Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

6 dic 2015

Bergé borra de su vida a Saint Laurent.............................................................. Brenda Otero

El que fuera amante del diseñador francés se desprende del último bien que compartieron, una biblioteca compuesta por 1.600 volúmenes y valorada en 42 millones.

Yves Saint Laurent y Pierre Berge.
Yves Saint Laurent y Pierre Berge. / GETTY

Pierre Bergé vivió gran parte de sus 85 años rodeado de belleza.
 La que desprendían las creaciones de su compañero y socio Yves Saint Laurent; la de las casas que compartía con él en París, Marraquech y Normandía, y la de las obras de arte que ambos coleccionaban
. Pero esa belleza ahora parece asfixiarlo.
 El que fue el cerebro tras el genio de Saint Laurent está desprendiéndose de parte de las riquezas materiales que disfrutó junto al modisto.
 Tras la muerte del diseñador en 2008, Bergé ha ido desmantelando ese universo refinado que construyó junto a él.
En 2009 se deshizo de su impresionante colección de arte.
 La denominada “subasta del siglo” batió récords con una recaudación de 373,9 millones de euros.
 En octubre de 2015 vendió sus piezas de arte islámico.
Y ahora le toca el turno a su biblioteca. En colaboración con Sotheby’s, Bergé pone a la venta 1.600 volúmenes de entre los siglos XV y XX valorados en 42 millones de euros
. Los lotes se componen de novelas, manuscritos y partituras, verdaderas joyas de bibliófilo. Bergé dirá adiós a una edición de la Divina comedia, de Dante con fecha de 1487, un ejemplar del Quijote de 1605 y un tomo con obras de Shakespeare del siglo XVII que se salvó del incendio de Londres. El empresario seguirá la subasta, que se celebrará el 11 de diciembre en París, desde una sala privada.
Retrato de William Shakespeare en uno de los libros que se subastaran.
Retrato de William Shakespeare en uno de los libros que se subastaran. / Pierre Bergé & associés
“Es un tipo muy duro”, afirma Michel Scognamillo, el bibliotecario personal de Bergé.
“En el momento en el que decide vender ya no mira atrá
s. Nunca se arrepiente y no sabe lo que es la nostalgia”.
Recién llegado a París desde La Rochelle, Bergé se ganó la vida revendiendo libros antiguos.
 Este hombre culto leía de forma voraz hasta que empezó a ganar dinero y se dejó seducir por el aura del objeto.
 Pero como recalca Scognamillo, la biblioteca de Bergé es un autorretrato.
 “Aprecia la belleza física del libro, pero no independientemente del texto.
 Solo colecciona libros que ha leído o quiere leer. No compra por distinción, ni por inversión.
Esos son conceptos que no comparte”, señala el experto.
Firma de Gustave Flaubert en una edición de 1857 de 'Madame Bovary'.
Firma de Gustave Flaubert en una edición de 1857 de 'Madame Bovary'. / Pierre Bergé & associés 2015
La lectura es su pasión privada, de la que no participaba Saint Laurent, quien solo leyó En busca del tiempo perdido, de Proust y ni siquiera entero. En su colección, hace un guiño al que fue el amor de su vida, con unas hermosas ediciones de la saga de Proust. Aunque Flaubert, su autor predilecto, es uno de los nombres más prominentes de la venta. Llama la atención que alguien pragmático y cómodo con el poder como él coleccione obras de poetas como Rimbaud, Baudeleaire o Villon. “¡Ah! eso no tiene porque sorprender. Tiene alma de anarquista”, exclama Scognamillo.
La mayor parte de los ingresos de la venta se destinarán a causas benéficas como la lucha contra el sida, además de a la fundación Pierre Bergé-Yves Saint Laurent que en 2017 tiene previsto inaugurar dos museos, en París y Marraquech, dedicados al modisto. Este empresario entregará los años que le quedan a mantener vivo el recuerdo de su pareja. Quiere olvidarse de los objetos para que su memoria permanezca.

 

Regreso a Brigadoon................................................... Javier Marías

Hace unos años habría apostado a que en Cataluña había menos tontos y pueriles y cerriles que en muchos otros sitios.

Llevado por la actualidad, la otra noche me pareció oportuno volver a ver Brigadoon.
 Como hoy las generaciones jóvenes sienten poca curiosidad por lo que no es estrictamente coetáneo de ellas, y lo último que hacen es asomarse a películas clásicas (quizá con la excepción de Psicosis y alguna otra), no estará de más que explique qué es Brigadoon.
 Es un musical de Vincente Minnelli de 1954, año en el que transcurre la acción.
 Dos improbables cazadores neoyorquinos (Gene Kelly y Van ­Johnson) se pierden por los montes y bosques de Escocia.
 De pronto ven surgir entre las brumas un pueblo que no figura en los mapas, y hacia él se dirigen
. Es un sitio extraño, en el que la gente viste anticuadamente (bueno, más bien como escoceses de opereta, que es lo que la película es).
No ha sido la catalana la sociedad menos próspera, ni la más inculta, ni la más oprimida
Son recibidos con sorpresa pero no mal, y entre las jóvenes del lugar está Fiona (la elegante bailarina Cyd Charisse).
 La población es idílica, apacible y feliz.
Todo el mundo se lleva bien, no hay conflictos, la plaza del mercado es simpática y animada y los habitantes tienen fuerte propensión a cantar y bailar (danzas escocesas estilizadas, claro está).
 Las mujeres llevan favorecedores vestidos pseudocampesinos y los hombres kilts, pantalones estrechos a cuadros e indefectibles plumas en sus gorros.
 Todo es armónico, pero los cazadores descubren una Biblia familiar según la cual están en 1754, dos siglos atrás.
 Escamados, preguntan. El único autorizado a contarles la verdad es Mr Lundie, una especie de beatífico prócer del lugar.
Mr Lundie vive apartado, como es de rigor, y mientras narra su “increíble historia” suenan de fondo unos cánticos cuasi celestiales.
 En 1754, relata, un gran peligro se cernió sobre Brigadoon, y el párroco imploró a Dios que obrara el milagro de hacer desaparecer el pueblo de la vista de todos para que las amenazantes “brujas” pasaran de largo y no lo pudieran invadir.
Dios (o no sé si uno de sus múltiples intercesores) aceptó, y dictaminó que, para que no se evaporara del todo y para siempre, Brigadoon podría emerger y hacerse visible un día cada cien años
. Eso sí, la condición para preservarlo sería que ninguno de sus habitantes lo abandonara nunca.
 Así, si alguien cruzaba el puente, por ejemplo, se desvanecería definitivamente sin dejar rastro.
Según el relato, para los brigadoonenses sólo han transcurrido dos días desde el milagro (ellos se acuestan y levantan con normalidad), pero para el resto del globo han pasado doscientos años. Eso no casa bien con el hartazgo que manifiesta algún lugareño, para el que en efecto parece que llevaran dos siglos en ese plan.
 Pero la mayoría está feliz: invisibles, indetectables, aislados de todo lo exterior, sin aparecer en los mapas, una sociedad encerrada en sí misma, armoniosa, amable, bondadosa y autosuficiente, conservada en almíbar, inmune al espacio y al tiempo del mundo que sigue su atormentado curso.
¿Cómo puede haberse persuadido al 47% de una sociedad evolucionada del siglo XXI de creer en los cuentos de hadas?
No es el único lugar de estas o parecidas características en la ficción, sobre todo en la cinematográfica.
Están el valle de Siete novias para siete hermanos de Donen, la mítica Shangri-La de Horizontes perdidos de Capra, donde nadie envejecía aunque hubiera cumplido trescientos años (eso sí, de nuevo, si no salía de la ciudad), o la Comarca de Tolkien.
 No muy distinto, aunque menos pacífico, era Kafiristán, donde el sargento Daniel Dravot fue convertido en rey en el cuento de Kipling (y en la película de Huston basada en él) El hombre que pudo reinar.
 Son estupendas y encantadoras historias, y todos hacemos bien en disfrutarlas y en añorar mundos así … mientras duran la lectura o la proyección.
 Y aunque los jóvenes no las conozcan directamente, estas ensoñaciones se transmiten –se transmite su idea– de generación en generación.
 En todas partes hay gente lista y tonta, buena y mala, razonable e irracional, escéptica e ingenua, pero hace unos años habría apostado a que en Cataluña había menos tontos y pueriles y cerriles que en muchos otros sitios.
No ha sido la catalana la sociedad más elemental, ni la menos formada, ni la menos próspera, ni la más inculta, ni la menos viajada, ni la más oprimida (en contra de lo que opina a través de su impenetrable flequillo la diputada de la CUP Anna Gabriel, según la cual “bajo la opresión española vivimos una vida que no vale la pena ser vivida”; habría que preguntar cuál es su idea de la opresión a quienes sufren la tiranía del Daesh, por ejemplo).
Por eso es tanto más sorprendente que una parte considerable haya creído en la fábula de Brigadoon: una Cataluña independiente y enajenada (lo estaría del mundo, no sólo de España) sería un paraíso de riqueza y bienestar, de sentimientos puros y solidarios, de personas en armonía dedicadas al baile y a los castellers, sin corrupción ni delitos, con justicia social y protección de los débiles, entregada al estudio y a las artes, y en perpetua comunión de intereses.
¿Cómo puede haberse persuadido al 47% de una sociedad evolucionada del siglo XXI de creer en los cuentos de hadas?
 Y además se olvida que, en la realidad, esos ideales y fantasías benéficos de pueblos aislados e impermeables al exterior suelen adoptar la forma de pesadillas infernales, como la Albania de hace treinta años o algunos países asiáticos que, dicho sea de paso, también gustan mucho de las coreografías a la Forcadell.
 No a la Minnelli, ay, ni a la Gene Kelly con Cyd Charisse.
elpaissemanal@elpais.es

 

La ganga es bella............................................................ Luz Sánchez-Mellado

Quitarle el estigma a lo barato. Ese es el último desafío de una sociedad empobrecida.

Clientes de Zara esperan la apertura de una tienda el pasado Black Friday. / Antonio Heredia (Bloomberg)

El viernes 28 de noviembre de 2014, a las 00.00 horas en punto, se produjo en España un milagro laico.
 Alguien, en algún despacho de Inditex —probablemente el consejero delegado Pablo Isla en persona— había claudicado a la presión del mercado y había dicho: “sea”
. Y fue, en efecto. Por primera vez en sus 40 años de historia, Zara y sus hermanas, la mayor cadena de tiendas de moda del mundo, se sumaba al Black Friday, y bajaba sus precios en Internet y en las tiendas antes del periodo oficial de rebajas.
Nada espectacular, un 20%, pero sí definitivo
. Este año, la clientela ya lo daba por hecho. Inditex estaría en el Black Friday. La noticia hubiera sido que no se sumara a la fiesta.
La crisis ha cambiado la manera de comprar y vender.
 Los compradores tienen menos dinero, necesitan y desean seguir comprando, pero no a cualquier precio.
 Y los vendedores han tenido que asumir que, o venden más barato, o se comen el género.
La rendición de Zara, sin ser la de Breda, es un hito.
 Al menos en la historia de la vida cotidiana.
 Hasta el año 2007 a. d. C. (antes de la Crisis), el consumidor español era un tipo sumiso, bien mandado, regido más por la ley de la oferta que la de la demanda. Había dos o tres verdades inmutables.
 La calidad se pagaba. Lo barato salía caro.
 Y hasta el día 1 de julio —en verano— y el 7 de enero —en invierno— no empezaban las rebajas. La crisis ha ido modulando esas dogmas en la psicología de los parroquianos. La calidad no es directamente proporcional al precio
. Lo barato, además de atractivo, es la única opción para muchos. Y las rebajas ya no tienen fecha fija en el calendario.
Antes que Inditex, fueron muchos, casi todos, los que se fueron bajando de la parra ante el hecho consumado de que lo que antes era asequible, ahora es prohibitivo para demasiados.
 El Corte Inglés, con sus Semanas Fantásticas varias veces por temporada, las middle seasons, las ofertas especiales, los outlets.
 Hoy, lo extraño es no ver un cartel de descuento, cualquier descuento, en los escaparates.
 De los últimos en subirse al carro aunque sea a la fuerza, ha sido la cadena española Cortefiel, que ha anunciado que bajará un 25% los precios, harta tal vez de ver sus abrigos de buen paño muertos de risa en los percheros.
Con sueldos de menos de 1.000 euros, quienes lo cobran, la posibilidad de comprar ropa bonita y barata es irresistible
El mes pasado fueron noticia de portada las colas de horas para entrar en el nuevo Primark, un gran almacén de moda asequible, en la Gran Vía madrileña
. Aparte de la atracción de la novedad, había otras razones tras semejantes multitudes.
 Con sueldos de menos de 1.000 euros, quienes lo cobran, la posibilidad de comprar ropa bonita y barata —lo de buena es secundario— es irresistible.
 Al consumidor español ya no se la pega nadie.
 Continuamente tentado con novedades en todos los frentes, es más paciente, más educado, más activo que nunca. Busca él mismo el chollo.
En la calle. En Internet. En los cupones descuento.
 Se lleva la fiambrera al trabajo. Pide llevarse a casa las sobras del restaurante
. Vende y compra sin complejos los trastos y la ropa vieja. Abarrota las salas en los días que el cine es más barato.
 Sabe que, más temprano que tarde, van a rebajar la mercancía.
Quitarle el estigma a lo barato
. Ese es el último desafío de una sociedad empobrecida. Darle glamour a los chollos.
 Una interpretación posmoderna del quiero y no puedo. En eso estamos. “Mujeres cien”, piropea a sus clientas la publicidad de las cremas del supermercado Lidl. “Yo no soy tonto”, les lisonja Media Markt
. De la calidad no hablamos. El nuevo consumidor sabe que nada es para siempre. No lo son los trabajos, ni las casas, ni los coches, ni las parejas. ¿Lo van a ser los abrigos?
 La arruga es bella. Con este sugerente eslogan pregonaba su género en los 80 el modisto Adolfo Domínguez, proclamando el fin de la rigidez de los códigos estéticos de la dictadura. La ganga es bella, cabría decir hoy
. Tiene que serlo a la fuerza.

 

5 dic 2015

Carmen Maura: “Tiendo a ver el lado cómico de las cosas”................................... Víctor Núñez Jaime

La actriz confiesa que hasta los sentimientos le salen en clave de comedia. Ha tardado 20 años en conquistar al público francés y en el Festival de Málaga estrenó ‘La vanité’.

La actriz Carmen Maura, en Málaga.
La actriz Carmen Maura, en Málaga. / GARCÍA-SANTOS

Carmen Maura (Madrid, 1945), la primera chica Almodóvar, habla a sus 70 años con más franqueza que nunca de su carrera y también de las cosas de las que se arrepiente
. Hace unos días viajó a Málaga para clausurar el 21º Festival de Cine Francés de esta “ciudad del paraíso” con su película más reciente, La vanité, filmada en Suiza.
“Quién sabe si la estrenarán en España.
 Hago muchas en el extranjero que luego no llegan”, dice la actriz entre caladas de cigarrillo, sentada en la azotea del edificio de la Alianza Francesa de Málaga, desde donde se observa una sucesión de tejados iluminados por el sol.
Pregunta. Carmen García Maura, ¿qué le dijo su padre cuando se quitó su apellido?
Respuesta. Me quité el García porque en los periódicos era común que pusieran Carmen G. Maura, y dije: mejor me lo quito de un plumazo. Pero mi padre no me dijo nada.
 Pasaba de mí, como toda mi familia al principio de mi carrera.
P. ¿Cómo se llevaba con su primo [el escritor] Jorge Semprún?
R. Él siempre decía que era mi primo, pero no.
 Era primo de mi madre. O sea: mi tío segundo. Tuvimos una relación muy normal, pero no nos veíamos mucho.
P. ¿Hay algo que le agradezca a las monjas del colegio donde estudió?
R. Lo único que les agradezco es que me enseñaran francés.
 Porque lo demás, pues… todo el tiempo nos metían el sentimiento de culpa.
P. Cuando hoy escucha el nombre de su exmarido, Francisco Forteza, ¿qué es lo primero que le viene a la mente?
R. No sé… Fue una época muy dura.
Pero es el padre de mis dos hijos y prefiero no hablar del tema, porque después ellos se enfadan.
P. El otro día dijo que si pudiera regresar en el tiempo no volvería a tener hijos a la edad en la que los tuvo.
¿Qué les pareció a ellos ese comentario?
R. No me han dicho nada. Pero pienso que es normal lo que dije.
 Antes te casabas con 20 años y no tenías otra elección.
 Lo que dije fue que si hoy fuera una mujer de 20 años no tendría hijos.
Mi hijo y su mujer, que me han dado una nieta, esperaron a tener treinta y pico para ser padres. Muy bien.
P. ¿Qué aprende una abuela como usted de una nieta como la suya?
R. Pues tiene 13 años y ahora tengo más dificultades para entenderme con ella que cuando era más pequeñita
. Pero estoy intentando aprender a tratarla. ¡Uy, a ver si ahora se va a enfadar la nieta!
P. Ha dicho en más de una ocasión que tampoco habla sobre el director Pedro Almodóvar “porque se enfada”. ¿Le tiene miedo?
R. ¿Miedo? ¡Ninguno! Hablo de él con mucho sentido del humor.
 Pasé grandes momentos a su lado, me ha dado papeles cojonudos… Pero, chico, es que no le gusta que hable de él. Se lo toma como si yo me aprovechara de algo, no sé.
P. ¿Hoy entre ustedes dos hay más despecho o más nostalgia?
R. Ni una cosa ni la otra
. Como soy muy positiva, me acuerdo más de las cosas agradables. Porque con él he pasado momentos fantásticos. Pero han sido suficientes.
P. Asegura de usted misma que no es alta ni guapa ni lista, pero mire lo bien que le ha ido.
R. Tengo cuerpo pobre, con lo cual me puedo disfrazar de cualquier cosa.
 Y, eso, para un artista, es tener mucha suerte.
 La prueba es que justamente por eso no me ha faltado trabajo.
P. ¿Por qué en sus películas los sentimientos suelen salirle en clave cómica?
Juan Diego, Carmen Maura y Penélope Cruz posan con sus galardones /
Juan Diego, Carmen Maura y Penélope Cruz posan con sus galardones / / Reuters
R. Muchas veces me tienen que cortar en ese sentido
. Porque hago o digo algo en una escena y la gente del rodaje se ríe. Es porque tengo tendencia a ver la parte cómica de las cosas.
P. Tiene un César francés, pero también cuatro Goyas españoles. ¿Qué es más especial para usted?
R. Pues no lo sé. Es que a mí los premios, pues… A ver, cada premio tiene su satisfacción particular.
P. ¿Le costó mucho conquistar al público francés?
R. Sí. Tardé 20 años.
 Es un país muy difícil, pero cuando les conquistas te tratan muy bien.
P. A lo largo de su carrera ha hecho muchas escenas surrealistas, pero ¿qué es lo más surrealista que le ha pasado en la vida?
R. Llegar hasta donde he llegado como actriz.
 Porque no me lo esperaba. Bueno, quizá mi encuentro con Almodóvar también fue surrealista. Éramos muy diferentes, ¡pero nos entendíamos de puta madre trabajando!