Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

1 dic 2015

“De ti no me lo esperaba, Pablo”.................................................. Rubén Amón

Iglesias y Rivera vengan la ausencia de Rajoy y acosan a Pedro Sánchez en un combate decidido a los puntos.

 

Pablo Iglesias, durante el debate digital. / Gorka Lejarcegi | VÍDEO: EL PAÍS - LIVE!

Carmen, la sastre, intervino en el plató a las 20,50 para cepillar la indumentaria de los tres mosqueteros, aunque la rutina pareció un ritual exorcista, una manera de purificarlos antes de que Albert, Pedro y Pablo —así decidieron llamarse entre sí, eludiendo los apellidos y el usted— midieran sus guantes en el ring de EL PAÍS.

Tiene sentido el símil de boxeo porque los tres púgiles aparecieron con séquito y preparadores.
 Y porque cada pausa entre los cuatro rounds programados consentía revisar la táctica y maquillar las heridas
. Que fueron pocas, muy pocas, precisamente porque el combate nunca se jugó en el umbral del KO, sino en la convención de los puntos
. Medirse, arriesgar poco, convenir y trasladar a la audiencia una respuesta generacional y constructiva a la tribuna vacante del presidente ausente. De acuerdo estaban los tres en que el sucesor de Mariano Rajoy debía salir del debate.
Pablo Iglesias, dotado de más cintura y mayor empatía con los espectadores -sus bromas rompieron el protocolo del silencio, aprovechó la campechanía para extralimitarse.
 Quiso convertirse en púgil y en árbitro, invitando a la moderación de sus rivales, subrayando la propia disciplina, incluso demostrando que su camisa blanca no había sufrido rasguños.
 Ni siquiera cuando Pedro Sánchez sobreactuó en un atisbo de refriega al límite del minuto 46:
"De ti no me lo esperaba, Pablo". No, no se esperaba Pedro que el líder de Podemos acusara a la socialista Trinidad Jiménez de haber circulado en el símbolo totémico de la puerta giratoria para sustituir a Rodrigo Rato en el consejo de Administración de Telefónica.
El golpe bajo no desquició la pelea, pero sí demostró la posición en minoría de Pedro Sánchez. Minoría porque el sorteo de los atriles en el debate escenificó metafóricamente la pinza de los adversarios
: Rivera a la derecha, Iglesias a la izquierda, reivindicando cada uno su expediente impecable y vinculando al líder socialista con la vieja guardia, la herencia, el pasado, el socialismo exhausto.
Se explica así que Sánchez encontrara su vía de fuga mirando a la cámara, dirigiéndose no a sus rivales sino a los espectadores, provisto de un discurso más mecanizado que interiorizado y dispuesto a demostrar que Pablo Iglesias representa la política de la magia potagia tanto como Albert Rivera encarna "las derechas".
Era un plural despectivo que el aludido digirió bebiendo agua y más agua, pero nunca hasta el extremo de ahogarse con la corbata -era el único que decidió ponérsela- ni hasta el punto de comprometer la eficacia de un discurso pragmático.
 Menos aún cuando Iglesias lo comparó con José María Aznar a propósito del ardor guerrero.
 O cuando trató de reprocharle una continuidad ideológica con Rajoy.
Estuvo muy presente Mariano Rajoy sin estar.
 Y realizó uno de sus grandes prodigios: el dontancredismo en ausencia.
 Puestos a no exponerse, a no arriesgar, a quedarse de perfil, el presidente del Gobierno capituló preventivamente.
 Decidió hacerse inmaterial, asumiendo, imaginamos, que la "espantá" retrataba su miedo al contraste con sus rivales
. Perdió el debate por incomparecencia.
Incurrió en un truco de escapismo que podía haber justificado desde una posición incontestable: estaba en París, custodiando el planeta, garantizando un hábitat más respirable a nuestros hijos.
Y entonces vino a saberse que regresaba de urgencia
. No porque hubiera reconsiderado su plantón al debate de EL PAÍS, sino porque se avino a conceder una entrevista a Pedro Piqueras en el informativo nocturno de Tele 5.
Demostraba así el presidente del Gobierno esa facultad del cinismo que consiste en vengar los propios errores.
En lugar de medirse con sus adversarios, optó por contraprogramar el debate, torear de salón en solitario, subestimando acaso que su invisibilidad en el debate de EL PAÍS lo hizo aún más visible.
 Y que el mutis facilitó a sus rivales uno de los escasísimos argumentos de consenso:
 Rajoy escapaba de sus responsabilidades, huía de sus obligaciones de presidente y de candidato, no permitiéndosele -como no se le permitió- delegar en la vicepresidenta para todo. O en la sobresaliente, por utilizar un símil taurino tan acomodado al dontancredismo.
Una terna de toreros parecían Alberto, Pedro y Pablo. Nerviosos, inquietos, antes de hacer el paseíllo. Y nerviosos también al final, cuando el desgaste de la cortesía descubrió a Rivera e Iglesias que podía hacerse sangre con el candidato del medio.

Ganó el debate.........................................................................Un encuentro fresco, ágil y a tumba abierta abre la discusión electoral


Debate de EL PAÍS
Saludos entre Albert Rivera, Pablo Iglesias y Pedro Sánchez en el debate organizado por EL PAÍS. / ULY MARTIN (EL PAÍS)

Los debates electorales entre candidatos a La Moncloa arrancaron ayer con el organizado por EL PAÍS y al que asistieron tres de los aspirantes que tienen opciones de gobierno.
La fórmula puso de manifiesto hasta tres novedades esenciales: los protagonistas, en este caso figuras nuevas de la política española; el formato digital elegido para la producción y difusión del evento; y la agilidad en su desarrollo, tan diferente al encorsetamiento de anteriores cara a cara electorales televisados.

Editoriales anteriores

No caben muchas dudas de que el primer ganador es el debate mismo y, por lo tanto, los millones de ciudadanos que lo siguieron
. Gracias a la realización de este encuentro, Internet se asienta definitivamente en las campañas electorales de este país y las transforma: ya no volverán a ser como antes.
 Se abre una ancha puerta al futuro de la comunicación política, en línea con los cambios de fondo que está experimentando la sociedad.
Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias explicaron las razones por las que han llegado hasta aquí y debatieron abiertamente sobre sus motivos para disputar el poder.
 Lo hicieron en términos duros, sin concesiones mutuas, muy conscientes de que la batalla por los votos se disputa en las fronteras de cada uno de ellos.
Son figuras frescas de la política, aunque representan segmentos diferentes.
La imagen de un debate como el organizado por EL PAÍS es tan importante como las palabras.
Los tres participantes tuvieron la oportunidad de descubrirse ampliamente ante los ciudadanos y de dejar claro que, cualquiera que sea la suerte que les reserven las urnas del 20-D, son líderes insoslayables para el futuro inmediato de este país.
Los tres pudieron ocupar enteramente la escena y transmitir una imagen de renovación a causa de la ausencia de quien estaba igualmente invitado, pero declinó acudir: Mariano Rajoy.
Horas antes, el presidente y candidato había dicho que él solo va a los debates “importantes”, en alusión al cara a cara con Pedro Sánchez previsto para el final de la campaña a las elecciones al 20-D. No está el PP tan sobrado de apoyos seguros como para esgrimir este argumento.
 El atril que Rajoy dejó vacío le ha ahorrado el desgaste de tener que replicar a los ataques que le habrían sido dirigidos de forma directa, a cambio de mantener una actitud excesivamente de retaguardia frente a lo que se configura como una vanguardia de jóvenes políticos.
En medio de la volatilidad de las intenciones de voto mostrada por las encuestas, los ciudadanos necesitan que los partidos contendientes, y por lo tanto sus líderes, aclaren los proyectos y confronten las ideas.
 Poco van a aportar los mítines tradicionales destinados a los previamente convencidos, y es dudoso que la proliferación de comparecencias de políticos en programas televisivos de entretenimiento sirva para decidir a quién votar.
 Los debates a los que los candidatos concurren directamente constituyen la mejor fórmula para decidir el curso de una campaña muy distinta a las que precedieron a anteriores elecciones generales.

30 nov 2015

Jordi Savall: “En Cataluña podemos convivir en un marco distinto”.......................................Jesús Ruiz Mantilla

Jordi Savall rompió paradigmas con su viola de gamba y su recuperación de patrimonio oculto. Hoy, es una leyenda de la música antigua.

 

El músico Jordi Savall. / David Ignaszewski

Jordi Savall vive a sus 74 años una intensa juventud.
 No ha reducido sus constantes giras, ofrece 150 conciertos al año dirigiendo a sus diferentes grupos –Hespèrion XXI, La Capella Reial de Catalunya, Le Concert des Nations…–, disfruta concentrado en sus recitales de viola de gamba, rehace disciplinas para instrumentos olvidados que él se encarga de restaurar y resucitar en el aire con sonidos, caso del rebab o la lira de arco.
Tampoco ha renunciado a su carácter de cruzado defensor de un patrimonio lánguido, olvidado, mohoso y desatendido: el de la música española del Renacimiento y el primer Barroco, que no se cansa de reivindicar.
 Un tanto quebrado por el problema catalán, defensor del derecho a decidir, ha encauzado su vida sin la cantante Montserrat Figueras, que murió en 2011, a base de rigor, buenos recuerdos y un continuo compromiso con la música que le lleva actualmente a adentrarse en conexiones bizantinas o en la ruta de los esclavos.
Percibo en usted una sabia concentración. ¿Ha cambiado? Han ocurrido muchas cosas en los últimos tiempos.
Lo primero, la muerte de Montse. El año en que supo que la enfermedad empeoraba estuvo cantando intensamente, la acompañé todo ese tiempo.
 Cantar le consolaba, no sentía ningún dolor.
 Tuvo la lucidez de no aceptar el juego de las terapias agresivas, quiso continuar activa y fue la opción justa, la más curativa para afrontar el final.
Vivimos momentos de gran intensidad y unión en la familia
. Eso supuso una manera muy bella de terminar, se sintió acompañada.
Al morir, sentí un vacío; poco a poco, la calma fue llegando. También la música me ayudó. En los conciertos empecé a tocar de otra manera, sentía que me aportaban otra energía.
¿De qué tipo? ¿Cómo? Con una mayor conciencia de la fuerza que lleva dentro. Me proporcionan una maravillosa energía que debo digerir para devolver en su justo término.
 Después, he tenido la suerte de reencontrar a una persona a la que amé en el pasado y empezar una nueva vida.
 Nos citamos un día, quedamos y fue un milagro sentir que entre nosotros no había pasado el tiempo. Me salvó.
¿Son pocas las cosas, si uno es sabio, que resulten incompatibles con lo acumulado? Todo dentro de uno puede convivir.
 Tengo la suerte de sentirme libre. Hago lo que me gusta, emprendo los proyectos que me apetecen, no siento presiones, elijo mis músicos… Unir la vida, la amistad y el trabajo en un todo es…
¿Lo que podríamos llamar armonía? Sí, sí, es eso.
Renunciar al Premio Nacional de Música fue una decisión justa”
¿Se divierte, sobre todo? Claro… Una de las cosas que me ayudó mucho fue el zen. El libro del arte del tiro al arco, por ejemplo.
 Cuando Montserrat se fue, volví a estos libros. Te das cuenta de la noción de impermanencia. No somos eternos.
Es lo primero que aprendes. La vida se termina
. Debes aceptar que queda el recuerdo, que cuando alguien desaparece, debes llenar ese espacio mentalmente.
Esa ausencia, ese dolor, se convierte en un aliado.
 Un amigo que ha aparecido en la puerta. Crea su nostalgia, pero es una nostalgia que puede transformarse en algo bello, de lo que te sientes afortunado al llegar a la conclusión de que has tenido suerte al haber vivido algo semejante.
Tan sencillo y tan complicado como eso. Si, además, la vida de nuevo te proporciona ilusión, confianza y consigues espantar la soledad, en la intimidad, en la cercanía, alguien que te escucha y comparte, es increíble.
 A mi edad: 74, son un montón de años ya.
¿Se sigue sorprendiendo con la música? ¿Si me sorprendo? ¡Mira! Esto es lo que acabo de terminar: Bizancio, o un proyecto con la ruta de los esclavos. El primero abarca mil años de historia a través de ese mundo con músicas que siguen vigentes. Es mi pasión.
 Un proyecto con 38 músicos para presentar por todo el mundo.
 Llevo meses escuchando grupos de canto ortodoxo, es un aprender constantemente, cada día, cosas nuevas.
También en los instrumentos que maneja. Tan viejos, tan olvidados, con todo por descubrir adentro. ¿Ha instaurado usted un canon para la reinvención de aquellos ancestrales sonidos? Buscamos gran respeto adentrándonos en las fuentes para entender lo que pueden transmitir estas músicas, pero, al tiempo, yo asumo mi contemporaneidad.
 Me expreso como un hombre de mi tiempo.
¿Quizás el secreto resida en alejarse de lo ritual? Podemos afrontar nuestro trabajo a menudo como si fuéramos músicos de jazz
. No existían registros de las músicas que nosotros hoy interpretamos.
Y nuestro arte, hay que señalar, es efímero.
 Una vez se ejecuta, se esfuma.
¿Por eso, quizás, su estilo, su concepción de la música atrae a tanta gente joven como hemos visto en sus conciertos de Bogotá dentro del Festival de Música Sacra? Y disfrutándolo
. En el caso de los programas que hacemos por Latinoamérica, existe, además, una conexión puente entre ambos continentes.
 Igual que al caminar, a nosotros nos sorprenden muchas calles como si estuviéramos en la Andalucía barroca, ellos se sienten felices con esa unión.
Los programas que aborda pueden abarcar en un mismo concierto músicas que viajan a través de seis o siete siglos. ¿Busca una coherencia oculta? Existe mucha compenetración entre músicas turcas, armenias, andaluzas, cristianas.
 Un espíritu común: la expresión de la alegría, la tristeza y la espiritualidad. Si eres capaz de penetrar en ella y arrancarla sin manipular apenas, sin entrar en efectismos cogidos con pinzas, puedes lograrlo.
Yo intento adentrarme en una lógica de la evolución musical, donde el espíritu de la improvisación, de la espontaneidad del sonido, el canto y el ritmo están ligados a unas estructuras que conocemos. Es una actitud mental.
De los intérpretes, desde luego. Pero el secreto ¿no reside en que el espectador recoja eso con emoción e intelecto? Claro, claro. Esa coherencia, ese equilibrio.
Si se da en el arte, ¿por qué entre culturas similares nos bombardeamos y levantamos fronteras? ¿Se lo plantea como músico? Desde hace décadas me dedico a hacer tomar conciencia a través de la música de eso.
 Es el único camino que nos queda.
Soy consciente también de que la gente, cada día, vive sus conflictos. Guerra, desempleo, desahucios, no poder acceder a según qué estudios. ¿Qué pasa?
Eso, ¿qué pasa? Vivimos en una espiral dentro de un mundo cada vez más tecnológico y globalizado. Los centros de poder se alejan cada vez más del alcance del ser humano y de lo esencial nadie se ocupa. Durante años, pensamos que la democracia era el mejor de nuestros sistemas. Pero cuando las estructuras económicas superan al poder político, todo eso se debilita.
 ¿Quién manda en Europa? Esa pregunta late en movimientos como el 15-M, la Grecia que ha elegido a Syriza o el independentismo catalán.
 La gente toma conciencia para intentar volver a sujetar las riendas. La distancia se agranda, la brecha entre ricos y pobres también, y quien decide sobre nuestros destinos no es aquel interesado en el bienestar general.
Necesitamos un nuevo humanismo.
 Devolver al hombre al centro de la preocupación.
Jordi Savall, con su arco de lira, un instrumento que él ha ayudado a recuperar. / David Ignaszewski
Y en Cataluña, ¿se consigue eso a través del independentismo? El líder de los independentistas escoceses, Alex Salmond, me dijo una vez que, en su país, quienes ansiaban la independencia eran los políticos, mientras que en Cataluña lo teníamos más fácil porque era el pueblo.
Bueno, mitad y mitad dicen las encuestas. Lo que demuestra es un pueblo profundamente dividido sobre el asunto
. Al menos, la gente se preocupa, lo quiere debatir. No es defender a unos por otros.
 Hay políticos no independentistas que se han apuntado después al carro, como Artur Mas.
¿Para blanquear su imagen y la de los suyos en una arcadia feliz? No quiero entrar, no quiero entrar.
Solo me interesa saber de dónde viene.
 Y viene de una toma de conciencia por parte de sociedades con más capacidad de expresarse
. Los meridionales somos más expresivos: en la alegría, en la tristeza, en la cólera y en la euforia.
 Por eso, los indignados proliferan más en el sur.

Palabras tiernas y triángulo amoroso....................................................... Marta Sanz

Margaret Atwood construye en 'Nada se acaba' un relato agudo y nada convencional sobre la identidad en el amor.

Margaret Atwood, el pasado junio en Toronto. / Darren Calabrese (Ap)

Margaret Atwood y Alice Munro son dos escritoras canadienses, tal vez enraizadas en la desgarrada voz de Elizabeth Smart, que modulan su voz para contar historias de mujeres —a veces también de hombres— que se pinchan con los repliegues de la vida cotidiana: muerte y abandono, rutinas y la pasión que se da por supuesta.
En la novela de Atwood nada se acaba, aunque todo se acabe: dinosaurios, seres vivos que se convierten en fósiles, personas y los protagonistas de esta historia de amor triangular datada entre 1976 y 1978.
 El libro está escrito en 1979 y aborda la actualidad de un mundo que hoy se queda viejo: los personajes fuman mientras comen y, aunque los sentimientos que la autora nos transmite llegan con eficacia escalofriante, a veces el lector experimenta el espejismo de estar viendo una película de los setenta.
A través de la descomposición del matrimonio de Elizabeth y Nate se construye un relato sobre la identidad en el amor, la vulnerabilidad de los seres humanos y la necesidad de protección.
 La trama se articula a partir de una relación triangular en la que Lesje, una paleontóloga, es el otro vértice.
 Una voz en tercera persona, que se empapa de los pensamientos de los protagonistas, nos los va mostrando en sus debilidades: Elizabeth es egoísta y no renuncia, su avaricia la daña y todo lo que le rodea parece sacado de la crueldad de los cuentos de hadas —locura, or­fandad, la madrastra y la infancia maltratada, el hecho de ser una princesa, es decir, una wasp—;
Nate, acaso paradigma de aquel “varón domado”, es cobarde, sensible y está acorralado entre esposa y amante, madre e hijas, de las que dice “pronto serán mujeres”;
 Lesje, una personalidad científica, se siente excluida y prescindible… Atwood entreteje las impresiones de los protagonistas con una agudeza que subraya la idea de que nunca nos vemos como nos ven los demás y de que nuestro nivel de conocimiento del otro siempre es limitado.
 La perfecta geometría de las relaciones —cada vértice del triángulo lleva aparejado otro personaje: Chris, el fantasma; la intensa y vital Martha; el aburridísimo William—, así como la búsqueda de una identidad difícil, se corresponden con la claustrofobia social de un Canadá quintaesenciado en sus contradicciones: la multiculturalidad frente al nacionalismo quebequés y la xenofobia, el papel represivo de las religiones —cuáqueros, unitarios, judíos, protestantes…— , la prevalencia del blanco rico (“… en eso consiste ser de clase alta wasp: en que no hace falta saberlo”, se dice a propósito de Elizabeth) y la presencia del indio y del mestizo, figuras damnificadas, en las que se basa el amor que una vez sintieron Chris y Elizabeth, quien empieza a perder interés cuando la desigualdad de clase y raza, como elementos del imaginario romántico, se atenúan…
Como los grandes escritores —como las enormes escritoras—, Atwood le da la vuelta al calcetín de las frases hechas y se enfrenta al concepto de “protección” desde un ángulo poco convencional: no es un valor positivo en sí mismo, sino que la protección de unos puede dañar a otros.
 Darle la vuelta a las palabras más tiernas del diccionario es lo que hacen los mejores escritores —las grandes escritoras—.
 Como Stephan Zweig en La piedad peligrosa.
  En Nada se acaba el afán de proteger deriva en lucha. Subyace el dolor.
 Atwood también plantea la protección desde una perspectiva de género matizada que enfrenta las violaciones domésticas con la conmovedora debilidad de Nate.
Se llega a poner en tela de juicio la opción de ser civilizados en las relaciones afectivas y, en ese punto, me acuerdo de uno de los libros fundacionales de la literatura occidental en materia erótica, Las amistades peligrosas: a veces Lesje parece una presidenta Tourvel y Elizabeth una marquesa de Merteuil.
 A Nate nunca podemos representárnoslo como un Valmont.
Los personajes son lo que hacen. Ser es existir y la existencia es hacer. Nada se acaba, aunque todo se acabe, y solo queden los fósiles, los restos que debemos reconstruir.
 La sobreactuación solidaria de la madre de Nate es un procedimiento para escamotear su deseo de morir.
 Puede que ni el amor ni sus frutos nos libren de la muerte
. El espíritu autodestructivo que recorre el relato —evidente en el carácter espurio de ciertas procreaciones y en la pulsión suicida que ronda a la mayoría de los personajes— nos coloca sobre la clave existencialista de esta novela y nos permite disfrutar de otro de los puntos fuertes de esta peculiarísima escritora: un sentido del humor que exhibe en el carnavalesco suicidio de Martha, quien espeta al sanitario: “¿Quiere verme andar en línea recta?”.
 La preocupación básica de Atwood es la conciencia del lenguaje unida a la conciencia del cuerpo. Lesje es paleontóloga. Margaret Atwood también habla de huesos
. De nuestra médula. De la raíz y del campo en que está sembrada.
Nada se acaba. Margaret Atwood. Traducción de Miguel Temprano García. Lumen. Barcelona, 2015. 408 páginas. 21,90 euros.