De los diagnosticados a quienes diagnostican. De la vida en las unidades de agudos a la hospitalización de larga estancia. Retrato de la enfermedad mental sin estereotipos.
EL DELIRIO
"La locura nunca duerme". Vicente
Todo empezó como un sueño.Una utopía mesiánica que convertía a su protagonista en un enviado celestial capaz de cambiar el mundo a través del amor.
A principios de 2003, Vicente Rubio comenzó a rodar una película sobre este delirio de grandeza y acabó grabando su propia locura.
Vicente nació en Villena (Alicante) en 1971
. Allí estudió Formación Profesional de Administrativo y cumplió con el servicio militar obligatorio. Se trasladó a Madrid para estudiar Arte Dramático.
Encadenó trabajos como figurante en espectáculos de parques temáticos que le llevaron desde Londres hasta Japón.
De vuelta en España, compró una cámara de vídeo.
Quería montar una productora, pero tenía poco más de treinta años y se encontraba solo. Bloqueado. Empezó a concebir ideaciones místicas.
Su timidez le encerró cada vez más en el mundo interior de sus creencias.
Así nació el sueño de salir en busca de un alma gemela para cambiar el mundo.
Y decidió grabar el viaje. Entre “voces y experiencias de sensibilidad, espiritualidad, posesión y energía”, acabó metido en la piel del personaje que creía estar interpretando.
La idea inicial de la película se tornó en autorretrato de su inmersión en la esquizofrenia.
El estallido surgió en septiembre de 2003.
Había llegado a creer que estaba poseído por un espíritu y concluyó que la única manera de deshacerse de él era estamparse contra una pared del pasillo de la casa de sus padres.
Se lanzó a toda velocidad hasta darse de bruces contra el muro. Su hermana presenció la escena y llamó a una ambulancia.
Vicente ingresó voluntariamente en una unidad psiquiátrica de agudos
. Acabó aceptando un tratamiento farmacológico de largo recorrido y la rehabilitación ambulatoria en un centro de salud mental. En paralelo, siguió grabando la evolución de su enfermedad. Habló con expertos que repetían ante su cámara:
“Resulta complicado saber con exactitud las causas del nacimiento del delirio”.
El documental es un viaje de entrada y salida del túnel que terminó de rodarse en 2009. Se titula Solo y ha sido premiado en varios festivales.
Vicente Rubio tiene hoy canas en el cabello y una enigmática mirada verde. “Mis dos hijos saben que papá sueña despierto.
La locura nunca duerme.
Solo es una forma de prolongar el sueño. Recuperar la ilusión por vivir, por hacer cosas, tener la voluntad y el apoyo de los demás me ayudaron a salir adelante”.
Vicente forma parte del comité asesor de personas con enfermedad mental de la Confederación Salud Mental España, reunido recientemente en la sede madrileña de esta asociación que engloba a 41.000 familias españolas.
Basilio García ejerció de coordinador durante la reunión. Y dijo ante sus compañeros:
“El empleo es la piedra filosofal de la recuperación. Yo pertenezco al 15% de los diagnosticados con esquizofrenia que tienen trabajo estable”.
Basilio García es un ceutí de 45 años, nariz aguileña, perilla poblada y cráneo despejado. Lleva 20 años conviviendo con la esquizofrenia.
“Recibí el diagnóstico y me dieron por desequilibrado. Pero no es el final de nada”. Encontró un aliado en el tenis de mesa. Recuperó la autoestima y la rutina diaria.
Años más tarde logró la oposición a una plaza de auxiliar administrativo. “Yo no me veo como un loco. He tenido paranoias y alucinaciones acústicas
. Hoy sigo tomando medicación y estoy al otro lado, intentando ayudar a otras personas”.
Tras la reunión, Basilio y sus compañeros celebraron el Día de la Salud Mental. En un salón del Ateneo de Madrid reclamaron la prevención y la eliminación del estigma vinculado a la enfermedad mental, que afecta a una de cada cuatro personas a lo largo de su vida. Basilio, Vicente y el resto de sus colegas también exigieron menos paternalismo hacia ellos y más conocimiento de su realidad. “Solo se habla de nosotros cuando hay un suceso
. Cuando ustedes, los periodistas, ponen en una noticia el apelativo de esquizofrénico a una persona que comente un delito violento, lanzan el mensaje de que todos los diagnosticados de esquizofrenia son peligrosos, pero menos del 3% de quienes reciben este diagnóstico u otras psicosis cometen actos violentos”.
Ángel Urbina también forma parte del comité asesor de la Confederación Salud Mental España. Tiene 49 años y lo que más llama la atención de su rostro son esos ojos chispeantes que escrutan lo que se ve y lo que no se ve. “Energías”, lo llama él.
Al poco de cumplir 20 años, este gaditano perfeccionista que estudiaba Ingeniería en Sevilla sufrió su primera crisis.
Una noche del verano de 1990 empezó a sentir que escuchaba desde la cama voces que parecían venir del piso de arriba, “como si atravesaran las paredes”. Así entró en el mundo de las visiones y voces que pueblan su mente.
Le diagnosticaron esquizofrenia paranoide.
Luego llegó la “psicosis atípica”, según los doctores.
Peleó por retomar los estudios universitarios. “Los médicos dijeron que jamás terminaría la carrera. Nunca les creí. Los cambios en la medicación me permitieron avanzar”.
Se licenció como ingeniero industrial en 1996 y se casó al año siguiente. El matrimonio se trasladó a Tarragona por una oferta de trabajo que él encontró en la petrolera Repsol
. Allí han vivido hasta hoy y en esa misma compañía sigue trabajando Ángel. Allí también ha nacido su hija, que hoy tiene 13 años.
“Nunca me he planteado miedos ante la carga genética que pueda recibir mi hija por lo que a mí me pasa. En este aspecto, resulta más importante el ambiente donde uno se desarrolla que la carga biológica”.
Ángel salió del armario en su trabajo hace cinco años. Quienes hacen públicas sus problemáticas de salud mental lo llaman así: “Salir del armario”.
Prevalece el miedo ante lo desconocido. “Un trato más humano por parte de los doctores ayudaría mucho a quienes vivimos estas experiencias.
Es bueno que cuenten con nuestro punto de vista. Algunos se quedan en el camino, pero también hay supervivientes”.