Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

30 abr 2015

La orfebrería de ‘Cien años de soledad’......................................................... Jan Martínez Ahrens .

Las pruebas de imprenta de la novela de García Márquez vuelven a buscar dueño.


Fue un martes de 1965. Gabriel García Márquez acababa de regresar de un fin de semana en Acapulco con su esposa y sus dos hijos, cuando, fulminado por un “cataclismo del alma”, se sentó ante la máquina de escribir y, como él mismo recordaría años después, no se levantó hasta principios de 1967.
 En esos 18 meses, todos los días, de nueve de la mañana a tres de la tarde, el escritor colombiano gestó Cien años de soledad.
Mucho se ha escrito de la atmósfera mexicana en la que germinó su obra magna, de su obsesión creativa, de sus dificultades económicas, del apoyo inquebrantable de los amigos.
 Pero muy poco se sabe de su construcción.
 Las claves de su plasmación material, la ingeniería sobre la que edificó el universo de Macondo, siguen entre sombras.
Y este misterio no fue casual
. El propio autor, cuando en junio de 1967 recibió el primer ejemplar impreso, rompió el original para que “nadie pudiera descubrir los trucos ni la carpintería secreta”
. De aquella destrucción histórica se salvaron contadísimos documentos.
 Uno de ellos, posiblemente el más importante, fue la primera copia de las pruebas de imprenta. Sobre las galeradas, García Márquez anotó de su puño y letra 1.026 correcciones, dejando a la luz cambios e inflexiones de enorme interés.

Esos papeles, a los que ha tenido acceso EL PAÍS, han seguido una azarosa existencia
. El escritor los regaló al cineasta exiliado Luis Alcoriza y a su esposa Janet.
 Tras sus muertes, fueron subastados dos veces sin éxito y ahora, olvidados otra vez, buscan acomodo en una institución.
 “Prefiero que estén en una biblioteca o un museo que conmigo”, dice el mexicano Héctor Delgado, heredero de los Alcoriza.
Las galeradas, de editorial Sudamericana, suman 181 hojas de doble folio, numeradas a mano, con acotaciones del autor en bolígrafo o rotulador.
 Su recorrido muestra la orfebrería de García Márquez.
 En ellas el autor señala los inicios de capítulo, reordena párrafos, suprime y añade frases, sustituye o corrige más de 150 palabras y, en muchas ocasiones, alerta de erratas.
 En este ejercicio queda patente el agotador pulso que el autor mantenía consigo mismo.
 Los cambios no solo van destinados a purificar el texto o despejar la fronda de nombres de los Buendía, sino que ahondan en sus inextricables juegos de lenguaje
 A veces, se trata de sutilezas: de “amedrentar” se pasa a “intimidar”, de “obstruir” a “cegar”, o de “completar” a “complementar”.
 Pero otras, la mano del escritor va mucho más lejos: las mariposas se vuelven “amarillas”, las sanguijuelas se sacan “achicharrándolas” con tizones, el troglodita queda convertido en un “atarván”, los niños andan como “zurumbáticos”, la Ópera Magna se transforma en “alquimia”, un san José de yeso descubre un interior “atiborrado de monedas de oro” o la descarga del máuser “desbarata”, que no “desarticula”, un cráneo.
También algunos personajes adquieren matices nuevos con los incisos.
 Amaranta, por ejemplo, “finge sensación de disgusto” al oír hablar de boda, y Aureliano ve su “antigua piedad” transformarse “en una animadversión virulenta”
. Son alteraciones constantes. Una lluvia fina de mejoras que, sin generar cambios de fondo ni giros argumentales, sí que descubren la talla microscópica y tenaz de un texto de cuya grandeza el autor era consciente.
Posiblemente por ello, García Márquez nunca devolvió las pruebas de imprenta a la editorial, sino que envió las correcciones aparte.
 Y lejos de destruir el documento, como hubiera sido esperable, lo convirtió en un monumento a la amistad: lo regaló y dedicó al director de cine Luis Alcoriza y a su esposa, la actriz austriaca Janet Riesenfeld:
“Para Luis y Janet, una dedicatoria repetida, pero que es la única verdadera: del amigo que más les quiere en este mundo. Gabo. 1967”.
Una de las galeradas de 'Cien años de soledad', con la dedicatoria a Luis Alcoriza y su esposa, Janet Riesenfeld. / Carlos Rosillo
La pareja, afincada en México y muy próxima a Luis Buñuel, formaba parte del círculo íntimo del escritor colombiano.
 Aquel que le había mantenido en las épocas más negras y con quien, en los días buenos, había celebrado la alegría de vivir.
 El propio autor lo explicó años más tarde en un artículo en EL PAÍS:
 “Cuando la editorial me mandó la primera copia de las pruebas de imprenta, las llevé ya corregidas a una fiesta en casa de los Alcoriza, sobre todo para la curiosidad insaciable del invitado de honor, don Luis Buñuel, que tejió toda clase de especulaciones magistrales sobre el arte de corregir, no para mejorar, sino para esconder.
 Vi a Alcoriza tan fascinado por la conversación que tomé la buena determinación de dedicarle las pruebas”.
El matrimonio guardó las páginas como un objeto sagrado.
Dieciocho años después, cuando Cien años de soledad ya era un tótem,
 García Márquez volvió a encontrárselas en casa de los Alcoriza: “Janet las sacó del baúl y las exhibió en la sala, hasta que se hicieron la broma de que con eso podían salir de pobres. Alcoriza hizo entonces una escena muy suya, dándose golpes con ambos puños en el pecho, y gritando con su vozarrón bien impostado y su determinación carpetovetónica: ‘Pues yo prefiero morirme que vender esa joya dedicada por un amigo”.
 García Márquez respondió escribiendo debajo de la dedicatoria, con el mismo bolígrafo que la primera vez: “Confirmado. Gabo. 1985”.
Luis Alcoriza, el exiliado, murió en 1992 en Cuernavaca.
 Su esposa le siguió seis años después. Las galeradas quedaron en manos de su heredero, el ingeniero y productor Héctor Delgado, el hombre que les había cuidado en los últimos días. En 2001, con el beneplácito del premio Nobel, los papeles fueron subastados sin éxito en Barcelona por un millón de dólares (897.500 euros, al cambio actual)
. Un año después, tampoco hubo suerte en Christie’s. Ahora, al año de la muerte de García Márquez, el heredero, de 73 años, busca quien los adquiera.
 La Universidad de Texas, que compró el archivo del Nobel, se ha interesado, pero poco más. Casi medio siglo después de su gestación, uno de los pocos documentos que se salvaron de la génesis de Cien años de soledad sigue buscando dueño.
La primera página de las pruebas de imprenta. / Carlos Rosillo

 

29 abr 2015

Ilustrar lo cotidiano..............................................................................Mónica Luengo Montero

Una nueva generación de ilustradoras da el salto al papel gracias al éxito en la web.

 

sara herranz

Cuando Agustina Guerrero preparaba su nuevo libro, se enteró de que estaba embarazada.
 De repente, a esta ilustradora de origen argentino que reside en Barcelona desde hace más de una década, no le apetecía otra cosa que no fuese dibujar sobre su embarazo.
 Así que aparcó el proyecto que tenía entre manos y se puso a trabajar en lo que sería Mamma mía!, su tercera novela gráfica, que ha salido a la venta este mes, y la segunda protagonizada por su alter ego de papel y tinta, La volátil.
 “En mi caso, sin el blog no habría existido un libro.
 No me habría animado a enviar Diario de una volátil a una editorial”, recuerda por teléfono Guerrero que, como muchos artistas de su generación, han podido dar el salto a la publicación gracias al éxito que su obra ha tenido en Internet
. En su caso, la argentina abrió su bitácora, que alcanzó miles de seguidores en pocos meses, en 2011. Además, tiene más de medio millón de me gusta en su página de Facebook, unos 76.000 seguidores en Instagram y otros 22.000 en Twitter, las principales redes por las que difunde su trabajo.
agustina guerrero
Otro elemento común de esta nueva ola de dibujantes es que hay una fuerte representación femenina. Guerrero afirma que no le gustan demasiado las clasificaciones, y que hay tanto mujeres como hombres volcados ahora mismo en la ilustración
. Sin embargo, su compañera de profesión Sara Fratini habla de un “boom de ilustradoras” en España en estos últimos años.
“Hacía falta una voz femenina en el mundo ya sea para representar la vida cotidiana, para dar nuestra visión, para recordar nuestros derechos o sencillamente para expresarnos”, comenta esta artista venezolana que ha publicado recientemente La buena vida, un proyecto que surgió cuando la editorial Lumen se puso en contacto con ella tras haber visto su trabajo en las redes sociales (cuando comenzó con su blog, la ilustradora abrió una cuenta de Facebook que hoy en día tiene más de 60.000 me gusta).
Laura Pacheco
Fratini cuenta en su obra pequeñas situaciones cotidianas, siempre envueltas en positivismo, a través de un personaje femenino. “Imagino que es mi alter ego de chica segura, tranquila, a la que no le importa nada lo que piensen los demás”, comenta la ilustradora.
Y es que esta nueva hornada de creadoras cuenta en sus historias la vida cotidiana de sus personajes, casi siempre femeninos y con profundos tintes autobiográficos, que muchas veces son directamente ellas mismas. “Me inspiran lo cotidiano, el amor, el desamor, la vida.
Me gusta hablar de mis experiencias porque creo que es la mejor forma de trasladar esas situaciones a la ficción”, confiesa Sara Herranz, autora de Todo lo que nunca te dije lo guardo aquí.
 Cuando esta ilustradora tinerfeña terminó la carrera de Comunicación Audiovisual en 2009 se encontró que no sabía muy bien que hacer, a lo que se unieron, según cuenta, las escasas oportunidades de futuro ofrecidas a su generación.
 Por eso, se refugió en la ilustración. “Al final hablamos de temas universales, y lo importante es que, más allá del género, el público se ha acercado a nuestro mundo y está interesado en la ilustración”, comenta la tinerfeña.
sara fratini
En este punto, Herranz coincide con otra artista, Laura Pacheco: “Cada vez más gente que no viene del mundo del cómic está empezando a dibujarlos y eso ha atraído a gente que no viene de ese mundo a leerlos”.
 Pacheco es la autora del blog de la revista SModa Problemas del primer mundo en el que habla de esos pequeños obstáculos de la vida cotidiana en Occidente, nada graves, pero sí fastidiosos. Recientemente ha publicado un cómic con su hermana, Let’s Pacheco, con curiosidades de su familia. “En realidad sólo contamos algunas anécdotas puntuales, pero con ellas mucha gente ve reflejados a sus propios padres y siente como si los conociera”, reconoce la ilustradora.

ejemplos de 'babylights' que querrás pedirle a tu peluquero


Esta tendencia capilar aporta luz al cabello y le da un aspecto infantil. Nos inspiramos en cómo la lucen las 'celebrities' y la pasarela.

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Las babylights son una versión del balayage, una técnica por la que se 'barre' mechón a mechón con una brocha de la raíz a las puntas para conseguir un degradado mucho más uniforme y también más luminoso. Así las luce Gisele Bündchen.


15 ejemplos de 'babylights' que querrás pedirle a tu peluquero

Las edades de oro.................................................................... Silvia Alexandrowitch

Las pasarelas se encuentran inmersas en una revisión constante de las últimas cuatro décadas

Pero lo que se ve no es la repetición de una estética pasada, sino un paseo por la suma de todas ellas con el fin de vislumbrar su edad adulta.

Minivestido de piel y bolso marrón de Tod's. Créditos completos: fotogalería. / Gorka Postigo

La nostalgia en la moda es parecida a la que sufren los adolescentes por su infancia, justo antes de entrar en la edad adulta.
Como la de Holden Caulfield en El guardián entre el centeno (J. D. Salinger, 1951), que reflexiona ante los dioramas del Museo de Historia Natural:
“Todo estaba siempre en el mismo sitio. Nada era diferente; lo único diferente eras tú”.
Sirva este ejemplo para representar gráficamente el recorrido de la moda –esa entidad inmadura abrazada a su eterna juventud– por las vitrinas de su historia más reciente.
 Una era que se inició en los años sesenta del siglo pasado con la implantación de otros entes poderosos: el capitalismo, el mercado, la era de la comunicación mundial y la televisión.
 En esa década, Marshall McLuhan acuñó proféticamente el término aldea global y la frase “Somos lo que vemos”.
Así que no debería resultar extraño ni tedioso que las pasarelas emerjan una y otra vez con estos retrogustos, por otra parte tan en boga en la gastronomía, las artes plásticas y la música popular, pues lo que en ellas se ve no es la repetición de una estética pasada, sino un paseo por la suma de todas ellas, diorama a diorama.
 Es lo que hay, aunque también es lo que toca en esta época atribulada en la que más allá de la juventud no aparece casi nada a la vista.
 Por eso, este bucle nostálgico en el que bucea la moda es algo más que una tendencia, es un profundo viaje al pasado, pero realizado con sofisticadas herramientas y tecnologías ultramodernas.
Camisa de seda y pantalón de ante de Gucci. Créditos completos en la fotogalería. / Gorka Postigo
Todo con el fin de vislumbrar un futuro para esa edad adulta que tarde o temprano acabará por presentarse.
Mientras tanto, la moda se ha impuesto la tarea de revisar el nacimiento del prêt-à-porter, la inocencia, la ambigüedad de género y la exaltación de la juventud de la década de los sesenta, con el cine, la música y el impacto del consumo de masas que la acompañaron, y cómo todo esto derivó, acrecentado, en el punk, el made in Italy, las discotecas y la cultura gay de los setenta.
Además de la introducción de tendencias tan arraigadas hoy como revolucionarias entonces: romanticismo, deconstrucción, etnicismo, sexismo, manga, atletismo, naturalismo, androginia, orientalismo.
El poder de los fotógrafos y las modelos y el optimismo de los ochenta generaron otra corriente, tal vez la más barroca y excesiva, que utilizó todos los atributos del poder para lanzar mensajes inequívocos a través de logotipos cada vez más visibles.
 La consecuente crisis que siguió, ya en los noventa, produjo la aparición del minimalismo, el grunge, el hip-hop, a la vez que los grandes imperios del lujo y el capitalismo salvaje y global se hacían los dueños absolutos del mercado.
 Desde entonces, la moda se revisa a sí misma en sus preciosas vitrinas, que siempre son las mismas, por mucho que ella cambie y progrese sin que se note demasiado.