Muestras y ensayos reivindican la figura de Raymond Cauchetier, el fotógrafo que inmortalizó la revolución del cine en los sesenta.
Una pareja pasea por los Campos Elíseos. Ella, cabellos cortos masculinos, pantalones capri y camiseta con el logo New York Herald Tribune.
Él, un joven aprendiz de gánster con sombrero Borsalino y aire desgarbado. La actriz Jean Seberg y un casi debutante Jean-Paul Belmondo son fotografiados por Raymond Cauchetier durante el rodaje de Al final de la escapada(1966), la obra que pondrá el nombre de Jean-Luc Godard en los rótulos luminosos del nuevo cine y lanzará la Nouvelle Vague como marca.
Acababa de nacer una de las imágenes icónicas del siglo XX.
Después de permanecer olvidado durante décadas, Cauchetier (París, 1920), a sus 95 años, disfruta finalmente del reconocimiento; su obra se exhibe en centros oficiales y galerías mientras le dedican ensayos y estudios críticos.
“Hice mi debut en el mundo del cine sin saber que iba a ilustrar una revolución cinematográfica”, recordaba en uno de los homenajes que han ido sucediéndose en los últimos tiempos.
Entre 1959 y 1968 su Rollefleix recoge a estos nuevos héroes, protagonistas de la vida moderna que imponen su estilo, la generación Nouvelle Vague bautizada por la directora de la revista Elle Françoise Giroud.
Aquellas imágenes mal pagadas y material de trabajo de producción acabarán por transformarse en el mejor documental de ese nuevo cine.
Cauchetier asiste desde la primera fila a la insurrección visual.
“Si tuviera que quedarme con algunos de los mejores recuerdos, sería el rodaje de Al final de la escapada y la sensación de estar asistiendo a la reinvención de cine”.
La vida de Cauchetier está marcada por la historia del siglo XX. A los 20 años entró en las filas de la Resistencia francesa luchando contra el ejército nazi.
Acabada la guerra, se marchó a Indochina para trabajar en el servicio de información y prensa del ejército francés.
A su regreso a París, a finales de los años cincuenta, el azar lo lleva hasta las puertas de esa revolución cinematográfica que acababa de comenzar capitaneada por los jóvenes críticos de la revista Cahiers du Cinema, autodidactas como él.
El fotógrafo desembarcó en el set de ese nuevo cine, libre, directo, enemigo acérrimo de esa cinematografía academicista que imperaba en la Francia de la posguerra, y se convirtió en el ojo invisible en el plató de esa nueva ola que se reconoce tanto en el lenguaje de Robert Bresson y Jean Vigo como en su pasión por el cine norteamericano de Hitchcock y Hawks.
Sus fotos, casi sesenta años después, son la memoria rescatada de sus protagonistas: directores como Jean-Luc Godard, Jacques Demy o François Truffaut y sus musas, Anna Karina, Jeanne Moreau, Anouk Aimée o Françoise Dorléac.
Una generación de actrices representantes de una forma de vivir más libre.
“Tuve la suerte que los actores que fotografié eran guapos y fotogénicos”.
Su cámara fue testigo del primer encuentro entre la actriz Jean Seberg y Godard con motivo del rodaje de Al final de la escapada.
La estrella estadounidense, acostumbrada a Hollywood, no pudo esconder su nerviosismo ante un director que le ofrecía los diálogos escritos en unos improvisados trozos de papel.
Promotor de un nuevo realismo cinematográfico y de estética neorromántica, sus imágenes han forjado una serie de iconos que cada temporada sirven de munición gráfica al mundo de la moda, la fotografía, la publicidad o el diseño gráfico. Fotógrafas como Ellen Von Unwerth para el Vogue estadounidense o realizadoras como Zoe Cassavetes, uno de los nombres fetiches del cine publicitario de moda, no han dudado en inspirarse en la Nouvelle Vague y las imágenes de Cauchetier como objetos de remake.
Gracias al director Roger Vadim, Y Dios creó a la mujer (1956), y a la figura infractora de Brigitte Bardot en el papel de Juliette la pantalla centelleaba con un nuevo modelo femenino; una generación de actrices definía ese nuevo estatus entre la modernidad y transgresión.
Las fotos de Cauchetier, medio siglo después, devuelven ese momento de cambio y mutación estética.
Él, un joven aprendiz de gánster con sombrero Borsalino y aire desgarbado. La actriz Jean Seberg y un casi debutante Jean-Paul Belmondo son fotografiados por Raymond Cauchetier durante el rodaje de Al final de la escapada(1966), la obra que pondrá el nombre de Jean-Luc Godard en los rótulos luminosos del nuevo cine y lanzará la Nouvelle Vague como marca.
Acababa de nacer una de las imágenes icónicas del siglo XX.
Después de permanecer olvidado durante décadas, Cauchetier (París, 1920), a sus 95 años, disfruta finalmente del reconocimiento; su obra se exhibe en centros oficiales y galerías mientras le dedican ensayos y estudios críticos.
“Hice mi debut en el mundo del cine sin saber que iba a ilustrar una revolución cinematográfica”, recordaba en uno de los homenajes que han ido sucediéndose en los últimos tiempos.
Entre 1959 y 1968 su Rollefleix recoge a estos nuevos héroes, protagonistas de la vida moderna que imponen su estilo, la generación Nouvelle Vague bautizada por la directora de la revista Elle Françoise Giroud.
Aquellas imágenes mal pagadas y material de trabajo de producción acabarán por transformarse en el mejor documental de ese nuevo cine.
Cauchetier asiste desde la primera fila a la insurrección visual.
“Si tuviera que quedarme con algunos de los mejores recuerdos, sería el rodaje de Al final de la escapada y la sensación de estar asistiendo a la reinvención de cine”.
La vida de Cauchetier está marcada por la historia del siglo XX. A los 20 años entró en las filas de la Resistencia francesa luchando contra el ejército nazi.
Acabada la guerra, se marchó a Indochina para trabajar en el servicio de información y prensa del ejército francés.
A su regreso a París, a finales de los años cincuenta, el azar lo lleva hasta las puertas de esa revolución cinematográfica que acababa de comenzar capitaneada por los jóvenes críticos de la revista Cahiers du Cinema, autodidactas como él.
El fotógrafo desembarcó en el set de ese nuevo cine, libre, directo, enemigo acérrimo de esa cinematografía academicista que imperaba en la Francia de la posguerra, y se convirtió en el ojo invisible en el plató de esa nueva ola que se reconoce tanto en el lenguaje de Robert Bresson y Jean Vigo como en su pasión por el cine norteamericano de Hitchcock y Hawks.
Sus fotos, casi sesenta años después, son la memoria rescatada de sus protagonistas: directores como Jean-Luc Godard, Jacques Demy o François Truffaut y sus musas, Anna Karina, Jeanne Moreau, Anouk Aimée o Françoise Dorléac.
Una generación de actrices representantes de una forma de vivir más libre.
“Tuve la suerte que los actores que fotografié eran guapos y fotogénicos”.
Su cámara fue testigo del primer encuentro entre la actriz Jean Seberg y Godard con motivo del rodaje de Al final de la escapada.
La estrella estadounidense, acostumbrada a Hollywood, no pudo esconder su nerviosismo ante un director que le ofrecía los diálogos escritos en unos improvisados trozos de papel.
Promotor de un nuevo realismo cinematográfico y de estética neorromántica, sus imágenes han forjado una serie de iconos que cada temporada sirven de munición gráfica al mundo de la moda, la fotografía, la publicidad o el diseño gráfico. Fotógrafas como Ellen Von Unwerth para el Vogue estadounidense o realizadoras como Zoe Cassavetes, uno de los nombres fetiches del cine publicitario de moda, no han dudado en inspirarse en la Nouvelle Vague y las imágenes de Cauchetier como objetos de remake.
Gracias al director Roger Vadim, Y Dios creó a la mujer (1956), y a la figura infractora de Brigitte Bardot en el papel de Juliette la pantalla centelleaba con un nuevo modelo femenino; una generación de actrices definía ese nuevo estatus entre la modernidad y transgresión.
Las fotos de Cauchetier, medio siglo después, devuelven ese momento de cambio y mutación estética.
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