No
se puede vivir sin aborrecimientos. Hay que odiar algo, cualquier cosa.
De lo contrario, la existencia se vuelve demasiado larga y saludable.
Truman Capote y Gore Vidal
lo sabían, y por eso abrillantaban su enemistad cada poco.
El odio que
los unía representa uno de los más genuinos, inteligentes y bellos que
ha dado la literatura. No dejaron que una sola vez se posase el polvo
sobre su animadversión.
Fue un odio feliz. Incluso el día de la muerte
de Capote, en 1984, la voz de Gore se alzó para felicitarlo: «Buena decisión profesional».
Antes
de odiarse intentaron llevarse bien, pero los dos tenían el mismo
sueño: ser el mejor escritor y la estrella más célebre. Capote, nacido
en 1924, y Vidal, uno después, se conocieron en diciembre de 1945 en el
apartamento de Anaïs Nin, en Nueva York, señala Gerald Clarke, biógrafo del autor de Desayuno en Tiffany’s.
Se acercaba la Navidad y la escritora decidió dar una fiesta. «Cuando sonó el timbre, fui a abrir —escribe Nin en su Diario—.
Vi a un joven pequeño y delgado, con los pelos caídos sobre los ojos,
que me dio la mano más suave y huesuda que me hayan dado jamás.
Era como
la de un bebé escondida en la mía». Se trataba de Capote, que minutos
después estrecharía la mano vigorosa de Vidal, un tipo que, al contrario
que él, era alto, rubio y guapo.
A pesar de sus diferencias físicas,
mostraban importantes similitudes: sus madres eran alcohólicas y ellos
se creían abandonados emocionalmente; se sentían atraídos por los
hombres y, sobre todo, ambos ansiaban fama y prestigio.
En Palimpsesto: una memoria,
Gore Vidal recrea el momento en que Capote lo saluda: «Al verme,
gimoteó: “¿Qué siente uno al ser el on-fon-tarríbul?”».
Su voz tenía el
tono de quien, en realidad, se consideraba a sí mismo el verdadero enfant terrible
de la literatura.
Esa tarde comenzaría la rivalidad de sus talentos.
Sin embargo, el odio tiene sus trámites y como si no fuese posible
aborrecerse sin antes experimentar cierto aprecio, durante un par de
años vivieron en armonía.
«Casi todas las semanas almorzaban juntos en
el Oak Room del Plaza», cuenta Clarke.
A Truman le gustaba llevar a Gore
al Celebrity Club de Phil Black, una sala de baile en
Harlem.
A cambio, Gore llevaba a Truman a Everard Baths, una célebre
casa de baños.
Ambos locales eran frecuentados casi en exclusiva por
homosexuales.
Vidal no tuvo problema en admitir en sus memorias que
disfrutaba con sus encuentros diarios con extraños.
«Ya incluso
entonces, a los veintiún años, pagaba a menudo por el sexo.
En una
ocasión, Truman me dijo: “Oigo decir que eres un polvo creso”».
Años después, en 1974, en una entrevista para Fag Rag le
preguntaron a Vidal expresamente por aquellas visitas.
«Truman dijo que
usted lo había llevado a los Everard», le recordó el periodista.
«Cierto, y no pudo ser más gracioso.
Truman no paraba de decir “no me
gusta”».
Y Vidal imitó la voz de Capote.
A continuación afirmó de él que
era «un ama de casa republicana de Kansas»
. Para entonces, ya no
quedaba nada de su vieja amistad.
De hecho, dos años más tarde, cuando Monique van Vooren le preguntó en Interview, la revista creada por Andy Warhol,
si había visto a Capote en los últimos tiempos, Vidal respondió: «Lo he
visto aproximadamente una vez en veinte años y tuve la impresión de que
la frecuencia de nuestros encuentros era excesiva.
Fue en Dru Heinz’s.
No tenía puestas las gafas y me senté sobre Capote creyendo que era un pouf».
En
1946, sin embargo, la relación entre ambos todavía era amable, aunque
comenzaba a bordear el abismo.
Ese año, algunos de los escritores de su
generación salieron en la revista Life. Vidal lo recuerda así en
sus memorias: «Ocupando toda una página estaba Truman Capote, con un
cutis muy lustroso, como si acabase de salir del interior de una campana
de cristal victoriana; así comenzó su carrera de famoso.
También había
decidido que yo iba a ser la competencia. Él tenía veintiún años; yo
veinte.
Pero tal y como le confió a la prensa, “ese Gore Vidal tiene
veinticinco como poco”».
En 1948 Capote publicó Otras voces, otros ámbitos, su primera novela, y Vidal La ciudad y el pilar, en su caso la tercera. En Palimpsesto, Gore pone de relieve que en las listas de libros más vendidos del año el suyo figuró siempre algo por encima de Otras voces, otros ámbitos.
Todavía se hablaban. En verano coincidieron en París. Capote, en una carta a Andrew Lyndon, cuenta que «Tennessee Williams estuvo por aquí hace dos semanas, pero he pasado todo este tiempo con Gore Vidal, por monstruoso que parezca».
Vidal relata en sus memorias que, en una fiesta del editor Gallimard, él y Truman conocieron a Albert Camus.
El
escritor francés «estaba liado con un montón de actrices en aquel
tiempo.
Pero antes de que acabase el verano, Truman ya le estaba
contando a todo el mundo que Camus estaba tan loco por él que hasta iba a
su hotel a importunarle en mitad de la noche […] Truman también me
había mostrado un anillo de oro con una amatista engarzada.
“Me lo dio André Gide.
No para de llamarme».
Cuando Vidal tuvo ocasión de saludar a Gide, le
preguntó qué pensaba de Capote. «¿Quién?», respondió el premio nobel.