La del
asesinato de Asunta
es una gran historia para una novela negra que, sin embargo, está
sembrada de agujeros insondables y arenas movedizas
. La imaginación y
las conjeturas hilan los retales de un relato fragmentado e incompleto
que desemboca en unos supuestos criminales —los padres de la niña— cuyo
verdadero móvil también sigue siendo una incógnita
. Así ha sido desde el
principio, cuando el caso —aderezado con unas fotos familiares más o
menos macabras— empezó a retransmitirse casi en directo, con sus
verdades y unas cuantas delirantes mentiras, conformando una
opinión pública difícil de cambiar.
Y así sigue siendo ahora que
el juicio a los dos acusados
atraviesa su cuarta semana, camino de un final (el veredicto tras la
deliberación del jurado popular) que probablemente llegue a mediados de
la que viene.
. Contra el padre, Alfonso Basterra,
una serie de explicaciones que dio a los agentes antes de que estos se
las pidieran.
Además, sobre los muchos flecos que arrastra el caso se
cierne una aplastante certeza: la pequeña compostelana, muerta por
asfixia cuando estaba a punto de cumplir 13 años, había ingerido aquel
sábado, 21 de septiembre de 2013,
al menos 27 comprimidos de Orfidal y estaba intoxicada.
Si esto fuera poco, los análisis de su pelo revelaron un "consumo
repetitivo" durante los últimos meses tanto de este fármaco, cuyo
principio activo es el lorazepam, como de otro ansiolítico, el
nordiazepam.
A partir de aquí ya se plantean dudas.
No existe una
conclusión segura sobre el tiempo que la niña llevaba siendo sedada.
Todo depende de la velocidad con la que le creciera el pelo —ha
explicado esta mañana personal del Instituto Nacional de Toxicología—,
algo que en el ser humano, sea niño o adulto, puede variar "entre los
0,5 y los dos centímetros al mes".
Para hacer una aproximación, los
toxicólogos que trabajaron en el caso toman como referencia una media de
un centímetro.
Pero no cuentan con el último mes de vida para su
análisis, porque el forense cortó el cabello de Asunta "a un centímetro
de la raíz" durante la autopsia.
Septiembre y unos días de agosto, por
tanto, quedarían fuera de los análisis.
Desde ese momento, contando hacia atrás en el tiempo,
se detecta ese consumo "repetitivo".
Si a la víctima le crecía el pelo
muy rápido, podía estar ingiriendo ansiolíticos desde hacía seis meses.
Si, por el contrario, apenas le medraba la melena, habría tomado
lorazepam y nordiazepam durante mes y medio.
La abogada del padre
acusado,
Alfonso Basterra,
ha llamado este martes la atención sobre el hecho de que estas
estimaciones (que solo son eso, estimaciones) comprendan la primera
mitad del mes de agosto, cuando la cría pasaba las vacaciones en la
playa, a 59 kilómetros de sus padres.
Las cuerdas anaranjadas
Aparte del lorazepam, el
principal indicio con el que contaron los investigadores fueron las tres
cuerdas de color naranja que aparecieron junto al cadáver.
La pequeña
presentaba marcas de ataduras en un brazo y las dos piernas. Y en el
chalé familiar donde supuestamente fue asfixiada cuando el Orfidal le
impedía defenderse se halló una más, arrojada en una papelera que la
madre, supuestamente, intentó ocultar a un teniente.
Los investigadores concluyeron que los cabos de la
pista forestal donde se halló el cuerpo eran semejantes "en composición
química y propiedades físicas" al cordel de la casa, pero nunca se pudo
confirmar que procediesen de la misma bobina.
Aunque lo verdaderamente
llamativo no es eso, sino el hecho de que no apareciese ningún rastro de
ADN en ellas.
La persona que abandonó el cadáver de Asunta en la pista
forestal podría usar guantes.
Pero las cuerdas rozaban la piel de la
chiquilla, la apretaban hasta dejarle marcas visibles.
Y su perfil
genético tampoco estaba.
No es fácil de entender que un asesino que se
tome el trabajo de limpiar minuciosamente unas cuerdas se las deje luego
olvidadas junto a la víctima.
Y también
los mismos que no tuvieron más remedio que admitir que otro recorte, el
clasificado con el número 10, presentaba ADN de un miembro de su equipo
mezclado con el de la víctima, esta vez sí, por una contaminación que
entra dentro de lo normal.
Orfidal, durante o después
Los toxicólogos que intervinieron en diferentes
sesiones del juicio tampoco pudieron confirmar si la menor tomó el
lorazepam que la sedó durante la comida con sus padres o después,
disuelto en algún líquido y quizás en varias tomas.
Se sabe que murió
unas "tres o cuatro horas" después de ingerir un revuelto de champiñones
y bacon que digirió a medias, y que en su contenido gástrico
todavía quedaba ansiolítico que no había llegado a la sangre.
Pero a
fecha de hoy no existen elementos para confirmar o desmentir que
Basterra, que cocinaba a diario para su exesposa y su hija, aprovechase
el almuerzo para camuflar la droga.
Esta era la sospecha por la que el juez ordenó su
detención en la tarde del 25 de septiembre, cuando llegaron las primeras
analíticas que revelaron la ingesta masiva de pastillas
. Más adelante,
se comprobó que el padre de Asunta había comprado Orfidal en la farmacia
próxima a su casa.
Pero el psiquiatra había pautado este fármaco a
Rosario Porto.
El móvil de Basterra
Durante el juicio, también han quedado patentes otras
dos contradicciones que benefician al padre, acusado junto a su
exesposa de este crimen que ha conmocionado al país.
La chica, que se declara convencida del hecho, toma como
referencia la hora del justificante de compra de unas zapatillas Vans
para situar en el tiempo su recuerdo.
El otro dato que refuerza la coartada de Basterra,
que asegura no haber salido de casa en toda aquella tarde, es el del
posicionamiento de su móvil a la hora en que, según creen los
investigadores, era trasladado el cadáver a la pista forestal.
A las
nueve menos cuarto de la tarde, los repetidores registran una conexión
desde el teléfono del padre, y lo sitúan en su apartamento de Santiago, a
unos 12 kilómetros del camino donde fue descubierto el cuerpo de
madrugada
. A las 20.45, Rosario Porto abandonaba el chalé a bordo de su
automóvil.
Según le dijo ella a un vecino, iba "con prisa" porque había
dejado "a la niña sola".
Quiénes depositaron el cadáver
Un matrimonio que vive en el lugar de Feros
(municipio de Teo), a pocos metros del talud lateral en el que fue
depositada la víctima, asegura que a medianoche pasó tres veces junto al
punto donde teóricamente estaba ya el cadáver y no lo vio.
"Yo no soy
Dios", testificó el hombre, "pero para mí que la niña allí no estaba".
Solo podrían haber dejado el cuerpo
horas antes.
Un policía declaró en los primeros días del juicio que,
caminando juntos por la calle, aquella noche Basterra llegó a confesarle
cuál era la sospecha que le rondaba la cabeza: "Creo que mi hija va a
aparecer muerta... Pero no se lo comente a la madre".
El ordenador visto y no visto
No hay fotos que puedan demostrar que el ordenador de
Basterra estaba escondido, o faltaba de la casa, la primera vez que la
Guardia Civil registró su apartamento.
Los agentes aseguran que no lo
vieron, pero reconocen que entonces tampoco lo buscaban.
Y los dos
hermanos del acusado, presentes para el funeral de su sobrina, insisten
en que siempre estuvo posado en la misma esquina del pasillo de entrada,
en el suelo, junto a la caja del radiador
A los tres meses, en un último registro, el ordenador
del periodista apareció dentro de su funda. Además de otros muchos que
seguían guardados en sus carpetas, había medio millón de archivos
borrados que pudieron ser recuperados por el departamento de ingeniería
de la Guardia Civil. Abundaban las páginas porno, pero no se halló
ninguna búsqueda "sobre fármacos" ni nada "relacionado con el crimen".
Los agentes no encontraron ninguna prueba de que el disco duro hubiese
sido "cambiado o alterado".
El intruso en la noche de julio
Probablemente jamás llegará a saberse lo que pasó, o
no pasó, en la madrugada del 5 de julio de 2013.
Tanto Asunta como su
madre contaron a personas cercanas que un hombre de estatura baja,
vestido con ropas oscuras, la cara tapada y guantes de látex entró
mientras dormían en su piso e intentó estrangular a la cría.
"Esta noche
me intentaron matar", aseguró la pequeña a unos amigos al día
siguiente.
La madre, que aquel 5 de julio acababa de salir del hospital
por un brote de lupus asociado a una depresión, declaró que después
llamó a la ferretería para cambiar la cerradura.
Pero el ferretero solo
tiene constancia de haberla cambiado el 9 de enero, tras la separación
de Porto y Basterra.
El testigo recuerda que en aquella ocasión la
acusada dijo que "había demasiada gente con llave" del piso y que se
habían querido "
llevar a la niña".