La autora, que vivido y trabajado en el país, explica cómo todo el mundo presagiaba un nuevo temblor pero apenas se previno.
En enero de 2013, mientras vivía en Katmandú, escribí un artículo relacionado con terremotos para el periódico local Nepali Times.
El semanario publicaba cada año un artículo en conmemoración del terremoto del 15 de enero de 1934 que devastó la ciudad y mató 18.000 personas en todo Nepal e India.
Uno de los objetivos del texto era hacer un balance de lo que se estaba haciendo y cómo prevenir una tragedia anunciada.
No porque se pudiera advertir del terremoto en sí, sino para saber qué hacer para minimizar el impacto en el peor de los casos.
En los tres años que viví en Nepal, “el gran terremoto” era un tema de conversación frecuente entre amigos y colegas, en oficinas y colegios
. Incluso cada 15 de enero los medios de comunicación hacen todavía gran despliegue del Día Nacional de Seguridad contra Terremotos (National Earthquake Safety Day) que conmemora el devastador seísmo de 1934.
Año tras año, no han faltado los discursos del gobierno en los avances en la materia, la presencia de organizaciones internacionales, los nuevos programas de prevención de desastres, etc.
La gente conocía las consecuencias de un terremoto, sin embargo en una ciudad densamente poblada como Katmandú se seguían construyendo edificios y escuelas que no eran sismo-resistentes, no se fortalecían suficientemente las construcciones ya hechas, y se ampliaban vías sin mucha planeación. En general, no había conciencia de qué hacer después del desastre.
Conocíamos la frase que rondaba por todas partes “no se trata de si habrá el gran terremoto sino cuándo lo habrá”
. La mayoría, si no todos, sabíamos del sismo de 1934 y la alta posibilidad de que uno de tal o mayor magnitud se repitiera.
Reportes históricos mostraban que cada 70 años había un movimiento telúrico de grandes proporciones y se sabía que Katmandú quedaba en la falla donde chocan las placas de India y Euro-Asia, haciéndola una de las ciudades más vulnerables del mundo.
En colegios y oficinas había planes detallados de qué hacer en caso de una fuerte sacudida, cómo debía protegerse, la red de contactos y el lugar de reunión después del temblor, entre otros.
Se recomendaba tener en general provisiones de comida, ropa, agua, cobijas (mantas), suficientes para mínimo dos semanas guardadas en un lugar seguro afuera de la casa, un morral a la mano con documentos, dinero, linterna y cosas de primera necesidad.
A los niños les enseñaban qué hacer en caso de un temblor, y tenían frecuentes ejercicios de evacuación.
Y algunas veces creíamos que eran exageraciones.
Sí, era importante prevenir, pero no era necesario ser paranoicos.
Nuestras casas se veían seguras, igual que los colegios y oficinas, pero, ¿qué pasaba en los lugares públicos, en los cinco minutos que se va al mercado local o en el recorrido de los espectaculares monumentos históricos (como los que se derrumbaron), en las casas viejas construidas con ladrillos que abundaban?
Hoy, dos días después del terremoto, no hay luz ni agua la mayor parte del día, la conexión a internet es intermitente, las líneas de teléfono trabajan y aunque no salen ni entran llamadas a celular, los mensajes de texto sí funcionan.
Desde el sábado, la gente en Nepal que puede se comunica vía redes sociales como Facebook, Twitter, Whatsapp y Viber. Dicen que hay frecuentes réplicas tan fuertes como un terremoto en sí y que derrumban lo que queda de algunas construcciones ya afectadas.
Desafortunadamente, no sé puede decir que lo peor ha pasado, lo peor está por venir.
Con la comida y el agua escaseando en una ciudad que en condiciones normales ya tenía racionamientos fuertes de agua, luz, gasolina y la escasez de algunos alimentos, el panorama no es alentador.
Es que no sólo fueron casas las que se destruyeron y las vidas que se perdieron.
También fueron sus monumentos –muchos, patrimonio cultural de la humanidad de la Unesco-, fueron sus templos, su historia, su cultura.
Todo esto se derrumbó en los 40 segundos que duró el terremoto. Y ni qué decir de los efectos devastadores en las regiones, donde el acceso es realmente difícil.
El gobierno hace lo que puede, la ayuda internacional ya llega.
Con la inestabilidad política del país de los últimos años, la gente en Nepal sabe que debe ayudarse entre sí y no depender del gobierno
. El sentido de comunidad en este país del Himalaya es enorme
. Los nepalíes son generosos y respetuosos, tan espirituales que esa será su fortaleza para seguir adelante.
Gente en Katmandú me ha dicho que se siente afortunada.
Afortunada por estar viva, porque sus familiares y cercanos estén físicamente bien, porque que la tragedia no pasó en la época del Monzón ni en invierno, o entre semana cuando los niños van al colegio, o de noche cuando la gente duerme en su casa
. Todo podría ser peor.
Ahora viene lo más difícil, reconstruir una nación y la propia vida, con tan poco.
Como dijo un conocido nepalí: “Lo hicimos una vez (refiriéndose al terremoto de 1934) y lo haremos otra vez
. Lo más importante es que seguimos vivos”.
El semanario publicaba cada año un artículo en conmemoración del terremoto del 15 de enero de 1934 que devastó la ciudad y mató 18.000 personas en todo Nepal e India.
Uno de los objetivos del texto era hacer un balance de lo que se estaba haciendo y cómo prevenir una tragedia anunciada.
No porque se pudiera advertir del terremoto en sí, sino para saber qué hacer para minimizar el impacto en el peor de los casos.
En los tres años que viví en Nepal, “el gran terremoto” era un tema de conversación frecuente entre amigos y colegas, en oficinas y colegios
. Incluso cada 15 de enero los medios de comunicación hacen todavía gran despliegue del Día Nacional de Seguridad contra Terremotos (National Earthquake Safety Day) que conmemora el devastador seísmo de 1934.
Año tras año, no han faltado los discursos del gobierno en los avances en la materia, la presencia de organizaciones internacionales, los nuevos programas de prevención de desastres, etc.
La gente conocía las consecuencias de un terremoto, sin embargo en una ciudad densamente poblada como Katmandú se seguían construyendo edificios y escuelas que no eran sismo-resistentes, no se fortalecían suficientemente las construcciones ya hechas, y se ampliaban vías sin mucha planeación. En general, no había conciencia de qué hacer después del desastre.
Conocíamos la frase que rondaba por todas partes “no se trata de si habrá el gran terremoto sino cuándo lo habrá”
. La mayoría, si no todos, sabíamos del sismo de 1934 y la alta posibilidad de que uno de tal o mayor magnitud se repitiera.
Reportes históricos mostraban que cada 70 años había un movimiento telúrico de grandes proporciones y se sabía que Katmandú quedaba en la falla donde chocan las placas de India y Euro-Asia, haciéndola una de las ciudades más vulnerables del mundo.
En colegios y oficinas había planes detallados de qué hacer en caso de una fuerte sacudida, cómo debía protegerse, la red de contactos y el lugar de reunión después del temblor, entre otros.
Se recomendaba tener en general provisiones de comida, ropa, agua, cobijas (mantas), suficientes para mínimo dos semanas guardadas en un lugar seguro afuera de la casa, un morral a la mano con documentos, dinero, linterna y cosas de primera necesidad.
A los niños les enseñaban qué hacer en caso de un temblor, y tenían frecuentes ejercicios de evacuación.
Y algunas veces creíamos que eran exageraciones.
Sí, era importante prevenir, pero no era necesario ser paranoicos.
Nuestras casas se veían seguras, igual que los colegios y oficinas, pero, ¿qué pasaba en los lugares públicos, en los cinco minutos que se va al mercado local o en el recorrido de los espectaculares monumentos históricos (como los que se derrumbaron), en las casas viejas construidas con ladrillos que abundaban?
Hoy, dos días después del terremoto, no hay luz ni agua la mayor parte del día, la conexión a internet es intermitente, las líneas de teléfono trabajan y aunque no salen ni entran llamadas a celular, los mensajes de texto sí funcionan.
Desde el sábado, la gente en Nepal que puede se comunica vía redes sociales como Facebook, Twitter, Whatsapp y Viber. Dicen que hay frecuentes réplicas tan fuertes como un terremoto en sí y que derrumban lo que queda de algunas construcciones ya afectadas.
Desafortunadamente, no sé puede decir que lo peor ha pasado, lo peor está por venir.
Con la comida y el agua escaseando en una ciudad que en condiciones normales ya tenía racionamientos fuertes de agua, luz, gasolina y la escasez de algunos alimentos, el panorama no es alentador.
Es que no sólo fueron casas las que se destruyeron y las vidas que se perdieron.
También fueron sus monumentos –muchos, patrimonio cultural de la humanidad de la Unesco-, fueron sus templos, su historia, su cultura.
Todo esto se derrumbó en los 40 segundos que duró el terremoto. Y ni qué decir de los efectos devastadores en las regiones, donde el acceso es realmente difícil.
El gobierno hace lo que puede, la ayuda internacional ya llega.
Con la inestabilidad política del país de los últimos años, la gente en Nepal sabe que debe ayudarse entre sí y no depender del gobierno
. El sentido de comunidad en este país del Himalaya es enorme
. Los nepalíes son generosos y respetuosos, tan espirituales que esa será su fortaleza para seguir adelante.
Gente en Katmandú me ha dicho que se siente afortunada.
Afortunada por estar viva, porque sus familiares y cercanos estén físicamente bien, porque que la tragedia no pasó en la época del Monzón ni en invierno, o entre semana cuando los niños van al colegio, o de noche cuando la gente duerme en su casa
. Todo podría ser peor.
Ahora viene lo más difícil, reconstruir una nación y la propia vida, con tan poco.
Como dijo un conocido nepalí: “Lo hicimos una vez (refiriéndose al terremoto de 1934) y lo haremos otra vez
. Lo más importante es que seguimos vivos”.
Periodista y antropóloga colombiana, con experiencia
profesional en África y Asia.
Estuvo tres años colaborando con el
Nepali Times. Actualmente vive en Jartum, Sudán