 Su representación teatral, cargada de simbolismo, chocaba con la tradición del rock’n’roll y la contracultura, tan comprometida con el presente y su entorno.
 Inspirándose en 2001: Una odisea en el espacio, de Stanley Kubrick, y mezclando elementos de ciencia ficción con pasajes autobiográficos, Bowie anunciaba el futuro de la música pop.
Y al mismo tiempo era una especie de nuevo superhéroe.

En el mundo bipolar y paranoico de la guerra fría, obsesionado por el espacio, Ziggy Stardust era catártico.
 Tenía mucho de distopía, que en Reino Unido, a través de su literatura, hundía sus raíces hasta Tomás Moro con su libro Utopía para hablar de la posibilidad de un lugar imaginario, un espacio no existente donde habita una sociedad idealizada, a la que cantaba ese extraterrestre con su pop bañado de soul, que algunos llamaron plastic soul.
 Como quiera que se llamase esa música chisporroteante, de arrabal y llena de alma, cualquier adolescente desorientado y aislado podía conectar con su deslumbrante espíritu de querer soñar otro mundo mejor.
En los setenta, nadie necesitaba unos nuevos Beatles.
 Poco quedaba para constatarlo definitivamente con la explosión del punk. Bowie supo verlo y anticiparse.
Lo cantaba en Starman, en ese estribillo que estremece ahora más que nunca cuando Ziggy ha viajado a la última galaxia:
 “Hay un hombre de las estrellas esperando en el cielo.
 Le gustaría venir y saludarnos, pero probamente nos vuelva locos. Nos ha dicho que no seamos tontos, que todo esto vale la pena. Ha dicho: ‘Dejen que los niños se diviertan”.
 Era el mensaje del rock’n’roll de siempre, del pop original. Aquel hombre de las estrellas llegó para enloquecer a una legión incontable de niños y, de paso, salvar el pop, esa promesa de presente infinito que volvió a tener sentido.