Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

24 may 2015

Como si votáramos por vez primera..................................................... Santos Juliá.

El futuro que espera a la democracia con el nuevo sistema de partidos que emerja hoy de las urnas no está escrito, como nada en la vida: eso es lo que rodea a estas elecciones de cierto aura inaugural.

Elecciones 24M
EDUARDO ESTRADA
Nunca unas elecciones municipales y autonómicas han despertado tan elevadas expectativas y han provocado tan profundas incertidumbres como en esta ocasión: tanto es el renacido interés por la política y tantas son las dudas suscitadas por los nuevos partidos y plataformas cívicas que parecería como si estuviéramos, no ante unas elecciones de ámbito local o regional, ni siquiera ante unas generales, sino ante unas constituyentes.
 Cierto, nada que ver con 1977, pero todo sucede como si, agotado lo que entonces nació a la vida política, nos encontráramos en el trance de romper con el pasado para marcar un nuevo comienzo.
Para percibir cómo hemos llegado hasta aquí, no será inútil recordar que si alguien hubiera resumido en 2008 las tres primeras décadas de esta democracia española, habría presentado un balance en el que los logros destacarían más que los fracasos:
 una sociedad más libre e igualitaria, más permisiva y tolerante; unos bienes públicos saneados y disfrutando del aprecio general; una democracia lejos de todo aquello que en otras épocas fue su ruina; sin rastro de militarismo, con el clericalismo de capa caída; sin partidos antisistema, con instituciones legitimadas ante la gran mayoría de ciudadanos; con el terror de ETA derrotado y, para colmo, en Europa y con un sistema en el que dos partidos aseguraban estabilidad a los gobiernos.

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De pronto, los logros se desvanecieron para dejar el campo sembrado de fracasos.
 Una crisis económica que el partido en el poder recibió con una mezcla de autocomplacencia y frivolidad, negándose a nombrarla por su verdadero nombre, hasta que el superávit se convirtió en déficit y las cuentas saneadas pasaron a ser deuda rampante; una crisis política, imparable desde que el partido en la oposición ganó la siguiente convocatoria electoral para imponer una política contraria a todo lo que, con mezcla de mentira, crispación y ligereza, había prometido.
 Crisis económica, devenida crisis política, dando origen a una profunda crisis social, los tres pasos soñados por quienes éramos jóvenes en los años sesenta cuando dábamos por cierto que las horas del capitalismo como sistema económico y de la burguesía como clase dominante estaban contadas.
Ahora, con las tres crisis juntas y sin ninguna fuerza política capaz de enfrentarla, la democracia española pasó a ser denostada como régimen del 78, epítome de fracaso, herencia del franquismo, el régimen por antonomasia: colusión de los dos grandes partidos para el reparto del Estado; corrupción no solo de personas sino del sistema; envilecimiento de salarios e incremento de la desigualdad; políticas de agresión a los bienes públicos: docentes a la calle, hospitales en precario; impuestos sin tasa sobre las clases media y media-baja; pérdida masiva de empleos; jóvenes haciendo las maletas camino de Alemania.
Nunca una convocatoria así ha suscitado tan elevadas expectativas y tan profundas incertidumbres
Con los partidos enmudecidos, sin más rumbo que el impuesto desde el exterior, habló entonces la calle sacando a plena luz la frustración incubada en el interior: si no el capitalismo ni la burguesía, al menos el régimen del 78 sí tenía los días contados.
 No hubo ninguna institución capaz de recoger aquellas voces: el sistema de partidos trastabilló y si no llegó a caer en tierra fue porque quedaban restos de clientelas y viejas lealtades, una energía residual, insuficiente en todo caso para paliar el desastre.
La energía nueva llegó de fuera del sistema, de los movimientos sociales y de las plataformas creadas en una incesante espiral de protesta que inundó las plazas públicas y —lo que resultó tan decisivo— las redes sociales.
Paralizados los viejos partidos ante el abismo, quienes alzaron la voz en plazas y redes, tras despreciar la capacidad inclusiva que define, aun en medio de las peores tormentas, a las instituciones democráticas, se percataron enseguida de que para alcanzar el poder no bastaba con el exceso de hybris de que hicieron gala en los primeros momentos; que además de una buena ración de ego y arrogancia es preciso algo tan antiguo como organizarse en partidos, concurrir a elecciones y conseguir votos.
Y en esas estamos: dos partidos en ascenso compiten con dos partidos en declive, situándose, sin reconocerlo verbalmente, pero sí en la manera de quitarse la corbata o arremangarse la camisa, uno a la izquierda de la derecha y el otro a la izquierda de la izquierda, donde abundan además variopintas plataformas.
De lo primero, hay motivos para celebrar que, al contrario de lo ocurrido en Francia o Inglaterra, aquí la quiebra de confianza en su partido de un amplio sector del electorado de derecha no haya provocado el parto de una criatura de la derecha extrema; de lo segundo, lo que hoy se vislumbra es el grado de fragmentación que añadirá a un campo siempre dividido un recién llegado —y las plataformas coligadas— que mientras levantaba su tienda cambió la canción del mañana es nuestro por un lenguaje de moderación.
Y así, de la relativa simplicidad del eje izquierda/derecha con apoyo mutante de nacionalistas catalanes, pasaremos a la inédita complejidad que precisará de pactos entre partidos y plataformas que, si funcionan como potentes imanes electorales, tendrán que demostrar su valor como coaliciones de gobierno.
Sería una ingenuidad dar por seguro que el pluripartidismo traerá por sí solo el remedio
Pues sería una ingenuidad dar por seguro que, como el mal radicaba en el bipartidismo, el pluripartidismo traerá por sí solo el remedio.
 Alemania ha mantenido durante medio siglo un eficaz sistema bipartidista, con o sin gobiernos de coalición, mientras en Italia, maestra en finezza política, el sistema multipartidista se derrumbó, con sus gobiernos de coalición de quita y pon, como un castillo de naipes, sin dejar ni una carta en pie. Aquí, el futuro que espera a la democracia con el nuevo sistema de partidos que emerja hoy de las urnas no está escrito, como nada en la vida: eso es lo que rodea a estas elecciones de cierto aura inaugural, como si votáramos por vez primera, desnudos de ataduras, libres de viejas lealtades.
Con las elecciones generales de 1977, una dictadura hizo mutis al tiempo que irrumpía en escena una democracia
. Hoy puede ocurrir que una democracia fatigada por las malas prácticas y duramente golpeada por la crisis encuentre en unas elecciones locales y autonómicas el punto de partida hacia su reforma y renovación: todo dependerá de cómo administre cada cual, en el conflicto de intereses y la distribución de recursos que es siempre la vida política, el resultado que salga de las urnas, esa antigualla asentada por vez primera en España gracias al régimen de 1978.
Santos Juliá es historiador.

 

23 may 2015

A los 59, la desnuda verdad de mi cuerpo............................................. Robin Korth

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Desnuda, me puse frente a las puertas del armario con las luces encendidas y me mentalicé. Respiré hondo y coloqué los espejos para poder verme de cuerpo entero.
 Trabajé a conciencia para quitarme de la cabeza esa imagen interior que tenía de mí misma. Abrí los ojos y observé mi cuerpo con atención.
Y al descubrir la verdad me dio un vuelco el corazón: ya no soy una mujer joven.
Soy una mujer que ha vivido plenamente
. Mi cuerpo narra la historia de todos los años que ha llevado consigo a mi espíritu.
Soy una mujer de 59 años con muy buena salud y en buena forma física.
 Mido casi 1,80 y peso algo más de 61 kilos.
 Uso la talla 38 en pantalones y braguitas, y mis pechos aún quedan lejos de mi ombligo
. De hecho, todavía se esfuerzan por llenar un sujetador de copa B.
 Ya no tengo los muslos de terciopelo y tengo estrías en las nalgas. Me cuelga un poco la parte de arriba de los brazos y mi piel muestra las marcas del sol.
 Tengo la cintura algo flácida, ya no está perfectamente tersa, y en el abdomen se aprecia la señal de una cesárea que se llevó consigo la planicie de mi vientre... pero que me dio un hijo.
¿A qué viene este brutal escrutinio de mí misma?
Era el momento de contrarrestar los daños de mi cultura, de mi propio miedo, y de darme algo de amor.
Era el momento de señalar los puntos fuertes y débiles de mi propio cuerpo, un cuerpo que fue calificado como "demasiado arrugado" por un hombre encantado con mi energía y mi mente, pero al cual no le gustaba mi verdad desnuda.
Se llamaba Dave y tenía 55 años.
Nos conocimos en una web de citas.
 Dave era interesante, educado y brillante.
 Me daba la mano y dábamos largos paseos en bici.
 Recorría muchos kilómetros para llegar hasta mi puerta. Cocinaba para los dos y acariciaba a mi perro.
 Estaba convencida de que deseaba conocer por completo a ese hombre.
Así que planeamos un fin de semana juntos. Ahí fue cuando las cosas empezaron a torcerse.
Nos fuimos a la cama como cualquier otra pareja, desnudos y acariciándonos, con los cuerpos juntos. Nos besamos y nos abrazamos antes de dormir
. Durante el fin de semana, intenté que llegáramos a algo más, pero me desalentaba en cada intento.
El lunes por la noche, hablando por teléfono, le pregunté a este hombre que había compartido cama conmigo durante tres noches consecutivas que por qué no habíamos hecho el amor.
 "Tienes el cuerpo demasiado arrugado", me dijo, sin necesidad de tomar aire
. "Me he malacostumbrado estando con mujeres jóvenes durante años, y no consigo excitarme contigo.
Me encanta tu energía y tu risa. Me gusta tu mente y tu corazón.
 Pero no puedo con tu cuerpo".
Me dejó pasmada
. El dolor vendría después.
 Le pregunté con calma y con cuidado si le costaba mirar mi cuerpo. Me dijo que sí.
 "Entonces, ¿te resultó molesto verme desnuda?", pregunté. Me dijo que, simplemente, había mirado para otro lado.
 Y que cuando apagamos las luces, trató de imaginarse que mi cuerpo era más joven; que yo era más joven
. Respiré hondo mientras intentaba procesar la información. Se me quedó cara de tonta y sentí mucha vergüenza al recordar lo poco que me había costado desnudarme ante aquel hombre justo unos días antes.
Estuvimos hablando un rato más, y mi cabeza siguió dándole vueltas al contenido de la conversación. Él me habló de algunas prendas que podrían "esconder" mi edad.
Me dijo despreocupadamente que le encantaban los "minivestidos negros" y los zapatos de tiras. También me dijo que aunque no tuviera el pelo largo y suelto como a él le gustaba, no le importaba demasiado porque tenía un "look moderno".
Al escuchar a este hombre, me sentí como una muñeca Barbie a la que arrojan ácido.
 Él no era consciente en absoluto de la brutalidad de sus palabras.
 Me había convertido en un objeto al que poder vestir y posicionar para proporcionar satisfacción a su idea de lo que la perfección sexual femenina debería ser.
Me explicó que, ahora que sabía lo que necesitaba, podríamos pasarlo genial en la cama
. Le dije que no, que no iba a esconder mi propio cuerpo. Que no me vestiría con prendas destinadas a hacerlo más tolerable
. Que no me desvestiría en la oscuridad o en la ducha con la puerta del baño cerrada. Que no me rebajaría por él, ni por nadie
. Que mi cuerpo es bello, y que va junto con mi mente y mi corazón.
Cuando le dije a Dave que no quería volver a verle ni a tener noticias suyas, le resultó muy extraño y se quejó de que yo había hecho una montaña de un grano de arena
. Que le estaba dando demasiada importancia a una pequeña parte de nuestra relación.
Ni siquiera intenté explicarle el daño que me había hecho. Lo cierto es que lo sentí mucho por aquel hombre al colgar el teléfono
. Fue tras esta llamada cuando me dirigí hacia el dormitorio y me quité con cuidado la ropa.
Al mirar al espejo, con los ojos bien abiertos y valentía, reivindiqué cada milímetro de mi cuerpo con amor, respeto y cariño. Este cuerpo soy yo.
 Ha sostenido mi alma y mi corazón todos y cada uno de mis días. Cada arruga e imperfección es un distintivo de mi experiencia, como ser vivo y dador de vida.
 Con lágrimas en los ojos, me abracé. Di gracias a Dios por el regalo de mi cuerpo y mi vida.
 Y también le agradecí a ese lamentable hombre llamado Dave por haberme recordarme cuán preciado es este bien.
A Robin Korth le gusta interactuar con sus lectores. Puedes contactar con ella en Facebook.
También puedes informarte sobre su nuevo libro, Soul on the Run, en la página www.SoulOnTheRun.com.
Traducción de Marina Velasco Serrano
Ayyyyy Amor de Hombre que está llegando y ya se va una vez más. 

Un miliciano republicano escribe una carta durante la Guerra Civil. / EFE

Me acuerdo de las cartas que llegaban o que se escribían cuando yo era niño; cartas escritas muy despacio con letra tortuosa y palabras a veces mal separadas entre sí; con una caligrafía entre tosca y refinada, con elegancias de cursiva y a veces rabos fantasiosos, firmadas con rúbricas de gran vuelo, llenas de faltas de ortografía; cartas escritas en papel rayado, para que no se perdieran las líneas, con la mano áspera por el trabajo y poco hábil para sostener el bolígrafo; con la cabeza inclinada, la cara cerca del papel, en un gesto que daba un aire infantil a los adultos, como si se inclinaran sobre el pupitre de la escuela a la que nunca fueron, o en la que se quedaron demasiado poco tiempo, porque había obligaciones más urgentes que atender, el trabajo en el campo para los chicos, el cuidado de los hermanos pequeños y de la casa para las niñas.
Y me acuerdo de las cartas que llegaban, anunciadas por el silbato del cartero y los golpes en los otros llamadores de nuestra plaza recogida como un patio, el golpe en el llamador de nuestra casa, la prisa por abrir y responder, las manos mojadas que se secaban apresuradamente en el mandil y sostenían luego la carta, un enigma, un objeto entre cotidiano y asombroso: cartas de parientes que habían emigrado muchos años atrás, de hijos y tíos que estaban en la mili, postales de recién casados en viaje de novios, siempre de lugares célebres con un cielo muy azul, un azul de postal, la Puerta del Sol, la Sagrada Familia, la Cibeles y, al fondo, la Puerta de Alcalá.
Las cartas se leían siempre en voz alta y despacio, tanteando las palabras, probando a decirlas bien. Estaban llenas de formalidades y había pocas comas:
 “Espero que al recibo de la presente estéis bien nosotros bien a Dios gracias”.
Algunas veces venía una foto dentro de ellas: un soldado sonriente, la cabeza pelada bajo el gorro, las piernas abiertas; unos recién casados jóvenes delante de la estatua de Velázquez, en el Museo del Prado, o rodeados de palomas, en la plaza de España de Sevilla.
Las cartas eran el contacto más habitual, casi el único, entre la gente trabajadora y la escritura; las formalidades obligatorias se mezclaban con una oralidad resaltada por la lectura en voz alta.
 Algunos de los que las escribían y las recibían habían sido jóvenes durante la guerra
. Una parte de la avidez con la que escuchaban el silbato del cartero y esperaban la llegada del correo tenía que ver con las esperas más angustiosas de entonces, cuando una carta era la prueba de que alguien seguía vivo, cuando recibirla en una trinchera o en un cuartel aliviaba el miedo, el tedio, el frío, el hambre de la guerra.

‘Voces desde la trinchera’
He reconocido esas voces de mi memoria infantil en un libro de James Matthews, Voces de la trinchera, un libro hecho con todo el rigor de la investigación histórica y también con algo más difícil, con una cordialidad franca y respetuosa hacia las vidas, los sentimientos, las penalidades de quienes rara vez cuentan en el relato de la historia, y más precisamente en el de la guerra civil española: no los figurones de la política ni los héroes ciertos o presuntos ni los ideólogos ni los matarifes, sino las personas comunes, los soldados rasos, los que carecen de las habilidades o de los contactos para escapar a la primera línea, los que fueron a la guerra porque los alistaron y los obligaron.
James Matthews está particularmente capacitado para una tarea así: es un joven historiador inglés que se crio en Lavapiés y posee un conocimiento profundo y creo que una gran afinidad con la vida popular de Madrid
. Su primer libro, Soldados a la fuerza: Reclutamiento obligatorio en la Guerra Civil, exploraba el lado menos épico y por lo tanto menos estudiado de la guerra, y desmentía a base de datos y documentos de archivo la leyenda siniestra de las dos Españas, tan querida por luchadores valientes, pero retrospectivos, de aquella carnicería.
Solo un porcentaje reducido de combatientes se alistó de manera voluntaria, en uno u otro bando
. La Guerra Civil la hicieron, y la padecieron, soldados de reemplazo en su inmensa mayoría: el azar geográfico fue mucho más decisivo que las opciones y las lealtades políticas.
En el trabajo del historiador puede haber epifanías tan jubilosas como en el del novelista
. Mientras seguía el rastro nada heroico de las fichas y las listas mecanografiadas de reclutas, James Matthews encontró un tesoro insospechado en el archivo militar de Ávila: los expedientes del servicio de censura del Ejército Popular de la República, en el que se guardan miles de fragmentos de cartas escritas por soldados, casi todas ellas durante el último año de la guerra, y enviadas desde el frente de Andalucía.
De lo que escriben los soldados no es del miedo a la muerte, ni del arrojo ante el enemigo, sino de cosas más triviales: el hambre, la sed
Aquí no hay sitio para la épica de los carteles de propaganda o de los discursos y los desfiles. Quien haya leído las memorias de Miguel Gila, quien tenga edad para haber escuchado de niño a los que estuvieron en los frentes, reconocerá el tono de estos jirones censurados de cartas
. Hasta la guerra en sí queda casi en segundo plano: el frente de Andalucía permaneció bastante tranquilo, y el armamento, la munición y los equipos eran tan escasos que volvían improbables las grandes batallas.
 De lo que escriben los soldados no es del miedo a la muerte, ni del arrojo ante el enemigo, sino de cosas más triviales: el hambre que pasan, la sed en esas trincheras cavadas en páramos, la mala calidad del calzado, la falta de ropa de abrigo y hasta de piezas de uniforme y de ropa interior, la arbitrariedad de los superiores, la queja eterna del soldado raso contra los enchufados, los que se las apañan para encontrar un puesto que los aleje del frente o les dé algún mezquino privilegio.
Escribe un soldado:Estamos hartos de tanta guerra y de hacer esta vida tan extraña que estamos haciendo, pero yo digo que algún día se tiene que terminar, porque no hay nada que dure cien años”. La cruda verdad puede decirse con unas pocas palabras elementales, en una carta casi sin puntos ni comas, escrita con la urgencia de una confesión:
Así es que la guerra es para los pobres trabajadores que son los que mueren en los campos de batalla”.
Pero los soldados hacen lo que pueden por no morir, ni matar
. Mi abuelo paterno, que pasó toda la guerra como soldado de infantería en el frente, me contaba que cuando no tenía más remedio que disparar, lo hacía siempre con los ojos cerrados.
 Para escándalo de los censores, y de los mandos, los soldados de una y otra trinchera se ponen de acuerdo para no dispararse, y aprovechan el remoloneo de la tregua para jugar al fútbol, o a las cartas, y sobre todo para lo fundamental, intercambiar tabaco y papel de fumar
. En una de las dos Españas abundaba el tabaco, pero no había papel; en la otra sobraba el papel, pero faltaba el tabaco
. De niño oía hablar muchas veces de esos intercambios.


 Al encontrarlos de nuevo en las cartas recobradas por James Matthews me parece que escucho otra vez aquellas voces, extinguidas hace tanto tiempo.

La desnudez de los hijos.......................................................Elvira Lindo

La fotógrafa Sally Mann desafió a aquellos que piensan que un niño desnudo invita inevitablemente a la pedofilia.

Candy Cigarette, fotografía realizada por Sally Mann. / Cortesía de Edwynn Honk Gallery

Me acordaba vagamente de aquellas fotos y también de la polémica que se desató con ellas
. Eran imágenes de niños desnudos en el campo salvaje de Virginia.
Dos chiquillas y un niño, tres hermanos, despeinados, asalvajados, bañándose en un lago, bailando sobre la mesa, vomitando, haciendo pis sobre la tierra, comiendo, abandonados al sueño
. Eran fotos en blanco y negro, parecían haber sido tomadas en un tiempo no fechado, en el universo atemporal de la infancia.
Tenían una precisión perturbadora, las había tomado alguien en quien los niños confiaban, tanto como para posar con descaro y mostrarse tal cual vinieron al mundo ante la cámara.
 La autora de esas imágenes era su madre, Sally Mann, una artista sureña admirada por muchos amantes de la fotografía y denostada con furia por los reaccionarios o por esos progresistas que en aras de la protección de la infancia son capaces de señalar a cualquiera como abusador o abusadora de niños.
 Sally Mann, esa fotógrafa que a finales de los noventa fue acusada de utilizar la desnudez de su hijos para tocar la gloria, es hoy una mujer de 64 años, atractiva, fuerte y delgada, con unos ojos azules y una melena blanca indomable que le otorgan un aire juvenil
. He ido a verla a un teatro de mi barrio, el Symphony Space, acompañada del fotógrafo Fernando Sancho, los dos somos seguidores de su obra.
 En el patio de butacas se respira admiración y reverencia hacia esta mujer que desafió a aquellos que piensan que un niño desnudo invita inevitablemente a la pedofilia.
En primera fila, está una de sus hijas, Virginia, una mujer ahora, que a los cinco años se vio arrastrada por la polémica cuando el Wall Street Journal reprodujo uno de las célebres desnudos de los niños de Sally añadiéndoles, muy retorcidamente, la banda negra sobre los pezones y el pubis.
 Una manera maliciosa de acusar a la artista de explotación de la intimidad de sus propios hijos en un país obsesionado por el sexo hasta el punto de convertir en algo sucio el cuerpo de una niña pequeña.
Sally Mann camina hasta el micrófono a grandes zancadas.
 Mi primer pensamiento es hacia lo que emana de su físico: quiero ser así cuando esté camino de los setenta, llevar vaqueros si me apetece, lucir una melena larga en contra de esa estúpida creencia que establece que las mujeres mayores han de llevar el pelo cortito, y desplegar una elegancia vehemente en los gestos, para no rendirse jamás al acuerdo que determina que una vieja tiene que pasar lo más desapercibida posible.
 Se diría que Mann ha llegado a Nueva York en uno de esos caballos que monta en su granja virginiana.
Lee unas páginas de Hold Still, sus memorias recién publicadas, que espero que algún editor adquiera para los lectores españoles que estoy segura las disfrutarían tanto como yo. Integra todos los componentes de las mejores narraciones sureñas: pasiones, suicidios, secretos, crueldad, mentiras, herencias, paisajes salvajes, negritud, segregación y amores extraños
. También se narra la repercusión de aquellas dichosas veinte fotos que la señalaron como abusadora, y una de las dramáticas consecuencias de esta polémica tan aireada en los periódicos: el acoso de un tipo siniestro que fue siguiendo los pasos de sus hijos durante años
. Al matrimonio Mann el acecho de este perturbado les robó el sueño, pero Sally no se ha arrepentido jamás de haber fotografiado a sus hijos desnudos.
 Su trabajo es mucho más amplio, pero como suele ocurrir la dichosa polémica la perseguirá cada vez que se hable de su trabajo.
No menos importantes son sus fotos sobre la negritud, la enfermedad de su esposo o el paisaje arrebatador de Virginia
. Sus imágenes captan lo local, lo doméstico, y lo elevan a obra de arte.
En estos días de primavera los parques neoyorquinos se llenan de niños chicos jugando en las bocas de agua, los sprinklers.
 Lo que era un divertimento para los niños pobres se convirtió con los años en el juego más popular de los meses calurosos.
 Las criaturas corren alrededor del aspersor.
 Vestidas, claro. Las zonas de niños están valladas.
 Los padres vigilan en línea y miran con desconfianza a todo aquel que se detiene a contemplar una actividad que mueve a la sonrisa, por lo que tiene de loca y primaria.
 Hace 16 años, una fotógrafa, Mann, tuvo la osadía de captar las correrías de sus hijos en los días de un verano
. La tacharon de mala madre
. Pero madres y padres que milagrosamente no han sucumbido a la estupidez de los tiempos se lo agradecerán siempre, por haber defendido con sus fotos la libertad de la mirada y la inocencia de los cuerpos infantiles.
 El pudor, como es lógico, llega siempre con la adolescencia, pero a un niño hay que concederle, al menos, un verano en el que jugar desnudo.
Chicos en la playa

 

 

 

 

Niños jugando desnudos en La Playa . Sorolla