Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

8 nov 2015

¿Pueden no fotografiar algo?...................................................................Javier Marías

El hombre se las ingenió para acoplarse a mi ritmo y quería tener un retrato de sí mismo delante de cada mueble u objeto.

 

Estaba unos días en Fráncfort y me acerqué a ver la Casa-Museo de Goethe.
Ya saben ustedes lo que pasa a menudo en esos recorridos por los museos, exposiciones y demás: uno empieza más o menos a la vez que otro u otros visitantes y ya no hay forma de quitárselos de encima, o de que ellos se lo quiten a uno, que a lo mejor es el que molesta y estorba.
 Aquí me tocó coincidir con un individuo menudo, con bigotito y aspecto vagamente árabe.
 La casa familiar de Goethe no está nada mal (un abuelo burgomaestre ayuda, supongo): cuatro pisos de planta generosa, con pequeño salón de baile incluido y un agradabilísimo jardincito en el que hay un par de bancos y –oh milagro de tolerancia– un par de ceniceros.
 No sé hasta qué punto se corresponde con la original (casi todos los carteles figuran sólo en alemán), pero en todo caso está muy cuidada y se siente uno a gusto en ella
. O yo podría haberme sentido así, porque, nada más iniciar el paso, el sujeto mencionado me pidió que le hiciera una foto con su móvil delante de unos cacharros, es decir, en la cocina de Goethe. Accedí, claro; el hombre comprobó que había salido bien y a continuación me pidió que le hiciera otra delante del fogón.
Bueno, foto bigotito con fogón. Salí de allí y pasé a otra habitación, no recuerdo cuál, sólo que en ella había muebles anodinos, una alacena, qué sé yo.
 Al poco el hombre apareció y me pidió foto ante la alacena. Bueno, en fin.
“Santo cielo”, pensé, “cuando lleguemos a las zonas más nobles –el estudio, la biblioteca, el salón–, no me lo quiero ni imaginar”.
 Así que, en vez de seguir en la planta baja, me salté varias estancias y subí a la primera, para despistarlo.
 Pero el hombre se las ingenió para acoplarse a mi ritmo, no había forma de darle esquinazo, y quería tener un retrato de sí mismo no ya en todas las habitaciones, sino delante de cada mueble, cuadro u objeto.
 Me había tomado por su fotógrafo particular. Mi recorrido enloqueció, se hizo zigzagueante, lleno de subidas y bajadas absurdas: visitaba un cuarto del segundo piso, luego uno del tercero, luego me iba otra vez al segundo y entonces ascendía al último, desde donde regresaba a la cocina, el individuo ya había sido inmortalizado allí hasta la saciedad
. Daba lo mismo: apenas me creía liberado de él, reaparecía con su móvil y su insistencia.
 Aunque quizá no lo crean, soy enormemente paciente en el trato personal, sobre todo cuando se me piden cosas por favor.
 El árabe (o lo que fuera, hablaba un rudimentario inglés con fuerte acento) se acercaba cada vez con la misma sonrisa amable e ilusionada de la primera, de hecho como si fuera la primerísima que me hacía su petición, aunque fuera la enésima y todo resultara abusivo.
Sólo me libré gracias al cigarrillo que salí a fumarme al jardincito: quizá espantado por mi vicio, hasta allí no me siguió.
 Me aguardaban quehaceres, no pude repetir la visita en su orden, me quedó una idea de casa caótica, en la que la cocina albergaba la pinacoteca y el dormitorio la biblioteca, y el escritorio estaba en el salón de baile.
Nada se ha hecho más sagrado que las fotos obsesivas que todo el mundo hace todo el rato de todo
. Si uno va por la calle y alguien está en trance de sacar una de algo, ese alguien lo fulmina con la mirada o le chilla si uno sigue adelante y no se detiene hasta que el fotógrafo decida darle al botón (lo cual puede llevar medio minuto). Si entre él y su presa hay cinco metros, pretende que ese espacio se mantenga libre y despejado hasta que haya dado con el encuadre justo, que la circulación se paralice y nadie le estropee su “creación”.
 El problema es que hoy todo transeúnte anda con móvil-cámara en mano, y que fotografía cuanto se le ofrece, tenga o no interés, y como además no hay límite, todos tiran diez instantáneas de cada capricho, luego ya las borrarán.
 He visto a gentes retratando no ya a un músico callejero o a una estatua humana, no ya un edificio o un cartel, no ya a sus niños o amistades, sino una pared vacía o una baldosa como las demás. Uno se pregunta qué diablos les habrá llamado la atención de un suelo repugnante como los del centro de Madrid
. Quizá los churretones de meadas (o vaya usted a saber de qué) que los jalonan, lo mismo en época de Manzano que de Gallardón que de Botella que de Carmena, alcaldes y alcaldesas sucísimos por igual
. Caminar por mi ciudad siempre ha sido imposible: las aceras tomadas por bicis y motos, dueños de perros con largas correas, contenedores, pivotes, escombros, andamios, manteros, procesionarios, manifestantes, puestos de feria municipales, escenarios con altavoces, maratones, “perrotones”, ovejas, chiringuitos y terrazas invasoras, bloques de granito que figuran ser bancos, grupos de cuarenta turistas o más.
 Sólo faltaba añadir esta moda, por lo demás universal. ¿Para qué fotografían ustedes tanto, lo que ni siquiera ven con sus ojos, sólo a través de sus pantallas? ¿Miran alguna vez las fotos que han hecho? ¿Se las envían a sus conocidos sin más? ¿Para qué, para molestarlos?
 Detesto en particular las de platos, costumbre espantosamente extendida. “Mira lo que me voy a comer”, dicen.
 Al parecer nadie responde lo debido: “¿Y a mí qué?” La comida, eso además, en foto se ve siempre asquerosa. ¿Pueden no fotografiar algo? Por favor.
elpaissemanal@elpais.es

Alain Delon, los ochenta años del bello tenebroso............................................ Carles Gámez



El próximo 8 de noviembre el actor cumple 80 años. 
Superviviente y última de las grandes estrellas del cine europeo que conquistó las pantallas de todo el mundo en la década de los sesenta
. Intérprete con una filmografía donde conviven el cine de autor y el cine para el gran público bajo la dirección de realizadores como Luchino Visconti, su primer gran padrino cinematográfico, René Clement, otro nombre clave en su filmografía, Michelangelo Antonioni, Jean-Pierre Melville, Jacques Deray, Joseph Losey, Henri Verneuil y hasta un creador como Jean-Luc Godard en la recta final que sellaba una colaboración insólita en la pantalla entre dos universos hasta entonces antagónicos.



'Amoríos' (Pierre Gaspard-Huit, 1958). El 'remake' de una vieja pelicula, 'Liebelie', protagonizada por Magda Schneider -madre de Romy Schneider- a las órdenes de Max Ophüls propició el encuentro de la joven actriz austriaca, la única estrella de la película, con un joven actor casi debutante llamado Alain Delon.
 La nueva pareja de enamorados se convierte en objetivo preferente de los medios de comunicación y la ex Sissi Emperatriz abandonaba la Viena imperial por el París de Chanel y Maxim’s. 



'A pleno sol' (René Clément, 1960). Uno de los papeles talismán que construyó la imagen del actor como “el bello tenebroso” por excelencia de la pantalla. 
Delon creaba y de paso inmortalizaba el héroe de la novelista, Patricia Highsmith, el talentoso Tom Ripley en un excelente filme de suspense dirigido por René Clément y con Maurice Ronet y la bellísima Marie Laforêt y los paisajes de la costa napolitana. 




'Rocco y sus hermanos' (Luchino Visconti, 1960). Primer encuentro entre el director italiano y el actor francés para una historia -el choque entre el sur campesino y el norte industrial italiano- que haría poner el grito en el cielo a los gobernantes de la Democracia Cristiana. Visconti construía alrededor de Delon una gran crónica de amor, compasión y tragedia y para el recuerdo la inolvidable secuencia en la terraza del Duomo de Milán entre el actor y la actriz Annie Girardot. 




'Amores celebres' (Michel Boisrond, 1961). Película de episodios que recogía diferentes historias de amor a través del tiempo
. Reparto interminable y la primera y última vez de ver juntos y dándose un beso en la pantalla a la entonces gran 'sex symbol' del cine europeo, Brigitte Bardot y al nuevo seductor, Alain Delon, como pareja de amantes y de amores imposibles. 




'¡Que alegría de vivir!' (René Clément, 1961). El tándem Clément-Delon volvía a repetir después de 'A pleno de sol' en una historia de anarquistas italianos donde el actor mostraba sus dotes para la comedia, un género excepcional en su trayectoria cinematográfica.
 Estrenada en la Francia de los atentados de la OAS, la película sería mal recibida por un público poco dispuesto a reírse con bombas y otros artefactos explosivos. 




'El eclipse' (M. Antonioni, 1962). Después de haber sido un héroe proletario en camiseta a las órdenes de Visconti, Alain Delon se vestía con los elegantes trajes de un atractivo agente de bolsa en medio de los agitados escenarios de la Bolsa de Roma mientras vivía una historia de amor con Monica Vitti.
 La voz tumultuosa de Mina a ritmo de' twist' en los títulos de crédito presagiaba los cambios meteorológicos. 



'El tulipán negro' (Christian-Jaque, 1963).
 Siguiendo los pasos de Gerard Philippe y Jean-Paul Belmondo, Alain Delon debutaba con éxito en las películas de capa y espada como aristócrata enmascarado dispuesto a despojar a la nobleza de sus riquezas para entregárselas a los menos favorecidos
. Rodada en España, contaba con la participación de Adolfo Marsillach en el papel del villano cinematográfico. 




'El último homicidio' (Ralph Nelson, 1965). A diferencia de Brigitte Bardot y Jean-Paul Belmondo, Alain Delon probó suerte en Hollywood, aunque con desigual fortuna.
 Para su primera incursión eligió un policiaco con gusto a cine negro clásico y una irresistible Ann-Margret como 'partenaire'. El actor preludiaba sus futuros héroes a las órdenes de Melville. 



'La chica de la motocicleta' (Jack Cardiff, 1968). 
Uno de los títulos más extraños de la carrera de Delon en medio de la oleada psicodélica de los años sesenta y como oponente femenino ni más ni menos que a Marianne Faithfull como jinete libertina a lomos de una Harley-Davidson y vestida de cuero
. Casi medio siglo después, la película sigue conservando intactas sus virtudes bizarras.




'La piscina' (Jacques Deray, 1969). El reencuentro de Alain Delon con su antigua compañera sentimental Romy Schneider envolvería el rodaje en una gran expectación. 
Delon conseguía uno de sus grandes éxitos gracias a este 'thriller' ambientado en Saint-Tropez y la carrera de Romy Schneider conocía una nueva etapa. 
 Completando el reparto, Maurice Ronet y Jane Birkin recién desembarcada de Londres acompañada de un celoso Serge Gainsbourg.




'Borsalino' (Jacques Deray, 1970)
. Con una gran máquina publicitaria, la película anunciaba el encuentro por primera vez en la pantalla de las dos grandes estrellas del cine francés y "enemigos íntimos", Alain Delon y Jean-Paul Belmondo.
 La expectación tuvo su recompensa en la taquilla para esta historia de amistad y gánsteres en la Marsella de los años treinta. 




'La primera noche de quietud' (Valerio Zurlini, 1972). Con titulo de unos versos de Goethe, uno de los más bellos papeles de Delon en la década de los setenta como un profesor destructivo y nihilista que encuentra su salvación en el amor de una alumna.
 A pesar de las pésimas relaciones entre el director, Valerio Zurlini, y el actor, la película resta como uno de los títulos más conmovedores del cine italiano de los setenta. 





'El clan de los sicilianos' (Henri Verneuil, 1969). Reunión en la pantalla por primera (y última) vez de los tres hombres duros del cine francés: Jean Gabin, Lino Ventura y Alain Delon.
 Gran éxito comercial en el que destaca la banda sonora compuesta por Ennio Morricone, que iniciaba su colaboración con el cine francés. Delon cerraba una década como gran estrella internacional y de la taquilla.


 
 

'El silencio de un hombre' (Jean-Pierre Melville, 1967). "No existe mayor soledad que la del samurái…". Delon como implacable asesino a sueldo componía una de sus caracterizaciones más recordadas y objeto de veneración, entre otros, por Quentin Tarantino y John Woo, para una obra estilizada, casi sin diálogos, intemporal y que el paso del tiempo no ha dejado de revalorizar. 



'El círculo rojo' (Jean-Pierre Melville, 1970). 
Otra vez bajo la dirección de Melville, Alain Delon volvía a renacer como el héroe a contracorriente del cine policiaco francés.
 Todavía tendrán ocasión de volver a juntarse 
-'Un flic'- poco antes de morir el realizador, cerrando su impecable trilogía del cine negro francés.


Fernando Savater: “Mi vida es comer, dormir y llorar”......................................................... Borja Hermoso

En el libro 'Aquí viven leones', escrito junto a su mujer, fallecida este año, repasa el contexto de grandes autores.

Fernando Savater y su mujer, Sara Torres.
Fernando Savater y su mujer, Sara Torres.
Stefan Zweig y Agatha Christie, Poe y Alfonso Reyes, Flaubert y Leopardi, Shakespeare y Valle-Inclán son los pasajeros de Aquí viven leones (Debate), embriagadora ruta por las luces, las sombras, las manías, los dóndes, los cómos y los porqués –el contexto, en suma- que rodean a los grandes escritores y a la génesis de sus grandes obras
. Superposición de textos, viñetas y fotos, este es, paradójicamente, un libro último y primero: el primero firmado al alimón por Fernando Savater y Sara Torres, su compañera durante 35 años, fallecida en marzo
. El último hasta la fecha del autor de Ética para Amador, La tarea del héroe y Contra las patrias 
. Y quién sabe si el último a secas. “Se acabó, como mucho escribiré otro, si reúno fuerzas, sobre la relación que tuvimos Sara y yo y ya está”, susurra el viejo profe de Zorroaga, que acaba de llegar de su paseo matinal de seis kilómetros y que, en el saloncito de su casa de San Sebastián, entre libros, muñequitos de superhéroes y vasos de txakolí, ofrece una entrañable ración de palabras, recuerdos, risas y lágrimas.
Pregunta. En las manos del lector, un artefacto fetichista sobre grandes escritores
. El fetichismo como expresión de amor. Son palabras suyas.
Respuesta. Lo que pretendíamos con este libro, en origen, era sobre todo pasarlo bien, ir a los sitios donde habían vivido los grandes escritores y con ese pretexto releerlos a todos.
 Sara estaba empeñada en demostrar que la cultura elevada puede ser también popular.
P. Completamente de acuerdo.
R. Es que tú le cuentas a un chaval el argumento de una obra de Shakespeare y puede ser emocionantísimo.
 Macbeth se puede contar como una novela de terror.
 Este libro lo que pretende es abrir el apetito. Que es lo que yo he hecho siempre: poner trampas a la gente para que lea a los grandes autores.
Para mí es un libro felicísimo y, ahora, muy doloroso
P. Grandes autores que también eran pobres mortales…
R. Se trataba de recordar que esos grandes escritores eran también personas.
 Que gente normal que dormía, cagaba y meaba era capaz de escribir aquellas cosas.
 La excelencia artística no quiere decir perfección humana. En el mundo hay analfabetos destripando terrones que son personas extraordinarias.
 Y músicos sublimes que son perfectos canallas.
P. ¿Cómo se dividieron ustedes el trabajo?
R. Yo elegía a los autores.
 Sara me preparaba unos dossiers que eran como tesis doctorales que yo no me podía acabar.
Ella iba antes a los sitios con nuestro amigo José Luis Merino, y lo preparaban todo para que yo, que solía tener menos tiempo, llegara a tiro hecho.
 Para mí es un libro felicísimo en gran medida y claro, ahora pues muy doloroso, porque me acuerdo de todos los sitios a donde fuimos, cómo nos lo pasamos... (Fernando Savater se enjuga las lágrimas).
P. Ya no es un libro, es un recordatorio…
R. Efectivamente. Para mí ya es así.
P. El libro plantea un debate, el debate sobre el contexto.
 Muchos lectores no quieren conocer datos extraliterarios de sus autores favoritos, para que no interfieran en la pura apreciación de la obra. En ese sentido, el otro día alguien decía:
“Este es un libro menor de Savater”…
R. Es que yo solo tengo libros menores (risas). No, en serio, hay sitios en los que, cuando los visitas, notas de verdad cómo pudieron influir en los escritores.
 Tú vas al jardín donde escribió El infinito Leopardi, con esa forma de proa y con todo el paisaje ese de la Toscana delante de tus ojos y te dices: “¡Claro, este señor aquí pensaba en el infinito!”. Lo malo es que claro, los demás no somos Leopardi y no nos salen esos poemas.
La excelencia artística no quiere decir perfección humana
P. A ver si lo entiendo: ¿pasear por la playa de Trouville ayuda a entender mejor la obra de Flaubert, las ninfas saliendo del agua y todo eso?
R. Claro, ninfas que luego él puso ahí, en sus páginas.
 Claro que ayuda. Bueno, y este libro lo que quiere también es ayudar a la gente a recuperar a todos esos autores
. Es que hay un problema para los que hemos leído desde muy jóvenes. Leímos todos los libros buenos demasiado pronto. O sea, yo a los 15 años leí Madame Bovary.
 ¿De qué te vas a enterar? De poco. Así que lees lo bueno demasiado pronto, y luego, cuando te haces mayor, tienes que leer lo de ahora, y claro, no es lo mismo que Flaubert…
P. Dice en el libro que Flaubert es adictivo.
R. Es que lo es.
 Mira lo que dice en La educación sentimental, que es mi favorito: hablando de un corrupto, escribe: “Era tan corrupto que pagaría por venderse”. ¡Genial!
P. En cierta forma, Aquí viven leones es una guía de lectura.
R. No, es una provocación.
 No hacen más que llamarme para que vaya a colegios a convencer a los chavales de que lean. Pero yo no puedo convencerles
. Es como si te dijeran: “Vete a ese sitio y explica por qué hay que comer jamón de Jabugo”. Pues oye, no, pruébalo y ya verás qué rico. Entonces…
P… entonces con este libro pretende provocar para contagiar placer.
R. Es que tampoco hay tantos en la vida.
A ver, hablo de placeres que duren y que puedas tenerlos a cualquier edad, ¿eh? Porque claro, hay otros que, primero, duran poco; y segundo, hay un momento en que ya no los puedes tener.
 Punto. Yo ahora, por ejemplo, ¿cómo es mi vida hoy? Pues como la de los niños pequeños, comer, dormir y llorar. Pero lo único que me sigue apeteciendo de verdad es leer.
P. ¿Eso le ocurre en concreto ahora, en su situación tras la muerte de Sara, o le ocurrió siempre?
R. Siempre y hasta en las situaciones más duras.
 En los tiempos de los líos, de ETA, de los guardaespaldas… sufría una tensión horrible. Pero yo me iba a mi cuarto, cogía el libro que tenía entre manos y era como un paraíso invulnerable en el que estaba feliz
. A eso le debo, creo, el haberme mantenido ecuánime y tranquilo.
P. La potencia de tiro del goce, más que el “voy a leer porque me forma”, ¿no?
R. Por supuesto. Como dice Daniel Pennac en su libro Como una novela, “la voz leer no admite el imperativo”.
 No digas nunca “hala, niño, lee esto, que te hará triunfar en la vida”.
 Leer es un placer y los placeres se contagian, no se fingen ni se enseñan.
No le dé usted solemnidad a la lectura, no se arrodille ante el altar para leer a Flaubert, porque Flaubert lo que quería era producirle a usted placer y diversión.
P. El otro día, en la entrega del Premio Eulalio Ferrer, dijo que no se sentía filósofo sino profesor de filosofía. ¿Puede explicarlo?
R. Pues por lo mismo que un profesor de solfeo no es Glenn Gould.
A mí me interesa transmitir, contagiar el interés por la filosofía. Y no conozco a un chico de 14 o 15 años que no esté interesado por ella.
 Lo que no les suele interesar es el profesor de filosofía. Yo he conseguido que se interesen también por el profesor.
Y eso sí que tiene mérito.

 

7 nov 2015

La ‘matafísica’.......................................................................... Vicente Verdú

El sabor de la excrecencia no gusta al principio pero se tolera luego, como con los manjares que la primera vez nos saben mal.

El presentador Jorge Javier Vázquez. / Samuel Sánchez

En el programa Sálvame de esta semana ha venido apareciendo un hashtag con el nombre de matafísica.
 Los hashtag (del inglés hash, almohadilla; y tag, etiqueta) indican una zona en la Red donde se chatea sobre un determinado tema y se dice, en este caso, cualquier cosa. “#Matafísica” no es, desde luego, una alusión a la propia metafísica sino al caso del colaborador Kiko Matamoros que mientras se estaba haciendo estos días una cirugía estética había enviado a su mujer, Makoke, para reemplazarle en el plató
. Muchos de los habituales (Mila, Belén Esteban, Lydia Lozano, Kiko Hernández) la menospreciaron por tres o cuatro razones de peso mediático y, al cabo, la sacaron de sus casillas
. Así que el miércoles a media tarde se puso violentamente en pie y dijo que abandonaba para siempre Sálvame.
Diferentes detalles sobre la vida de Makoke y su estrafalaria mansión se encuentran impresas en el último número de la revista Lecturas si es que no han lanzado ya otra edición.
La cosa estaba caliente, pero allí nadie sabe lo que va a pasar después porque este programa ni parece que posea guion, objeto o destino.
La metafísica es lo contrario a la patafísica del animador Jorge Javier que pasea por el escenario como un mentor a la manera teatral del Siglo de Oro.
 O sea, la vida misma teniendo en cuenta que toda existencia es teatro y los sueños, sueños son.
¿Puede llamarse a esto telebasura? Basura es, pero ¿qué decir del basurero en cualquier ámbito actual?
 Comida basura, bonos basura, empleos basura, minutos basura, estafas, spams, dinero negro, sobornos, tarjetas black.
Una forma positiva de considerar el fenómeno de los muchos detritus volando sobre nuestro tiempo es atribuir su crecimiento a los humus de la riqueza y otro, también estimulante, es constatar en la detección de su malignidad la permanente sensibilidad popular hacia lo bueno.
 Condenamos la comida basura porque apreciamos la comida sana, hablamos de telebasura porque creemos en una televisión digna, abominamos del dinero negro porque amamos la claridad.
 A cada rechazo de lo malo correspondería una fuerte valoración de lo mejor y, de esta manera, como sucedía con el pecado, todos desearíamos superlativamente la gracia de Dios.
La cuestión, sin embargo, no queda despejada puesto que este tiempo es todo menos transparente o ejemplar
. Si revolotea tanta gente en torno a los vertederos nauseabundos ¿no se deberá a la atracción que sus almas sienten por la degradación?
 Época de truhanes políticos, religiosos y mercantiles; de periódicos, revistas, redes y emisoras amarillas, de contratos sin honor ni buen olor
. Porque o nadie confiesa que aquello huele a pútrido —incluida la policía— o, por el contrario, se alza una nauseabunda marea que ahoga legislaturas completas.
A los concursos de MasterChef pronto seguirán las competiciones de mastershit.
 El sabor de la excrecencia no gusta al principio, pero se tolera luego como con los manjares que la primera vez nos saben mal.
 La telebasura tiene mala prensa pero la prensa es también mala y hasta The New York Times se pirra ahora por un violador en serie que explotaría comercialmente en primera página. Hay que vender. Este es el lema.
 Y en la crisis valen más los sentimientos que los hoy (dudosos) conocimientos.
La medicina para nuestra actual felicidad no se halla, en suma, ni en la filosofía ni en la teología (ambas desaparecidas por completo) sino en la matafísica que nos infunde la sospecha de que, como insinuaba Makoke con su portazo, habría un alentador karaoke más allá.
 Es decir, la edición del mismo programa, de limón, naranja o deluxe, un día y otro día, a través de una Telecinco prolongándose más y más.