Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

5 dic 2015

Subjetivamente................................................................................ ANA GARCÍA-SIÑERIZ

Subjetivamente
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Prescindible. Han Solo, con otro careto en la precuela de Star Wars.

Entiendo que las nuevas generaciones solo vean a un actor mofletudo que pasa de los setenta y se empeña en llevar un zarcillo en la oreja, dos décadas después de que deje de estar de moda. Pero para las chicas de mi generación, Han Solo es y será Harrison Ford. Punto.
Miles Teller es el más decente de todos los candidatos. Buen actor, con cierto parecido (en feo) a un joven Harrison
. E ídolo de adolescentes snapchateras, por lo que asegura la taquilla
. Si me preguntan, prefiero al actor James Franco, pero se parece tanto a Ford como Julia Ormond a Audrey Hepburn. Y ya vieron el remake de Sabrina. Fatal.

Imprescindible. Vuelta a los básicos en la cocina

Ahora que las Navidades se acercan sigilosamente para hacernos aborrecer la abundancia del primer mundo, saquemos a la mesa a las humildes lentejas o a los estruendosos garbanzos, desplazados de los menús chic por la quinoa.
Nuestras legumbres patrias también son deliciosas, nutritivas y baratas, oiga.
Más básicos que no pasan de moda: los pantalones vaqueros (sobre todo, si te hacen buen culo), Nabokov y Dostoievski o los pechos sin operar.

No tienen pase. Los tacones de aguja

La liberación de la mujer le debe todo a los tampones, la píldora… y al zapato plano
. Queridos lectores varones, ¿se imaginan lo que limita desplazarse por la vida y una carrera profesional sobre un par de palos con la punta del diámetro de un cigarrillo? Así no hay quien rompa techos de cristal. Como mucho, te rompes la crisma.
En vez de quemar sujetadores, deberíamos desterrar los tacones hasta pasadas las nueve de la noche. Como el gin tonic o el champagne.
De paso, amiga, si quiere tirar todas las medias de cristal de su armario al cubo de la basura, no seré yo quien se lo vaya a impedir. Es lo que tiene querer seguir las tendencias, que se pasa mucho frío.

María Teresa Campos, la anfitriona de los políticos........................................................... Mábel Galaz

Dice estar de vuelta en su profesión tras toda una vida en los platós.

 Pionera de las tertulias aplaude que los candidatos quieran salir en programas de entretenimiento.

María Teresa Campos, presentadora de Telecinco.
María Teresa Campos, presentadora de Telecinco. / CLAUDIO ÁLVAREZ

Llega directamente del plató de Sálvame donde los miércoles ejerce como Defensora del Telespectador.
 Está impactada con la noticia que acaba de dar Belén Esteban: le falta dinero y culpa a su representante.
 Se habla de un millón de euros. Una cantidad excesiva como todo lo que sucede en ese programa. María Teresa Campos, que a sus 74 años ha visto casi todo en televisión, confiesa su admiración por este espacio, por la capacidad que tienen sus directores y colaboradores de reinventarse cada día convirtiéndose ellos en los protagonistas de las historias que allí transcurren.
Pero donde ella se convierte en protagonista es en ¡Qué tiempo tan feliz!, el programa que presenta las tardes de los fines de semana.
Un magazine por el que en tiempos de campaña electoral pasan ahora políticos. Hace ocho días estuvo Pablo Iglesias que llegó con una guitarra para cantar una nana.
 Hoy se espera a Pedro Sánchez. “En las elecciones autonómicas fui la primera que tuve a políticos en el plató.
Vino Esperanza Aguirre, que bailó un chotis, y Antonio Miguel Carmona, que cantó”, recuerda.
En su larga trayectoria profesional, la comunicadora ha presentado espacios de diversa índole pero se muestra especialmente orgullosa de ser quien puso en marcha las tertulias políticas en los programas de la mañana.
 “En aquellos tiempos con la guerra de Irak llegamos a tener picos de audiencia de tres millones. Yo lo pasé muy bien y muy mal porque había gente que era amiga y que entre ellos eran amigos, periodistas de mucha altura, que se decían de todo.
 A María Antonia Iglesias, que para mí era lo más grande, la tenía que pellizcar para que se callase, decía cosas que le perjudicaban.
Otros venían programados después de haber hablado con el ministro de turno”.
La comunicadora María Teresa Campos, en Telecinco.
La comunicadora María Teresa Campos, en Telecinco. / CLAUDIO ÁLVAREZ
“Fue Jesús Hermida el que montó la primera gran tertulia pero era de temas de la vida en general.
 Por allí pasó desde Cela hasta Umbral”, recuerda Campos. “Yo quise hacer la primera tertulia política en TVE pero no me dejaron.
 En cambio en Telecinco me dijeron: ‘Adelante”. Quizá por todos estos antecedentes, la presentadora es una observadora especial del fenómeno que se da estos días en que los políticos buscan aparecer en programas de televisión que no son los habituales para ellos.
“No cuesta convencerles. Son ellos los que quieren venir para dar a conocer otras facetas de su vida y, además, hablar de política”.
 Y desvela: “Pablo Iglesias me dijo: ‘No sabes la ilusión que me hace ir’. No le conocí hasta unos días antes.
 A él le ha sido todo inicialmente muy fácil pero ahora le toca acreditar que merece estar ahí junto a los primeros espadas de la política.
 Vino abierto a que la gente supiera quién era como persona, no como político.
 Me interesó mucho lo que contó. Creo que se humanizó y gustó a gente que antes no gustaba. Ahora viene Pedro Sánchez y creo que puede dar mucho de sí humanamente. Pedro necesita reírse más y yo voy a intentarlo.
 Está en un momento difícil. Las encuestas le han puesto en situación de poder perder el puesto de jefe en la oposición o de no ser el necesario para pactar”.
 Y da su receta para una buena entrevista: “Es como en la lidia. Parar, templar y mandar.
 Es decir, ofrecer confianza y luego ir a por lo que buscas”.
Teresa Campos tiene un Ondas, concedido por los informativos que presentó en Andalucía, y muchos otros premios pero el que más valora es el Clara Campoamor.
 Y es que la presentadora, aunque hace programas de entretenimiento y es portada de las revistas del corazón, se siente por encima de todo una mujer comprometida, progresista y feminista. Recuerda los tiempos en que compartía reivindicaciones con Pilar del Río y Amparo Rubiales.
Observa con interés la evolución de la profesión y la irrupción de las nuevas plataformas —asegura que le gustó el debate digital de candidatos en EL PAÍS — pero dice estar en la cuenta atrás.
“Yo ya estoy de vuelta
. Pero la televisión me da vida. Seguiré mientras tenga capacidad física y la audiencia me acompañe. Mis hijas y mi pareja están de acuerdo”. Confiesa estar muy enamorada.
 “Él también”, advierte con una sonrisa. Se sabe una excepción en un mundo en el que los años parecen ser un demérito y la juventud manda.

Amor y odio............................................................ David Oelhoffen

La culpa, en primer lugar, la tenía su belleza. Sus luces de amanecer avistadas al cruzar el Sena al final de una noche de borrachera.

Terraza de un café, retratada durante el ocaso.
Terraza de un café, retratada durante el ocaso. / Diego Sánchez / Borja Larrondo

He odiado París.
 Sus taxistas reaccionarios, los camareros huraños en sus cafés, su aire contaminado, sus caniches remolcando burguesas en los barrios del oeste de París.
He odiado los Champs-Élysées, la avenida más vulgar del mundo.
 Me crie en los Pirineos franceses, llegué a los 20 años con zuecos embarrados y lleno de ira contra el mundo y la Ciudad de la Luz.
 Pero quería hacer cine. Y el cine era París. ¡París! Viví primero en el 14º arrondissement, cerca de la Gare Montparnasse, la estación que lleva hacia el suroeste.
 Cerca de la salida.
 Luego poco a poco, sin admitirlo, he odiado un poquito menos esta ciudad.
La culpa, en primer lugar, la tenía su belleza.
 Sus luces de amanecer avistadas al cruzar el Sena al final de una noche de borrachera
. Sus techos de zinc. Sus entradas de metro. Montparnasse. El Museo Bourdelle. Modigliani.
 Un poco más lejos los innumerables cines del Barrio Latino
. Luego me alejé de Montparnasse, abandoné el proyecto de volver al sur con fortuna hecha.
 No habría ni fortuna ni regreso. Dejé de hacer proyectos.
 Solté las amarras. Crucé el Sena para siempre.
 Me instalé en la parte superior de la Goutte d’Or, el barrio africano. Rive droite.
 Y empecé a amar esta ciudad.
 Un poco. Sin admitirlo.
Crucé el bulevar Barbès hacia el oeste, para ir a Pigalle.
 Entre sex shops y tiendas de guitarra.
Y allí, como en todas partes de París, había historia en cada esquina, aquí la casa de André Breton, aquí el taller de Toulouse-Lautrec, Van Gogh, Pissarro.
 Allá, la casa descrita en La Petite Bijou, de Modiano.
 Un poco más allá, la Place de Clichy, sus cines, la brasserie Wepler, donde fui a releer el principio del Voyage au bout de la nuit, que empieza en este lugar. ¡Qué cabrón este Céline, y qué escritor!
 Y empecé a amar esta ciudad.
 Seguí amando sus luces al amanecer y el color de sus techos de zinc, pero sobre todo, lo que más me conmovió fue su esencia, su ambiente, su tolerancia.
 Me gustaba andar anónimo entre la multitud. Me sentía bien. En mi casa.
Yo, que siento que no soy de ninguna parte. Dividido entre varias identidades.Sin religión alguna.
París no te juzga. De Pigalle, subí a Montmartre, Picasso, Van Gogh, pisos amueblados, varios hoteles a discreción de las tormentas de la vida
. Empecé a amar esta ciudad, mucho, empecé a rendirme, mis hijos nacieron aquí, crecieron aquí.
 Se esfumó mi odio por los Champs-Élysées y los caniches.
 Finalmente me mudé al 10º arrondissement, impulsado por las rentas caras de Montmartre
. No muy lejos del canal Saint-Martin. “Atmosphère, atmosphère, est-ce que j’ai une gueule d’atmosphère ?” (ambiente, ambiente, ¿es que tengo una resaca de ambiente?), decía Arletty en Hôtel du Nord.
 Me gustaba tanto París que me reconcilié con mis orígenes, ya que París no los disuelve
. No categoriza.
 Me enamoré de esta ciudad
. Es mi ciudad. La ciudad de millones de personas, quienes como yo van elaborando sus trayectorias anónimas y efímeras en este hormiguero, independientemente de su país de origen, de su lengua, de su religión.
Me encanta esta ciudad.
 Siempre me ha gustado esta ciudad. ¿Cómo es posible no amarla?
 Hay que ser gilipollas para no amarla. Su canal, cerca de la Place de la République. Sus cafés.
 Sus terrazas.
 Sus teatros, museos, salas de conciertos a las que estoy orgulloso de que mis hijos vayan.
 Me encanta esta ciudad tanto como los asesinos la odian.
 La amo con un amor ahora lleno del dolor de cientos de familias. En el momento en que escribo estas líneas irrisorias, el sonido de las sirenas aún resuena
. Las lágrimas siguen fluyendo. Mujeres y hombres fueron asesinados, heridos, por ser parisienses, por las exactas razones que me hacen – nos hacen– amar esta ciudad, esta vida, este país.
 Muertes crueles, inútiles, absurdas. Abigarrada ciudad, cosmopolita, festiva, llena de historia y de mierda de perro.
 Llena de vida. De miedo. De amor.
elpaissemanal@elpais.es

 

4 dic 2015

La Guerra Fría sin histeria...................................................... Carlos Boyero

Que el ya anciano Spielberg no renuncie a su amada vocación. El cine todavía le necesita.

Fotograma de la película

Es tan profesional el rey Midas que a sus sesenta y tantos años, disponiendo de una fortuna incalculable, el justificado prestigio de ser uno de los nombres capitales de la industria del cine desde que logró en su obra maestra Tiburón que ningún espectador sensato volviera a bañarse en el mar después de oscurecer, y de una libertad creativa que le permite desde que era muy joven hacer las carísimas y rentables películas que le da la gana, aun se siente en la responsabilidad de recorrer el mundo promocionando a sus últimas criaturas.
 Y, evidentemente, actividad tan fatigosa no figura en su contrato, ya que él dirige y se produce (y se nota esa doble faceta, muchas veces para mal, el artista puede deslumbrar frecuentemente pero el financiero casi nunca se olvida de realizar finales al gusto de la taquilla masiva, edulcorando y lanzando mensajes positivos, recurriendo a lo fácil cuando antes ha hecho lo difícil), pero esa continua preocupación por la publicidad logra que su cine se convierta en un acontecimiento antes de que se estrene.

EL PUENTE DE LOS ESPÍAS

Dirección: Steven Spielberg.
Intérpretes: Tom Hanks, Mark Rylance, Alan Alda.
Género: drama histórico. EE UU, 2015. Duración: 141 minutos.
Consecuentemente, todo el mundo ha oído hablar ya de El puente de los espías.
 Lo que no saben es que se van a encontrar con una muy rara película de espionaje.
 El guion viene firmado por los hermanos Ethan y Joel Coen, pero es muy difícil que alguien lo adivinara si no ha visto los títulos de crédito.
Tampoco posee las características del género: negrura, acción continua, turbiedad moral, sangre, venganza, villanos complejos.
 Ni adopta la invariable postura moral del viejo cine estadounidense en la época de la Guerra Fría describiendo a los espías norteamericanos como ángeles y a los rusos como satánicos.
Algo de lo que también prescinden las mejores películas de espionaje de la última década, las espléndidas, complejas, descreídas y trágicas El buen pastor, El topo y Munich, de Spielberg.
En El puente de los espías esa profesión la ejerce gente que cree servir a aquello en lo que cree, que hace lo que tiene que hacer.
 Todos con pavor ante una futura guerra nuclear, intentando poseer más información que el rival, pactando, intercambiando prisioneros, ateniéndose a las reglas de un juego tan turbio y letal.
Y en medio de movida tan peligrosa, aparece un hombre muy normal, nada épico, con apariencia de persona de orden, pero con una desarmante firmeza moral, con una determinación y un sentido de la justicia admirables.
 Es un abogado correoso, ciudadano modélico, buen padre y esposo, al que el departamento de Estado le exige la defensa judicial, para guardar las formas, de un espía ruso cuya sentencia está firmada antes del juicio.
 Spielberg cuenta muy bien la historia de este hombre bueno y la empatía que se establece entre él y su defendido, exponiéndose a la ira pública contra un norteamericano que defiende a un comunista
. Y le seguirán requiriendo como mediador en los intercambios de espías en ese gélido Berlín en el que acaban de levantar el infame Muro.
 Y la sensatez puede ser mucho más eficaz que los prejuicios.
El arranque y el final de esta película son un ejercicio de gran cine, de saber contar, de crear clima, por parte de un director que domina cualquier género. ¿Y quién podría otorgar veracidad y humanidad absolutas a ese señor tan normal? Pues Tom Hanks.
 Y en el viejo cine, hubiera sido James Stewart. Tal vez el metraje de El puente de los espías esté ligeramente alargado, pero es una buena película.
 Y que el ya anciano Spielberg no renuncie a su amada vocación.
 El cine todavía le necesita.