Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

16 ago 2015

Jaime Ballesteros, principal lugarteniente de Santiago Carrillo................................................. Rafael Fraguas

Fue uno de los cuadros más importantes del PCE en la clandestinidad, aunque se distanció del partido durante la Transición.

 

Jaime Ballesteros, dirigente del PCE. / MARISA FLÓREZ

Jaime Ballesteros, quien fuera uno de los principales cuadros dirigentes del Partido Comunista de España durante la clandestinidad, la Transición y la legalización de la principal organización comunista, ha fallecido el pasado jueves en Madrid.
Tenía 83 años.
Sufría la enfermedad de Alzheimer.
Era considerado como principal lugarteniente de Santiago Carrillo hasta su distanciamiento mutuo en 1982.
Estudiante universitario de la Complutense madrileña, al concluir sus estudios Jaime Ballesteros fue detenido, torturado y posteriormente encarcelado.
Cuando sus compañeros de militancia le preguntaban cómo había aguantado las torturas, él respondía: “Yo me limitaba a contar los golpes; cuando llegaban a ochenta, me desmayaba; me echaban un cubo de agua, me despertaba y se reanudaban los golpes, que yo volvía a contar”
. Poco después de su salida de prisión, donde permaneció cumpliendo condena de dos años, viajó clandestinamente a Francia.
Allí se entrevistó con Santiago Carrillo, ya secretario general del PCE.
En París nació una estrecha relación política que convertiría a Ballesteros en la mano derecha de Carrillo en el interior de España, donde Jaime, que había participado y trabajado en la editorial Ciencia Nueva, con el librero Alberto Méndez y el diseñador Alberto Corazón, se integraría paulatinamente en el Comité Central, en el Comité Ejecutivo y en el Secretariado, formado a la sazón por siete miembros.
 Compartió militancia con el dirigente comunista Julián Grimau, detenido, torturado, fusilado con 27 disparos y rematado con dos tiros de gracia en un campo de tiro de Carabanchel el 20 de abril de 1963.
Junto con el novelista Armando López Salinas y los líderes Simón Sánchez Montero y Francisco Romero Marín, alias Tanque, Ballesteros, con el sobrenombre de guerra de “Alejandro”, integraría el núcleo dirigente del PCE en el interior a lo largo de las últimas décadas del franquismo.
 A él atribuye su compañero Víctor Díaz Cardiel, responsable del PCE en Madrid durante la clandestinidad y luego responsable estatal de Organización, el haber integrado en la organización comunista a militantes como el futuro escritor y periodista Gregorio Morán, el economista Alfredo Tejero y Pilar Brabo, que desempeñarían importantes cometidos en la lucha clandestina.
Sus vínculos con el líder estudiantil comunista Enrique Curiel y los hermanos Ricardo y Leopoldo Lovelace fueron asimismo muy estrechos.
Circunspecto, reflexivo y “tremendamente serio”, lo define Díaz Cardiel.
 Era asimismo un “escuchante nato”, según el periodista Rodrigo Vázquez Prada, que recuerda su “semblante imperturbable”.
 Para el periodista y entonces dirigente estudiantil de la facultad de Derecho, Fernando López Agudín, “Jaime era un hombre decente, culto, buen conocedor del marxismo y muy pragmático, quizás en exceso”
. En las reuniones organizativas se mostraba siempre atento, sosegado y prudente, centrado en asuntos prácticos y con una acentuada diligencia en aplicar las decisiones orgánicas adoptadas, siempre en sintonía con Santiago Carrillo.
Como ha contado José Mario Armero, director de Europa Press, quien fuera mediador entre el presidente Suárez y el secretario general del PCE durante jornadas clave de la Transición, Jaime Ballesteros fue el intermediario entre él y Carrillo en la reunión comunista celebrada en la calle del Capitán Haya donde la organización comunista, por sugerencia de Suárez, adoptó la bandera rojo y gualda, así como la tácita aceptación de la monarquía, tras alertar Armero de una intervención militar cruenta si no se daban gestos como aquellos, de gran alcance ideo-político por sus implicaciones a propósito de la causa republicana. Ballesteros fue detenido en diciembre de 1976 junto con Santiago Carrillo, cinco meses antes de la legalización del PCE.
Sus nexos con Carrillo se rompieron cuando en 1982, Ballesteros, alejándose de él y de Gerardo Iglesias, entonces líder del PCE, decidió integrarse en el Partido Comunista de los Pueblos de España, bajo la dirección de Ignacio Gallego
. Ballesteros había desempeñado responsabilidades en el área internacional del PCE
. Aquella escisión obedeció, entre otras razones, a la radicalización ideológica, en clave afín a los planteamientos internacionales de la Unión Soviética, experimentada dentro de la organización comunista tras el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981; no obstante, los orígenes de aquella escisión se encontraban ya en un viaje emprendido en 1977 a Estados Unidos por Santiago Carrillo en el cual denostó el marxismo-leninismo de inspiración soviética, invocando un nuevo tipo de comunismo homologable a ojos de Washington
. Aquel posicionamiento resultaba muy duro de admitir para la cultura de gran parte de la dirección comunista de la que Ballesteros participaba.
En la última fase de su vida, Ballesteros regentaría una empresa dedicada a la edición de textos relacionados con Cuba y Palestina
. Estaba casado con Orlanda, profesora de Griego en un instituto del barrio madrileño de San Blas. Tenía dos hijas.

Encendida loa a los bares.......................................... Rosa Montero

El bar español es un lugar a donde van las familias con los niños, una especie de modesta iglesia laica comunal.

 

Hace un par de semanas cerraron de la noche a la mañana y sin aviso previo el café Comercial de Madrid, uno de los locales más emblemáticos de la ciudad
. Inaugurado en 1887, llevaba casi 130 años siendo lugar de encuentro y cobijo de varias generaciones de españoles
. ¿Cómo es posible que puedan cerrar de repente una joya así? ¿Cómo es que no está protegido y ayudado por la Comunidad, por el Ayuntamiento?
Yo también fui asidua del Comercial hace mucho tiempo, durante los últimos años del franquismo.

En aquellos días agitados previos a la Transición, el café se puso de moda entre los jóvenes más o menos peludos y hippiosos, de modo que allí nos juntábamos sin ningún problema una colección de ancianos vetustos arrimados a los veladores de mármol como gárgolas y una marabunta de veinteañeros con melenas y barbas enmarañadas, pantalones de campana y faldas floridas, servidos con la misma imperturbable profesionalidad por una legión de camareros formidables.
Esa mezcolanza extrema y pacífica era una de las señas de identidad del Comercial: siempre fue un lugar de intercambio y convivencia.
 Hace un par de meses volví por allí y todo seguía exactamente igual: las mismas mesas, las mismas sillas, el mismo manso sol atravesando los ventanales y estancándose en el suelo.
 Estoy segura de que aún quedaba algún fotón de la luz de 1887 pegado al mármol.
Hace dos meses, el único cambio que pude apreciar en el lugar era que yo empezaba a gargolizarme.
La escritora Cristina Fernández Cubas tiene un hermoso libro de memorias titulado Cosas que ya no existen.
 Qué acierto de frase: es verdad que envejecer es, entre otros fastidios, asistir a la desaparición progresiva del mundo.
 Se van perdiendo calles, fuentes, cines, bares, jardines. Incluso pueblos enteros, tragados por un pantano o por un terremoto.
Se van perdiendo personas, que es lo peor de todo
. Y la realidad se va borrando y transformando.
 Puedes volver a hacer tuyos los nuevos lugares, por supuesto, e incluso disfrutarlos intensamente. Pero los espacios perdidos empiezan a acumularse en tu memoria como muebles viejos.
 Toda una geografía paralela, cubierta por el fino polvo del recuerdo.
La desaparición del Comercial, en fin, es una ausencia clamorosa que va a ser llorada por muchísima gente.
Y es que los bares son la piedra esencial de la cultura española.
 Nuestra seña de identidad más evidente no son las sevillanas ni el baile flamenco ni la Semana Santa ni el sol ni la siesta ni por supuesto los toros, que sólo son apoyados por un 35% de la población
. No, señores: la identidad nacional se expresa esencialmente en nuestro amor a los bares.
Hay 350.000 establecimientos de hostelería en España, lo que supone uno por cada 132 habitantes.
Cerca del 30% de los españoles le dejarían al camarero las llaves de su propia casa
El doble que la media de la UE.
 Durante mucho tiempo fuimos el país con más bares y cafés per cápita de la Unión, hasta que entró Chipre y nos desbancó
. Por desgracia, también aquí se nota la crisis; en los últimos años han cerrado 50.000 establecimientos y las ventas han caído un 22%.
 Aun así, los españoles todavía invertimos el doble en restauración que la UE: un 15% de los gastos de consumo frente a un 7%.
 Y, la verdad, no creo que por ello seamos unos manirrotos ni unos irresponsables… O no más que la media de los humanos.
Porque lo que de verdad indican estos datos es la importancia crucial que el bar tiene en nuestras vidas
. Es toda una institución, el centro en torno al cual pivota nuestra vida social.
Hará un par de años, Coca-Cola realizó un estudio sobre el tema en España y obtuvo unos resultados despampanantes.
Como, por ejemplo, que más de dos tercios de los españoles conocen el nombre del camarero de su bar favorito.
Pero aún hay más: cerca del 30% le dejarían al camarero las llaves de su propia casa como muestra de confianza.
Y es que los bares y cafés sirven para todo tipo de recados y encomiendas: se dejan y recogen llaves, paquetes, cartas, avisos.
 Son como una oficina de correos, una central de mensajería, una conserjería del barrio
. Resulta muy difícil explicar a los extranjeros, sobre todo a los anglosajones, tan puritanos respecto al alcohol, que el bar español no tiene nada que ver con esos tugurios de perdición que ellos imaginan; que, por el contrario, es un lugar a donde van las familias con los niños, el techo bajo el que se reúnen los vecinos, una especie de modesta iglesia laica comunal (según la Coca-Cola, el 36% de los españoles va habitualmente a los bares, es decir, los frecuenta varias veces a la semana, mientras que sólo hay un 13% que asiste a misa todos los domingos)
. Con esa entusiasta y arraigada querencia al bar, ¿cómo no vamos a llorar al Comercial?
@BrunaHusky
www.facebook.com/escritorarosamontero
www.rosamontero.es

La pasión según Sherlock Holmes.......................................................... Santiago Roncagliolo

El actor británico Ian McKellen protagoniza la nueva película sobre el detective.

Ian McKellen caracterizado en 'Mr. Holmes'.

El Sherlock Holmes de los libros no es simpático.
 Todo lo contrario. Su exceso de inteligencia lo vuelve despectivo hacia esas torpes bestias llamadas seres humanos
. Su talento para el cálculo anula su empatía.
 Desprecia a los clientes que le piden investigaciones vulgares
. Le da igual que haya desaparecido tu esposa o que hayan asesinado a tu hijo.
 Si tu crimen no representa un reto intelectual, ni lo llames.
Con tales atributos, lo elemental es que no ande sobrado de afectos.
 Su único amigo, el doctor Watson, es en cierto modo su empleado.
 Su único familiar, su hermano Mycroft, se mueve en las altas esferas del poder y solo se cruza con Sherlock cuando algún caso puede afectar a la Corona.
¿Mujeres? Ni una.
El personaje de Conan Doyle practica la misoginia más rigurosa.
¿Hombres? Para eso haría falta sentir algún tipo de emoción.
Hoy en día, los grandes detectives de la literatura son muy humanos
. El Montalbano de Andrea Camilleri es caótico y mujeriego
. El Wallander de Henning Mankell, solitario y melancólico.
 Desde el padre Brown de Chesterton, que resolvía los misterios a partir de su conocimiento del alma humana, los investigadores de las novelas tienen un corazón.
Pero el padre de todos ellos, Sherlock Holmes –igual que sus ancestros, el Auguste Dupin de Edgar Allan Poe o el Maximilien Heller de Henry Cauvain–, es puro raciocinio.
 Su mente es tan brillante que ni el lector puede medirse con él.
La clave última de sus misterios se halla siempre en un tipo de barro proveniente en Afganistán, o en una ceniza que solo produce el tabaco jamaicano.
 Holmes no es únicamente un maestro de la deducción: es una enciclopedia de información científica con la que no podemos competir.
 Nos limitamos a admirarlo.
La mayor parte de los humanos usan sus aficiones para relacionarse en sociedad: juegan al fútbol en equipo o van al teatro con amigos.
 En cambio, los hobbies de Holmes son solitarios e intelectuales: el violín, la química y el consumo de drogas
. Sus pasatiempos le evitan conectar con otra gente.
En definitiva: la pesadilla de un cineasta.
 ¿Qué clase de protagonista se pasa toda la película pensando, actúa de manera detestable y no habla con nadie?
Y sin embargo, Sherlock Holmes ha tenido multitud de rostros en el cine y la televisión
. Desde que John Barrymore le dio vida en una producción de 1922, no ha dejado de aparecer en pantalla.
 Y cada nueva encarnación del sabueso de Baker Street ha mostrado a un personaje distinto, un detective nuevo, arrancado de la imaginación de sir Arthur Conan Doyle para convertirse en un retrato de su propia época.
Más que un cerebro
. El Sherlock más clásico fue encarnado por Peter Cushing para una serie de la BBC de mediados de los años sesenta.
 Por entonces, la imaginación aún no se había inventado.
La televisión se limitaba a adaptar las historias al teatro y ponerles una cámara delante, depurándolas de cualquier detalle incómodo, por ejemplo, la manía del protagonista de andar consumiendo cocaína. Vista desde hoy, la serie muestra correctamente casi todo lo que uno asocia con el detective, y absolutamente nada más.
Por suerte, llegó el intrépido Billy Wilder.
 El director había travestido a Tony Curtis en Con faldas y a lo loco, había hablado de infidelidad y arribismo en El apartamento, y en 1971, dirigió La vida privada de Sherlock Holmes, con Robert Stephens y Christopher Lee.
McKellen, en la última adaptación al cine (2015).
Los locos años sesenta acababan de terminar, así que a Wilder no le asustó hablar de las drogas, ni de los rumores sobre la ambigua relación entre el detective y su asistente, esos dos solteros que viven sospechosamente juntos
. En uno de los diálogos más deliciosos de la película, preocupado por los rumores sobre su homosexualidad, Watson le pregunta a su amigo:
–No quiero parecer indiscreto, pero ¿ha habido alguna mujer en su vida?
Y un Sherlock de pestañas rizadas y mejillas sonrosadas le responde:
–La respuesta es sí: me parece usted indiscreto.
La vida privada de Sherlock Holmes es sobre todo una historia de amor, o lo más cercano posible para el cerebral Sherlock Holmes.
 Cuando la bella Gabrielle Valladon lo abraza desnuda, él solo aprovecha la ocasión para sacarle información
. Cuando duerme con ella en el mismo camarote del tren, se limita a sostener una conversación irónica.
 Holmes es tan sensible al sexo como a los silbatos ultrasónicos para perros.
 En cambio, lo seducen las dotes intelectuales de Gabrielle.
 Se derrite ante una mujer más inteligente que él mismo.
Descubrir su talento para la intriga lo vuelve loco.
 Este es el único caso que Holmes no resuelve, y por eso mismo, cae en las redes de la mujer que ha conseguido engañarlo.
Este Holmes maduro y lleno de matices hace una regresión para su siguiente encarnación: El secreto de la pirámide (Young Sherlock Holmes, 1985). Ahora, los años setenta han terminado, y con ellos esa temporada gloriosa que dio El Padrino o La naranja mecánica.
El cine ha vuelto a la normalidad.
 Y su nuevo rey es Steven Spielberg, productor de esta versión.
El secreto de la pirámide fantasea con que Holmes y Watson se conocieron durante la adolescencia, en los años del instituto, y resolvieron un caso juntos.
Al público menor de edad hay que ahorrarle las drogas y las ambigüedades sexuales, claro. Holmes se enamora vulgarmente de una chica llamada Elizabeth, y la incluye en sus aventuras.
 Entre efectos especiales, cavernas egipcias y gags de humor blanco, el trío resultante recuerda más a Los Goonies que a Conan Doyle.
Y la secuencia de acción final, con los dos chicos y la chica enfrentados al peligro, será calcada casi 20 años después en las películas de Harry Potter (No es casualidad. Chris Columbus, el gran creador del blockbuster con acné, figura como guionista en aquellas y como director en estas).
A Billy Wilder no le asustó abordar, en su versión de los setenta, las drogas y los rumores sobre su ambigua relación con Watson
El siglo XX aún nos depararía una última encarnación de Sherlock Holmes: nada menos que Charlton Heston, en un insoportable telefilme llamado El crucifijo de sangre (1991).
 Con sus interminables diálogos, escenificación teatral y acción previsible, El crucifijo de sangre marcó la década en que Holmes se jubilaba y Heston dejaba el cine para dirigir la Asociación Nacional del Rifle de Estados Unidos
. A ninguno de los dos le quedaba nada que aportar.
Lifting elemental
. En la última década, de repente, el sabueso ha vuelto.
 O bueno, uno parecido a él.
 En realidad, casi su contrario.
 El Holmes de las últimas versiones ya no es solo cerebro: también puños.
 No solo mente: también pasión. No solo investigación: también humor disfuncional.
Y sobre todo: se ha rebajado la edad a la mitad.
El Benedict Cumberbatch de la serie de la BBC Sherlock podría ser hijo, incluso nieto, del caballero que nos mostraba la pantalla antes.
Su escenario es el Londres actual, mafiosos incluidos.
 Lo único del original que conserva orgullosamente es la pedantería y la incapacidad de comprender a otros seres humanos.
El Holmes de la BBC maltrata a sus clientes cuando no los encuentra interesantes.
 Se burla sin piedad de sus colaboradores
. Celebra su propia brillantez eufórico… incluso frente a las víctimas de los villanos.
El que más sufre todo esto es Watson.
 Le molesta el trato despectivo de su, llamémoslo así, amigo.
 Pero lo peor es que todo el mundo cree que ambos son pareja.
Los gais les guiñan el ojo con complicidad.
Y cuando Watson al fin consigue una novia, no logra explicarle con claridad por qué la abandona todos los días para encontrarse con su excéntrico compañero.
Las adaptaciones de Holmes del siglo XXI se concentran en la relación con Watson, un tema que originalmente ni se planteaba, pero que ahora humaniza al detective.
 En la serie americana Elementary, ambientada en Nueva York, Watson se convierte directamente en chica, la atractiva Lucy Liu, lo que produce una fuerte tensión sexual con un no menos atractivo Jonny Lee Miller de camisa cerrada hasta el cuello.
Para el cine, el último Sherlock ha sido Robert Downey Jr., dirigido por Guy Ritchie
. En el tema Watson, este Holmes opta por los celos enfermizos estilo compañero de borracheras. Siempre que puede, tortura a la novia de su amigo, o le repite a su colaborador cómo echará de menos sus aventuras cuando lo abandone por esa bruja.
 Vive en una despedida de soltero permanente.
Sí. Eso es lo que ocurre cuando Holmes se quita años
. Eso y que Downey Jr. se pasa media película atizando a sus rivales y dando brincos de artes marciales.
 Estamos ante el sabueso de Baker Street representado sin miramientos por Iron Man.
Y así llegamos hasta hoy.
La película Mr. Holmes, con Ian McKellen, estrenada en julio, no está basada en una historia de Conan Doyle, sino en una novela que escribió Mitch Cullin a partir de sus personajes.
 Presenta a un Holmes anciano, senil y muy solo –porque Watson al fin se ha casado–, enfrentado a las consecuencias de haber vivido para la deducción y no para las personas, reflexionando sobre su propia falta de humanidad.
Puede sonar triste
. Pero tras más de un siglo de adaptaciones a la pantalla, y de aventuras sentimentales tan variadas como las criminales, uno debe admitir –incluso Holmes debe entender– que ya es hora de madurar.
elpaissemanal@elpais.com

 

15 ago 2015

¿Quieres leer un libro? El Estilo de los otros ............Mauro Libertella

Las condiciones materiales


"Mauro Libertella, hijo del también escritor argentino Héctor Libertella, es el autor de El estilo de los otros, un volumen que reúne conversaciones con escritores latinoamericanos en activo. 
Si analizamos el libro como un tribunal de tesis, podrían surgir algunos peros en cuanto a la selección de los autores con que se rellena la casilla de cada país; la ausencia de ciertos países —Colombia— o la inclusión tangencial de otros —Perú—; la horquilla cronológica en la que se mueven entrevistados cuyas fechas de nacimiento oscilan entre Margo Glanz (1930) y Zambra (1975). 
Pero selección implica amputación y el corte de Libertella aspira a funcionar como “cápsula de futuro”: las interacciones propician una lectura activa a la búsqueda de coincidencias que probablemente tienen que ver con el estado actual de la literatura latinoamericana.
 Surge una red de condiciones de producción del texto que deriva en temas recurrentes: lo autobiográfico ficcional; el interés por una literatura política más preocupada en transgredir los géneros que por las realidades; la tensión entre referencialidad y centralidad del lenguaje; las conexiones con televisión y cine —Gumucio, Bizzio, Lissardi, Fuguet, Villoro, Pauls…—; el binomio, incluyente o excluyente, entre teoría y creación; cosmopolitismo y poliglotismo, así como la vinculación de los escritores con espacios que no son su territorio natal — Tánger y Rey Rosa, Berlín y Villoro, Nueva York y Molloy—; la dificultad de los jóvenes de matar al padre, al referente literario y político, una actitud que explica el conservadurismo de alguna de estas voces y nos lleva a reformular el significado del progresismo
. Las referencias a otros escritores dibujan un mapa de la literatura latinoamericana del siglo XX y de lo que va del XXI: desde la omnipresencia borgeana a Fogwill, Bolaño, Puig, Onetti, Poniatowska, Rivero, Conti, Levrero, Dalton, Lemebel, García Márquez…". Por MARTA SANZ