Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

20 oct 2015

La risa desnuda................................................................................María Ramiro Martín

Audrey Hepburn y Mel Ferrer en un descanso del rodaje de Una cara con ángel. Fotografía: Cordon Press
Audrey Hepburn y Mel Ferrer en un descanso del rodaje de Una cara con ángel. Fotografía: Cordon Press
Una de las formas más tontas de sentirse desnudo es ante nuestra propia inseguridad.
 Por ejemplo, cuando conocemos a alguien especial, y solo se nos ocurre contar un chiste malo.
 La emoción del momento nos lleva a contar uno de esos chistes cortos y simples, esos que a nosotros nos hacen llorar de la risa pero que dejan a los demás con una gota en la frente y una expresión confusa.
Puede que en cierta manera la otra persona haya pensado que aquello nos hace adorables, pero lo más probable es que nosotros queramos que nos trague la tierra en ese mismo momento.
 Que no cunda el pánico, al menos no estamos solos: el ridículo es un sentimiento muy universal. Cuentan una anécdota muy divertida de Ronald Reagan ocurrida en uno de sus viajes a Japón, en el que tuvo que dar una conferencia, acompañado —lógicamente— de su traductor
. En el momento de su charla hacía una broma, y los japoneses estallaron en carcajadas.
 Al final del discurso, Reagan se acercó al traductor para felicitarle por su buen hacer incluso con algo complicado como es hacer reír, a lo que este respondió: «Solo dije que usted había contado un chiste».
En Japón no existen los chistes.
Podemos imaginar esa gota de sudor cayendo por el lateral de la frente del entonces presidente de los Estados Unidos.
 Ese vacío, esa sensación.  
Lo curioso es que aunque es el ridículo —y no el sentido del humor— lo que es universal, se sorprenderían al saber que es justo lo que más gracia les hace a los japoneses. 
Lo que para un occidental es vergüenza ajena, para ellos es motivo de un programa de televisión en prime time. Pura comedia.
Para Yasutaka Tsutsui el humor florece de lo más corrosivo y vergonzoso del ser humano. Y en este caso, cuanto más, mejor.
Quizá este japonés les suene por ser el escritor de Paprika, llevada al cine por Shatosi Kon en 2006. Solo él, apasionado de la ciencia y de los múltiples envoltorios de la mente, es capaz de infiltrarse con sus palabras en los sueños, en los sueños de los sueños que se sueñan dentro de otros sueños y sobre cómo realidad y sueño se confunden y se mezclan.
 Precisamente por esto son deudoras películas como Matrix o Inception, de Christopher Nolan. Pero Tsutsui ya llevaba practicando estos viajes oníricos desde hace mucho, incluso de la forma más tierna, como en La chica que viajaba a través del tiempo.

La risa desnuda

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Audrey Hepburn y Mel Ferrer en un descanso del rodaje de Una cara con ángel. Fotografía: Cordon Press
Audrey Hepburn y Mel Ferrer en un descanso del rodaje de Una cara con ángel. Fotografía: Cordon Press
Una de las formas más tontas de sentirse desnudo es ante nuestra propia inseguridad. Por ejemplo, cuando conocemos a alguien especial, y solo se nos ocurre contar un chiste malo. La emoción del momento nos lleva a contar uno de esos chistes cortos y simples, esos que a nosotros nos hacen llorar de la risa pero que dejan a los demás con una gota en la frente y una expresión confusa.
Puede que en cierta manera la otra persona haya pensado que aquello nos hace adorables, pero lo más probable es que nosotros queramos que nos trague la tierra en ese mismo momento. Que no cunda el pánico, al menos no estamos solos: el ridículo es un sentimiento muy universal. Cuentan una anécdota muy divertida de Ronald Reagan ocurrida en uno de sus viajes a Japón, en el que tuvo que dar una conferencia, acompañado —lógicamente— de su traductor. En el momento de su charla hacía una broma, y los japoneses estallaron en carcajadas. Al final del discurso, Reagan se acercó al traductor para felicitarle por su buen hacer incluso con algo complicado como es hacer reír, a lo que este respondió: «Solo dije que usted había contado un chiste».
En Japón no existen los chistes.
Podemos imaginar esa gota de sudor cayendo por el lateral de la frente del entonces presidente de los Estados Unidos. Ese vacío, esa sensación.  
Lo curioso es que aunque es el ridículo —y no el sentido del humor— lo que es universal, se sorprenderían al saber que es justo lo que más gracia les hace a los japoneses. Lo que para un occidental es vergüenza ajena, para ellos es motivo de un programa de televisión en prime time. Pura comedia.
Para Yasutaka Tsutsui el humor florece de lo más corrosivo y vergonzoso del ser humano. Y en este caso, cuanto más, mejor.
Quizá este japonés les suene por ser el escritor de Paprika, llevada al cine por Shatosi Kon en 2006. Solo él, apasionado de la ciencia y de los múltiples envoltorios de la mente, es capaz de infiltrarse con sus palabras en los sueños, en los sueños de los sueños que se sueñan dentro de otros sueños y sobre cómo realidad y sueño se confunden y se mezclan. Precisamente por esto son deudoras películas como Matrix o Inception, de Christopher Nolan. Pero Tsutsui ya llevaba practicando estos viajes oníricos desde hace mucho, incluso de la forma más tierna, como en La chica que viajaba a través del tiempo.
Hay en Tsutsui también un absurdo y una irreverencia únicas que le hacen merecedor de tantos premios recibidos a lo largo de su carrera. Su versión más mutante y afterpop sobre todo la encontramos en sus cuentos.
Estoy desnudo (Atalanta, 2009) es una recopilación de relatos para leer cuando nada ni nadie le entienda, o cuando esté en uno de esos «días rojos» que decía Audrey Hepburn en los que se tiene miedo y no se sabe por qué. Y no precisamente porque vayamos a desternillarnos de risa, más bien nos ocurrirá encontrarnos de repente compadeciéndonos del protagonista del relato ante el cúmulo de despropósitos que en cuestión de instantes se le acumulan. Nos reiremos, sí, pero nos sentiremos también ajenos, un poco cómplices como espectadores de su fracaso, más calmados con nuestra propia suerte.
Descubrirán entonces un mundo desconocido. Otro orden de cosas. Un código que se lee pero no se interioriza, y que, sin embargo, sorprende y cuestiona y nos refresca por dentro, porque no hay nada mejor que la ilusión de saber que no todo está escrito: que queda mundo por recorrer, noches para beber, sueños que realizar. Y entonces se les escapará una sonrisa.
Audrey Hepburn y Mel Ferrer, antes de salir al escenario para interpretar Ondina (1954) Fotografía: Corbis
Audrey Hepburn y Mel Ferrer antes de salir al escenario para interpretar Ondina (1954) Fotografía: Corbis


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