La casa familiar implica una frustrante regresión a la infancia. Logre que ese primo plasta deje de darle collejas.
Sin embargo, una cosa es dejarnos llevar por el espíritu de Papá Noel, y otra bien distinta es que este amordace y secuestre al adulto que somos.
Para muchas personas la vuelta a casa por Navidad equivale a una especie de viaje astral al pasado.
Y, aunque, a priori, este tour a tiempos pretéritos no tiene por qué ser algo negativo, lo cierto es que a menudo se convierte en un destino donde los nervios están a flor de piel y los conflictos, peleas y discusiones parecen estar siempre a punto de estallar.
De Don José a Josillo
A lo largo de los años, la mayoría de las personas adquirimos un
papel dentro de la familia que, lejos de desaparecer, se afianza con el
tiempo, siendo cada vez más difícil de cambiar.Así, aunque hace décadas que los niños le tratan de usted, cada vez que llega el 24 de diciembre y llama al timbre de casa de sus padres, vuelve a escuchar los apelativos Chiqui, Josillo o Marisina.
Sin duda, ser el hermano pequeño es inmutable por años que pasen.
Sin embargo, "lo que sí podemos modificar es la actitud del que vuelve al hogar por Navidad y el trato por parte de los que lo reciben", asegura Laura Rojas Marcos, psicóloga clínica y autora, entre otros libros, de La Familia (Grijalbo, 2014).
La experta explica que "cuando tratamos como a un niño al pequeño de la casa, aunque tenga 40 años, pueden ocurrir dos cosas: que este se comporte como tal o que reaccione con resistencia y exija respeto."
Esta actitud por parte de la familia, que Laura García Agustín, psicóloga clínica y directora del Grupo Clavesalud, describe como protectora, es difícil de cambiar, aunque no imposible.
"Este tipo de relaciones se pueden transformar siempre que la persona afectado [aquel que se ve forzado a retroceder a su infancia] adopte un comportamiento más independiente y resolutivo y, por supuesto, contando con la voluntad del resto de la familia, ya que es una cuestión bidireccional", puntualiza García Agustín, quien asegura que "aunque cuesta mucho desprenderse de las etiquetas que adquirimos, si persistimos de forma activa es posible deshacerse de ellas.
Y es que a lo largo del tiempo asumimos cometidos que acaban condicionando nuestro comportamiento, ya que es el que se espera de nosotros."
Quizá por este motivo.
Es decir, para no defraudar y ajustar nuestra conducta a la que el entorno nos exige de forma más o menos explícita, hay ocasiones en que, sin darnos cuenta, "somos nosotros los que actuamos de manera infantil, comportándonos como seres inmaduros, caprichosos, impulsivos y exigentes", tal como asevera Rojas Marcos.
Ahora bien, el porqué hacemos esto responde a razones de muy diversa índole, aunque, en general, la psicóloga lo atribuye a "la necesidad de llamar la atención, de ejercer el control o de ocupar un lugar más débil y vulnerable que el resto, victimizarse".
Así pues, parece que hay ocasiones en que nos comportamos como niños casi sin pretenderlo, pero, también es cierto, muchas otras veces volvemos a la infancia de forma deliberada, ya que preferimos no hacer el esfuerzo que supone lidiar con la tropa e intentar cambiar las cosas.
"Nos rendimos al pensar que no merece la pena malgastar tanta energía por tan solo unos días", explica la psicóloga García Agustín, quien advierte de las consecuencias de actuar de este modo: "
Si no hacemos nada y dejamos que todo siga igual, casi con toda seguridad estos roles se perpetuarán de por vida".
Dígale adiós a su pequeño álter ego
Si se ha armado de valor y ha decidido que es el momento de dejar de reírle las gracias a su hermano mayor o si cree que su dignidad no soportaría ni un pellizco más en sus sonrosados carrillos, en sus manos está acabar con estas situaciones.Así lo afirma García Agustín. "No seguir reproduciendo un papel en el que ya no nos vemos es tan sencillo como decidir que ya no vamos a comportarnos de ese modo y planificar una conducta alternativa que nos satisfaga más", sostiene la psicóloga, quien, además, propone algunos consejos para volver a casa por Navidad sin que por ello debamos retroceder a la infancia.
1. Identifique la conducta que quiere modificar. Por ejemplo, si al examinar su comportamiento se percata de que cuando llega a casa de sus padres empieza la lluvia de trifulcas pueriles con su hermano, ahí tiene el objeto sobre el que debe trabajar el cambio.
2. Elija la sensación que le produce. Cada situación va acompañada de una emoción o un sentimiento. Quizá en su caso sea tristeza, rabia, culpa o vergüenza.
Escoja el que mejor se adapte.
3. Póngale palabras a esa emoción. Una buena descripción podría ser: “
Me siento muy incómodo cuando mi hermano mayor me sigue dando collejas al saludarme y yo le respondo con un grito o insulto".
4. Planifique una conducta alternativa. Para cambiar un hábito es útil crear otro que lo sustituya. Por ejemplo:
“Cuando llegue a casa voy a interesarme sinceramente por la vida de mi hermano, le haré preguntas sobre su vida y evitaré ser el primero en soltar mi rollo".
5. Practique en casa. Dado que no es una conducta habitual, si quiere sentirse cómodo y que resulte natural, es aconsejable que ensaye antes del viaje.
6. Anticípese el cambio. Recrear las sensaciones positivas que nos producirá la modificación de la conducta nos predispone a su realización.
Repítase frases del tipo: "Cuando lo consiga me sentiré orgulloso y a gusto conmigo mismo".
7. Aprenda a decir no. Al negarnos a una situación ofreciendo una alternativa, ejercemos mayor control y dirigimos nuestra conducta hacia donde queremos.
Por ejemplo, si nos insisten para contar un chiste porque somos “el gracioso” de la familia, podemos decir: “Ahora no, quizá más tarde cuente alguno”.
O expresarle a su hermano, sin tapujos y de forma tranquila: "No me saludes así. No me gusta".
8. Despréndase de las etiquetas. Cuando alguien utilice una etiqueta para dirigirse a nosotros, podemos desmontarla, proporcionando información nueva.
Por ejemplo, si nos dicen: “Sigues siendo el impuntual de siempre.
” Podemos replicar: “Es cierto que antes solía llegar tarde, pero ahora llego con diez minutos de antelación y si no, dime: ¿quién te ha abierto la puerta?”.
9. Ignore los comentarios de siempre. La idea es obviar los comportamientos o las palabras que perpetúen el papel que quiere eliminar.
10. Agradezca el cambio ajeno. Una actitud que sin duda acelera y afianza el cambio es reforzar a los demás cuando nos tratan como nos gusta.
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