23 sept 2015
Por qué algunos amigos nos borran de su Facebook................................. Iñaki De la Torre Calvo
Es algo que, según el propio Facebook (datos de 2014), le ha ocurrido
al menos al 63% de sus usuarios: nos han borrado de la lista de amigos
alguna vez o varias.
Hacemos como que no nos molesta, y de hecho lo practicamos creyendo que el expulsado tampoco lo va a añorar, pero lo cierto es que siempre nos pica un poco; o si hemos sido nosotros los que nos hemos desligado, no es raro que recibamos algún comentario agrio del interesado.
Los porqués son variopintos y las investigaciones y experimentos son variados.
Y lo cierto es que todos ellos arrojan razones muy mundanas y bastante concretas.
Las últimas conclusiones las acaba de publicar la Universidad de Cambridge, a quien Facebook ha facilitado algunos datos desligados de sus nombres para preservar su intimidad
. En ellas, la cuestión solamente se aborda tangencialmente, ya que más bien se centran en quiénes son las personas seleccionadas para ser nuestros colegas en Facebook.
Y la conclusión es clara: cuanto más adinerados somos, menos amigos tenemos porque dependemos menos de la ayuda de otros (es una trasposición de la vieja dinámica de la tribu que permanece unida para colaborar y sobrevirir). Otra de las conclusiones del estudio habla de que, contra lo que pueda parecer, las personas de clases más acomodadas (supuestamente más viajadas) son las que menos amigos de otras nacionalidades tienen.
Su afán era, en parte, saber cómo se forman y se destruyen los grupos sociales cuando todo lo que hay que hacer para trabar relación es un clic.
Pero ser amable, sonreír con un clic de aceptación de un amigo es fácil e incluso benévolo; en cambio, expulsar a alguien de tu círculo es una señal de rechazo un tanto violenta.
Después de contactar con más de 2.800 usuarios a través de Twitter (porque le permitía hablar con gente que desconocía para su experimento) logró que completasen sus test unos 1.500
. A todos les preguntó (desde diferentes ángulos) por qué habían retirado la amistad a algunas personas en Facebook.
Y las conclusiones fueron menos dolorosas y más mundanas de lo esperado. Los motivos, por orden de frecuencia eran estos:
.
Según Promotionalcodes.org.uk, el 11% se deshizo de alguna amistad porque tenía envidia de sus fotos de vacaciones (viniendo de una web así, la cosa huele a chamusquina). Pero, para el 15% de los encuestados, el motivo quizá más extensible a otros casos -y que no parece interesado para el negocio de esta empresa- fue que su amigo aceptaba demasiada gente que ni él mismo conocía. Eso revertía en que los encuestados mostraban sus fotos a gente desconocida y les permitía solicitarles amistad (si solo tenían la configuración de privacidad estándar activada).
Aunque quizá la investigación más graciosa al respecto (por su enfoque) fue aquella de la Brunel University de Londres en la que se concluía que era mejor no eliminar de nuestras amistades en Facebook a nuestras exparejas.
La psicóloga Tara C. Marshall quería saber cuánto sufren los hombres y mujeres de ver cómo continúa la vida de sus ex sin ellos.
Y concluyó que quienes más tardan en superar el trauma de la separación son aquellos que borran a sus exmaridos o mujeres, o exnovios y novias de su perfil.
Hacemos como que no nos molesta, y de hecho lo practicamos creyendo que el expulsado tampoco lo va a añorar, pero lo cierto es que siempre nos pica un poco; o si hemos sido nosotros los que nos hemos desligado, no es raro que recibamos algún comentario agrio del interesado.
Los porqués son variopintos y las investigaciones y experimentos son variados.
Y lo cierto es que todos ellos arrojan razones muy mundanas y bastante concretas.
Las últimas conclusiones las acaba de publicar la Universidad de Cambridge, a quien Facebook ha facilitado algunos datos desligados de sus nombres para preservar su intimidad
. En ellas, la cuestión solamente se aborda tangencialmente, ya que más bien se centran en quiénes son las personas seleccionadas para ser nuestros colegas en Facebook.
Y la conclusión es clara: cuanto más adinerados somos, menos amigos tenemos porque dependemos menos de la ayuda de otros (es una trasposición de la vieja dinámica de la tribu que permanece unida para colaborar y sobrevirir). Otra de las conclusiones del estudio habla de que, contra lo que pueda parecer, las personas de clases más acomodadas (supuestamente más viajadas) son las que menos amigos de otras nacionalidades tienen.
Motivos para eliminarnos de sus vidas
Hasta la fecha, el estudio más directo sobre por qué perdemos amigos lo realizó el sociólogo Christopher Sibona en 2014 para la Universidad de Colorado en Denver.Su afán era, en parte, saber cómo se forman y se destruyen los grupos sociales cuando todo lo que hay que hacer para trabar relación es un clic.
Pero ser amable, sonreír con un clic de aceptación de un amigo es fácil e incluso benévolo; en cambio, expulsar a alguien de tu círculo es una señal de rechazo un tanto violenta.
Después de contactar con más de 2.800 usuarios a través de Twitter (porque le permitía hablar con gente que desconocía para su experimento) logró que completasen sus test unos 1.500
. A todos les preguntó (desde diferentes ángulos) por qué habían retirado la amistad a algunas personas en Facebook.
Y las conclusiones fueron menos dolorosas y más mundanas de lo esperado. Los motivos, por orden de frecuencia eran estos:
- Postear demasiadas veces cosas demasiado poco intrascendentes.
- Escribir opiniones muy polarizadas sobre política, religión u otras cuestiones sensibles.
- Ser directamente desagradables, por ejemplo, realizando comentarios racistas, sexistas, soeces…
- Retransmitir su vida privada hasta la saciedad: qué desayunan, qué ha dicho su mujer o marido al llegar a casa, ingentes fotos inútiles de sus hijos y otras intimidades nada morbosas (porque si lo fueran quizá otro gallo les cantara).
.
Amigos de amigos… y exnovios
Si buscamos encuestas más livianas (o directamente sesgadas) damos con la que realizó también el pasado año un portal británico de ofertas online, y encontramos un poco más de bajo instinto.Según Promotionalcodes.org.uk, el 11% se deshizo de alguna amistad porque tenía envidia de sus fotos de vacaciones (viniendo de una web así, la cosa huele a chamusquina). Pero, para el 15% de los encuestados, el motivo quizá más extensible a otros casos -y que no parece interesado para el negocio de esta empresa- fue que su amigo aceptaba demasiada gente que ni él mismo conocía. Eso revertía en que los encuestados mostraban sus fotos a gente desconocida y les permitía solicitarles amistad (si solo tenían la configuración de privacidad estándar activada).
Aunque quizá la investigación más graciosa al respecto (por su enfoque) fue aquella de la Brunel University de Londres en la que se concluía que era mejor no eliminar de nuestras amistades en Facebook a nuestras exparejas.
La psicóloga Tara C. Marshall quería saber cuánto sufren los hombres y mujeres de ver cómo continúa la vida de sus ex sin ellos.
Y concluyó que quienes más tardan en superar el trauma de la separación son aquellos que borran a sus exmaridos o mujeres, o exnovios y novias de su perfil.
Recóndita Armonía ........................................................................................... Rubén Amón
Tudores, Borbones...y paparazzi
Por: Rubén Amón
Había tantos paparazzi como policías.
Proliferaban los esnobistas y los cortesanos, aunque la presencia de Felipe VI y de Letizia se “resintió” de la competencia de Isabel Preysler, de tal forma que la ópera en cuestión, “Roberto Devereux” (¿mandé?), quedó subordinada a un espacio gregario, al photocall, al trajín costumbrista del intermedio.
O lo hizo hasta que Mariella Devia, insistimos, se subió al trapecio para columpiarse con sus galones y sus resabios en el aria final, excitando a los melómanos genuinos -estaban en minoría- y proporcionando a la noche los honores que se merecía la música de Donizetti.
También él en minoría, sepultado por los cuchicheos.
Que si Esperanza Aguirre whtasappeaba durante la ópera. Y que si el anticristo, o sea, Manuela Carmena, celebraba cien días de gobierno municipal pisando con garbo la alfombra roja.
De cuestiones sociales hablamos acaso para sustraernos a las musicales
. Que no fueron de gran interés porque el maestro Bruno Campanella concibió una versión bastante convencional, incluso de una oscuridad premonitoria cuando hizo sonar el himno de España en presencia de los Reyes.
Nunca he sido partidario de introducir en el programa estas injerencias protocolarias.
Y no por subversión republicana, sino por convicciones musicales.
Más aún si el himno es tan desafortunado como el español y si la obra que lo sucede, como es el caso, comienza con una evocación explícita de “Dios salve a la reina”.
Lo introdujo Donizetti porque “Roberto Devereaux“ es un folletón tremendista que transcurre en el reinado de Isabel I, de tal manera que la inauguración operística del Real proporcionó o sobrentendió una mixtificación de símbolos monárquicos
. Había una reina, Letizia, en el palco.
Había una reina, Mariella Devia (Isabel I), en el escenario.
Y había una reina pagana en el patio de butacas.
Me refiero a Isabel Preysler, acompañada de Marío Vargas Llosa para dicha de los paparazzi que acordonaban el edificio, incitando la curiosidad de los vecinos y la multiplicación de smartphones al acecho.
Esperaron hasta el final de la ópera igual que un pelotón de fusilamiento.
Y se llevaron un exquisito botín, los revisteros, porque la ópera de Donizetti había concitado una fiesta de la alta sociedad, muchas veces desconcertada o desconcertante porque los advenedizos no sabían muy bien cuándo aplaudir ni cuándo callar.
Por eso las ovaciones finales garantizaron un consenso generoso y acrítico.
Tanto se aplaudían las prestaciones mediocres de algunos cantantes -se me ocurre el caso de Marco Caria- como se aclamaba por inercia al equipo escénico.
Empezando por Marco Berriel, cuya dramaturgia pobretona desaprovecha las buenas ideas conceptuales -la reina Isabel tejiendo una tela de araña en su reino de conspiraciones- para desconcertar a la audiencia con un grotesco final gore donde sobrevivió a su manera el carisma belcantístico de la Devia
. No puede decirse que se encuentre en la plenitud.
Sí puede decirse que su personalidad de diva antigua, su afinidad estética al repertorio expuesto y su oficio de soprano infalible redimieron un espectáculo que dio vuelo a la naturalidad de Silvia Tro Santafé y que puso en aprietos la reputación de Gregory Kunde.
Hago constar que soy muy partidario del tenor americano.
Y considero meritorio que su técnica le permita compaginar los roles dramáticos del repertorio -Otello, Eneas- con los personajes de tip-tap donitezziannos y bellinianos, pero mi impresión es que esta versatilidad no pareció esta noche demasiado evidente.
Su Devereux tuvo tanto arrojo y valentía como problemas en el fraseo, el legato y la homogeneidad de la voz
. Echamos de menos un tenor más distinguido y aristocrático, aunque no puede decirse que escaseara la sangre azul en el Teatro Real.
Ni las provocaciones accidentales, pues la ópera de Donizetti finaliza con una abdicación.
'Observada': cuidado con creer lo que leen y lo que les cuentan............................................Juan Carlos Galindo
La culpa, el silencio, los secretos y los prejuicios.
Con estos cuatro ingredientes básicos, Renée Knight construye la
narración de Observada, (Black Salamandra, traducción de Carlos Mayor) su primera novela, una hábil incursión en el terreno tan de moda del domestic noir.
Una mujer de clase acomodada, con una vida profesional exitosa y un
entorno familiar más que aceptable, vivió un episodio traumático en unas
vacaciones hace 20 años y calló.
Ese capítulo de su vida vuelve a
través de un libro, El perfecto desconocido, que le turba hasta el vómito
. Sabe que es ella, lo lee y se ve, tiembla al sentir que su secreto está al descubierto.
Con este planteamiento, Knight nos lleva de la mano a través de un thriller que sigue la huella de Gillian Flynn
o Paula Hawkins pero con sensibles diferencias.
Aquí lo que cuenta es
lo que el lector cree que lee, la cantidad de prejuicios que tenga a la
hora de juzgar a cada personaje
. Hay ritmo, hay capítulos que terminan
con golpes de efecto, pero no hay pirotecnia; la trama se descubre, se
explica y es ahí donde el lector se queda más intranquilo.
A él también
lo han descubierto, sus miserias quedan en evidencia, aunque nadie más
lo sepa.
La vida de Catherine Ravenscroft da un giro radical cuando cae en sus manos El perfecto desconocido,
un libro que no sabe de dónde ha salido, del que nadie ha oído hablar,
escrito por un autor desconocido y del que no encuentra referencias en
Google.
Un artefacto hecho a su medida, una pesadilla que entra como un
torpedo en su vida y la cambia para siempre.
Porque ese libro habla de
ella, de algo que hizo cuando estuvo sola con su hijo de cinco años en
España, de cómo el pequeño estuvo a punto de morir, por su culpa y cómo
al final fue el hijo de otros quien murió.
Y esta es la primera virtud
del libro: hay dos familias destrozadas de una u otra manera por
aquellos hechos, dos padres, dos madres, dos chicos
. Hay culpables y
víctimas, claro, pero nadie está libre.
La maternidad culpable, la
paternidad distante planean por el relato como cuervos amenazantes.
La narración está contada desde el punto de vista de
Catherine y desde el del autor del libro, un obsesivo anciano, solitario
y despiadado, o no tanto.
El punto de vista se sitúa desde algún punto
del presente pero con continuos flashback al pasado más
reciente y a aquel terrible verano en España.
En el momento en el que
las dos narraciones se cruzan se produce una explosión de la que el
lector disfruta con miedo.
Luego llega la desconfianza entre los
personajes, el odio y la incomprensión, la rabia y la violencia. Y, lo
mejor, es que esas mismas sensaciones se meten en la piel de quien tenga
el relato en las manos. El perfecto desconocido y Observada, tanto monta, la eterna historia del libro dentro del libro.
Lo que crees que es la verdad te da asco y te llena de
odio.
Este es Robert, el exitoso abogado casado con Catherine y padre de
Nick, después de descubrir lo que pasó en aquel agosto de los años
noventa:
“Supongo que veía la novela como una tarea como un Jack Russell que iba husmear hasta dar con su escondrijo y obligarla a salir a la superficie.
Sus dientes, puntiagudos y afilados, la dejarían al descubierto, le arrancaría and las personalidades falsas que había ido reuniendo
. Qué bien se había ocultado en aquel matrimonio largo y feliz, en su exitosa carrera profesional...
Y ejerciendo de madre, no había que olvidarlo. Qué disfraz tan útil. Sé sincera, joder. Reconoce lo que eres. A ver si luego puedes vivir tranquila”.
La parte final se dedica a las consecuencias.
La vida no
puede seguir igual para nadie y eso se cuenta al detalle, igual
demasiado al detalle. Lo que algunos pueden ver como ruptura del ritmo
extenuante de toda la novela es a mi modo de ver una manera de
terminarla sin trampas, sin nada artificial.
Cada personaje, frente a
sus hechos, sus mentiras, sus miserias y las consecuencias de todo ello.
No he leído a A. S. A. Harrison, pero ya saben que soy muy fan de
Gillian Flynn, de Perdida y de esa maldad llamada Heridas abiertas.
Esto es otra cosa. Lean y disfruten.
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