Una retrospectiva de 200 instantáneas recorre la obra de Garry Winogrand, el fotógrafo que armado con una Leica y ojo de artista retrató la vida cotidiana de Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XX.
¿Quiénes son los estadounidenses? ¿Cuáles son los conflictos que nos
convierten en las personas que somos?
Para encontrar la respuesta a estas preguntas, Garry Winogrand (Nueva York, 1928-Tijuana, 1984) salía cada día a la calle dispuesto a retratar con su Leica todo aquello que le aportara luz sobre la identidad americana.
El resultado fueron cientos de escenas cotidianas con las que describió al detalle la agitada vida estadounidense de la segunda mitad del siglo XX.
Hombres de negocios en Wall Street y elegantes mujeres en Park Avenue; actores y deportistas famosos; hippies,rodeos, aeropuertos, manifestaciones...
La Fundación Mapfre muestra hasta el 3 de mayo en Madrid (Bárbara de Braganza, 13) una retrospectiva de 200 fotografías, gran parte inéditas, en una exposición organizada conjuntamente con el Museo de Arte Moderno de San Francisco (SFMOMA) y la National Gallery of Art de Washington.
“Podría decir que soy un estudiante de la fotografía, es cierto; pero, en realidad, soy un estudiante de Norteamérica”
. Leo Rubinfien, fotógrafo y comisario de la exposición recupera esta frase pronunciada por Winogrand al principio de su carrera para definir el trabajo del artista.
“Fue uno de los artistas centrales su generación, junto a Walker Evans y Robert Frank.
Sus composiciones centrífugas concentran la atención del espectador en personajes corrientes, esos que, aparentemente, no son los protagonistas”, explica.
De personalidad arrolladora y fuerte carácter —se metió en más de una gresca—, Garry Winogrand nació en el Bronx. Hijo de un curtidor de pieles y de una planchadora, vivió toda su infancia en una humilde zona textil, Allerton Coops, enclave comunista en el que los dinteles de los edificios estaban decorados con la hoz y el martillo
. Inteligente y estudioso, consiguió una beca en Manhattan para niños superdotados, el instituto cerró y el pequeño Winogrand tuvo que regresar al Bronx.
Al poco de graduarse, se alistó en la Fuerza Aérea y trabajó durante meses en Texas como meteorólogo
. Harto de predecir el tiempo, se matriculó en la Universidad de Columbia para estudiar pintura, y allí conoció a un grupo de fotógrafos con los que descubrió que la fotografía era lo único que le interesaba.
Con 22 años, las mejores revistas ilustradas se interesaron por su trabajo.
Leo Rubinfien, en la biografía que acompaña el espléndido catálogo editado por Mapfre, recuerda el entusiasmo con el que el joven artista vivía su oficio:
“Me mataba a trabajar. Hacer fotos, revelarlas por la noche, editarlas, aprender más con cada carrete... descubrimiento tras descubrimiento.
Ninguna educación universitaria me habría dado lo que descubrí entonces”.
Winogrand aprovechaba los reportajes de encargo para capturar las imágenes que a él le interesaban. Cargado con su Leica y un objetivo gran angular, podía gastar diez rollos en cada tema que suscitara su interés
.La primera parte de la exposición muestra qué captaba su atención:
Hay maniquíes que desde la oscuridad del escaparate parecen querer saltar hacia la luz; una mujer que transita por la calle con un cigarrillo colgado de los labios, mirada preocupada y un brazo cargado de pulseras; señoras que viajan en el autobús con la mirada perdida en sus preocupaciones, o el chico joven muy rubio y obeso fundido en una multitud que camina por las calles neoyorkinas.
El comisario asegura que los temas que fascinaron a Winogrand a lo largo de su actividad como fotógrafo fueron siempre los mismos. En primer lugar, las mujeres (generalmente bellas y a menudo jóvenes)
. En segundo lugar, los hombres, de mediana edad, clase media o media-alta, casi siempre trajeados. Su tercer bloque de interés lo formaban los niños, los animales, el mundo del espectáculo, los acontecimientos políticos, personas en peligro de exclusión (enanos, tullidos, heridos), coches y artículos de lujo poco habituales en el Bronx y los espacios desnudos y abiertos, los vacíos que se crean entre las multitudes. En cambio, muy pocas veces se interesa por los excluidos sociales
. De su Bronx natal, por ejemplo, le interesan el zoológico y los estadios
. Poco más. No es un retratista de los pobres, sino de los habitantes de un país o de una ciudad (Nueva York) que después de la II Guerra Mundial vive una gran prosperidad económica y cultural.
Él mismo formó parte de esa clase media americana que renegaba de la pobreza que trajo la Gran Depresión y que veía en la familia la mejor manera de encarar la vida.
Casado en 1950 con Adrienne Lubow (se divorciaron en 1960), era de los que creían que la familia era la mejor recompensa.
Entre 1959 y 1963, fotografía a mujeres elegantes y encantadoras que caminan con mucha seguridad por las grandes avenidas neoyorquinas, salen cuidadosas de los taxis o miran al fotógrafo directamente a los ojos.
Las imágenes posteriores a la ruptura de su matrimonio se centran más en hombres que caminan solos o jóvenes mujeres con las que parece coquetear con su cámara.
Los sesenta son años en los que se desencadenan terribles acontecimientos que acabaran con el optimismo en el que parece instalado el país: Guerra de Vietnam, agravamiento de la Guerra Fría o los asesinatos de los hermanos Kennedy y de Martin Luther King, entre otros luctuosos sucesos. Winogrand se ocupa de ellos, pero no como fotorreportero, sino como un artista.
Viajó a Dallas 10 meses después del magnicidio y retrató a familias que hacían excursiones turísticas al escenario del crimen sin mostrar el menor atisbo de emoción.
La segunda parte de la exposición recoge el trabajo de Winogrand realizado fuera de Nueva York, hecho durante sus muchos viajes por las grandes ciudades de los Estados Unidos: Los Ángeles, San Francisco, Dallas, Houston, Chicago, Ohio, Colorado y el suroeste del país.
En estas fotografías muestra las muchas manifestaciones y los movimientos pacifistas y contraculturales de la década de los sesenta, derivados de la guerra de Vietnam, o la crisis de los misiles, reflejando en sus fotografías un sentimiento de desintegración nacional.
La exposición cierra con un apartado dedicado a su última etapa, desde su salida de Nueva York, en 1971, hasta su prematura muerte en 1984.
Hay imágenes de Texas, California del Sur, Chicago, Washington o Miami, entre otros lugares. Entremezcladas, se incluyen fotografías de una Nueva York desolada que el artista visitaba de vez en cuando.
Niños y jóvenes que deambulan perdidos en avenidas que ya no hablan de glamour ni de prosperidad.
Otro mundo que hubiera preferido no conocer.
Fue muy prolífico, pese a su prematura muerte tras una inesperada enfermedad.
El acto de tomar imágenes era mucho más interesante para Winogrand que imprimir fotografías, editar libros o concebir exposiciones; de hecho, a menudo permitía a otras personas que realizaran estas actividades en su lugar
. A su fallecimiento, en 1984, quedaron aproximadamente 6.500 carretes sin revelar, unas 250.000 fotografías que jamás habían sido vistas.
Para la exposición se ha podido clasificar la mayor parte del material, de manera que casi el 50% de lo expuesto es inédito; un aliciente extra para conocer la obra de uno de los mejores fotógrafos de todos los tiempos.
Para encontrar la respuesta a estas preguntas, Garry Winogrand (Nueva York, 1928-Tijuana, 1984) salía cada día a la calle dispuesto a retratar con su Leica todo aquello que le aportara luz sobre la identidad americana.
El resultado fueron cientos de escenas cotidianas con las que describió al detalle la agitada vida estadounidense de la segunda mitad del siglo XX.
Hombres de negocios en Wall Street y elegantes mujeres en Park Avenue; actores y deportistas famosos; hippies,rodeos, aeropuertos, manifestaciones...
La Fundación Mapfre muestra hasta el 3 de mayo en Madrid (Bárbara de Braganza, 13) una retrospectiva de 200 fotografías, gran parte inéditas, en una exposición organizada conjuntamente con el Museo de Arte Moderno de San Francisco (SFMOMA) y la National Gallery of Art de Washington.
“Podría decir que soy un estudiante de la fotografía, es cierto; pero, en realidad, soy un estudiante de Norteamérica”
. Leo Rubinfien, fotógrafo y comisario de la exposición recupera esta frase pronunciada por Winogrand al principio de su carrera para definir el trabajo del artista.
“Fue uno de los artistas centrales su generación, junto a Walker Evans y Robert Frank.
Sus composiciones centrífugas concentran la atención del espectador en personajes corrientes, esos que, aparentemente, no son los protagonistas”, explica.
De personalidad arrolladora y fuerte carácter —se metió en más de una gresca—, Garry Winogrand nació en el Bronx. Hijo de un curtidor de pieles y de una planchadora, vivió toda su infancia en una humilde zona textil, Allerton Coops, enclave comunista en el que los dinteles de los edificios estaban decorados con la hoz y el martillo
. Inteligente y estudioso, consiguió una beca en Manhattan para niños superdotados, el instituto cerró y el pequeño Winogrand tuvo que regresar al Bronx.
Al poco de graduarse, se alistó en la Fuerza Aérea y trabajó durante meses en Texas como meteorólogo
. Harto de predecir el tiempo, se matriculó en la Universidad de Columbia para estudiar pintura, y allí conoció a un grupo de fotógrafos con los que descubrió que la fotografía era lo único que le interesaba.
Con 22 años, las mejores revistas ilustradas se interesaron por su trabajo.
Leo Rubinfien, en la biografía que acompaña el espléndido catálogo editado por Mapfre, recuerda el entusiasmo con el que el joven artista vivía su oficio:
“Me mataba a trabajar. Hacer fotos, revelarlas por la noche, editarlas, aprender más con cada carrete... descubrimiento tras descubrimiento.
Ninguna educación universitaria me habría dado lo que descubrí entonces”.
Winogrand aprovechaba los reportajes de encargo para capturar las imágenes que a él le interesaban. Cargado con su Leica y un objetivo gran angular, podía gastar diez rollos en cada tema que suscitara su interés
.La primera parte de la exposición muestra qué captaba su atención:
Hay maniquíes que desde la oscuridad del escaparate parecen querer saltar hacia la luz; una mujer que transita por la calle con un cigarrillo colgado de los labios, mirada preocupada y un brazo cargado de pulseras; señoras que viajan en el autobús con la mirada perdida en sus preocupaciones, o el chico joven muy rubio y obeso fundido en una multitud que camina por las calles neoyorkinas.
El comisario asegura que los temas que fascinaron a Winogrand a lo largo de su actividad como fotógrafo fueron siempre los mismos. En primer lugar, las mujeres (generalmente bellas y a menudo jóvenes)
. En segundo lugar, los hombres, de mediana edad, clase media o media-alta, casi siempre trajeados. Su tercer bloque de interés lo formaban los niños, los animales, el mundo del espectáculo, los acontecimientos políticos, personas en peligro de exclusión (enanos, tullidos, heridos), coches y artículos de lujo poco habituales en el Bronx y los espacios desnudos y abiertos, los vacíos que se crean entre las multitudes. En cambio, muy pocas veces se interesa por los excluidos sociales
. De su Bronx natal, por ejemplo, le interesan el zoológico y los estadios
. Poco más. No es un retratista de los pobres, sino de los habitantes de un país o de una ciudad (Nueva York) que después de la II Guerra Mundial vive una gran prosperidad económica y cultural.
Él mismo formó parte de esa clase media americana que renegaba de la pobreza que trajo la Gran Depresión y que veía en la familia la mejor manera de encarar la vida.
Casado en 1950 con Adrienne Lubow (se divorciaron en 1960), era de los que creían que la familia era la mejor recompensa.
Entre 1959 y 1963, fotografía a mujeres elegantes y encantadoras que caminan con mucha seguridad por las grandes avenidas neoyorquinas, salen cuidadosas de los taxis o miran al fotógrafo directamente a los ojos.
Las imágenes posteriores a la ruptura de su matrimonio se centran más en hombres que caminan solos o jóvenes mujeres con las que parece coquetear con su cámara.
Los sesenta son años en los que se desencadenan terribles acontecimientos que acabaran con el optimismo en el que parece instalado el país: Guerra de Vietnam, agravamiento de la Guerra Fría o los asesinatos de los hermanos Kennedy y de Martin Luther King, entre otros luctuosos sucesos. Winogrand se ocupa de ellos, pero no como fotorreportero, sino como un artista.
Viajó a Dallas 10 meses después del magnicidio y retrató a familias que hacían excursiones turísticas al escenario del crimen sin mostrar el menor atisbo de emoción.
La segunda parte de la exposición recoge el trabajo de Winogrand realizado fuera de Nueva York, hecho durante sus muchos viajes por las grandes ciudades de los Estados Unidos: Los Ángeles, San Francisco, Dallas, Houston, Chicago, Ohio, Colorado y el suroeste del país.
En estas fotografías muestra las muchas manifestaciones y los movimientos pacifistas y contraculturales de la década de los sesenta, derivados de la guerra de Vietnam, o la crisis de los misiles, reflejando en sus fotografías un sentimiento de desintegración nacional.
La exposición cierra con un apartado dedicado a su última etapa, desde su salida de Nueva York, en 1971, hasta su prematura muerte en 1984.
Hay imágenes de Texas, California del Sur, Chicago, Washington o Miami, entre otros lugares. Entremezcladas, se incluyen fotografías de una Nueva York desolada que el artista visitaba de vez en cuando.
Niños y jóvenes que deambulan perdidos en avenidas que ya no hablan de glamour ni de prosperidad.
Otro mundo que hubiera preferido no conocer.
Fue muy prolífico, pese a su prematura muerte tras una inesperada enfermedad.
El acto de tomar imágenes era mucho más interesante para Winogrand que imprimir fotografías, editar libros o concebir exposiciones; de hecho, a menudo permitía a otras personas que realizaran estas actividades en su lugar
. A su fallecimiento, en 1984, quedaron aproximadamente 6.500 carretes sin revelar, unas 250.000 fotografías que jamás habían sido vistas.
Para la exposición se ha podido clasificar la mayor parte del material, de manera que casi el 50% de lo expuesto es inédito; un aliciente extra para conocer la obra de uno de los mejores fotógrafos de todos los tiempos.
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