Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

26 abr 2015

Intolerancia a la tristeza.................................................................... Javier Marías.

Quizá eso consuele: pensar que el desastre pudo evitarse, que no se debió a la mala suerte; que si todo el mundo hubiera cumplido debidamente con su cometido, no habría pasado.

 

Casi siempre que se produce una catástrofe natural o un accidente, sobre todo cuando las víctimas son numerosas, los deudos forman en seguida una asociación que se dedica, más que nada, a buscar y señalar culpables por acción o por omisión, por negligencia o falta de previsión, por no haber sabido adivinar el futuro e impedir el desastre
. A eso siguen las denuncias, las demandas y la petición de indemnizaciones, y raro es hoy el caso en que alguien sin mala intención, desolado, no acaba en la cárcel.
Si hay un tsunami, ¿cómo es que no se lo detectó con antelación y se previno a la población?
 Lo mismo si es un terremoto, un huracán, un tornado, si se derrumba un edificio por un atentado.
 Si una gran nevada deja intransitable una carretera y centenares de coches se quedan varados, la responsabilidad nunca será de sus imprudentes conductores (avisados del riesgo las más de las veces), sino de los meteorólogos, o de las autoridades que a punta de pistola no les prohibieron ponerse al volante
. Cuando Ingrid Betancourt fue por fin liberada tras su secuestro de años a manos de la guerrilla colombiana, decidió demandar al Estado porque sus representantes no le impidieron adentrarse, en su día, en una zona peligrosa.
 Se lo habían desaconsejado con vehemencia, pero entonces ella reclamó su derecho a moverse con libertad y a hacer lo que le viniera en gana.
Al cabo de su largo cautiverio, se quejó de que no se la hubiera tratado como a una menor de edad: de que las autoridades no hubieran sido lo bastante contundentes como para torcer su voluntad y cerrarle el paso
. Es un ejemplo cabal de la actitud interesada de mucha gente en nuestros tiempos.
 A Betancourt no le sirvió retractarse al poco y retirar la demanda contra el Estado que la había rescatado. Quedó como ventajista y perdió todas las simpatías que su prolongado sufrimiento le había granjeado.
Tengo la impresión de que las reacciones furiosas y la búsqueda febril de culpables tienen algo que ver con la intolerancia actual a estar sólo tristes
Tras la tragedia del avión de Germanwings estrellado por el copiloto contra los Alpes, la reacción dominante ha sido de indignación.
En primer lugar contra el presunto suicida-asesino, como es lógico y razonable.
Pero como éste pereció y no puede castigársele, se vuelve la vista hacia la compañía, hacia los psicólogos, hacia las deficiencias de los tests para tripulaciones, hacia las normas vigentes para abrir o cerrar la cabina
 Se pone el grito en el cielo porque un individuo que había padecido depresión años antes pudiera volar y hubiera conseguido su empleo.
Si a toda persona con un antecedente de depresión o desequilibrio leve (crisis de ansiedad, por ejemplo) se la vetara para ejercer sus tareas, apenas quedaría nadie apto para ningún trabajo.
También es imposible controlar lo que cada sujeto piensa o maquina, o sus consultas internéticas: ¿cómo saber que ese copiloto había estudiado maneras de suicidarse en las fechas previas?
No puedo imaginarme el horror de perder a seres queridos en una de esas calamidades, pero tengo la impresión de que las reacciones furiosas y la búsqueda febril de culpables tienen algo que ver con la intolerancia actual a estar sólo tristes.
 Parece como si esto fuera lo más insoportable de todo, y que resultaran más llevaderos el enfado, la rabia, la indignación
. Quizá eso consuele: pensar que el desastre pudo evitarse, que no se debió a la mala suerte; que si todo el mundo hubiera cumplido debidamente con su cometido, no habría pasado. Sí, uno ha de creer que eso consuela, pero no acabo de verlo, al contrario.
Para mí el dolor sería mucho mayor si pensara eso.
 A la pena se me añadiría el furor, y ya lo primero me parece bastante.
De entre todas las declaraciones de familiares de víctimas me llamó la atención, precisamente por infrecuente, la de un hombre que había perdido a su hijo, si mal no recuerdo.
 “Me da lo mismo lo que haya pasado”, venía a decir; “si ha sido un mero accidente, un atentado, un fallo humano u otra cosa” (entonces aún se ignoraba que la catástrofe había sido deliberada). “Nada cambia el hecho de que se me ha muerto mi hijo, y eso es lo único que cuenta ahora mismo. Ante eso, lo demás es secundario”.
 Fue la persona con la que me sentí más identificado, aquella a la que comprendí mejor, y también la que me inspiró más compasión (inspirándomela todas).
 Era un hombre que aceptaba estar triste y desconsolado, nada más (y nada menos).
Cuyo dolor por la muerte era tan grande y abarcador que todo lo demás, al menos en el primer momento, le resultaba insignificante, prescindible, hasta superfluo
. Al lado del hecho irreversible de la pérdida, el porqué y el cómo y el antes no le interesaban. Si me fijé tanto en él y me conmovió su postura fue porque se ha convertido en casi excepcional que la gente se abandone a la tristeza cuando tiene motivos, sólo a ella.
 Como si ésta fuera lo más intolerable de todo y se requiriera una especial entereza para encajarla. Como si ya no se supiera convivir con ella si no lleva mezcla, y no va acompañada de resentimiento o rencor hacia algún vivo.
elpaissemanal@elpais.es

Joaquín Sabina: “¡A que me da un ataque de pánico escénico!”.................................. Patricia Peiro .

El cantante cierra en Madrid su gira '500 noches para una crisis'.

Joaquín Sabina, en el concierto de Madrid que cerró su gira. / Kiko Huesca (EFE)

No había pasado ni media hora de concierto cuando Joaquín Sabina interrumpió la tercera canción y lo soltó: “¡A que me da un ataque de pánico escénico!”.
 El público le respondió con una carcajada y un aplauso y él volvió a tocar los acordes de 19 días y 500 noches
. El maestro atajó así el runrún que parece que le acompaña en todas sus actuaciones desde que en diciembre tuviera que retirarse por una indisposición antes de acabar su actuación en el Barclaycard Center de Madrid.
 En este mismo escenario ofreció este sábado el concierto que cierra la gira '500 noches para una crisis' con lleno absoluto.
“Hay rimas que se reinventan bajo los mismos sombreros y esperamos que a sus oídos les plazcan”, sonó por la megafonía del recinto la voz del propio Sabina. Si hablamos del jienense, esos sombreros no pueden ser otros que bombines, y de esos había muchos anoche en las gradas. El concierto comenzó con dos declaraciones de intenciones. Abrió el recital con Ahora (“que estoy más vivo de lo que estoy”, reza la canción)
. La segunda, un guiño a la ciudad que llenaba un pabellón de 15.000 localidades por tercera vez en menos de tres meses para escucharle: Yo me bajo en Atocha (“La primavera sabe que la espero en Madrid”, corearon los asistentes).
 Un emocionado Sabina pasó la primera hora del concierto de pie y se marcó varios bailes con su banda.
 También jugueteó con el escote de su corista y con la falda escocesa del saxofonista.
Después llegó 19 días y 500 noches, y Sabina se colgó la guitarra al cuello por primera vez.
No faltó Una canción para la Magdalena ni Ese no soy yo, la versión que ha llevado a cabo de la canción de Bob Dylan It ain't me Babe.
Un teatral telón rojo arropaba el escenario y una pantalla mostraba los dibujos que Sabina realizó en su año de convalecencia tras el ictus que sufrió en 2001.
 “Dejé de tocar la guitarra y como no sé estar con las manos quietas, aparte del noble arte de la masturbación, me dediqué a hacer estos dibujos”, explicó el cantautor.
Al músico, ataviado con un traje de chaqueta azul, sombrero negro y un colgante plateado, le acompañaba el equipo habitual, entre los que se encuentran Pacho Varona, Mara Barros, Antonio García de Diego y Jaime Asua.
 Este último tocó El caso de la rubia platino, mientras el jienense aprovechó para cambiar de sombrero y quitarse la chaqueta.
 Sabina rindió su pequeño homenaje al grupo de músicos que le acompaña desde hace años: “Sin ellos yo no podría estar hoy aquí, son mi familia”.
Sabina se sentó transcurrida una hora de concierto para tocar Cerrado por derribo y volvió a levantarse con Más de cien palabras, momento en el que el pabellón tembló porque casi todo el público se puso en pie para acompañarle, aunque nada comparado con el éxtasis de Y nos dieron las diez, la última canción antes de los bises
. Varona y Barros tuvieron su momento de protagonismo en los bises al cantar dos temas. Sabina dijo adiós Madrid con Y sin embargo y Princesa
. O hasta luego.

 

25 abr 2015

Por qué necesitamos ‘Juego de tronos’....................................... Dominique Moisi

La serie televisiva capta la fascinación y el miedo que hoy siente mucha gente.

 

Los programas de televisión populares de hoy se han convertido en el equivalente de los folletines que comenzaron a aparecer en los periódicos en el siglo XIX. Series como Juego de Tronos y Downton Abbey, al igual que Balzac y Dickens antes que ellas, sirven como fuente de entretenimiento y alimento para el debate.
 En este sentido, los guiones de nuestra televisión se han transformado en herramientas esenciales de análisis social y político
. Esas herramientas se pueden utilizar para entender, por ejemplo, la diferencia entre el primer ministro israelí
, Benjamín Netanyahu, y el presidente de EE UU, Barack Obama. Netanyahu sigue atascado en la tercera temporada de Homeland —es decir, obsesionado con Irán—, mientras que Obama, al haber comenzado a incluir la renovada amenaza rusa en su cálculo estratégico, ya anda por la tercera temporada de House of Cards.
La posibilidad de hacer este tipo de comparaciones se basa en lo que muchas veces hace popular a una serie de televisión: su capacidad para mostrarle un espejo a una sociedad —para que refleje sus ansiedades y anhelos— y crear una ventana a través de la cual los de afuera puedan pispar. Consideremos Downton Abbey, un drama de época británico que sigue las vidas de la familia Crawley y sus sirvientes entre 1912 y mediados de los años veinte
. ¿Por qué tantos millones de personas en el mundo se sienten atraídas por estos personajes? ¿Sienten nostalgia por un tiempo que pasó hace mucho? ¿O están fascinadas por la dinámica social que explora el programa?
Para Julian Fellowes, creador de la serie, la explicación reside en otra parte: en nuestra búsqueda del orden en un mundo caótico
. En su opinión, la gente hoy está tan desorientada que se siente seducida por el entorno de Downton Abbey, en el que la ambientación, delineada en tiempo y espacio, está gobernada por reglas estrictas. La casa Crawley sirve como una suerte de refugio para sus personajes y puede ofrecerles a sus espectadores una salida segura y predecible a través de la cual huir del presente tumultuoso y evitar el futuro incierto.
El drama político norteamericano House of Cards refleja una suerte de desilusión, esta vez con la política de EE UU.
 Mientras que El ala oeste de la Casa Blanca, un drama político popular que retrata la presidencia de EE UU —en manos de un líder sofisticado, cultivado y humanista— con una especie de añoranza, House of Cards sumerge al espectador en un entorno turbio de los peores impulsos de la humanidad.
Esta es la estrategia opuesta a la que adopta el drama político danés Borgen, que presenta a una primera ministra idealizada, Birgitte Nyborg.
Pero el efecto es similar. Muchas veces se escucha a la gente decir que el verdadero problema de Dinamarca —y, en particular, su clase dirigente— es que la primera ministra, Helle Thorning-Schmidt, carece de las fortalezas de Nyborg.
¿Acaso el salvajismo de la serie ha ayudado a alentar las tácticas de Boko Haram y el Estado Islámico?
Al exponer los desafíos y ansiedades que enfrenta una sociedad, una serie puede, por momentos, casi prefigurar el futuro
. En Francia, Engrenages —que en inglés se tituló Spiral— explora el profundo malestar de la sociedad francesa. En retrospectiva, parece haber pronosticado las tragedias que asolaron al país en enero.
 La quinta temporada (finales de 2014) ofrecía una descripción de cómo se descarriaron los jóvenes en los suburbios de París.
El programa más debatido de nuestros tiempos es, sin lugar a dudas, Juego de tronos, una fantasía épica medieval basada (cada vez más libremente) en el libro de George R. R. Martin Canción de hielo y fuego.
 La serie no solo se hizo célebre por su presupuesto gigantesco o su guion intrincado, sino también por su coreografía sostenida de violencia brutal.
 Los estudiantes de Política Internacional, especialmente en Canadá y EE UU, se preguntan si al acentuar la brutalidad en su estado puro no fomenta una visión “realista” del mundo. ¿Acaso el salvajismo que se muestra en Juego de tronos —con sus abundantes decapitaciones, violaciones y torturas sexuales— ha ayudado a alentar las tácticas de, digamos, Boko Haram y el Estado Islámico? ¿O la serie —en la que la violencia muchas veces engendra más violencia, pero no necesariamente les da a los personajes lo que quieren— en realidad podría estar resaltando los límites de la fuerza?
En un nivel más sofisticado, el universo del programa —una combinación de mitología antigua y Edad Media— parece captar la mezcla de fascinación y miedo que hoy siente mucha gente. Es un mundo fantástico, impredecible y devastadoramente doloroso; un mundo tan complejo que hasta los espectadores más fieles del programa muchas veces se sienten confundidos. En este sentido, es muy parecido al mundo en el que vivimos.
Si bien Occidente no ejerce un monopolio sobre la producción de series, sin duda domina el terreno y la visión del mundo que reflejan.
 Teniendo esto en cuenta, uno podría preguntarse si los líderes chinos o rusos están haciéndose tiempo en sus agendas ocupadas para mirar series como House of Cards o Juego de tronos y llegar a entender la mentalidad de sus rivales.
 Asesores gubernamentales destacados, al menos, parecen reconocer el valor de sintonizar estos programas.
 Un amigo chino recientemente me dijo que House of Cards era muy popular entre la élite política de China. Se regodean al ver que la política es tan despiadada en EE UU como lo es en su propio país.
Netanyahu sigue atascado en la tercera temporada de 'Homeland' y 'House of Cards' es muy popular entre la élite política de China
Dominique Moisi, profesor en el Instituto de Estudios Políticos de París, es asesor sénior del Instituto Francés para Asuntos Internacionales (IFRI) y profesor visitante en el King’s College de Londres. © Project Syndicate, 2015.

El pelo de la Reina....................................................................... Boris Izaguirre

Si una mujer se corta el cabello es porque algo serio ha pasado. Su nuevo corte la aparta de Letizia Ortiz y de la Princesa de Asturias. 

Es el pelo de la mujer que es, de Reina de las muñecas de recortables.

Los reyes Felipe y Letizia saludan a Boris Izaguirre a su llegada al tradicional almuerzo anual que se ofrece al mundo de las letras en el Palacio Real antes de la concesión del Premio Cervantes. / CHEMA MOYA (EFE)

El martes almorcé en el Palacio Real. Mientras ascendía la impresionante escalera de piedra, no pude evitar observar a los Guardias Reales.
 Una colección de hombres guapos poco fácil de superar.
Es evidente que hay un casting. Llegas hasta la planta superior y todo, en efecto, es superior. Alto, protegido, envolvente
. Protocolo te explica lo que debes hacer mientras repasas, otra vez, lo que ya has ensayado en casa como saludo: una rápida y leve inclinación de tu barbilla.
 Hasta que te encuentras con el Rey, que resulta tan afable como masculino, y la Reina sonríe y pregunta ¿Cómo estas?
 Y la sensación es de que acabas de subir a un tren en marcha.
Los nuevos Reyes son el cambio generacional y este almuerzo para celebrar el premio Cervantes a Juan Goytisolo, una demostración de cómo quieren hacer sus cosas.
 Las invitaciones fueron en dos etapas.
 La primera, una llamada telefónica recibida a las cinco de la mañana en Miami y que pudiera parecer una broma.
 La segunda etapa, la confirmación a través de un correo electrónico con archivo adjunto que debía imprimirse pues era la invitación. El salvoconducto. “En la época anterior, recibías un tarjetón de cartulina gruesa y lujosa”, confiesa un brillante escritor, que decidió no acudir al evento, durante una selecta cena previa al almuerzo real donde varias voces se indignaron con esta nueva y electrónica forma de invitar.
 En mi viaje accidentalmente manché los papeles con una gota de perfume o algún líquido de aseo personal, y creé mi sello propio al lado del real. En el fondo, ¡qué mas da, lo excitante es estar invitado
! Ver quiénes más acuden. Y esperar a seguir experimentando el tratamiento real, el mejor spa que puedas imaginar en este Madrid de filtraciones y cuentas en Suiza.
El interior del Palacio Real es rococó y al mismo tiempo castellano.
 Pasan jamón serrano, queso manchego y cava.
 Después de saludar a los Reyes, atraviesas salones con espirales de plata trepando hacia los techos exagerados, arriba, y alfombras diseñadas como si estuvieras en un tripy, abajo.
 Llegas al comedor con la boca y los ojos muy abiertos mirando hacia todas partes. Protocolo ha entregado, esta vez sí, un tarjetón con una flecha indicando tu ubicación en la larguísima mesa. Lamentas no tener el móvil para reventar tu Instagram pero al mismo tiempo te sientes mas cool al no hacerlo.
Panorámica del gran comedor para recepciones de Estado, presidido por una gran mesa y en el que también destacan las grandes lámparas de techo, del Palacio Real de Madrid. / santi burgos
El café se sirve en el salón con ese piso de mármoles casi psicodélicos. Junto a Santiago Roncagliolo felicitamos al Rey por todo e inquirimos sobre qué significaban las iniciales J. S. C., estampadas en la vajilla.
“Es la vajilla de mis padres, Juan Sofia Carlos, y es la que tenemos para servir a tantos invitados y nos gusta darle uso
. No hace falta una vajilla nueva”, nos explica con una sensación de amistad institucional y buena gestión doméstica. Roncagliolo le pregunta si había visto el set de Juego de tronos que le regaló Pablo Iglesias y el Rey responde que aún no había tenido tiempo. “Parece que es complicado entender todos esos reinos”, ofreció.
Y entonces llega el momento de la Reina, la mujer del nuevo peinado.
 Encantada de que todas las cosas que está poniendo en marcha le salgan bien. Como su nuevo peinado.
 Que es el corte que la aparta definitivamente de Letizia Ortiz y de la Princesa de Asturias. Es el pelo de la mujer que es ahora, pelo de reina.
 Cuando una mujer se corta el pelo es porque algo serio acaba de pasar en su interior. Otra vez se escuchan susurros de que si estaría mejor con cuatro kilitos más.
La verdad es que, de cerca, la figura le ayuda a defender unos trajes que en cualquier otra anatomía generarían intranquilidad.
La Reina saluda por tu nombre y deja caer que “una amiga común me dijo que estabas en los premios Woman”. “Consideré que sería preferible saludarla en palacio, señora”, respondí muy mosquetero. Primera sonrisa y una de sus manos se apoyó, brevemente, en mi antebrazo.
El contacto físico es algo inherente a los latinos y la nuestra es la única monarquía latina que existe, si exceptuamos la de Televisa.
 De nuevo unos murmullos de critica, “no debería tocar”. ¿Y por qué no?
Un grupo de damas, María Dueñas, Espido Freire y la viuda de Carlos Fuentes, se sumó a nuestra conversación
. Como hablé de vajillas con su esposo, le dediqué varios halagos al menú, todo pescados y legumbres. “Consideramos mucho las verdinas, una fabe no completamente madura, de allí el nombre”, expresó dirigiéndose con los ojos a los que la rodeaban. “En Asturias las llamamos verdinas al pixín”. Espido le preguntó si seguía leyendo Tolkien y ella lo confirmó más relajada, pese a que las miradas más escrutadoras no parecen aceptar que lo esté.
“Señora, la felicito por el pelo y su discurso en los premios Woman. Por oír a una reina hablar por fin español y por su compromiso con la diferencia de ser mujer”. “El compromiso, siempre”, respondió. Bajando los ojos agradeció mi halago, esa manera de las mujeres guapas de no dejarse llevar por los cantos de otra sirena.
“Pero, el pelo, ¡bueno! el pelo es como si hubiera adquirido vida propia”, exclamó, despertando una carcajada en nosotros que se le contagió.
Sí, es el pelo de la Reina.