La webcammer Rena Reindeer. / FOTO: Claudio Álvarez / VÍDEO: LUIS ALMODOVAR
Mientras sus padres ven la televisión en el salón de casa, Melanie
—jienense de 32 años— se desviste y cobra un euro el minuto por enseñar
su cuerpo en la habitación de al lado
. Ellos creen que su hija lleva en
paro dos años, cuando dejó su trabajo de secretaria administrativa. Pero
en el momento en que corre el pestillo de su puerta, se convierte en
BichitaXXX,
una de las espontáneas estrellas españolas de la webcam erótica, la
modalidad del porno que mejor ha resistido en tiempos de crisis y a la
que se ha agarrado la industria para sobrevivir
. Es en directo y no se
puede piratear.
Una práctica cada vez más extendida que ha encontrado su
vuelta de tuerca en webs como Chaturbate o MyFreeCams, donde miles de
personas anónimas colocan una cámara en su casa y obtienen ingresos
extra por mostrar escenas de sexo: solos, con sus parejas o incluso
simplemente bañando a su perro desnudos.
Algo así como el porno en la
era de la economía colaborativa, donde todo lo doméstico tiene un
precio.
“Muchos creen que no trabajo, llevas una doble vida y eso agobia un poco. Es lo que más agota”, dice Melanie
Melanie (nombre ficticio que ella ha elegido para la entrevista)
trabaja cuando quiere y siempre en su dormitorio.
Suelen ser unas cuatro
horas al día de lunes a viernes y saca unos 1.000 euros al mes.
Delante
de la cámara acostumbra a hacer lo que le pidan.
Excepto alguna locura
extraña, como aquel tipo que quiso verla atravesando a un pollito vivo
con un zapato de tacón.
Cosas del fetichismo y la dominación.
Se
encuentra con todo tipo de hombres, pero en general le gusta su trabajo,
explica por teléfono.
“Ya llevo tiempo, y a veces te aburres. Pero
normalmente lo paso bien. Le veo más cosas buenas que malas.
Puede que
la rutina con los clientes a veces sea un poco mecánica. Pero es
interesante porque tienes a muchos fijos, alrededor de un 40%.
Aprendes a
conocerles y a saber lo que quieren”, señala.
Lo malo es que nadie en
su entorno sabe a qué se dedica.
Y ella pretende que siga siendo así.
De
hecho, su anterior pareja la dejó cuando revolviendo en su disco duro
vio más de lo que debía. “Muchos creen que no trabajo, llevas una doble
vida y eso agobia un poco.
Es lo que más agota”, señala. Su próximo
novio, dice, tendrá que ser más abierto de mente.
La segunda vida de Melanie, esa que obsesiona a un puñado de hombres
que jamás han llegado a verle la cara (oculta su rostro en las
emisiones), está al otro lado de una pantalla de cristal líquido. “Voy a
sufrir mucho por no verte tantos días”, le escribe al whatsapp un
cliente una semana que ella se va de viaje con sus padres
. Ella juega a
ese misterio que rodea a un personaje que ha ido construyendo con el
tiempo.
Sus clientes —tiene 5.000 seguidores en Twitter— pagan por
anticipado los minutos que desean verla a través de distintos modos de
pago (paypal no permite este tipo de transacciones).
Normalmente
desembolsan de golpe unos 20 euros para pasar un rato juntos. 20
minutos.
Pero el negocio tampoco es para hacerse rica, y a veces
complementa sus ingresos vendiendo la ropa interior usada o sus medias.
También acepta regalos (muchas webcammers tienen una lista de peticiones
en Amazon que sus clientes satisfacen) que recibe por correo.
Su
ventana a ese mundo de extraños es una cuenta de Skype privada, desde
donde controla con quién se relaciona y cuándo.
Muchos de ellos la
consideran su novia virtual.
Están completamente enganchados a alguien
de quien no conocen nada.
Se ha acabado lo de las actrices y las 'pornstars'. Ahora casi todo es amateur”, analiza el productor Torbe
A través de las redes sociales, estas nuevas estrellas del porno
realizan casi toda la promoción que necesitan.
Tienen entre 20 y 35 años
y conocen los cauces de la comunicación viral.
Sus cuentas de Twitter,
como la de una famosa webcamer de Barcelona, licenciada universitaria
que prefiere no revelar su nombre, pueden llegar a tener 45.000
seguidores.
A ella gusta su trabajo, cuenta tomando un café.
No tiene
inconveniente en considerarlo una versión light de la prostitución y
admite ciertas presiones en el sector cuando una de ellas decide cambiar
de compañía.
Aún así, ella y la mayoría de mujeres que se dedican a
esto en España prefieren trabajar para empresas que gestionan una
plataforma desde donde emiten y que se ocupan de proporcionar toda la
infraestructura necesaria.
Pueden tener hasta seis clientes a la vez,
pero cobran menos: 20 céntimos por minuto de cada usuario conectado.
Una de las principales compañías de este sector es Putalocura, la productora del
polifacético Torbe,
que desde hace algún tiempo se dio cuenta de que el futuro estaba en
las webcams.
A cambio de un porcentaje de las ganancias, la empresa
gestiona las cuentas de las webcamers, proporciona la plataforma
tecnológica y les hace publicidad.
“Se ha acabado lo de las actrices y
las
pornstars.
Aquí hay ya tan pocas empresas porno y tan poco resolutivas, que casi no les dan trabajo y ya no existe ese
modus operandi de siempre.
Ahora casi todo es
amateur”,
explica en referencia al declive de la industria en España (en cuatro
años pasó de facturar 400 millones a casi la mitad) que,
paradójicamente, encuentra en las nuevas tecnologías que la hundieron su
tabla de salvación.
“Muchos entran solo para hablar, es lo que hago la mayoría del
tiempo. Es lo que más me sorprendió el primer día. Pueden estar hasta
dos o tres horas", señala Alexxa
La granadina de 21 años Rena Reindeer trabaja para esta productora.
Ella emite desde su habitación en el barrio madrileño de Villaverde,
donde se mudó en septiembre pasado porque en su pueblo no tenía trabajo.
"Un amigo que sabía que me gusta el sexo sugirió que podía intentar
dedicarme a esto, y fue buena idea", resume ella.
Algún día le gustaría
ser actriz, de las que salen en las pelis normales, cuenta.
Pero
mientras tanto este trabajo de transición se le está dando muy bien.
“Con la crisis, muchas chicas han encontrado en la webcam una manera de
ganar dinero de forma relativamente cómoda”, explica en su dormitorio a
las 11 de una mañana de mediados de principios de febrero.
Pero estas no son las mejores horas y hoy no hay mucho trasiego en el
ordenador de Rena.
Mientras no aparecen clientes, ella ve series o
alguna de las películas de terror que le encantan.
Su cuarto está lleno
de libros de
zombies y una colección de
ponys de
colores en la estantería. Sus dos gatos (Chucky y Amenábar) se pasean y
se frotan en el respaldo de la silla donde ella trabaja. Y en cuanto oye
el suave sonido de la conexión de un nuevo cliente...¡zas! fija la
mirada en la pantalla y pone cara de pretendida inocencia.
Aparece uno.
Chatea un poco, se levanta, baila para él, se quita el corsé, teclea en
el ordenador un poco... y mala suerte.
Pierde la conexión.
A saber quién
podía estar al otro lado.
Pero a ella no le da miedo pensar que algún
loco pueda estar al otro lado.
Nunca le ha pasado nada malo, sostiene.
Por eso, a diferencia de muchas otras, nunca oculta su rostro. Dice que
los ojos son la parte más bonita de su cuerpo.
Además, no hay nada de
qué avergonzarse, defiende. “No hago daño a nadie y me gusta este
trabajo”.
Si esto fuera un trabajo como otro, podría decirse que Rena es compañera de oficina de
Alexxa,
de 22 años, que también trabaja para la misma empresa.
Ella lleva ya un
año y medio dedicada a esto, pero ya es una de las más solicitadas de
España (tiene 22.000 seguidores en Twitter y unos porcentajes de
productividad altísimos (el tiempo en el que estando conectada mantiene
usuarios pagando).
Cada mañana prepara el desayuno, despide a su
compañero de piso, pasea a sus perros y pone a calentar la habitación
para empezar a emitir.
Eso es básico. Porque lo malo de este trabajo,
cuenta, es que pasa la mitad del tiempo resfriada de tanto desvestirse y
volverse poner la ropa cada vez que se lo piden.
“Algunos clientes han desarrollado una adicción increíble, y a veces te sientes como una tragaperras", afirma una webcamer
Pese a todo, este negocio no solo consiste en enseñar.
La
conversación también forma parte de la interpretación (ellas se
consideran actrices y así lo facturan a Hacienda)
. Eso es lo que más le
sorprendió el primer día. “Pensé que me pedirían que me desnudara
enseguida. Alguno pedía carne, pero no era solo sexo.
Muchos entran para
hablar con una chica guapa. Pueden estar hasta dos o tres horas
. El 70%
del tiempo me lo paso charlando. Al principio no entendía cómo se
gastaban ese dineral solo por hablar
. Algunos me decían que tenían que
pagar la factura del teléfono a plazos. Pero les genera una adicción
increíble, a veces te sientes como una tragaperras.
Es lo que más
impresiona. Yo los defino como adictos al amor, personas muy
enamoradizas, con falta de cariño”, explica.
Alexxa tambien emite a través de Chaturbate.
Ahí la partida se juega a
escala global con cientos de miles de usuarios de todo el mundo que se
exhiben gratis, montan
shows a cambio de
tokens (la moneda virtual que utiliza la web) o simplemente miran.
Es el reino de lo
amateur,
donde es posible monetizar la intimidad.
Todo sucede en las casas de
las gentes, con tendederos, lavadoras o mesas camilla de fondo. Viena,
Los Ángeles, Madrid, Praga, Texas…
La puesta en escena es cutre y
desaliñada. Es pura realidad.
La democratización absoluta del porno con
audiencias estratosféricas para lo que sería una webcamer profesional.
Algunos se exhiben por puro placer y otros a cambio de lo que llaman
propinas.
En esta plataforma Alexxa ha llegado a tener un público de
5.000 personas mientras hacía un
show lésbico con una amiga.
Duró tres horas y, al cambio, consiguieron recaudar cada una 200
dólares. Todo sin salir del dormitorio.
Es el reino del porno de andar
por casa.