Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

7 ene 2016

Cambio de planes............................................................. Boris Izaguirre


Jon Hamm, en los premios Emmy, en Los Ángeles.
Jon Hamm, en los premios Emmy, en Los Ángeles. / david edwards (media Punch)

Estaba escribiendo sobre el número 1.515, que fue la cantidad de miembros del partido de la CUP que votaron SÍ pero también NO al Gobierno de Artur Mas, cuando me llamó mi editora de EL PAÍS para informarme de un cambio de planes.
Me quedé chafado, porque estaba muy metido en las posibilidades de ese enigmático 1.515. ¡La Habana, una ciudad que dará mucho que hablar en este año, fue fundada... en 1515!
Mi editora me convenció: escribir sobre un personaje de la televisión de este año.
 Querían hacer un monográfico sobre personajes y series de televisión de este 2015. Porque la ficción se ha vuelto más interesante que nuestra realidad, frustrante y empeñada en unir lo que no se puede unir.
Me dije las palabras mágicas, esas que usó Rajoy en su WhatsApp a Luis Bárcenas: “Sé fuerte”. Y pensé en Don Draper, mi héroe personal desde que Maruja Torres me recomendara Mad Men. Este año ha sido su despedida, la serie cerró convertida en referencia de esta época de empate y turbulencia.
El actor que le dio vida, Jon Hamm, por fin recibió el Grammy y subió a recogerlo trepando por el escenario como una especie de león herido pero orgulloso. Los días previos a la grand finale, como lo anunciaban en la cadena AMC, productora de la serie, los viví visionando episodios pasados. Y creí entender pedazos de la fascinación de Don Draper.
Es un publicista que considera a la publicidad como un medio de seducción masiva. Su vestuario de la década del sesenta, los años en que todo cambió, resucitó un estilo riguroso, casi represivo pero también inquietante, que representaba la testosterona y, al mismo tiempo, una apasionante sensibilidad. Debajo de sus ropas, un secreto
. Una identidad oculta. Don Draper podría no ser Don Draper sino otro hombre. Esa fue la gran atracción del personaje.
 Al igual que los superhéroes del cómic americano, Don Draper tenía doble personalidad. Como Batman o Superman pero no en una Nueva York ficticia, sino en la hipercompetitiva y real Madison Avenue.
Sin Draper, observo con más detenimiento Homeland y House of Cards, convencido de que en sus protagonistas femeninas está la sucesora de Draper.
Un poco lo que ocurre también con Soraya Sáenz de Santamaría y Susana Díaz, que cada día que pasa se les va poniendo más cara de sucesoras.
 Y, como todo son empates hoy día, además les encuentro parecidos a Claire Underwood, la helada esposa de congresista de House of Cards, y a Carrie Mathison, la espía bipolar de Homeland.
Carrie Bradshaw en 'Sexo en Nueva York'.
Carrie Bradshaw en 'Sexo en Nueva York'.
Fascinan de estas protagonistas que están muy alejadas del prototipo femenino. No son tan consumistas como Carrie Bradshaw, la enloquecida prota de Sexo en Nueva York, que nos hizo creer que la burbuja inmobiliaria era para siempre.
 Desde la infanta Cristina hasta la esposa de Bárcenas, todas le imitaron ese afán consumista y la creencia, muy democrática por cierto, de que puedes combinar ostentación y lujo con actitudes macarras.
Pero al igual que la burbuja, Carrie y su serie murieron de su propio éxito
. La crisis creó a Don Draper y a Carrie Mathison y Claire Underwood. Y en los tres el estilo, la forma de vestir y moverse, conforman una atracción que deberíamos analizar mientras esperamos Gobierno y un final feliz a lo de Cataluña.
Claire y Carrie buscan cosas distintas. Claire quiere poder. Y para eso lleva pelo corto y practica deporte. Carrie Mathison, en cambio, quiere justicia y vengar, a su manera, el 11-S. Su bipolaridad la erotiza y también trastorna
. Cuando siente la llamada se lanza a la calle con una chupa de cuero o una americana informalita. Y es tanto el desorden emocional que, al final, termina siendo casi madre del hombre que más odia y ama, Brady, un exmilitar americano secuestrado por años por fuerzas vinculadas a Al Qaeda. O sea, es maternalmente desordenada.
Carrie se pasa todo el tiempo fuera de casa, Claire es una mujer de interiores, clavando las agujas de sus zapatos. Claire solo lleva faldas y vestidos. Carrie, en cambio, lleva pantalones, porque se pasa el día corriendo como una loca tanto en un bosque de Virginia como en el metro de Berlín o por una kasbah en Oriente Medio. Son muy distintas de Soraya, que usa leggings en los debates y en casa. O de María Dolores, que pase lo que pase va perfumada como para un estreno. Y Susana Díaz que, en la peor de las discusiones, lleva medias irrompibles.
La recomendación es que vean con más detenimiento estas series. Mientras esperamos presidentes y que Cataluña salga de su empate, ellos:
 Don Draper, Carrie Bradshaw y Carrie Mathison quizás no puedan resolver nuestros problemas, pero como buenos superhéroes sí puedan prestarnos su estilo y su fuerza para volar hacia un país 1.515 veces mejor.

EL VERSO DE MEDUSA...

EL VERSO DE MEDUSA...





Texto: Google

 Y no, no hay nada que me diga
que esto no existe,
no hay nada que me atraiga
con tanto poder como la ausencia.



¿Por qué? si no te amo..
Soy capaz de vencer mi propia historia.


Que es fingida,
devorada por la infamia de la carencia
de una especial clase de fe,
que traspasa mi eterna noche
forjada por sábanas de blanca luna,
capaces de acallar,
trémulas,
la voz de mi propio miedo porque se niega a perderte.



Si no te he tenido,
¿por qué te extraño tanto?

Quizás sea porque eres el único
capaz de acariciar la sierpe de mi cabello
y de traer paz a esta piel
que pide a gritos
de forma desgarrada,
hacerse cuerpo en la distancia.


Dime, ¿por qué?
Si no te amo,
consentiré mi muerte de tus manos
una y otra vez
en el hilo de la historia.
Haciéndote creer, ufano,
que es el destino y, no yo,
la orilla donde se ahogan
los versos rotos del pensamiento."

El éxito de la antipatía.........................................................Javier Marías

Hay millones de individuos que no profesan la menor simpatía a la simpatía, ni a los buenos sentimientos, ni a la tolerancia ni a la comprensión.

 

De vez en cuando ocurre
. La mayoría de las personas con una dimensión pública, sobre todo políticos en campaña (pero no sólo), tratan de ser simpáticos y agradables por encima de todo.
 Sonríen forzadamente, procuran tener buenas palabras para todo el mundo, incluidos sus contrincantes y aquellos a quienes detestan; estrechan manos, acarician a los desheredados y a los niños, se prestan a hacer el imbécil en televisión y no osan rechazar un solo gorro o sombrero ridículos que les tienda alguien para vejarlos; intentan parecer “normales” y “buena gente”, uno como los demás, y su idea de eso es jugar al futbolín, berrear en público con una guitarra, tomarse unas cervezas o bailotear.
 Supongo que están en lo cierto, y que a las masas les caen bien esos gestos, o si no no serían una constante desde hace décadas, en casi todos los países conocidos.
Y no veríamos a la pobre Michelle Obama cada dos por tres, canturreando un rap, haciendo flexiones o participando en una carrera de dueños de perros por los jardines de la Casa Blanca.
Pero hay algo que no se compadece con estas manifestaciones de campechanía y “naturalidad”, que las más de las veces resultan todo menos naturales.
 (De hecho la simpatía verdadera no se suele percibir más que en alguna ocasión extraordinaria; en casi todos los personajes públicos se ve impostada, mero fingimiento, artificial.)
 Y la contradicción es esta: un número gigantesco de los tuits y mensajes que se lanzan a diario en las redes son todo lo contrario de esto.
 Comentarios bordes o insolentes, críticas despiadadas a lo que se tercie, denuestos e insultos sin cuento, maldiciones, deseos de que se muera este o aquel, linchamientos verbales de cualquiera –famoso o no– que haya dicho o hecho algo susceptible de irritar a los vigilantes del ciberespacio o como se llame el peligroso limbo.
Millones de individuos no profesan la menor simpatía a la tolerancia y la comprensión
Eso indica que hay millones de individuos que no profesan la menor simpatía a la simpatía, ni a los buenos sentimientos, ni a la tolerancia ni a la comprensión.
Millones con mala uva, iracundos, frustrados, resentidos, en perpetua guerra con el universo. Millones de indignados con causa o sin ella, de sujetos belicosos a los que todo parece abominable y fatal por sistema: lo mismo execrarán a una cantante que a un torero (a éstos sin cesar), a un futbolista que a un escritor, a una estudiante desconocida objeto de su furia que al Presidente de la nación, tanto da.
 Cierto que la inmensa mayoría de estos airados vocacionales sueltan sus venenos o burradas sin dar la cara, anónima o pseudónimanente, lo cual es de una gran comodidad. Su indudable existencia explica tal vez, sin embargo, el “incomprensible” éxito que de vez en cuando tiene la antipatía, cuando alguien se decide a encarnarla.
Puede que al final el fenómeno quede en anécdota, pero ya han transcurrido muchos meses desde que el multimillonario Donald Trump inició su carrera para ser elegido candidato republicano a la Presidencia de los Estados Unidos, precisamente el país más devoto de la simpatía pública, posiblemente el que la inventó y exigió.
 Si se mira a Trump con un mínimo de desapasionamiento, no hay por dónde cogerlo. Su aspecto es grotesco, con su pelo inverosímil y unos ojos que denotan todo menos inteligencia, ni siquiera capacidad de entender.
 Su sonrisa es inexistente, y si la ensaya le sale una mueca de mala leche caballar (ay, esos incisivos inferiores).
 Sus maneras son displicentes sin más motivo que el de su dinero, pues no resulta ni distinguido ni culto ni “aristocrático”, sino hortera y tosco hasta asustar.
 En el pasado hizo el oso en un programa televisivo en el que su papel principal consistía en escupirles a los concursantes, con desprecio y malos modos: “¡Estás despedido!”, para regocijo de la canalla que lo contemplaba.
 El resto ya lo saben: como precandidato, ha denigrado a los hispanos sin distinción; a los musulmanes les quiere prohibir la entrada en su país, hasta como turistas; se ha mofado de un veterano de Vietnam por haber caído prisionero del enemigo; ha llamado fea a una rival, ha ofendido a la policía británica y ha lanzado groserías a una entrevistadora en televisión, y no cabe duda de que seguirá. Lejos de desinflarse y perder popularidad, ésta le va en aumento.
 Las nominaciones no están tan lejos, y hoy nadie puede jurar que el candidato republicano no será Trump.
 Si así ocurriera, y aunque después fuera barrido por Hillary Clinton o quien sea, la advertencia y el síntoma son para tomárselos en serio.
 Hay épocas en las que se venera lo desagradable, lo antipático, lo faltón y lo farruco, la zafiedad y la brutalidad, el desdén, el desabrimiento, el trazo grueso y la arbitrariedad.
En las que el razonamiento está mal visto, no digamos la complejidad, la sutileza y el matiz. Hemos tenido ya prueba de ello en los duraderos éxitos de Berlusconi y Chávez, y aun del imitamonas Maduro en menor grado.
 También en el de Putin, aunque éste sea más disimulado
. La penúltima vez que alguien no disimuló en el mundo occidental, que se permitió no ser hipócrita y esparcir ponzoña y anatemas contra quienes quería exterminar, bueno, casi los exterminó. El exceso de empalago trae a veces estas reacciones ásperas, y entonces los furibundos –son millones y ahí están, no haciéndose ver pero sí oír, y a diario– aplauden con fervor y votan al que se atreve a prestarles su rostro y a representarlos.
Al energúmeno que por fin da la estulta cara por ellos.
elpaissemanal.com

La policía mata a un hombre armado frente a una comisaría en París.................................. Ana Teruel

El atacante, que llevaba un cuchillo, trataba de entrar en el edificio

El dispositivo de explosivos que portaba era falso.

 

Cadáver del hombre abatido por la policía. / Vídeo: Reuters Live! / Foto: Reuters

La policía ha matado esta mañana a un hombre armado cuando trataba de entrar en una comisaría del popular distrito 18 de París. El hombre habría gritado “Allahu Akbar” (Alá es grande), según varios testigos. El asaltante, que murió tiroteado, estaba armado con un cuchillo y el Ministerio del Interior evocó la posibilidad de que llevara un cinturón explosivo. Sin embargo, fuentes de la policía y del Gobierno han informado de que el dispositivo era falso.

El hombre portaba un cuchillo y, bajo su abrigo, llevaba un bolso alrededor del torso con unos cables colgando de él, pero el "aparato no contenía explosivos", según ha asegurado una fuente judicial a la agencia France Presse.
Un equipo de desactivadores de minas está en el lugar para asegurar el barrio, que está ahora tomado por la policía.
El individuo “trató de agredir a un policía en la entrada de la comisaría y fue luego alcanzado por los disparos de los agentes”, explicó el portavoz del Ministerio del Interior a los medios. Representantes de la fiscalía antiterrorista se han desplazado también a la zona, aunque de momento la investigación está en manos de la brigada criminal.
Hace precisamente un año que dos yihadistas, los hermanos Kouachi, perpetraron una masacre en la sede del semanario Charlie Hebdo.
Esta mañana, en el homenaje a las víctimas, el presidente francés, François Hollande, ha anunciado que ampliará los poderes de la policía y ha llamado a más cooperación entre las fuerzas de seguridad.
Francia ha estado en alerta desde los atentados de hace un año contra Charlie Hebdo y un supermercado judío en los que murieron 17 personas.
La preocupación por la seguridad se ha incrementado desde el pasado 13 de noviembre, cuando 130 personas murieron en París en ataques coordinados contra una sala de conciertos, un estadio de fútbol, bares y restaurantes.
 El autodenominado Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) asumió la autoría de estos ataques.