Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

8 nov 2015

Rampling............................................................................. David Trueba

Los jurados también afinan para compensar la madurez bien llevada a la pantalla. Está sucediendo este año con Charlotte Rampling,

Hay un tópico que asegura que las actrices mayores de 40 años se quedan sin papeles.
Y es cierto, pero sería injusto no añadirle un detalle innegable.
Es a partir de esa edad cuando reciben sus mejores papeles. Lo cual no es poco. Sin servir de referencia, el Oscar a la Mejor Actriz ha premiado en la última década a profesionales como Julian Moore (53), Cate Blanchett (44), Meryl Streep (62), Sandra Bullock (46) o Helen Mirren (61), entre paréntesis la edad que tenían al recibirlo
. Lo cual viene a confirmar que además de la irrupción del esplendor juvenil, los jurados también afinan para compensar la madurez bien llevada a la pantalla.
 Está sucediendo este año con Charlotte Rampling, que ha recibido los premios de Berlín y Valladolid por su papel en una delicada e inteligente película, 45 años,donde interpreta a una mujer que se enfrenta con sutileza a los celos retrospectivos, la incomunicación y el vaciado de la pareja.
Si uno repasa la carrera de Charlotte Rampling, encontrará varias evidencias.
 La primera es que no recibió ningún galardón de importancia durante varias décadas, reafirmando ese otro tópico, menos reconocido, por el que se suele castigar la belleza con un terco juicio de negación del talento
. Ha sido el poso de los años, y el talento para dejar que se posen sobre una, lo que le ha acabado por acercar los mejores papeles de su carrera.
 Después de la peripecia de actriz europea, saltando entre coproducciones más o menos solventes, con su aire de extranjera en todas partes, y con la caduca morbosidad de El portero de noche siempre a la espalda, parece haber llegado la hora de los reconocimientos.
Dirigida por Andrew Haigh y basada en un cuento de David Constantine, poeta y autor de relatos nada introducido en España, 45 años recorre emociones similares desde la orilla opuesta a Los muertos de James Joyce, que llevaron al cine los Huston.
En este caso el amor del pasado no es evocado, sino que se alza como una sombra que enturbia el aniversario de una pareja modélica
. Charlotte Rampling es la protagonista absoluta al lado de un Tom Courtenay, cuyos papeles más relevantes se remontan a los años sesenta del siglo pasado.
 Es un oficio, pues, el de actor, para personas con paciencia y sentido de la espera.
 Como dijo Antonio Gamero, en ese trabajo solo hay dos posibilidades: morirte de hambre o morirte de sueño, entendido como el olvido y la fama sin términos medios.
Pero como logra Rampling con su premiado personaje, todo vale la pena si un día logras resumir la vida en un solo gesto
.

 

Un puntapié divino.............................................................................. Boris Izaguirre..

El 'show' ha comenzado, cada candidato debe demostrar sus habilidades frente a la cámara de televisión-

Pablo Motos, de espaldas, y Pablo Iglesias, tocando la guitarra en ‘El Hormiguero’. / gtresonline
Carlota Casiraghi, la bella hija de Carolina de Mónaco, ha aparecido con nuevo novio convirtiendo en pasado al padre de su hijo, el actor y humorista francés Gad Elmaleh.
 La noticia nos ha devuelto algo de esa vidilla agitada y emocionante de su madre y su tía en los años ochenta. ¡Bien! Siempre nos quedará Montecarlo.
Igual que en el principado de Andorra con sus bancos, algo pasa en el de Mónaco con los actores. Comenzó Grace Kelly, la abuela de Carlota, que aprovechó la oferta de ser princesa para no tener que esperar a que Hollywood le diera la patada.
 Todos sabemos tristemente cómo terminó todo en una curva.
 Entre el listado de romances de Estefanía estuvieron Anthony Delon y Paul Belmondo, ambos hijos de actores.
Alberto, el soberano actual, tuvo varias novias actrices, como Brooke Shields, aunque ninguna se atrevió a dar el paso y hacer el papelón de su vida
. La propia Carolina tuvo un novio actor, Vincent Lindon, pero un día se echaron los trastos a la cabeza y la princesa fue fotografiada gritándole al intérprete durante el intermedio de un estreno de los ballets de Montecarlo, que son la pasión de Carolina que ha sobrevivido a todos sus romances y la ha arrastrado a Cuba esta semana.
Mientras, en el reino de España corremos muy enfadados con Valentino Rossi por sus malas artes en el circuito de Sepang, donde se ha demostrado que dio una patada a la moto de Marc Márquez durante la carrera, poniendo muy altas las expectativas para el circuito de Valencia.
 Como noticia, solamente la segunda boda de Cayetano Rivera, la primera para su esposa Eva González, va pisándole los talones.
 Quizás una aparición sorpresa de algún candidato electoral en el debate de Gran Hermano podría rivalizar en curiosidad
. Queda algo más de un mes para las elecciones y el show ha empezado, cada candidato debe demostrar sus habilidades frente a la cámara de televisión.
Pablo Iglesias deleitó a la audiencia tocando la guitarra en El Hormiguero como un nuevo flautista de Hamelín.
No hace falta ser princesa como Carlota para colarte por un chico con coleta que te canta canciones protesta. Rivera, Sánchez y Rajoy ya piensan en cómo lucirse sin desafinar.
Menos mal que existe Mónaco para lucirse y menos mal que a ese gen Grimaldi no le vence el sueño. Adormilado en mi vuelo de Miami a Madrid, con escala en Barcelona, antes de las típicas turbulencias del Atlántico norte se me ocurrió ver por la ventanilla.
Y mi mirada se encontró con un avión de Air France que avanzaba en sentido contrario.
 Decidí fijarme más y en una ventanilla, la única con luz encendida, pude ver claramente a Carolina Grimaldi.
 Ella viajaba al Caribe, yo al Mediterráneo y, aunque no podría asegurarlo, me pareció que me saludaba entre nubes.
 Fue un gesto como esos de Mario Draghi, príncipe del Banco Central Europeo, cuando decide espantar el fantasma de la deflación con un buen chorro de dinero.
 Una vez en el aeropuerto de El Prat opté por ducharme en la sala vip para aclararme las ideas. Muy amablemente los empleados me explicaron que se cobran 10 euros por ese servicio.
 Estuve tentado a preguntar si separaban algún 3% pero extendí mi billete como si no lo pensara y esperé a que otra empleada, vestida como el fantasma de la deflación, me abriera el habitáculo donde me ducharía.
 Decorado con paredes de pizarra gris andorrana, los 10 euros te garantizan una toalla de hotel envasada al vacío, dos botellitas de gel y champú y unas pantuflas de papel.
 Mientras te duchas, justo en ese momento de relax que disfrutas bajo un buen chorro de agua templada, suena impertinente la megafonía, en catalán, español e inglés para darte la bienvenida y arruinarte ese instante de soberanía y de independencia.
 Es cierto que al salir de ese bañito no me encontré a nadie de Convergència exigiéndome una comisión, como al parecer hacían a empresarios a través de las fundaciones del partido.
Mientras sacaba el máximo provecho de la toalla, pensé: "¿Cómo habrán hecho las empresas, adjudicatarias o no, para no dar cuenta de estos cobros y, además, por tanto tiempo?".
 Nadie dijo nada, igual que en el Vaticano, donde no solo se camuflaban los delitos de pederastia sino también caprichos y gastos.
 A la patada de Rossi ahora se le suman dos más en forma de libro, Vía Crucis y Avaricia, que documentan la codicia, las necesidades de la curia y cómo sus miembros consiguen mantener su principesco ritmo de vida bajo pía complicidad.
 Ante esto el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, aclaró que "a menudo, diferentes lecturas son posibles a partir de unos mismos datos".
 Un puntapié divino.

 

La nueva sinceridad...................................................................... Óscar Cornejo

Los programas del corazón ya no existen. Murieron hace 10 años.

 Lo de ahora es hiperrealismo televisivo.

Óscar Cornejo y, a la derecha, Adrián Madrid, propietarios de La Fábrica de la Tele y productores de 'Sálvame'. / Carlos Rosillo
Hay debates boomerang que vuelven cada cierto tiempo: el sueldo de los futbolistas, la vacuna contra la gripe, los programas del corazón… Debates que nos entretienen unos días y de los que nunca sacamos conclusiones claras, para poder aparecer meses o años después como si fuesen nuevos.
A mí me gustaría sacar alguna conclusión esta vez.
La primera es que los "programas del corazón" ya no existen.
 Murieron hace tiempo y hay que remontarse 10 años para encontrarlos
. Entonces cada cadena tenía el suyo y había donde elegir, pero esa forma de narrar la vida social ha evolucionado, igual que la información política. Sálvame se ha definido como un reality, una corrala, una terapia de grupo…
 Las etiquetas caducan rápido cuando definen algo vivo y en constante evolución. Últimamente lo llamamos hiperrealismo televisivo.
 En cualquier caso, Sálvame es básicamente un programa que retrata ciertos aspectos, no poco importantes, de nuestra sociedad.
Lo hace a través de un grupo de personas que se muestran tal y como son ante 2,5 millones de espectadores diariamente.
 Y resulta que eso gusta.
 Gusta mucho. En este nuevo corazón ya no hablamos de los demás, sino de nosotros mismos.
¿Es eso periodismo del corazón?
Diría que no, porque el viejo corazón ha caído, igual que la vieja política.
Otra conclusión es que en la televisión, como en la vida, no se llega lejos con el postureo.
A raíz del estreno de Stephen Colbert al frente de The Late Show, conducido durante 22 años por David Letterman, hay un debate en la televisión estadounidense sobre la sinceridad de los presentadores.
Colbert, después de años haciendo un personaje cínico e histriónico, se ha quitado la careta para mostrarse tal cual es, un ejercicio que la crítica ha bautizado como "la nueva sinceridad televisiva". La honestidad, la realidad, la autenticidad están de moda en EE UU. ¿Les suena?
 A los 2,5 millones de espectadores de Sálvame sí.
 Esa "nueva sinceridad" es tendencia en España desde hace siete años cuando empezamos. No estamos solos: Évole con Salvados, Risto Mejide y Pepa Bueno en nuestro Chester, o el nuevo gurú Bertín Osborne también la practican.
La verdad es más fácil de hacer y de digerir que el postureo, porque no requiere crear personajes ni fingir lo que no se es.
 Los espectadores se han dado cuenta de ello y los políticos también.
 La nueva política hace ahora lo mismo que hacemos en Sálvame desde hace siete años: bajar a la calle y mostrar a sus líderes como seres humanos.
Por eso la "nueva política" nace en televisión.
 Mientras los nuevos políticos acuden a tertulias y programas de entretenimiento con naturalidad, la vieja política se mueve con dificultad en televisión y pasa del plasma a los bailes de salón televisados como queriendo recuperar un tiempo perdido que les ha dejado en la cola de la carrera
. Tener el foco delante en todo momento tiene una recompensa: el público o el electorado te conoce tal y como eres y así te compra o te rechaza, pero no se cuestiona tu integridad.
En Sálvame hemos juntado a personas cuyo talento es su tremenda capacidad de comunicación.
 Da igual de quien sean hijos, esposas, amantes o amigos, lo importante es que conectan con los españoles.
 El programa más visto de nuestra historia, con cuatro millones de espectadores, fue un desfile de moda española enmarcado en la Sálvame Fashion Week. ¡Cuatro horas! ¿Con top models? No, ¡con nuestros colaboradores! ¿Eso es corazón? ¿Telebasura? ¿Servicio público?
Las etiquetas, como decía, tenían sentido en la "antigua España", pero ahora las etiquetas se llaman hashtags y hay una nueva cada dos minutos.
Sálvame es potente, atractivo, mágico, cercano, puro entretenimiento basado en el reflejo de lo cotidiano.
En una discusión familiar de sobremesa siempre hay quien dice: "Esto parece Sálvame"; cuando alguien quiere que otro sea sincero amenaza con hacerle un poli Deluxe y las madres coraje por sus hijas ma-tan.
¿Se ha salvamizado la sociedad? No. Es Sálvame el que refleja la vida como nadie lo había hecho antes.
Óscar Cornejo es productor ejecutivo de La Fábrica de la Tele (creadora de Sálvame).

 

¿Pueden no fotografiar algo?...................................................................Javier Marías

El hombre se las ingenió para acoplarse a mi ritmo y quería tener un retrato de sí mismo delante de cada mueble u objeto.

 

Estaba unos días en Fráncfort y me acerqué a ver la Casa-Museo de Goethe.
Ya saben ustedes lo que pasa a menudo en esos recorridos por los museos, exposiciones y demás: uno empieza más o menos a la vez que otro u otros visitantes y ya no hay forma de quitárselos de encima, o de que ellos se lo quiten a uno, que a lo mejor es el que molesta y estorba.
 Aquí me tocó coincidir con un individuo menudo, con bigotito y aspecto vagamente árabe.
 La casa familiar de Goethe no está nada mal (un abuelo burgomaestre ayuda, supongo): cuatro pisos de planta generosa, con pequeño salón de baile incluido y un agradabilísimo jardincito en el que hay un par de bancos y –oh milagro de tolerancia– un par de ceniceros.
 No sé hasta qué punto se corresponde con la original (casi todos los carteles figuran sólo en alemán), pero en todo caso está muy cuidada y se siente uno a gusto en ella
. O yo podría haberme sentido así, porque, nada más iniciar el paso, el sujeto mencionado me pidió que le hiciera una foto con su móvil delante de unos cacharros, es decir, en la cocina de Goethe. Accedí, claro; el hombre comprobó que había salido bien y a continuación me pidió que le hiciera otra delante del fogón.
Bueno, foto bigotito con fogón. Salí de allí y pasé a otra habitación, no recuerdo cuál, sólo que en ella había muebles anodinos, una alacena, qué sé yo.
 Al poco el hombre apareció y me pidió foto ante la alacena. Bueno, en fin.
“Santo cielo”, pensé, “cuando lleguemos a las zonas más nobles –el estudio, la biblioteca, el salón–, no me lo quiero ni imaginar”.
 Así que, en vez de seguir en la planta baja, me salté varias estancias y subí a la primera, para despistarlo.
 Pero el hombre se las ingenió para acoplarse a mi ritmo, no había forma de darle esquinazo, y quería tener un retrato de sí mismo no ya en todas las habitaciones, sino delante de cada mueble, cuadro u objeto.
 Me había tomado por su fotógrafo particular. Mi recorrido enloqueció, se hizo zigzagueante, lleno de subidas y bajadas absurdas: visitaba un cuarto del segundo piso, luego uno del tercero, luego me iba otra vez al segundo y entonces ascendía al último, desde donde regresaba a la cocina, el individuo ya había sido inmortalizado allí hasta la saciedad
. Daba lo mismo: apenas me creía liberado de él, reaparecía con su móvil y su insistencia.
 Aunque quizá no lo crean, soy enormemente paciente en el trato personal, sobre todo cuando se me piden cosas por favor.
 El árabe (o lo que fuera, hablaba un rudimentario inglés con fuerte acento) se acercaba cada vez con la misma sonrisa amable e ilusionada de la primera, de hecho como si fuera la primerísima que me hacía su petición, aunque fuera la enésima y todo resultara abusivo.
Sólo me libré gracias al cigarrillo que salí a fumarme al jardincito: quizá espantado por mi vicio, hasta allí no me siguió.
 Me aguardaban quehaceres, no pude repetir la visita en su orden, me quedó una idea de casa caótica, en la que la cocina albergaba la pinacoteca y el dormitorio la biblioteca, y el escritorio estaba en el salón de baile.
Nada se ha hecho más sagrado que las fotos obsesivas que todo el mundo hace todo el rato de todo
. Si uno va por la calle y alguien está en trance de sacar una de algo, ese alguien lo fulmina con la mirada o le chilla si uno sigue adelante y no se detiene hasta que el fotógrafo decida darle al botón (lo cual puede llevar medio minuto). Si entre él y su presa hay cinco metros, pretende que ese espacio se mantenga libre y despejado hasta que haya dado con el encuadre justo, que la circulación se paralice y nadie le estropee su “creación”.
 El problema es que hoy todo transeúnte anda con móvil-cámara en mano, y que fotografía cuanto se le ofrece, tenga o no interés, y como además no hay límite, todos tiran diez instantáneas de cada capricho, luego ya las borrarán.
 He visto a gentes retratando no ya a un músico callejero o a una estatua humana, no ya un edificio o un cartel, no ya a sus niños o amistades, sino una pared vacía o una baldosa como las demás. Uno se pregunta qué diablos les habrá llamado la atención de un suelo repugnante como los del centro de Madrid
. Quizá los churretones de meadas (o vaya usted a saber de qué) que los jalonan, lo mismo en época de Manzano que de Gallardón que de Botella que de Carmena, alcaldes y alcaldesas sucísimos por igual
. Caminar por mi ciudad siempre ha sido imposible: las aceras tomadas por bicis y motos, dueños de perros con largas correas, contenedores, pivotes, escombros, andamios, manteros, procesionarios, manifestantes, puestos de feria municipales, escenarios con altavoces, maratones, “perrotones”, ovejas, chiringuitos y terrazas invasoras, bloques de granito que figuran ser bancos, grupos de cuarenta turistas o más.
 Sólo faltaba añadir esta moda, por lo demás universal. ¿Para qué fotografían ustedes tanto, lo que ni siquiera ven con sus ojos, sólo a través de sus pantallas? ¿Miran alguna vez las fotos que han hecho? ¿Se las envían a sus conocidos sin más? ¿Para qué, para molestarlos?
 Detesto en particular las de platos, costumbre espantosamente extendida. “Mira lo que me voy a comer”, dicen.
 Al parecer nadie responde lo debido: “¿Y a mí qué?” La comida, eso además, en foto se ve siempre asquerosa. ¿Pueden no fotografiar algo? Por favor.
elpaissemanal@elpais.es