Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

21 oct 2015

En defensa de las medias negras ..........................................................Noelia Ramírez .

La moda se rebela contra los panties opacos y establece un código protocolario para llevarlos que es, básicamente, nunca. ¿A qué se debe este sinsentido y despropósito?

 

Medias
Ojo, Brigitte Bardot, la policía de las tendencias va a por ti.

¿Que no puedo qué? Entre la incredulidad, el absurdo y el consecuente cachondeo.
 El patio internetero lleva dos días de lo más animado debatiendo, a raíz de un artículo publicado en la sección de moda de The Guardian, sobre 'Cuándo es socialmente aceptable ponerse unas medias negras'.
 Sí, han leído bien. La sección digital del rotativo ha dedicado todo un artículo a sobre en qué momento una mujer puede ponerse un par de panties negros opacos sin sentirse abocada al ostracismo social.
 Según el texto, y para los intrigados ante la pregunta del millón, el protocolo más laxo lo permite en todos aquellos meses que no lleven una 'r' en su nombre; esto es: todos menos mayo, junio, julio y agosto; el más duro, el de las fashionistas de corazón: nunca, JAMÁS.
¿Eso es lo que realmente preocupa a las mujeres? ¿Qué será lo próximo, cuándo es socialmente aceptable ponerse el pijama de franela en mi casa?
 Para aquellos dispuestos a levantar el hacha de la indignación y la rabia contra la infinita frivolidad humana, respiren un segundo y sigan leyendo.
 El polémico artículo (lleva casi la friolera de un millar de comentarios y casi 15.000 compartidos) ofrece un anecdótico a la par que clarificador prisma sobre de qué va ese extraño mundo de las reglas no escritas sobre ser una chica de hoy en día.
 Las chicas de hoy en día, esa subespecie preocupada por lo que se cuece en el mundo de las tendencias, sabe de antemano que cuanto más famosa seas, más  menos probabilidades habrá de que utilices medias en invierno.
Sin medias
El 'front row' neoyorquino lo tiene claro: NO a las medias (aunque en la calle esté nevando).
Foto: Getty
Las chicas de hoy en día saben (y lamentan) que las famosas viven sin miedo al frío y a la congelación.
 Que antes muertas que cubrirse con unos panties para pisar la alfombra roja. Anonadadas nos quedamos el pasado mes de febrero cuando comprobamos cómo en la semana de la moda de Nueva York, azotada por un ola de frío con temperaturas bajo cero, las editoras más reputadas y las famosas de turno decidieron ponerse de acuerdo y ser alérgicas al nylon. Inaudito
Nueva York con centímetros de nieve en sus aceras y ellas correteando de desfile en desfile con sus tacones de aguja y sus piernas (perfectas) al desnudo. "Las he visto con mis propios ojos, con sus piernas bronceadas y con sus botas de Alexander McQueen en pleno febrero en Manhattan, mientras mi rostro se congelaba por el frío de pasar cinco minutos en la calle
. Son mujeres tan místicas como los unicornios, sólo que ellas son criaturas de carne y hueso", explicaba la autora del polémico artículo para señalar con el dedo a las culpables de tal disparate de estilo.
Desde aquí nos rebelamos y queremos entonar un canto a la lógica y a la sensatez
. Decimos no a la hipotermia en pro de la estética.
 Mientras esos "místicos unicornios" del privilegiado mundo de la moda y la fama establecen un protocolo de estilo, recordamos que también existen chicas de hoy en día que no tienen las piernas perfectas y torneadas.
 Chicas que abrazan con ahínco y ternura a sus medias opacas.
Esa prenda que te salva de la congelación, esa prenda térmica que te ayuda a no vivir subyugada a una depilación perenne y a tener que (intentar) lucir unas piernas perfectas durante 6 meses al año.
 ¿Qué cuándo es socialmente aceptable vestir un par de medias opacas? Cuanto antes, mejor. Bendito frío.

front row Christian Siriano sin medias
La primera fila del 'show' Christian Siriano, repleto de piernas desnudas. Kelly Osbourne es la única que osa proteger sus pies con calcetines.



La magdalena de Proust era una tostada.................................................... Winston Manrique Sabogal

Unos manuscritos de sus borradores revelan las dudas del novelista francés.

 

El novelista Marcel Proust

Primero fue un pan tostado mezclado con miel, después una galleta tradicional, dura, y, finalmente, una magdalena, esos bizcochos blandos, de textura algodonada y ligeramente dulces.
 Esa fue la evolución de uno de los elementos clave de la literatura creados por Marcel Proust (1871-1922) en su ciclo narrativo En busca del tiempo perdido, cuyo primer volumen, Por el camino de Swan, se publicó el 14 de noviembre de 1913.
 Y esa metamorfosis del alimento que dispara los recuerdos involuntarios en el escritor francés para, a partir de ahí, contar el universo de su vida y viajar por los laberintos del Tiempo y la memoria, será publicada este juevesen Francia por Éditions des Saint-Pères.
Imagen facilitada por la editorial Éditions des Saint-Pères de los manuscritos.
La verdad es que la palabra magdalena, ya aparecía en un borrador de 1910, con el término de galleta. Marcel Proust, “pretendía cancelar la cómoda simplicidad del hecho de recordar; además aspiraba a procurar a un niño el cúmulo de preocupaciones e inquietudes neuróticas que podrían corresponder a un adulto sofisticado y consciente de sí mismo.
 Sin embargo, para él no bastaba con dejar constancia de la memoria, sino que pretendía brindar a la emoción que la envuelve las metáforas y los símiles más exquisitos
. Algunos de ellos eran sumamente rebuscados y complejos, pero brillantes en su minuciosidad, resultado de abundante reflexión y análisis”, escribió el autor irlandés Colm Tóibín, en este diario con motivo del centenario de la obra.

Así lo registró, para siempre, Proust, en Por el camino de Swan, la primera parte de su ciclo narrativo: “Hacía ya muchos años que, de Combray, cuanto no fuera el teatro y el drama de acostarme había dejado de existir para mí, cuando n día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío, me propuso tomar, contra mi costumbre, un poco de té.
 Me negué al principio pero, no sé por qué, cambié de idea.
 Mandó a buscar uno de esos bollos cortos y rollizos llamados pequeñas magdalenas que parecen haber sido moldeados dentro de la valva acanalada de una vieira.
 Y acto seguido, maquinalmente, abrumado por aquella jornada sombría y la perspectiva de un triste día siguiente, me llevé a los labios una cucharilla de té donde había dejado empaparse un trozo de magdalena.
 Pero en el instante mismo en que el trago mezclado con migas del bollo tocó mi paladar, me estremecí, atento a algo extraordinario que dentro de mí se producía.
 Un placer delicioso me había invadido, aislado, sin que tuviese la noción de su causa.
 De improviso se me habían vuelto indiferentes las vicisitudes de la vida, inofensivos sus desastres, ilusoria su brevedad, de la misma forma que opera el amor, colándome de una esencia preciosa; o mejor dicho, aquella esencia no estaba en mí, era yo mismo”.
Desengaño y belleza. En busca del tiempo perdido es la manera artística en que Marcel Proust (1871-1922) nos recuerda que todo es finito, que el universo y la perpetuidad están en los detalles y de que solo nuestras ilusiones y sueños pueden aspirar a la eternidad.
 Una obra que nos lleva por la ruta de la verdad real e inesperada.
 Gran conocedor del corazón y la razón de los lugares abisales de nuestra alma e identidad y de nuestros deseos desconocidos y dormidos pero atentos a despertar a la más leve señal
. Siete libros que nos muestran en un lenguaje convertido en arte la vida misma y, sobre todo, quiénes somos en realidad, qué queremos y anhelamos de verdad.
 Una lección magistral y cautivadora sobre el teatro que es la vida, sobre el simulacro que se necesita para que el mundo siga girando.
 A pesar, o gracias, a los corazones rotos.
Las tres versiones manuscritas están incluidas en un cofre de tres cuadernos Moleskine que publica el próximo jueves la editorial Éditions des Saint-Pères
 . Proust es considerado uno de los autores más influyentes de Francia del siglo XX y, en la actualidad, en Francia todavía utilizan la expresión "magdalena de Proust" para referirse a una señal sensorial provocada por un recuerdo.
 "Estos tres cuadernos que nunca antes se habían visto permiten volver sobre la genealogía literaria del momento más emblemático del universo proustiano", afirma la editorial en un comunicado.

20 oct 2015

Los misterios sin despejar en torno a la muerte de Asunta..................................... Silvia R. Pontevedra

Unas cuerdas sin ADN de la víctima o la posible ingesta de Orfidal el mes que no vivió con sus padres son algunas de las incógnitas que han quedado sin respuesta en el juicio.

 

La del asesinato de Asunta es una gran historia para una novela negra que, sin embargo, está sembrada de agujeros insondables y arenas movedizas
. La imaginación y las conjeturas hilan los retales de un relato fragmentado e incompleto que desemboca en unos supuestos criminales —los padres de la niña— cuyo verdadero móvil también sigue siendo una incógnita
. Así ha sido desde el principio, cuando el caso —aderezado con unas fotos familiares más o menos macabras— empezó a retransmitirse casi en directo, con sus verdades y unas cuantas delirantes mentiras, conformando una opinión pública difícil de cambiar
Y así sigue siendo ahora que el juicio a los dos acusados atraviesa su cuarta semana, camino de un final (el veredicto tras la deliberación del jurado popular) que probablemente llegue a mediados de la que viene.

Contra la madre de la niña, la abogada Rosario Porto, están sus propias contradicciones y los sucesivos cambios de versión
. Contra el padre, Alfonso Basterra, una serie de explicaciones que dio a los agentes antes de que estos se las pidieran.
 Además, sobre los muchos flecos que arrastra el caso se cierne una aplastante certeza: la pequeña compostelana, muerta por asfixia cuando estaba a punto de cumplir 13 años, había ingerido aquel sábado, 21 de septiembre de 2013, al menos 27 comprimidos de Orfidal y estaba intoxicada.
 Si esto fuera poco, los análisis de su pelo revelaron un "consumo repetitivo" durante los últimos meses tanto de este fármaco, cuyo principio activo es el lorazepam, como de otro ansiolítico, el nordiazepam.
A partir de aquí ya se plantean dudas.
 No existe una conclusión segura sobre el tiempo que la niña llevaba siendo sedada.
 Todo depende de la velocidad con la que le creciera el pelo —ha explicado esta mañana personal del Instituto Nacional de Toxicología—, algo que en el ser humano, sea niño o adulto, puede variar "entre los 0,5 y los dos centímetros al mes".
 Para hacer una aproximación, los toxicólogos que trabajaron en el caso toman como referencia una media de un centímetro.
 Pero no cuentan con el último mes de vida para su análisis, porque el forense cortó el cabello de Asunta "a un centímetro de la raíz" durante la autopsia.
 Septiembre y unos días de agosto, por tanto, quedarían fuera de los análisis.
Desde ese momento, contando hacia atrás en el tiempo, se detecta ese consumo "repetitivo".
 Si a la víctima le crecía el pelo muy rápido, podía estar ingiriendo ansiolíticos desde hacía seis meses.
 Si, por el contrario, apenas le medraba la melena, habría tomado lorazepam y nordiazepam durante mes y medio.
 La abogada del padre acusado, Alfonso Basterra, ha llamado este martes la atención sobre el hecho de que estas estimaciones (que solo son eso, estimaciones) comprendan la primera mitad del mes de agosto, cuando la cría pasaba las vacaciones en la playa, a 59 kilómetros de sus padres.

Las cuerdas anaranjadas

No obstante, la mayor duda del caso se planteó el viernes de la semana pasada, cuando declararon en calidad de peritos seis guardias civiles, miembros del laboratorio químico de Criminalística.
 Aparte del lorazepam, el principal indicio con el que contaron los investigadores fueron las tres cuerdas de color naranja que aparecieron junto al cadáver.
 La pequeña presentaba marcas de ataduras en un brazo y las dos piernas. Y en el chalé familiar donde supuestamente fue asfixiada cuando el Orfidal le impedía defenderse se halló una más, arrojada en una papelera que la madre, supuestamente, intentó ocultar a un teniente.
Los investigadores concluyeron que los cabos de la pista forestal donde se halló el cuerpo eran semejantes "en composición química y propiedades físicas" al cordel de la casa, pero nunca se pudo confirmar que procediesen de la misma bobina.
 Aunque lo verdaderamente llamativo no es eso, sino el hecho de que no apareciese ningún rastro de ADN en ellas.
 La persona que abandonó el cadáver de Asunta en la pista forestal podría usar guantes. 
Pero las cuerdas rozaban la piel de la chiquilla, la apretaban hasta dejarle marcas visibles. 
Y su perfil genético tampoco estaba. 
No es fácil de entender que un asesino que se tome el trabajo de limpiar minuciosamente unas cuerdas se las deje luego olvidadas junto a la víctima.
Los agentes que revelaron este dato sorprendente son los mismos que negaron haber contaminado dos diminutos recortes de la camiseta de Asunta con semen que custodiaban por otro caso en su laboratorio de Madrid. 
Y también los mismos que no tuvieron más remedio que admitir que otro recorte, el clasificado con el número 10, presentaba ADN de un miembro de su equipo mezclado con el de la víctima, esta vez sí, por una contaminación que entra dentro de lo normal.

Orfidal, durante o después

Los toxicólogos que intervinieron en diferentes sesiones del juicio tampoco pudieron confirmar si la menor tomó el lorazepam que la sedó durante la comida con sus padres o después, disuelto en algún líquido y quizás en varias tomas.
 Se sabe que murió unas "tres o cuatro horas" después de ingerir un revuelto de champiñones y bacon que digirió a medias, y que en su contenido gástrico todavía quedaba ansiolítico que no había llegado a la sangre.
 Pero a fecha de hoy no existen elementos para confirmar o desmentir que Basterra, que cocinaba a diario para su exesposa y su hija, aprovechase el almuerzo para camuflar la droga.
Esta era la sospecha por la que el juez ordenó su detención en la tarde del 25 de septiembre, cuando llegaron las primeras analíticas que revelaron la ingesta masiva de pastillas
. Más adelante, se comprobó que el padre de Asunta había comprado Orfidal en la farmacia próxima a su casa.
 Pero el psiquiatra había pautado este fármaco a Rosario Porto.

El móvil de Basterra

Durante el juicio, también han quedado patentes otras dos contradicciones que benefician al padre, acusado junto a su exesposa de este crimen que ha conmocionado al país.
 En primer lugar, está el tique de compra en el que se basa una testigo para afirmar que aquella tarde lo vio caminando por la calle con Asunta.
La chica, que se declara convencida del hecho, toma como referencia la hora del justificante de compra de unas zapatillas Vans para situar en el tiempo su recuerdo. 
Pero esto solo puede ser si la caja registradora estaba adelantada, porque a la hora que marca el tique Asunta iba en coche con su madre, y una cámara urbana que sí estaba en punto retrataba el Mercedes verde.
El otro dato que refuerza la coartada de Basterra, que asegura no haber salido de casa en toda aquella tarde, es el del posicionamiento de su móvil a la hora en que, según creen los investigadores, era trasladado el cadáver a la pista forestal.
 A las nueve menos cuarto de la tarde, los repetidores registran una conexión desde el teléfono del padre, y lo sitúan en su apartamento de Santiago, a unos 12 kilómetros del camino donde fue descubierto el cuerpo de madrugada
. A las 20.45, Rosario Porto abandonaba el chalé a bordo de su automóvil.
 Según le dijo ella a un vecino, iba "con prisa" porque había dejado "a la niña sola".

Quiénes depositaron el cadáver

Un matrimonio que vive en el lugar de Feros (municipio de Teo), a pocos metros del talud lateral en el que fue depositada la víctima, asegura que a medianoche pasó tres veces junto al punto donde teóricamente estaba ya el cadáver y no lo vio.
 "Yo no soy Dios", testificó el hombre, "pero para mí que la niña allí no estaba".
 En esos momentos, hacía bastante tiempo que los padres de Asunta habían denunciado la desaparición de su hija en la comisaría de la policía nacional, y habían vuelto al piso de la madre, acompañados por agentes.
 Solo podrían haber dejado el cuerpo horas antes. 
Un policía declaró en los primeros días del juicio que, caminando juntos por la calle, aquella noche Basterra llegó a confesarle cuál era la sospecha que le rondaba la cabeza: "Creo que mi hija va a aparecer muerta... Pero no se lo comente a la madre".

El ordenador visto y no visto

No hay fotos que puedan demostrar que el ordenador de Basterra estaba escondido, o faltaba de la casa, la primera vez que la Guardia Civil registró su apartamento.
 Los agentes aseguran que no lo vieron, pero reconocen que entonces tampoco lo buscaban.
 Y los dos hermanos del acusado, presentes para el funeral de su sobrina, insisten en que siempre estuvo posado en la misma esquina del pasillo de entrada, en el suelo, junto a la caja del radiador
. La investigación concluyó en su momento que el padre de Asunta encomendó a alguien ocultar el aparato y borrar archivos, manipularlo de alguna manera para eliminar pistas sobre algún aspecto de su vida, algún rastro que no debía ser encontrado.
A los tres meses, en un último registro, el ordenador del periodista apareció dentro de su funda. Además de otros muchos que seguían guardados en sus carpetas, había medio millón de archivos borrados que pudieron ser recuperados por el departamento de ingeniería de la Guardia Civil. Abundaban las páginas porno, pero no se halló ninguna búsqueda "sobre fármacos" ni nada "relacionado con el crimen".
 Los agentes no encontraron ninguna prueba de que el disco duro hubiese sido "cambiado o alterado".

El intruso en la noche de julio

Probablemente jamás llegará a saberse lo que pasó, o no pasó, en la madrugada del 5 de julio de 2013.
 Tanto Asunta como su madre contaron a personas cercanas que un hombre de estatura baja, vestido con ropas oscuras, la cara tapada y guantes de látex entró mientras dormían en su piso e intentó estrangular a la cría. 
"Esta noche me intentaron matar", aseguró la pequeña a unos amigos al día siguiente.
 La madre, que aquel 5 de julio acababa de salir del hospital por un brote de lupus asociado a una depresión, declaró que después llamó a la ferretería para cambiar la cerradura.
 Pero el ferretero solo tiene constancia de haberla cambiado el 9 de enero, tras la separación de Porto y Basterra.
 El testigo recuerda que en aquella ocasión la acusada dijo que "había demasiada gente con llave" del piso y que se habían querido "llevar a la niña".

La risa desnuda................................................................................María Ramiro Martín

Audrey Hepburn y Mel Ferrer en un descanso del rodaje de Una cara con ángel. Fotografía: Cordon Press
Audrey Hepburn y Mel Ferrer en un descanso del rodaje de Una cara con ángel. Fotografía: Cordon Press
Una de las formas más tontas de sentirse desnudo es ante nuestra propia inseguridad.
 Por ejemplo, cuando conocemos a alguien especial, y solo se nos ocurre contar un chiste malo.
 La emoción del momento nos lleva a contar uno de esos chistes cortos y simples, esos que a nosotros nos hacen llorar de la risa pero que dejan a los demás con una gota en la frente y una expresión confusa.
Puede que en cierta manera la otra persona haya pensado que aquello nos hace adorables, pero lo más probable es que nosotros queramos que nos trague la tierra en ese mismo momento.
 Que no cunda el pánico, al menos no estamos solos: el ridículo es un sentimiento muy universal. Cuentan una anécdota muy divertida de Ronald Reagan ocurrida en uno de sus viajes a Japón, en el que tuvo que dar una conferencia, acompañado —lógicamente— de su traductor
. En el momento de su charla hacía una broma, y los japoneses estallaron en carcajadas.
 Al final del discurso, Reagan se acercó al traductor para felicitarle por su buen hacer incluso con algo complicado como es hacer reír, a lo que este respondió: «Solo dije que usted había contado un chiste».
En Japón no existen los chistes.
Podemos imaginar esa gota de sudor cayendo por el lateral de la frente del entonces presidente de los Estados Unidos.
 Ese vacío, esa sensación.  
Lo curioso es que aunque es el ridículo —y no el sentido del humor— lo que es universal, se sorprenderían al saber que es justo lo que más gracia les hace a los japoneses. 
Lo que para un occidental es vergüenza ajena, para ellos es motivo de un programa de televisión en prime time. Pura comedia.
Para Yasutaka Tsutsui el humor florece de lo más corrosivo y vergonzoso del ser humano. Y en este caso, cuanto más, mejor.
Quizá este japonés les suene por ser el escritor de Paprika, llevada al cine por Shatosi Kon en 2006. Solo él, apasionado de la ciencia y de los múltiples envoltorios de la mente, es capaz de infiltrarse con sus palabras en los sueños, en los sueños de los sueños que se sueñan dentro de otros sueños y sobre cómo realidad y sueño se confunden y se mezclan.
 Precisamente por esto son deudoras películas como Matrix o Inception, de Christopher Nolan. Pero Tsutsui ya llevaba practicando estos viajes oníricos desde hace mucho, incluso de la forma más tierna, como en La chica que viajaba a través del tiempo.

La risa desnuda

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Audrey Hepburn y Mel Ferrer en un descanso del rodaje de Una cara con ángel. Fotografía: Cordon Press
Audrey Hepburn y Mel Ferrer en un descanso del rodaje de Una cara con ángel. Fotografía: Cordon Press
Una de las formas más tontas de sentirse desnudo es ante nuestra propia inseguridad. Por ejemplo, cuando conocemos a alguien especial, y solo se nos ocurre contar un chiste malo. La emoción del momento nos lleva a contar uno de esos chistes cortos y simples, esos que a nosotros nos hacen llorar de la risa pero que dejan a los demás con una gota en la frente y una expresión confusa.
Puede que en cierta manera la otra persona haya pensado que aquello nos hace adorables, pero lo más probable es que nosotros queramos que nos trague la tierra en ese mismo momento. Que no cunda el pánico, al menos no estamos solos: el ridículo es un sentimiento muy universal. Cuentan una anécdota muy divertida de Ronald Reagan ocurrida en uno de sus viajes a Japón, en el que tuvo que dar una conferencia, acompañado —lógicamente— de su traductor. En el momento de su charla hacía una broma, y los japoneses estallaron en carcajadas. Al final del discurso, Reagan se acercó al traductor para felicitarle por su buen hacer incluso con algo complicado como es hacer reír, a lo que este respondió: «Solo dije que usted había contado un chiste».
En Japón no existen los chistes.
Podemos imaginar esa gota de sudor cayendo por el lateral de la frente del entonces presidente de los Estados Unidos. Ese vacío, esa sensación.  
Lo curioso es que aunque es el ridículo —y no el sentido del humor— lo que es universal, se sorprenderían al saber que es justo lo que más gracia les hace a los japoneses. Lo que para un occidental es vergüenza ajena, para ellos es motivo de un programa de televisión en prime time. Pura comedia.
Para Yasutaka Tsutsui el humor florece de lo más corrosivo y vergonzoso del ser humano. Y en este caso, cuanto más, mejor.
Quizá este japonés les suene por ser el escritor de Paprika, llevada al cine por Shatosi Kon en 2006. Solo él, apasionado de la ciencia y de los múltiples envoltorios de la mente, es capaz de infiltrarse con sus palabras en los sueños, en los sueños de los sueños que se sueñan dentro de otros sueños y sobre cómo realidad y sueño se confunden y se mezclan. Precisamente por esto son deudoras películas como Matrix o Inception, de Christopher Nolan. Pero Tsutsui ya llevaba practicando estos viajes oníricos desde hace mucho, incluso de la forma más tierna, como en La chica que viajaba a través del tiempo.
Hay en Tsutsui también un absurdo y una irreverencia únicas que le hacen merecedor de tantos premios recibidos a lo largo de su carrera. Su versión más mutante y afterpop sobre todo la encontramos en sus cuentos.
Estoy desnudo (Atalanta, 2009) es una recopilación de relatos para leer cuando nada ni nadie le entienda, o cuando esté en uno de esos «días rojos» que decía Audrey Hepburn en los que se tiene miedo y no se sabe por qué. Y no precisamente porque vayamos a desternillarnos de risa, más bien nos ocurrirá encontrarnos de repente compadeciéndonos del protagonista del relato ante el cúmulo de despropósitos que en cuestión de instantes se le acumulan. Nos reiremos, sí, pero nos sentiremos también ajenos, un poco cómplices como espectadores de su fracaso, más calmados con nuestra propia suerte.
Descubrirán entonces un mundo desconocido. Otro orden de cosas. Un código que se lee pero no se interioriza, y que, sin embargo, sorprende y cuestiona y nos refresca por dentro, porque no hay nada mejor que la ilusión de saber que no todo está escrito: que queda mundo por recorrer, noches para beber, sueños que realizar. Y entonces se les escapará una sonrisa.
Audrey Hepburn y Mel Ferrer, antes de salir al escenario para interpretar Ondina (1954) Fotografía: Corbis
Audrey Hepburn y Mel Ferrer antes de salir al escenario para interpretar Ondina (1954) Fotografía: Corbis