La rebelión de un pueblo aragonés contra el excesivo celo de su médico de cabecera.
Me duele la cabeza, doctor.
-¡Vaya por Dios! Quítese el sujetador".
Don Ángel resultó ser un diablo para algunas mujeres.
Y había elegido un infierno perfecto.
Un lugar escapado de los mapas -La Puebla de Alfindén (1.520 habitantes) está a 15 kilómetros de Zaragoza, pero lejos de los vehículos que van por la autovía a Barcelona- donde, además de él, ejercían su autoridad don Ramón, militar por la mañana y por la tarde párroco; y don Carlos, un alcalde socialista que -18 años después de muerto el dictador- sigue vendiendo picadura de tabaco en su estanco de la calle de Cristo Rey.
-"Me han salido unos granos en la frente, don Ángel.
-Desnúdese.
-Pero si sólo es en la frente...
-¡Desnúdese le digo!".
Elena Huguet dice que se desnudó
. Don Angel de la Cal del Pico, un médico de 47 años, casado y con dos hijas, tendría sus razones -después de 22 años de profesión y dos especialidades: generalista y psiquiatra- para pedirle que se quitara la ropa.
Aunque quizás no, pensó después Elena, para arrebatarle el sujetador de un manotazo...
-"Doctor, tengo una bronquitis muy grande.
-Tiéndase desnuda en la camilla.
-¿Para una bronquitis?
-Es necesario que la explore".
Felisa Lite Martínez asegura que se tendió.
Y salió de la consulta de don Ángel con la vergüenza a punto de estallar.
Una vez superado el vértigo que le producía denunciar al médico del pueblo -"¿qué pensará la gente aquí?, a lo peor se cree que yo lo provoqué", dudó entonces-, decidió quejarse por escrito a la Diputación General de Aragón (DGA).
Pero se trataba de la acusación de una vecina de La Puebla de Alfindén -un lugar con sólo cuatro mozos útiles que ofrecer cada, año al servicio militar- contra el colegiado número 4093 del Real e Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Zaragoza.
No pudo ser.
-"Tengo hongos, doctor.
-A ver, a ver...
-Me preocupa si es contagioso.
-¿Por qué, su marido le chupa mucho?"
Marisol Pérez, que había acudido a la consulta con su vecina Azucena, sólo reaccionó después de abandonar la presencia de don Ángel: "Desde entonces opté por la solución más cómoda: cuando necesitaba algo para mí le pedía consejo a la farmacéutica; cuando las niñas se ponían enfermas, las llevaba a Zaragoza, a un pediatra de pago".
Marisol recuerda otro caso: "Eva fue a la consulta con la cría porque le dolía el dedo. Ni miró a la niña, pero a la madre le dijo: Bájese los pantalones, que le quiero ver las varices...".
Así una vez, y otra.
Y otra más.
Las mujeres del pueblo -una treintena se reunió el miércoles para contar a EL PAÍS las vejaciones sufridas- seguían calladas
. Porque Felisa sabía lo suyo, pero no sabía que Elena también lo sabía.
Y Marisol, que no sabía que Azucena lo sabía, prefirió callarse, para que nadie lo supiera, no fuera a ser que... Otra vecina sabía sólo lo suyo: don Ángel la ayudó un día a quedarse en bragas, y luego la hizo recorrer la fría habitación de la consulta en cuclillas.
Pero no se lo contó a nadie. Todas lo sabían, pero ninguna lo sabía.
Se trataba de don Ángel, y destruir su autoridad sería derribar una de las tres patas del banco de Alfindén; las otras dos seguían en su sitio: don Ramón con las arengas y los sermones, y don Carlos, con el orden del día y su picadura de tabaco...
Y en esto don Ángel recibió a Concepción Hernández Alcaraz.
Había llegado a La Puebla del Alfindén después de vivir unos años en París, una época de la que aún conserva el acento y la convicción de que allí los médicos auscultan---pero no amasan.
El día 8 de noviembre de 1993, Concepción -así consta en la denuncia que luego dirigiría al Insalud y a la DGA- acudió a la consulta de don Ángel.
Fue sometida "a un exhaustivo y prolongado reconocimiento físico, que incluyó toda clase de posturas denigrantes, obscenas e inmorales y tocamientos impúdicos".
Y, sobre todos, su esposa: María José Silvestre ejerce desde el lunes -ese día cuatro inspectores sanitarios, dos del Gobierno aragonés y otros dos del Insalud, le comunicaron la suspensión cautelar de relaciones públicas y de instigadora de una campaña de recogida de firmas. Ángel de la Cal del Pico, médico titular de La Puebla de Alfidén desde hace tres años, accedió a conversar con este periódico en su casa, si bien rehusé todas las preguntas relacionadas con su conducta anterior -ya había tenido problemas en Pradillo de Ebro, un pueblo también de Zaragoza- y con la praxis empleada con sus pacientes:
"Eso pertenece al secreto profesional y a la investigación judicial".
Dijo: "No tengo nada de qué arrepentirme". Y añadió:
"Ni soy El Lute -ni el estrangulador de Boston, pero sí estoy sufriendo un linchamiento moral injustificado; no se está respetando la presunción de inocencia". Ángel de la Cal achacó el asunto "a un montaje de mentes calenturientas, influenciadas por el morbo tan de actualidad".
El presidente del Colegio de Médicos de Zaragoza, Javier Valero, dijo que los profesionales están "absolutamente desprotegidos" ante la valoración que pueda realizar el paciente de la praxis seguida, y pidió a la administración que introduzca un ATS en las consultas para evitar situaciones violentas.
Don Ramón, el cura castrense de La Puebla de Alfindén, dijo que está dispuesto a defender al médico "donde sea y cuando sea".
Ya en el sermón del Miércoles de Ceniza advirtió: "Atención: no se puede condenar a nadie antes de ser juzgado".
Pero Concepción se calló, porque París ya estaba lejos, y ahora tenía
que ser una más.
Hubiera permanecido callada de no haber sido porque un mes después, el 20 de diciembre, las manos de don Ángel se acercaron a su hija Isabel.
"El denunciado", dice el texto del informe que la administración sanitaria ya ha puesto en conocimiento de la fiscalía, "consideró que los aspectos referidos al aparato respiratorio, cardiocirculatorio, digestivo y urinario eran normales, sin que tuviera lugar reconocimiento alguno ni un solo análisis, y cuando llegó el momento de cumplimentar el aparato genital-sexual indicó a la paciente que se desnudara"
. Concepción recordó entonces al doctor que su hija tenía fiebre, y que la baja temperatura de la habitación podía perjudicarla. Don Ángel, concluye la denuncia, se enfadó, rasgó las hojas del reconocimiento médico e impidió que las recuperase...
Ahora ya nada es igual en La Puebla.
Y aunque hay quien nunca fue tocada -"a lo mejor es que yo no era su tipo", dice una señora que pasea a su hija por la calle del Sol, frente a la consulta- todos -o mejor, todas- sabían del celo excesivo de don Ángel. Felisa, una de las agraviadas, dice:
"No se trata de una guerra entre partidarias y detractoras del médico; la división es mucho más fácil: lo defienden las mujeres mayores de 45 años, que no han sufrido de sus desvaríos".
Concepción Hernández dice que desde que denunció al médico -en la actualidad suspendido de sus funciones y sustituido por una doctora- ha recibido mil apoyos, y añade:
"Más que abusos sexuales, hemos sufrido humillaciones, vejaciones y, sobre todo, abuso de autoridad".
Don Ángel resultó ser un diablo para una centuria de mujeres, y un día lo devolvieron a los infiernos.
-¡Vaya por Dios! Quítese el sujetador".
Don Ángel resultó ser un diablo para algunas mujeres.
Y había elegido un infierno perfecto.
Un lugar escapado de los mapas -La Puebla de Alfindén (1.520 habitantes) está a 15 kilómetros de Zaragoza, pero lejos de los vehículos que van por la autovía a Barcelona- donde, además de él, ejercían su autoridad don Ramón, militar por la mañana y por la tarde párroco; y don Carlos, un alcalde socialista que -18 años después de muerto el dictador- sigue vendiendo picadura de tabaco en su estanco de la calle de Cristo Rey.
-"Me han salido unos granos en la frente, don Ángel.
-Desnúdese.
-Pero si sólo es en la frente...
-¡Desnúdese le digo!".
Elena Huguet dice que se desnudó
. Don Angel de la Cal del Pico, un médico de 47 años, casado y con dos hijas, tendría sus razones -después de 22 años de profesión y dos especialidades: generalista y psiquiatra- para pedirle que se quitara la ropa.
Aunque quizás no, pensó después Elena, para arrebatarle el sujetador de un manotazo...
-"Doctor, tengo una bronquitis muy grande.
-Tiéndase desnuda en la camilla.
-¿Para una bronquitis?
-Es necesario que la explore".
Felisa Lite Martínez asegura que se tendió.
Y salió de la consulta de don Ángel con la vergüenza a punto de estallar.
Una vez superado el vértigo que le producía denunciar al médico del pueblo -"¿qué pensará la gente aquí?, a lo peor se cree que yo lo provoqué", dudó entonces-, decidió quejarse por escrito a la Diputación General de Aragón (DGA).
Pero se trataba de la acusación de una vecina de La Puebla de Alfindén -un lugar con sólo cuatro mozos útiles que ofrecer cada, año al servicio militar- contra el colegiado número 4093 del Real e Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Zaragoza.
No pudo ser.
-"Tengo hongos, doctor.
-A ver, a ver...
-Me preocupa si es contagioso.
-¿Por qué, su marido le chupa mucho?"
Marisol Pérez, que había acudido a la consulta con su vecina Azucena, sólo reaccionó después de abandonar la presencia de don Ángel: "Desde entonces opté por la solución más cómoda: cuando necesitaba algo para mí le pedía consejo a la farmacéutica; cuando las niñas se ponían enfermas, las llevaba a Zaragoza, a un pediatra de pago".
Marisol recuerda otro caso: "Eva fue a la consulta con la cría porque le dolía el dedo. Ni miró a la niña, pero a la madre le dijo: Bájese los pantalones, que le quiero ver las varices...".
Así una vez, y otra.
Y otra más.
Las mujeres del pueblo -una treintena se reunió el miércoles para contar a EL PAÍS las vejaciones sufridas- seguían calladas
. Porque Felisa sabía lo suyo, pero no sabía que Elena también lo sabía.
Y Marisol, que no sabía que Azucena lo sabía, prefirió callarse, para que nadie lo supiera, no fuera a ser que... Otra vecina sabía sólo lo suyo: don Ángel la ayudó un día a quedarse en bragas, y luego la hizo recorrer la fría habitación de la consulta en cuclillas.
Pero no se lo contó a nadie. Todas lo sabían, pero ninguna lo sabía.
Se trataba de don Ángel, y destruir su autoridad sería derribar una de las tres patas del banco de Alfindén; las otras dos seguían en su sitio: don Ramón con las arengas y los sermones, y don Carlos, con el orden del día y su picadura de tabaco...
Y en esto don Ángel recibió a Concepción Hernández Alcaraz.
Había llegado a La Puebla del Alfindén después de vivir unos años en París, una época de la que aún conserva el acento y la convicción de que allí los médicos auscultan---pero no amasan.
El día 8 de noviembre de 1993, Concepción -así consta en la denuncia que luego dirigiría al Insalud y a la DGA- acudió a la consulta de don Ángel.
Fue sometida "a un exhaustivo y prolongado reconocimiento físico, que incluyó toda clase de posturas denigrantes, obscenas e inmorales y tocamientos impúdicos".
"No soy el estrangulador de Boston"
Pablo Ordaz
El alcalde y las mujeres en contra; a favor: el cura del pueblo, el
presidente del Colegio de Médicos y varias decenas de vecinos,
pacientes, amigos.Y, sobre todos, su esposa: María José Silvestre ejerce desde el lunes -ese día cuatro inspectores sanitarios, dos del Gobierno aragonés y otros dos del Insalud, le comunicaron la suspensión cautelar de relaciones públicas y de instigadora de una campaña de recogida de firmas. Ángel de la Cal del Pico, médico titular de La Puebla de Alfidén desde hace tres años, accedió a conversar con este periódico en su casa, si bien rehusé todas las preguntas relacionadas con su conducta anterior -ya había tenido problemas en Pradillo de Ebro, un pueblo también de Zaragoza- y con la praxis empleada con sus pacientes:
"Eso pertenece al secreto profesional y a la investigación judicial".
Dijo: "No tengo nada de qué arrepentirme". Y añadió:
"Ni soy El Lute -ni el estrangulador de Boston, pero sí estoy sufriendo un linchamiento moral injustificado; no se está respetando la presunción de inocencia". Ángel de la Cal achacó el asunto "a un montaje de mentes calenturientas, influenciadas por el morbo tan de actualidad".
El presidente del Colegio de Médicos de Zaragoza, Javier Valero, dijo que los profesionales están "absolutamente desprotegidos" ante la valoración que pueda realizar el paciente de la praxis seguida, y pidió a la administración que introduzca un ATS en las consultas para evitar situaciones violentas.
Don Ramón, el cura castrense de La Puebla de Alfindén, dijo que está dispuesto a defender al médico "donde sea y cuando sea".
Ya en el sermón del Miércoles de Ceniza advirtió: "Atención: no se puede condenar a nadie antes de ser juzgado".
Hubiera permanecido callada de no haber sido porque un mes después, el 20 de diciembre, las manos de don Ángel se acercaron a su hija Isabel.
"El denunciado", dice el texto del informe que la administración sanitaria ya ha puesto en conocimiento de la fiscalía, "consideró que los aspectos referidos al aparato respiratorio, cardiocirculatorio, digestivo y urinario eran normales, sin que tuviera lugar reconocimiento alguno ni un solo análisis, y cuando llegó el momento de cumplimentar el aparato genital-sexual indicó a la paciente que se desnudara"
. Concepción recordó entonces al doctor que su hija tenía fiebre, y que la baja temperatura de la habitación podía perjudicarla. Don Ángel, concluye la denuncia, se enfadó, rasgó las hojas del reconocimiento médico e impidió que las recuperase...
Ahora ya nada es igual en La Puebla.
Y aunque hay quien nunca fue tocada -"a lo mejor es que yo no era su tipo", dice una señora que pasea a su hija por la calle del Sol, frente a la consulta- todos -o mejor, todas- sabían del celo excesivo de don Ángel. Felisa, una de las agraviadas, dice:
"No se trata de una guerra entre partidarias y detractoras del médico; la división es mucho más fácil: lo defienden las mujeres mayores de 45 años, que no han sufrido de sus desvaríos".
Concepción Hernández dice que desde que denunció al médico -en la actualidad suspendido de sus funciones y sustituido por una doctora- ha recibido mil apoyos, y añade:
"Más que abusos sexuales, hemos sufrido humillaciones, vejaciones y, sobre todo, abuso de autoridad".
Don Ángel resultó ser un diablo para una centuria de mujeres, y un día lo devolvieron a los infiernos.