Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

5 jul 2015

Las pruebas de que Vargas Llosa es más pobre que Isabel Preysler Mario Vargas Llosa, durante un acto en Madrid. PILAR EYRE

Mario Vargas Llosa, durante un acto en Madrid.
Mario Vargas Llosa, durante un acto en Madrid. Sergio Enriquez-Nistal
En la verbena de mis amigos Joaquín y Pilar no se habla de otra cosa ¡la cuestión catalana! Me dice Jordi Casas, político de Unió e íntimo amigo de Durán i Lleida, "nos hemos quedado muy descansados, Durán el primero, porque Unió nunca ha sido independentista" y todos auguramos al nuevo partido un gran resultado en las próximas elecciones.
 Con la periodista Pepa Roma, años pateándose el Congreso, recordamos aquellos tiempos remotos en los que todos éramos amigos "¿recuerdas lo bien que lo pasábamos?
 Pero Pujol siempre parecía guardarse una bala en la recámara, nunca ha sido un hombre claro". Y concluimos que a la postre lo que acabará con Convergencia será la herencia "en Madrid podía robar un funcionario... pero es que aquí hay sospechas de que era la familia del venerado 'President'".
Hablando de dinero. La Preysler. Una vez más, Isabel ha escogido como pareja a un hombre más pobre que ella.
Le pasó con Griñón, al que tuvo incluso que dejar cuarenta millones de pesetas; le pasó con Boyer, que tan solo llevó consigo un Sorolla de pequeño tamaño cuando se fue a vivir a su casa, y le está pasando con Vargas Llosa
. Sí, sí, no amotinarse, por favor ¡tengo las pruebas! Veamos, el principal activo inmobiliario de Isabel es su casa de Puerta de Hierro, un chalé de lujo que podría valer 20 millones de euros y que le pertenece en su totalidad, es decir, eso solo ya dobla el capital que se atribuye a Mario, diez millones de euros.
Los ingresos de Isabel por contratos publicitarios son cuantiosos y constantes, mientras Vargas recibe 200.000 euros al año de un periódico nacional por escribir una columna a la semana, pero es una suma que está siendo revisada a la baja porque ya en su momento provocó malestar en la Redacción; sus conferencias le reportan 100.000 euros, es cierto, pero no son muy abundantes.  
Y Alfaguara está esperando que entregue el manuscrito definitivo de su próxima novela, Cinco esquinas, aunque es de suponer que sus avatares sentimentales se comerán tiempo que habitualmente dedica al trabajo, pero debe aclararse que Vargas es un escritor de mucho prestigio pero pocas ventas. Por su obra completa la editorial pagó en 1999 doscientos millones de pesetas que no ha recuperado ni de coña, fue un negocio ruinoso.
 De todo lo que posee ahora, el cincuenta por ciento pertenece a Patricia, y es que al final será verdad lo que me dijo Isabel hace años en la puerta de su casa como resumen de su vida, "te aseguro, Pilar, que lo que menos me importa en el mundo es el dinero".
Con el verano vuelven los festivales de la cosa musical y yo me estreno con Sara Baras en los Jardines de Pedralbes. Sara, a sus 44 años, ha llegado a la madurez plena de los grandes artistas, yo aún llegué a ver a Carmen Amaya y, siendo distintas, ambas tienen el mismo fuego y la misma pasión sobre el escenario.
Es curioso porque estas mujeres que parecen consumirse en las llamas poderosas de su oficio exigente, disfrutan de una vida apacible en lo privado; Sara vive en Puerto de la Cruz con su marido y su hijo de 4 años, que habla como un inglesito, "allí sólo hay colegios británicos", ríe la Baras reventando de orgullo por las costuras.
En el puño de mi camisa marco mis próximas citas: dos platos exquisitos, Melody Gardoy y Paul Weller, y el Dios Dylan.
Me cuentan que es raro, distante y orgulloso ¡pues muy bien! ¡si no lo fuera me decepcionaría!
@pilareyre

Verle todavía es un acontecimiento............................................................. Ignacio Julià

Bob Dylan, durante su actuación en Barcelona de 2010. En el concierto de anoche en la ciudad catalana, no permitió la entrada de fotógrafos. / Gianluca Battista



Adicto a los escenarios, pocas son las plazas españolas que le quedan por visitar a Bob Dylan, pero en contadas ocasiones se habrá encarado a una audiencia como la acomodada anoche ante el gran escenario emplazado en las escalinatas del palacete real del Festival Jardins de Pedralbes, en Barcelona.
Con las localidades premium a 350 euros, muchos dylanitas han optado por viajar a otras capitales donde también actúa.
Por edad, es natural que quien cantaba en los sesenta a una revolución generacional pendiente, hoy ejerza de trajeado crooner, lejanos los tiempos de bohemia, ante una audiencia sin agobios a fin de mes.
 Rememorando al joven iconoclasta de Like a Rolling Stone, sorprende tanto lujo.
El escenario oscurecido, la banda dispuesta y el cantante presente ante el micrófono.
Sin guitarra. Arranca Things Have Changed, suave y áspera a la vez, con ese rumor de la música americana de raíces esparciéndose por una sofocante noche estival, puntuada por las elegantes guitarras eléctricas de Charlie Sexton y Stu Kimball, sostenida en el bajo de Tony Garnier y la batería de George Receli, entonada por una estropajosa, magnética voz.
Una voz que parece haber vivido mil años, que dice las canciones a contrapelo, certera en su excentricidad tonal, rítmica.
 A continuación, una irreconocible She Belongs to Me, una sentida Workingman’s Blues #2 y los saltarines ecos de la Gran Depresión que trae Duquesne Whistle, recordándonos que cuanto más se aproxima el futuro, más lejos viaja Dylan hacia el pasado.
La banda ronronea densa, punzante cuando así lo requiere el tema; otras veces, se despliega sutil, variada en matices.
El repertorio lo sustentan sus obras del nuevo milenio, que han reavivado las brasas de su inmenso talento para asimilar la cultura popular en correoso rhythm and blues y baladas de senectud, con poderosas revisiones de Pay in Blood, Forgetful Heart o una descorazonadora Long and Wasted Years.
 Picotea en los clásicos, desmenuzados y reconstruidos; Tangled Up in Blue, Simple Twist of Fate o un Blowin’ in the Wind sentado al piano, por capricho más que pleitesía.
 Y promociona el álbum dedicado a Sinatra con Autumn Leaves.
Son los momentos más acordes con ese público en las primeras filas, que aplaude cada nuevo y transmutado tema como si lo reconociese.
 Asisten quizás sin saberlo a la genuina refundación en tiempo real de un amplio espectro de la música norteamericana de posguerra
. Domina extrañamente la escena, pese a su actitud entre ausente y dilecta, una enjuta figura tocada con sombrero que, aún arrastrando las abultadas redes de un pesado acervo, se resiste a la nostalgia, sigue inventando.
 Verle es todavía un acontecimiento.
Pues si, lo recuerdo en Barcelona con las entradas compradas desde hacía meses, en Estadio dónde erámos miles de sus fieles seguidores y tropezábamos con viejos conocidos, Bob Dylan todo de Negro, allá abajo chiquitito, pero se hizo enorme cuando todos cantamos "La respuesta está en el Viento"

Carlota de Cambridge, la nueva princesa del pueblo................................................. Pablo Guimón

El príncipe Guillermo y Kate Middleton relajan la rigidez en una ceremonia llena de guiños a la abuela paterna de su hija, cuarta heredera al trono.

La duquesa de Cambridge, con su hija Carlota al llegar al templo. / Chris Jackson (Getty Images)

El lugar, la misma iglesia de Sandringham, en Norfolk, donde ella fue bautizada en 1961
. La fecha, apenas cuatro días después del que hubiera sido su 54 cumpleaños.
 Hasta el fotógrafo oficial, Mario Testino, el mismo que tomó sus últimos retratos oficiales poco antes de que muriera en París en 1997
. Nada es casual en el bautizo de la princesa Carlota, de nueve semanas de edad, segunda hija de los duques de Cambridge, cuarta en la línea de sucesión al trono de Inglaterra.
 Todo lo que rodea a la ceremonia que se celebra esta tarde de domingo son guiños a la memoria de Diana de Gales, la madre del príncipe Guillermo.
Incluso se intuye su influencia en la decisión de permitir que la gente se congregara a las afueras de la iglesia y que inmortalice con sus propios móviles la primera aparición pública de Guillermo y Kate Middleton con sus dos hijos.
 Los servicios en la iglesia de María Magdalena de la finca de Sandringham, utilizada como casa de campo de los duques de Cambridge, suelen estar cerrados al público y a las cámaras, una restricción que solo se levanta el día de Navidad, que los Windsor celebran tradicionalmente en esta iglesia.
La familia ha llegado andando hasta la iglesia, saludando al numeroso público congregado en los márgenes del camino hacia el templo.
Guillermo daba la mano al pequeño Jorge y Catalina empujaba el cochecito de Carlota en una imagen, la primera de los cuatro miembros juntos de la familia de los duques de Cambridge, que adornará a partir de ahora la biografía del príncipe de Gales y en la que muchos han querido ver toda una declaración de intenciones.
Los duques de Cambridge, con sus hijos camino del templo. / Chris Jackson (Getty Images)
Los duques de Cambridge, habitualmente muy protectores de su intimidad, han decidido esta vez permitir las cámaras en el exterior de la iglesia.
 Algo que no hicieron en el bautizo de Jorge, hermano mayor de Carlota, en la capilla real del palacio de St James en octubre de 2013.
Todo, incluido la copa de champán que se ofrece al medio centenar de invitados, está rodeado de un ambiente relajado y de proximidad, en línea con el deseo de Guillermo, heredado también de su madre, de insuflar aire fresco a una institución tradicionalmente distante.
La decisión ha llevado a los medios británicos a hablar -en los casos más entusiastas- de Carlota como una nueva princesa del pueblo o -en los más moderados- del legado de una mujer, Diana Spencer, que se recordará no solo por el drama familiar y la posterior tragedia, sino por su acierto a la hora de humanizar y modernizar la monarquía británica.
Entre los invitados están los bisabuelos de Carlota, la reina Isabel II y el duque de Edimburgo. También su abuelo paterno, el príncipe Carlos, y su esposa Camila, duquesa de Cornualles.
 Por parte de la madre estarán los abuelos, Carole y Michael Middleton, y los tíos, Pippa y James. También asistió al bautismo María Borrallo, la cuidadora española de Carlota, aunque no como invitada oficial.
Condujo la  ceremonia el arzobispo de Canterbury, Justin Welby.
La pila bautismal que se empleó fue la conocida como Lily Font, de plata y con forma de lirio abierto, que encargo la reina Victoria en 1840 para el bautizo de su primogénito y que se ha utilizado desde entonces para cada bautismo real excepto el de la princesa Eugenia
. Una pieza que forma parte de las joyas de la corona y que fue trasladada desde la Torre de Londres.
El príncipe Enrique, hermano menor de Guillermo, no pudo asistir ni ejercer de padrino -como tampoco pudo hacerlo en el bautizo de Jorge- pues se encuentra en un viaje de tres meses por África. Los padres eligieron tres padrinos y dos madrinas, entre los amigos de la pareja.
 Entre ellos está Laura Fellowes, prima de Guillermo e hija de una hermana de Diana.
Kate Middleton eligió un vestido de abrigo blanco del fallecido diseñador británico Alexander McQueen y un tocado de Jane Taylor, que diseñó también el que llevaba su hermana Pippa.
El carrito en que llegó Carlota había sido antes utilizado por la reina para sus dos hijos menores, los príncipes Andrés y Eduardo.
 El pequeño Jorge llevaba un atuendo que imitaba, en otro velado homenaje más a la princesa Diana, al que llevó en el bautizo de su hermano Enrique el propio Guillermo.
 Este caminó entonces de la mano de Diana igual que Jorge ha caminado hoy de la mano de su padre.

 

Un prestigio infundado y dañino.................................................................................. Javier Marías

Me parece peligroso el estado de irritabilidad continua. Lleva a no distinguir qué merece nuestra indignación y qué nuestro desprecio.

 

Gran parte de los ciudadanos aplaudió a los “indignados” de 2011, que acamparon en Sol en Madrid y en plazas de otros lugares.
 Muchos sinceramente, muchos por oportunismo y por “no quedarse atrás”.
 Entre estos últimos causó rubor ver a bregados políticos y a veteranos intelectuales arrimarse para salir en las fotos, el viejo truco de intentar ponerse delante de una avalancha que ya está en marcha. Claro que había motivos –y los hay– para indignarse; claro que no les faltaba razón a los manifestantes, asambleísmos y arcaísmos y puerilidades apart
e. Pero lo que se aplaudió más todavía fue el término, “indignados”, hasta el punto de haber alcanzado un extraño prestigio en nuestra sociedad y de haberse convertido en un estado de ánimo en el que hay que vivir instalado.
 Hoy parece que el que no se indigna continuamente por algo –lleve o no razón, tenga o no importancia– sea un acomodaticio, un domesticado, un dócil, un sumiso y un tonto.
La reacción inmediata de demasiados españoles es poner el grito en el cielo por cualquier zarandaja. Da la impresión de que se asomen a las pantallas y a los diarios para encontrar motivos de cabreo descomunal, de furia.
Y quien está predispuesto a eso los hallará siempre, o se los inventará en caso contrario.
Poco hay que inventarse en política, con el Gobierno que padecemos.
Poco ante los innumerables casos de corrupción descubiertos, y los que nos faltan.
 Poco ante la situación económica de las clases medias y bajas, a las que la “recuperación lograda” que proclaman Rajoy y sus huestes les debe sonar a tomadura de pelo y a recochineo
 Poco hay que inventarse, asimismo, ante la galopante decepción de los “nuevos partidos”, que tal vez sean más honrados que los “viejos” –a la fuerza ahorcan–, pero cuyos dirigentes se muestran por el estilo de vainas, aunque en otra gama.
 De momento abrazan cuantas peregrinas ideas flotan por el globo, siempre que sean “ecológicas” o tópica y vulgarmente “correctas”, es decir, demagógicas y prohibidoras
. Por no mencionar la vileza tuitera de cuatro ediles –cuatro– de Carmena en Madrid. Si esa es la “gente decente”, según una juez, este país está encanallado.
La reacción inmediata de demasiados españoles es poner el grito en el cielo por cualquier zarandaja
Hace poco hablé de los linchamientos masivos de las redes sociales, extrañado de que el comentario o la foto imbéciles de un cualquiera provocaran aludes de improperios, con consecuencias desproporcionadas para los metepatas
. Quizá no es tan extraño, a la luz de ese absurdo y nocivo “prestigio” de la indignación
. Hay que vivir airado, parece ser la consigna. Hay que saltar a la mínima y descargar nuestra cólera, no pasarle una a nadie
. Y lo grave es que, poco a poco, ese estado de ánimo permanentemente erizado y adusto, agresivo, se adueña de todos los ámbitos. Algunos medios de comunicación azuzan sin cesar las llamas.
 La fábrica de manipulación que hoy es TVE anunció como cosa tremenda lo que había dicho el futbolista Piqué durante las celebraciones del Barça por sus triunfos.
Sus locutores hubieron de explicarlo con minucia, porque para el común de los espectadores la frase de Piqué era incomprensible, se había limitado a dar las gracias a un cantante desconocido
. Por lo visto encerraba una muy velada burla –más bien críptica– al Real Madrid, lo cual motivó que en el siguiente partido que jugó, con la selección, Piqué fuera pitado por los propios hinchas cada vez que intervenía
. De lo cual se hicieron eco, falsamente escandalizados, los mismos locutores de TVE que habían prendido la cerilla para provocar el incendio.
 Así sucede con todo. Sin salirnos del terreno venial del fútbol, el “prestigio” de indignarse con Casillas, hecho dogma por los forofos del ­Madrid más cerriles, sandios, pendencieros y desagradecidos (es decir, más mourinhistas), ha dado como resultado la casi segura, anticipada y fea marcha del jugador más admirable que ha tenido ese club en muchos años.
La cuestión es enfurecerse. Con quién, da lo mismo.
Me parece peligroso el estado de irritabilidad continua.
 Lleva a no distinguir qué merece nuestra indignación de veras y qué sólo nuestra desaprobación, o nuestro desprecio.
 Una población irascible y con malas pulgas está condenada al descontento, con el mundo entero y consigo misma
. También lo está a confundirse y a no discernir, a dar importancia a lo que no la tiene y a restársela a lo que sí, ocasionalmente, aunque hoy se conceda a todo trascendencia desmesurada.
Está condenada a ser injusta, a cargarse lo valioso y a defenestrar a sus conciudadanos mejores.
 Basta con que uno de éstos haga o diga algo que esa población no quiere ver u oír, basta con que ponga en tela de juicio sus convicciones (casi siempre pasajeras, casi siempre impuestas por “los tiempos que corren”), para que la persona notable o perspicaz “indigne” a los encolerizables y también caiga en desgracia.
La gente indignada o predispuesta a estarlo es la que menos escucha y razona, y la más manipulable, y acaba por ser sólo intolerante.
 Sin duda va siendo hora de que se rebaje el “prestigio” de esa actitud más bien pétrea.
 Un prestigio infundado y dañino donde los haya.
 Además de idiota, dicho sea de paso.
elpaissemanal@elpais.es