Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

29 nov 2015

Qué ha sido de Antonio y Manuel, los del anuncio de la Lotería de Navidad, un año después

Un corto cuenta en clave de humor cómo ha sido su vida de millonarios tras ganar el premio Gordo. Una pista: no han sido muy ahorradores.


Antonio 'el de bar' había tenido un detallazado con su amigo Manuel en el anuncio de la Lotería de Navidad de 2014
. Había sido el único que no había comprado el décimo premiado, pero él le había guardado uno. Emocionados y felices los veíamos celebrar la noticia antes de que la imagen se fuese a negro y pudiésemos leer aquello de El mayor premio es compartirlo, pero ¿qué ha sido de Manu y de Antonio? ¿En qué han empleado sus millones?
Un corto de ficción nos los muestra ahora, un año después, recurriendo a la máxima de que el dinero repentino no trae siempre la felicidad
. O sí, según se mire.
'Si es que me lías, Manu. Si es que me lías. Si yo no quería cerrar ni el bar", le cuenta Antonio a su amigo en el jardín de un centro psiquiátrico en el que espera reunirse con María, la mujer "amargavidas" a la que Manu abandonó tras cobrar el premio. "800.000 pavos que nos hemos pulido tú y yo en un año. 800.000 pavos, que no es fácil ¿eh?
Tiene su mérito" continúa antes de sacar brillo a la urna de cenizas en la que descansa Manuel y enumerar la vida de excesos y desenfreno que les ha llevado hasta allí.
"Todo surgió en una comida.
 Empezamos a hablar del anuncio de la Lotería y a imaginarnos en plan divertido si los protagonistas, en lugar de solucionar sus vidas, hubieran optado por gastarse el dinero en otras cosas", cuenta a Verne por teléfono el guionista y director del corto, Tuti Fernández.
"Era un anuncio muy blanco y nosotros inventamos una historia más bizarra", continúa, " y comenzó así, en una charla casual, pero luego mi mujer me animó a rodarlo".
Fernández que es músico de profesión pero tiene una relación estrecha con el mundo del cine - ha colaborado en diversas películas y produce sus propios cortometrajes a través de Fénix Producciones - se puso en contacto con los actores del anuncio original, Julián Valcárcel y Andrea Guardiola, a quienes "desde un primer momento les gustó mucho el guión y no tuvieron ningún reparo en colaborar".
En tres días, él y Chechu Graf - director de fotografía y montaje -  lo tuvieron listo:
 "Lo hemos hecho todo nosotros.
El lunes lo rodamos, el martes lo montamos, el miércoles añadimos la música e hicimos la postproducción y el jueves lo subimos a YouTube".
 Desde su canal - donde va ya por las 99.000 reproducciones - se ha ido compartiendo y popularizando a otras redes sociales.
"Nos consta que se ha exportado a otras plataformas como Facebook y WhatsApp", explica Fernández, "pero no nos importa.
Estamos muy contentos con la repercusión y cuantas más visitas tengamos mejor".
Rodado en clave de humor - su eslogan final es 'Recuerda si te toca este año no desparrames' - el corto tiene también un trasfondo social:
 "Una vez que ha ido ganando notoriedad mucha gente me ha llamado y me ha dicho que en algún momento les ha parecido triste o duro", señala Fernández, "pero no me parece mal. Nosotros hemos querido hacer una historia divertida pero con moraleja".

Manuel Rivas: “España es una democracia amputada”.................................................Javier Rodríguez Marcos

El último día de Terranova', del autor gallego, narra la posguerra y la Transición en España a través de la vida en una librería condenada al cierre.

Manuel Rivas en A Coruña. / Óscar Corral

"Allí es donde quemaron libros en el 36”, dice Manuel Rivas señalando al otro lado de la dársena de A Coruña.
 En su novela Los libros arden mal hay una foto de ese momento: un grupo de fascistas celebra brazo en alto la hoguera encendida junto al Club Náutico.
 Muchos coruñeses conocieron aquel episodio por esa novela. “En el escudo de Coruña, sobre la Torre de Hércules, había tradicionalmente un libro”, explica el escritor, nacido en el barrio de Monte Alto en 1957.
“Lo quitaron después de la Guerra Civil.
 La democracia volvió, pero el libro no”. Si aquella novela de 2006 hablaba de la quema de bibliotecas, El último día de Terranova (Xerais en gallego, Alfaguara en castellano) narra ahora la amenaza de desahucio que pende sobre una librería.
PREGUNTA. ¿Quedaban libros por destruir o historias por contar?
RESPUESTA. Yo escribo en círculos concéntricos.
 Los libros no son cuadrículas ni propiedades separadas.
 En mi caso, la célula madre es la poesía.
 En los ochenta escribí un poema sobre la memoria ­—‘Pan negro’— y ahí está la semilla.
Después vinieron La lengua de las mariposas, El lápiz del carpintero, Los libros arden mal y ahora este, que parte de la posguerra y llega hasta hoy.
Siempre tengo la sensación de que cuando acabo un libro no se acaba la historia.
 Como en ese cuadro de Millet en el que las espigadoras recogen lo que quedaba debajo de la tierra después de la cosecha, cuando terminas una novela quedan granos que luego rebrotan.
Son nuevos círculos con la misma simiente, no una prolongación.
Salvo en la línea del horizonte, la recta es un atraso. Hay que romperla.
P. ¿Los círculos de la literatura pueden llenar los vacíos que deja la historia?
R. En parte sí.
 Hay incluso un camino paralelo entre la literatura y la arqueología.
Vas encontrando signos y huellas que conectas hasta construir un relato.
 Hay un punto que los arqueólogos llaman línea de lo inaccesible.
 La historia no se detiene, pero los últimos restos suelen ser ceniza, producto de una destrucción o de un fuego.
 La excavación se detiene, pero la imaginación puede traspasar esa línea, ir más allá de la búsqueda histórica sin perder el principio de realidad.
 Ese traspasar lo inaccesible es lo propio de la literatura.
P. ¿Llegará un día en que las librerías serán historia y habrá que imaginarlas?
R. De las últimas historias que leí y que me conmocionaron porque coincidió con la muerte de Mankell, hay una en sus memorias del cáncer, Arenas movedizas, que cuenta algo muy inquietante para la especie humana.
 Hasta el siglo XX, los restos históricos eran monumentos más o menos ruinosos, pero lo que va a dejar nuestra generación no va a tener fin: los vertidos radiactivos
. Dentro de 100.000 años, los arqueólogos pueden encontrarse con una pesadilla.
 Pero en el mismo libro se recoge otra historia.
Un hallazgo imprevisto durante unas obras en Suecia: una osamenta que tenía al lado una figura de madera. Llegaron a la conclusión de que era un títere.
Claro que el ser humano va a conservar el títere. Estoy convencido…. Bueno, “estoy convencido” [ríe] es una forma de empezar.
 Claro que va a haber un lugar como lo que hoy llamamos librerías. ¿Cómo serán? Eso para el próximo libro.
Mira, es buena idea. Hay gente que nunca ha entrado en una librería.
Parte del viaje literario consiste en luchar contra tus convenciones, contra tu propia estupidez
P. ¿Recuerda la primera vez que entró en una?
R. Sí, se llamaba La Poesía. Luego nos acercamos por allí. Está cerrada, pero conserva algo
. Cada vez que paso por ahí pienso: “¿Por qué no me hago librero?, ¿por qué no abro La Poesía?”. Tengo una especie de culpa.
 En casa no había libros y le compramos uno a mi madre.
 Siempre se le regalaba algo para la casa —una fregona, una cafetera— y mi hermana María, que era la vanguardia, dijo que le compráramos uno porque en la niñez mi madre había leído mucho.
 Por casualidad. Murió mi abuela y mi abuelo se quedó con 10 hijos.
 Era campesino, vivía al lado de la casa rectoral y una sobrina del cura medio adoptó a mi madre, que subía al desván y se pasaba el día leyendo vidas de santos, que es lo que había, pero también estaban los poemas de Rosalía.
El primer libro de mi vida fue oír a mi madre recitar a Rosalía.
 Ella era la boca de la literatura. Total, que nos fuimos a La Poesía y vimos un libro que coincidía bien con el presupuesto.
 Era un tocho; mucho mejor, un regalo más grande. Se titulaba Cinco mil años de historia.
 Mi madre lo abrió y, bueno, asomó de una lágrima.
 Nunca tuve miedo de entrar en las librerías. Si vamos es porque hay gente con la que nos gusta estar, no solo por los libros, aunque los libros también son gente.
P. ¿Por qué ir a una librería si puedes comprar por Internet?
R. Si desaparece el factor humano en los intercambios —y una librería es un lugar donde alguien que te da el libro con la mano—, también va a desaparecer lo humano en el libro
. Tal vez es demasiado determinista, pero hay parte de razón. La ciudad existe porque existen librerías, el taller de bicicletas, las tabernas…
En Coruña abrieron un centro comercial. La gente se sentaba allí porque llueve. Pensaron: “Si se sientan, no compran”
. Quitaron los bancos y la gente se sentaba en las fuentes, así que pusieron unos hierros
. En los libros te puedes sentar siempre.
La literatura es resistencia, una intervención contra la realidad. Una vez existió esa idea de las vanguardias de que podías cambiar el mundo pintando, cantando, bailando
. Lo inútil podía influir en lo útil, cambiar la vida.
 Ahora se perdió eso. Hubo una renuncia. Asumimos el discurso de lo útil. “Vuestra utilidad es el entretenimiento”, nos dicen. “Dedicaos a eso”.
 Pero uno sabe que hay libros que le han cambiado la forma de mirar, y eso también es cambiar la realidad, ¿no? Aunque sea por un instante, en un tris. Un tris vale mucho.
P. El librero de su novela se identificaba de joven con David Bowie. ¿Algún músico le influyó tanto como Rosalía de Castro?
R. El salto de las falsas fronteras entre alta y baja cultura lo vivimos a través de la música
. La poesía estaba pasada de moda, pero seguía en las letras de las canciones
. Estuve muy colgado con Dylan, con la Velvet, con Joy Division, con Patti Smith.
 Creo que no metí a Patti Smith en el libro porque me quise quedar con ella.
Manuel Rivas en A Coruña. / Óscar Corral

 

'Pecados' gramaticales................................................................................ Lola Galán

Quejas de lectores por el uso incorrecto de verbos, faltas de ortografía y alguna errata, también en la edición impresa.

El diccionario de la RAE recibe en la web de esta institución más de 41 millones de visitas al mes. Los lectores que me escriben para señalar errores gramaticales en el diario suelen apoyarse también en ese diccionario.
Manuel Arrontes, de Oviedo, me envió hace unos días un largo mensaje en el que incluía la definición completa de las palabras ‘escuchar’ y ‘oír’, para que no quedara duda de que, “aunque parezca lo contrario, siguen significando cosas diferentes y no puede usarse la primera de ellas como sinónimo de la segunda”.
La mención al diccionario era necesaria para demostrar el uso erróneo que se hacía del verbo ‘escuchar’ en varias crónicas de los atentados de París, publicadas en las ediciones digital e impresa. Si ‘escuchar’ es ante todo: “Prestar atención a lo que se oye”, y ‘oír’: “Percibir con el oído los sonidos”, en la frase que me indica el lector: “
Eran las 21.15 … cuando escuchó los disparos”, tendríamos que haber escrito, “cuando oyó los disparos”.
Varios correos más se han referido a este fallo. Fausto Rojo, lector de la edición de Barcelona, precisaba en el suyo:
 “Renuncio a hacer la lista de usos erróneos de ‘escucha’ que trufa las crónicas sobre los brutales atentados en París”.
 No era su única queja.
 En su breve correo me señalaba varios pleonasmos en las páginas de EL PAÍS. Les cito uno de los que mencionaba: “una prerrogativa incluida dentro de la ley...”. Lo que está incluido en algo está dentro, sin duda.
Michael Nicholas, lector de la edición de Madrid, me alertaba en un mensaje de un error de concordancia en una crónica donde se aludía a, “un auxiliar de vuelo española”. Este lector detectó también una errata en una columna de Cultura, en la que se citaba la película Botón de Ancla como Botón de ancha.
 “Sabiendo un poco del argumento y siendo una película clave, parece mentira que diga ‘ancha’
. Ni siquiera está la ‘ele’ al lado de la ‘hache’ en el teclado.
Es como si pusiera, ‘esa gran película del oeste Grapo Salvaje o Grupa Salvaje o Gripe Salvaje”, bromeaba.
Los errores gramaticales en la edición impresa son mucho menos frecuentes que en la digital, pero más graves
Pedro García González, de Madrid, se ponía en contacto conmigo “por una cuestión que, para mí, es ya cansina y me temo que lejos de solucionarse se agrava por momentos”, escribía.
“Me refiero a las continuas faltas de ortografía de los colaboradores en su periódico, tanto sean periodistas de nuevo cuño como escritores consagrados”.
Este lector incluía en su mensaje los correos enviados a un par de columnistas en los que les señalaba el mismo error: confundir la ortografía de ‘desechos’, (residuos), con ‘deshechos’, participio del verbo deshacer.
 El lector optó por escribirme al ver el mismo fallo, días después, en una crónica de Deportes, donde se hablaba de “…recuperar de la montaña ocho kilos de deshechos…”
. Lo correcto era, obviamente, ‘desechos’.
Días antes, Antonio Duplá del Moral, de A Coruña, me escribía exigiendo a quienes hacemos
 EL PAÍS velar por la corrección lingüística, “que un diario de su importancia y difusión merece”. Este lector, al igual que Luis de Luxán, de Asturias, había reparado en una falta en un editorial en el que podía leerse, ‘el último acta’.
“Como deberían saber, a aquellos sustantivos de género femenino que comienzan con la letra ‘a’ tónica se les aplica los artículos ‘el’, ‘un’, ‘algún’ y ‘ningún’”, señalaba Duplá.
 “Pero la palabra sigue siendo femenina y por ello se debe escribir ‘la última acta’ y nunca ‘el último acta’ como hacen ustedes”.
Los errores gramaticales en la edición impresa son mucho menos frecuentes pero más graves que los que se deslizan en la digital, entre otras cosas, porque no pueden corregirse.
EL PAÍS publica al mes más de 10.000 informaciones, lo que no justifica, pero explica, lo inevitable de que se produzcan fallos.
 Máxime cuando la crisis de los medios ha tenido un impacto devastador en las plantillas de correctores.
Nuestra obligación de periodistas es conocer a fondo la lengua en la que escribimos, pero nadie está libre de errores.
 Por eso, es importante repasar con frecuencia el Libro de Estilo y consultar, como hacen millones de españoles, el diccionario de la RAE.

 

28 nov 2015

La teología es una rama de la albañilería.............................................. Javier Rodríguez Marcos


'David y Betsabé' (1562) de Jan Massys. / Album

Hay ateos que llevan un teólogo dentro.
Sin ir más lejos, Erri De Luca. No es que el escritor napolitano sea estrictamente un ateo
. Un ateo, según él mismo, es alguien que se priva de Dios; un creyente, por contra, alguien que le habla de tú. De Luca no puede hacer ni una cosa ni la otra. Digamos que no cree en la existencia de Dios, sino en sus consecuencias.
 Antes de poder vivir de sus novelas –que empezó a publicar con 39 años; hoy tiene 65–, trabajó como albañil. Cada mañana, antes de acudir a la obra, leía un fragmento de la Biblia y anotaba sus impresiones
. El resultado fue Hora prima (Sígueme), un volumen que interpreta el episodio de la Torre de Babel como un despido masivo al tiempo que nos ilustra sobre las estructuras del hebreo, la lengua que estudió el escritor para acudir sin muletas al original de “la historia más ambiciosa del mundo”: el monoteísmo.
Consagrado desde hace años a la literatura, el autor de Tres caballos no ha perdido la costumbre de leer y traducir la Biblia
. Fruto de esa labor es Las santas del escándalo, que recorre las vidas de Tamar, Rajab, Rut, Betsabé y María, las cinco mujeres que san Mateo destaca expresamente en la genealogía de Cristo. Con cercanía y erudición, Erri De Luca repasa episodios de exilio, prostitución y embarazos fuera del matrimonio para subrayar el origen mestizo del Mesías. De Luca escribe sus historias sin ponerse estupendo.
 Lo mismo tira de suspense siguiendo a dos espías por Jericó que desmonta una etimología machista o nos informa de que, frente a la sureña Belén, Galilea era “la Suiza de entonces”, el lugar al que se emigraba en busca de trabajo. Como hizo san José.
 Y así todo: lo divino y lo humano.
 Cuando está en buenas manos, la teología parece una rama de la albañilería.
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Vidas de santas

No hay personaje literario tan fascinante como aquel que dice tener tratos con Dios.
 Tal vez por eso Emmanuel Carrère ha dedicado su último libro, El reino (Anagrama), a san Pablo y san Lucas (y a sí mismo, como de costumbre), al tiempo que Amos Oz ha hecho, al menos parcialmente, otro tanto con Judas (Siruela).
Erri De Luca, por su parte, contribuye a este otoño divino con Las santas del escándalo (Sígueme), cinco vidas contadas a sangre y fuego entre el altar y el fango.