Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

13 mar 2015

Mujeres:::No pregunten a Darwin: tres teorías sobre el origen del machismo...........................Ricardo de Querol


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Charles Darwin, por Fernando Vicente
Lo que nos faltaba: también los neandertales dividían las tareas por sexos, según acaba de concluir una investigación sobre sus piezas dentales en Asturias, Francia y Bélgica. El estudio del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) sugiere que machos y hembras tenían iguales herramientas pero se ocupaban de distintas labores y, por ejemplo, eran ellas las costureras
. Esto hace pensar que nuestra especie hermana —a la que Javier Sampedro llama "el extranjero en el tiempo"— era más similar a nosotros de lo que queremos pensar.
Para lo bueno y, nos tememos, también para lo malo.
Incluso si se probara que ellas cosían mientras ellos cazaban, sería poco riguroso pretender dar lecciones de igualdad de género, concepto ideológico muy moderno, a la sociedad neandertal. Sigue abierta la pregunta: ¿es que todas las culturas humanas han sido machistas? Si es así, ¿por qué?
 Lo cierto es que los historiadores no han encontrado rastro de una civilización matriarcal de cierta envergadura, y algunos las han buscado con afán. El patriarcado domina a la humanidad al menos desde la revolución agrícola, hace 10.000 años, y solo hace un siglo que empezó a ser cuestionado.
Lo cuenta bien el ensayo De animales a dioses. Breve historia de la humanidad (Debate). El historiador israelí Yuval Noah Harari reflexiona en uno de los capítulos ('No hay justicia en la historia') sobre las raíces de la desigualdad entre sexos y acaba formulando tres teorías que sometemos aquí a debate.
"El patriarcado ha sido la norma en casi todas las sociedades agrícolas e industriales y ha resistido tenazmente los cambios políticos, las revoluciones sociales y las transformaciones económicas", escribe.
"Puesto que el patriarcado es tan universal, no puede ser el producto de algún círculo vicioso que se pusiera en marcha por un acontecimiento casual".
 Entonces ¿dónde está su origen? ¿En la masa muscular, en la propensión a la violencia? ¿O será que el machismo está grabado a fuego en los genes?
 Harari admite que ninguna de sus teorías es del todo convincente.
 A continuación, con pros y contras, sus argumentos y los de otros expertos.
1- Potencia muscular. Una idea muy extendida: el hombre somete a las mujeres por su mayor fuerza física.
Por el mismo motivo se ocupó de los trabajos más duros y de esa forma acabó controlando la producción.
 Es una explicación sencilla, intuitiva. Pero juegan en su contra algunas objeciones: que los hombres son más fuertes es una verdad a medias (solo como promedio; y ellas suelen ser más resistentes al dolor o la enfermedad).
 Otro reparo es más de fondo: el poder social no suele depender de la fuerza física.
 Ni reyes ni generales ni sacerdotes han llegado a donde están por su musculatura.
 Lo normal ha sido más bien que desde el poder se viera el trabajo duro como cosa de esclavos, siervos o mercenarios.
2- La propensión a la violencia. Es una variación del razonamiento anterior con un matiz: la clave no es la fuerza sino la agresividad.
 "Millones de años de evolución han hecho a los hombres mucho más violentos que las mujeres", sostiene Harari.
 "Los hombres son más proclives a la violencia física y bruta", si bien, aclara, las fuerzas estarían parejas en la capacidad de conspirar, manipular o traicionar.
Vistas las cifras esto no es ningún disparate: la inmensa mayoría de condenados por delitos violentos en todo el mundo son varones.
 En España, con datos de 2012, hubo 3.677 condenas por homicidio para varones, frente a solo 285 por mujeres, menos del 8%. Entonces, volviendo a Harari, habría sido la guerra la que forjó la sociedad y el patriarcado.
Algunos peros: las guerras no son una pelea a puñetazos; las ganan los estrategas, los más organizados, o los que saben tejer alianzas y recabar apoyos.
 No los más brutos. Y, si la mujer estuviera mejor dotada para la negociación, ¿cómo no ocupó el poder político?, se pregunta el historiador.
3- Los genes. Atención que esto es peliagudo: ¿nos ha programado la evolución para el machismo? Según este punto de vista, durante millones de años "hombres y mujeres desarrollaron diferentes estrategias de supervivencia y reproducción"
. Entra aquí en juego la selección sexual que planteó Darwin: los hombres que lograban tener descendencia eran los más ambiciosos y competitivos; esa dinámica las convirtió a ellas en dependientes, al propiciar la descendencia de las que daban el perfil de "cuidadoras sumisas"
. Pero Harari también cree que esta hipótesis tiene grietas: en especies como los elefantes y los bonobos, la selección sexual llevó a una sociedad matriarcal en la que las hembras crean redes de cooperación muy eficaces frente a unos machos más individualistas. ¿Por qué no fue así con el sapiens?
Complicado debate.
Uno echa de menos más atención a la maternidad, que aún en el siglo XXI sigue siendo un gran factor (¿el principal?) de discriminación femenina.
 Si acudimos a Darwin y Wallace, los padres del evolucionismo, podemos llevarnos un chasco: cosas de su época, les preocupaba poco el sexismo.
Y consideraban obvia la superioridad intelectual masculina. Esto escribió Charles Darwin en El origen del hombre y la selección en relación al sexo, en 1871:
"La diferencia fundamental entre el poderío intelectual de cada sexo se manifiesta en el hecho de que el hombre consigue más eminencia en cualquier actividad que emprenda de la que puede alcanzar la mujer (tanto si dicha actividad requiere pensamiento profundo, poder de raciocinio, imaginación aguda o, simplemente, el empleo de los sentidos o las manos)".
Un visitante en el Museo de la Evolución Humana de Burgos (GONZALO AZUMENDI)
El machismo implícito en el discurso del primer científico que explicó de dónde venimos lo analiza Elena Hernández Corrochano, profesora de Antropología de la UNED, en su artículo Darwin, los antropólogos sociales y las mujeres, publicado en Clepsydra en 2010
. "Las ideas que Darwin y otros muchos eruditos de su época tenían sobre las mujeres eran creencias muy arraigadas en el imaginario colectivo, antes filosofadas por Rousseau, Diderot o Montesquieu".
 No desentonaba con su tiempo pero, eso sí se le puede reprochar, Darwin dio "una base científica a la universal subordinación de la mujer al hombre, una subordinación que, al darse en todas las sociedades que habían llegado al estado de civilización, se convertía en la mejor posición a la que las mujeres podían aspirar".
Darwin no sería un feminista, de acuerdo, pero la cuestión sigue abierta: ¿estamos programados para el machismo?
 Responde una autoridad, el biólogo Jaume Bertranpetit, miembro del Institut de Biologia Evolutiva (IBE) del CSIC y la Universitat Pomeu Fabra y director de ICREA. "La pregunta está mal formulada.
 Si el machismo es la respuesta (el resultado) ¿cuál es la pregunta (las condiciones que lo han permitido)? 
No hay que negarse a aceptar las diferencias sexuales, bien determinadas por los genes y que tienen importantes implicaciones sociales. 
Sólo hace falta ver cómo se relaciona el dimorfismo sexual con la estructura de grupos en los diversos primates: fuerte dimorfismo en grupos con pocos machos y muchas hembras; escaso dimorfismo en los que forman parejas estables".
Para este estudioso de la evolución, "no hay duda de las diferencias entre sexos, sean físicas o de comportamiento; en humanos estas diferencias son pequeñas pero evidentes.
 Pero eso no implica que estas diferencias lleven a situaciones de poder social. La biología nos muestra cómo son las cosas
. Y es importante saberlas porque entonces culturalmente podemos cambiar nuestro comportamiento para adecuarlo a nuestros propósitos".
Tiene otro punto de vista la antropóloga Elena Hernández. Preguntada sobre las tres teorías del historiador israelí sobre las raíces del patriarcado, es rotunda:
"Como sistema de subordinación que es, el patriarcado tiene que ver con la organización social de la sexualidad y de la reproducción, y no con supuestos biologicistas y naturalistas como los que propone Harari, que nos podrían llevar a entender que la subordinación de las mujeres es algo inevitable".
 Y añade: "Algunas antropólogas entendemos que no es tan importante saber el origen de este sistema de subordinación, como llegar a entender cómo se implementa en las diferentes culturas".
Otro experto, Joan Manuel Cabezas López, doctor en Antropología Social y coordinador de Etnosistema, se opone al "neogenetismo" que atribuye el comportamiento social a imperativos de la especie.
"No considero plausible, ni tan siquiera como simple conjetura, que la biología o la genética expliquen ninguna conducta humana. Y mucho menos las comparaciones con elefantes o incluso con chimpancés, ya que dichos animales carecen de lo que distingue al Homo sapiens del resto de los seres vivos: la capacidad de generar complejos sistemas simbólicos, es decir, la posibilidad de cambiar el mundo factual a través de ideas".
Imagen del documental 'Homo sapiens' (2005)
Pero hablábamos del patriarcado como modelo universal. ¿De verdad lo ha sido?
 Son muchos los científicos que buscaron huellas de un matriarcado prehistórico
. En el siglo XIX se extendió la creencia en un estado primitivo del hombre en que las mujeres habrían detentado el poder para luego perderlo (se supone que por un avance evolutivo)
. La idea la formulaba en 1861 Johann Jakob Bachofen en El derecho materno: una investigación sobre la ginecocracia en el mundo antiguo.
Pero, en opinión de Elena Hernández, como única prueba se agarraba a los mitos. Otro estudioso del siglo XIX, Lewis Morgan, miró como ejemplo el modelo social de los indígenas iroqueses de Norteamérica, pero esta experta objeta que el que fuera matrilineal (la descendencia se define por la línea materna) no significa que fuera un matriarcado.
Morgan explicaba la evolución de la familia de esta forma: el hombre había vivido inicialmente en la promiscuidad (principalmente incestuosa entre hermanos), luego en la poliandría (varios hombres compartían mujeres raptadas de otra tribu, eso garantizó al menos la diversidad genética) antes de llegar a la "familia bárbara" (una pareja sometida a la autoridad tribal), a la poligamia (derivada de la propiedad privada) y luego a la "familia civilizada".
 Según su tesis, fue la acumulación de riqueza, y con ella la idea de transmisión de la herencia, la que llevó al patriarcado.
El antropólogo Cabezas es rotundo al afirma que el matriarcado es un mito "si entendemos como matriarcado el reverso o polo opuesto del patriarcado. Nunca ha existido tal sociedad en la que las mujeres oprimían a los hombres.
 Lo que sí que hubo, y todavía hay, son sociedades en las cuales el género no constituye un elemento estratégico en la arquitectura social"
. Y añade: "Hablar de la sociedad matriarcal como estado primigenio-primitivo era, en la época del evolucionismo, considerarla como una sociedad inferior, arcaica, irracional...
 Exactamente lo mismo que se pensa
ba de las mujeres en la sociedad decimonónica, y que todavía se piensa de los primitivos hoy en día". Este artículo de la revista Mito profundiza en el asunto del matriarcado.
Cabezas se afana en desmontar las tesis de Harari: "La agresividad no es de origen genético, sino cultural: la socialización es la que ha podido comportar más violencia entre los varones en determinados grupos humanos".
Y aporta un ejemplo: en Nueva Guinea, entre la etnia de los tchambuli, las mujeres se afeitan la cabeza, acostumbran a reírse de manera ruidosa, muestran una solidaridad de camaradas y son muy eficaces cazando. En cambio, los hombres se preocupan por el arte, emplean mucho tiempo para peinarse y están siempre criticando al sexo contrario…
"A pocos kilómetros, otros grupos étnicos tienen percepciones completamente diferente de las expectativas y roles de género.
 El género, por lo tanto, es siempre una construcción social, jamás reducible al sexo".
Y añade, en relación con la supuesta predisposición genética a la violencia en los varones, que en lugares como África "han existido ejércitos de élite formados exclusivamente por mujeres hasta hace sólo un siglo".
Vaya, parece que el argumento de que hubiera un factor genético en el machismo resulta el más polémico, y eso que Harari no se inclina por esa teoría entre las tres que maneja. ¿No será que situamos lo que a ojos de hoy es políticamente correcto por encima de la verdad científica?
Para añadir gasolina al fuego, otro polémico libro recién publicado, Una herencia incómoda, de Nicholas Wade, argumenta que el comportamiento social no sería solo una construcción cultural sino que podría estar  determinado en los genes.
 Lo que ahondaría en la tercera tesis de Harari.
Ilustración del que podría ser un 'Homo ergaster' según un cráneo hallado en Dmanisi
Wade, que ha trabajado en Nature, Science y The New York Times, escribe que entre los cazadores-recolectores "la única división del trabajo era entre los sexos": ellos cazaban y ellas recolectaban. Pero ve la clave en la tribu:
"Las sociedades tribales han existido probablemente desde el principio de la especie humana"
. Y esas tribus, sostiene, se cruzaban mediante el intercambio de mujeres y se organizaban sobre la base de linajes que siguen la línea genealógica masculina. ¿Y antes de eso? Cuenta Wade que el Homo ergaster, hace aproximadamente 1,7 millones de años "es el primer antepasado humano en el que los machos no eran mucho mayores que las hembras. Una gran diferencia de tamaño entre los sexos, como en los gorilas, indica competencia entre machos y una estructura de harén.
 La diferencia de tamaño disminuye a medida que la formación de pareja se va haciendo más común". Pero, ay, Wade no dedica mucha atención a las diferencias entre sexos porque en su libro le interesa más lo que distingue a las razas, lo que le ha valido un aluvión de críticas (puede leer la de Jaume Bertranpetit) y acusaciones de racismo.
Y entonces, ¿con qué versión nos quedamos sobre el origen del patriarcado? Harari admite que no tiene una respuesta satisfactoria
. "Quizás las hipótesis comunes sean simplemente erróneas. ¿Acaso los machos de la especie Homo sapiens no están caracterizados por la fuerza física, la agresividad y la competitividad, sino por unas habilidades sociales superiores y una mayor tendencia a cooperar?
 Sencillamente, no lo sabemos".
 Pero al final de su capítulo parece decantarse por la idea de que no hay nada inmutable en el machismo: 
"Lo que sabemos es que durante el último siglo los papeles de género han experimentado una revolución extraordinaria. (...) Estos cambios espectaculares son precisamente los que hacen que la historia del género nos deje tan estupefactos. 
Si, como hoy se ha demostrado de manera tan clara, el sistema patriarcal se ha basado en mitos infundados y no en hechos biológicos, ¿qué es lo que explica la universalidad y estabilidad de este sistema?".
Si ha llegado hasta aquí, se habrá dado cuenta de que no teníamos una respuesta al origen del machismo, pero al menos su búsqueda es apasionante
. Y nos ayuda a pensar no sólo en cómo llegamos a ser así, sino en cómo queremos ser.

El secreto de Bárbara Lennie..................................................... Marcos Ordóñez

Este domingo la actriz protagoniza la portada de 'El País Semanal'.

 El Goya por su papel en 'Magical Girl' confirma que ha nacido una estrella

Barbara Lennie
La actriz viste chaqueta sobre un vestido negro de Chanel. Los anillos son de Uno de 50 y Bimba & Lola (el triple dorado). / Jordi Socías

Bárbara Lennie es un volcán sobre las tablas, un valor seguro ante la cámara que ha rodado con algunos de los directores más talentosos del cine español. 
Este domingo, en portada, El País Semanal habla con una chica que llegó de Buenos Aires a Madrid y encontró su refugio en la actuación
. Sus padres la animaron: "De acuerdo, pero estudia".
 Dice que entonces era muy tímida. "Obsesionada con aprender".
Más allá de la obvia belleza y la mirada inteligente, Lennie exhala una fuerza tranquila que le ha permitido rodar, desde los 15 años, 14 películas y 5 series.
 "En la televisión aprendes a resolver, a ser eficaz", reflexiona
. Su reciente premio Goya por Magical Girl es solo la confirmación de que ha nacido una estrella.

 

El príncipe de las calles.................................................................... Ángeles García

Una retrospectiva de 200 instantáneas recorre la obra de Garry Winogrand, el fotógrafo que armado con una Leica y ojo de artista retrató la vida cotidiana de Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XX.

Garry Winogrand
'Los Angeles 1980-1983', una de las fotografías de la última época de Gary Winogrand (falleció en 1984) que se exhiben en la retrospectiva que le dedica la Fundación Mapfre. / Gary Winogrand

¿Quiénes son los estadounidenses? ¿Cuáles son los conflictos que nos convierten en las personas que somos?
 Para encontrar la respuesta a estas preguntas, Garry Winogrand (Nueva York, 1928-Tijuana, 1984) salía cada día a la calle dispuesto a retratar con su Leica todo aquello que le aportara luz sobre la identidad americana.
El resultado fueron cientos de escenas cotidianas con las que describió al detalle la agitada vida estadounidense de la segunda mitad del siglo XX.
 Hombres de negocios en Wall Street y elegantes mujeres en Park Avenue; actores y deportistas famosos; hippies,rodeos, aeropuertos, manifestaciones...
La Fundación Mapfre muestra hasta el 3 de mayo en Madrid (Bárbara de Braganza, 13) una retrospectiva de 200 fotografías, gran parte inéditas, en una exposición organizada conjuntamente con el Museo de Arte Moderno de San Francisco (SFMOMA) y la National Gallery of Art de Washington.
“Podría decir que soy un estudiante de la fotografía, es cierto; pero, en realidad, soy un estudiante de Norteamérica”
. Leo Rubinfien, fotógrafo y comisario de la exposición recupera esta frase pronunciada por Winogrand al principio de su carrera para definir el trabajo del artista.
“Fue uno de los artistas centrales su generación, junto a Walker Evans y Robert Frank.
Sus composiciones centrífugas concentran la atención del espectador en personajes corrientes, esos que, aparentemente, no son los protagonistas”, explica.
Una foto de Nueva York, ciudad natal de Winogrand, en 1969. / Garry Winogrand
De personalidad arrolladora y fuerte carácter —se metió en más de una gresca—, Garry Winogrand nació en el Bronx. Hijo de un curtidor de pieles y de una planchadora, vivió toda su infancia en una humilde zona textil, Allerton Coops, enclave comunista en el que los dinteles de los edificios estaban decorados con la hoz y el martillo
. Inteligente y estudioso, consiguió una beca en Manhattan para niños superdotados, el instituto cerró y el pequeño Winogrand tuvo que regresar al Bronx.
 Al poco de graduarse, se alistó en la Fuerza Aérea y trabajó durante meses en Texas como meteorólogo
. Harto de predecir el tiempo, se matriculó en la Universidad de Columbia para estudiar pintura, y allí conoció a un grupo de fotógrafos con los que descubrió que la fotografía era lo único que le interesaba.
Con 22 años, las mejores revistas ilustradas se interesaron por su trabajo.
 Leo Rubinfien, en la biografía que acompaña el espléndido catálogo editado por Mapfre, recuerda el entusiasmo con el que el joven artista vivía su oficio:
“Me mataba a trabajar. Hacer fotos, revelarlas por la noche, editarlas, aprender más con cada carrete... descubrimiento tras descubrimiento.
 Ninguna educación universitaria me habría dado lo que descubrí entonces”.
Winogrand aprovechaba los reportajes de encargo para capturar las imágenes que a él le interesaban. Cargado con su Leica y un objetivo gran angular, podía gastar diez rollos en cada tema que suscitara su interés
.La primera parte de la exposición muestra qué captaba su atención:
 Hay maniquíes que desde la oscuridad del escaparate parecen querer saltar hacia la luz; una mujer que transita por la calle con un cigarrillo colgado de los labios, mirada preocupada y un brazo cargado de pulseras; señoras que viajan en el autobús con la mirada perdida en sus preocupaciones, o el chico joven muy rubio y obeso fundido en una multitud que camina por las calles neoyorkinas.
El comisario asegura que los temas que fascinaron a Winogrand a lo largo de su actividad como fotógrafo fueron siempre los mismos. En primer lugar, las mujeres (generalmente bellas y a menudo jóvenes)
. En segundo lugar, los hombres, de mediana edad, clase media o media-alta, casi siempre trajeados. Su tercer bloque de interés lo formaban los niños, los animales, el mundo del espectáculo, los acontecimientos políticos, personas en peligro de exclusión (enanos, tullidos, heridos), coches y artículos de lujo poco habituales en el Bronx y los espacios desnudos y abiertos, los vacíos que se crean entre las multitudes. En cambio, muy pocas veces se interesa por los excluidos sociales
. De su Bronx natal, por ejemplo, le interesan el zoológico y los estadios
. Poco más. No es un retratista de los pobres, sino de los habitantes de un país o de una ciudad (Nueva York) que después de la II Guerra Mundial vive una gran prosperidad económica y cultural.
Imagen de Manhattan en 1960. / Garry Winogrand
Él mismo formó parte de esa clase media americana que renegaba de la pobreza que trajo la Gran Depresión y que veía en la familia la mejor manera de encarar la vida.
 Casado en 1950 con Adrienne Lubow (se divorciaron en 1960), era de los que creían que la familia era la mejor recompensa.
 Entre 1959 y 1963, fotografía a mujeres elegantes y encantadoras que caminan con mucha seguridad por las grandes avenidas neoyorquinas, salen cuidadosas de los taxis o miran al fotógrafo directamente a los ojos.
 Las imágenes posteriores a la ruptura de su matrimonio se centran más en hombres que caminan solos o jóvenes mujeres con las que parece coquetear con su cámara.
Los sesenta son años en los que se desencadenan terribles acontecimientos que acabaran con el optimismo en el que parece instalado el país: Guerra de Vietnam, agravamiento de la Guerra Fría o los asesinatos de los hermanos Kennedy y de Martin Luther King, entre otros luctuosos sucesos. Winogrand se ocupa de ellos, pero no como fotorreportero, sino como un artista.
Viajó a Dallas 10 meses después del magnicidio y retrató a familias que hacían excursiones turísticas al escenario del crimen sin mostrar el menor atisbo de emoción.
 La segunda parte de la exposición recoge el trabajo de Winogrand realizado fuera de Nueva York, hecho durante sus muchos viajes por las grandes ciudades de los Estados Unidos: Los Ángeles, San Francisco, Dallas, Houston, Chicago, Ohio, Colorado y el suroeste del país.
En estas fotografías muestra las muchas manifestaciones y los movimientos pacifistas y contraculturales de la década de los sesenta, derivados de la guerra de Vietnam, o la crisis de los misiles, reflejando en sus fotografías un sentimiento de desintegración nacional.
La exposición cierra con un apartado dedicado a su última etapa, desde su salida de Nueva York, en 1971, hasta su prematura muerte en 1984.
 Hay imágenes de Texas, California del Sur, Chicago, Washington o Miami, entre otros lugares. Entremezcladas, se incluyen fotografías de una Nueva York desolada que el artista visitaba de vez en cuando.
 Niños y jóvenes que deambulan perdidos en avenidas que ya no hablan de glamour ni de prosperidad.
 Otro mundo que hubiera preferido no conocer.
Fue muy prolífico, pese a su prematura muerte tras una inesperada enfermedad.
El acto de tomar imágenes era mucho más interesante para Winogrand que imprimir fotografías, editar libros o concebir exposiciones; de hecho, a menudo permitía a otras personas que realizaran estas actividades en su lugar
. A su fallecimiento, en 1984, quedaron aproximadamente 6.500 carretes sin revelar, unas 250.000 fotografías que jamás habían sido vistas.
 Para la exposición se ha podido clasificar la mayor parte del material, de manera que casi el 50% de lo expuesto es inédito; un aliciente extra para conocer la obra de uno de los mejores fotógrafos de todos los tiempos.

 

¿Qué es esto, Paul Thomas Anderson?........................................................... Carlos Boyero

Voy a leer la novela de Thomas Pynchon para saber si es tan vacua como la película.

 


Sé de muchos lectores fervorosos de Thomas Pynchon.
 Incluso, algunos están convencidos de que ha escrito o va a escribir la gran novela americana. Qué manía le ha dado al personal con ese eufemismo de la gran novela americana.
 Resulta que todos los años tres o cuatro autores logran el insólito prodigio de crear la gran novela american
a. Ay, señor, señor, si Scott Fitzgerald levantara de la tumba su alcoholizado organismo
. Aunque no comparta ese contracultural entusiasmo hacia la obra de Pynchon, me dispongo a hacer los deberes. O sea, comienzo a leer Vicio propio, su penúltima novela.
PURO VICIO
Dirección: Paul Thomas Anderson.
Intérpretes: Joaquin Phoenix, Josh Brolin, Owen Wilson, Katherine Waterston, Reese Witherspoon.
Género: drama. EE UU 2014. Duración: 148 minutos.
Lo hago, entre otras cosas, para descifrar el enigma de si el material literario que ha adaptado al cine Paul Thomas Anderson es tan vacuo, insoportable, absurdo, inútilmente kilométrico como su película.
Y supone una sorpresa.
 Ingrata, por supuesto.
Solo te puede decepcionar alguien del que esperas cosas buenas, con talento contrastado
. Y este director lo posee, aunque aquí se haya esfumado. Boogie nights y Magnolia me parecen tan esplendidas como turbadora
s. En The master existe un clima enfermizo y un actor (descansa en paz, Philip Seymour Hoffman) que me fascinan y hay otras cosas que me gustan menos
. La primera parte de Pozos de ambición tiene algo hipnótico; la segunda y, sobre todo, el desenlace, son un desbarre absoluto e irritante.
 Que se le hayan vuelto a alborotar lamentablemente las neuronas no es nuevo.
 En Embriagado de amor me puso de los nervios.
Puro vicio (no les debe gustar a los tituladores lo de Vicio propio) se desarrolla en Los Ángeles a comienzo de los setenta
. Se supone que todos los personajes andan colgados de alguna sustancia —caballo, coca, maría, metanfetamina—, pero hay cuelgues y cuelgues; no está garantizado que lo que dicen sea ingenioso y excéntrico (aunque lo pretenden), y apasionante lo que les ocurre.
 El protagonista es un detective que está fumado desde que se levanta y acostumbrado a perder.
Nada que ver con Spade, Marlowe y Archer. Pero es inevitable asociarlo con El Nota, el pintoresco e inolvidable personaje de El gran Lebowski.
Tanto él como los delirantes asuntos en los que se metía, acompañado de sus indescriptibles colegas, eran muy divertidos, los Coen en estado de gracia.
Los parecidos terminan en que ambos son californianos jipiosos pegados todo el rato a un canuto. Aquí, el rastreo que este hace de crímenes, desapariciones, enigmas de antiguas novias, negocios turbios, relaciones con un policía más patético que surrealista, sectas en busca de la percepción extrasensorial y otras monerías de la época, está narrado de forma plomiza y sin que sepas de qué te está hablando el director, qué pretende con este disparate sin gracia.
¿Y el rarito Joaquin Phoenix? En su salsa. El tormento dura dos horas y media.
Y crees que no va terminar nunca.