Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

6 mar 2015

La mujer en el cine

Elvira Lindo repasa filmes femeninos por el 8 de marzo, Día de la Mujer Trabajadora.

 

¿Quién no recuerda a Katharine Hepburn abriéndose camino en un mundo laboral absolutamente masculino en La mujer del año o plantando cara, como abogada, a su mismísimo marido, el fiscal del distrito interpretado por Spencer Tracy en La costilla de Adán? ¿A Elizabeth Taylor mostrando descarnadamente su frustración sexual en La gata sobre el tejado de zinc; a Rita Hayworth interpretando a una mujer fatal en La dama de Shanghai o a la inmortal Greta Garbo dando vida a una férrea comisaria comunista en Ninotchka?
 Cada una de ellas interpretó a lo largo de su carrera a decenas de mujeres concretas, con sus nombres y apellidos, pero también, y muy a menudo, a distintos modelos y estereotipos de mujer.
Con motivo del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, TCM dedica la programación de todos los sábados y domingos del mes a películas protagonizadas o dirigidas por mujeres.
 Un mosaico de títulos en los que se puede apreciar cómo se ha desarrollado la vida, el trabajo y la reivindicación de los derechos de las mujeres a lo largo de la historia.
 Una programación especial que se completa con una entrevista en la que la escritora y guionista Elvira Lindo explica su visión sobre los personajes femeninos en el cine y el trabajo de aquellas actrices que más le han influido personalmente.
A Elvira Lindo, por ejemplo, no le gusta hablar de cine o de escritura exclusivamente femenina.
“No sé si se nota que lo que yo escribo lo escribe una mujer.
 Tampoco quiero ocultarlo pero creo que hay también directores o escritores que tienen una mirada muy femenina o cercana a la vida de la mujer”.
 En ese sentido le gusta citar a la premio Nobel de Literatura Alice Munro cuando dice que crea personajes femeninos porque es el mundo que mejor conoce, pero que sus mujeres son de todo tipo. No tiene una plantilla moral para diseñarlas.
A la hora de elegir a una actriz que haya influido en su vida, Elvira Lindo cita sin dudar un segundo a Katharine Hepburn.
 “Recuerdo que, cuando veía La fiera de mi niña, intentaba imitar su forma de andar, con grandes zancadas, como si siempre tuviera prisa, con energía, como si fuera dueña de su cuerpo”
. También rememora otro título, Mujercitas, (Las cuatro hermanitas) en el que Katharine Hepburn hacía de Jo March, la joven decidida que quiere convertirse en escritora.
“Dentro de mí ya estaba el embrión del tipo de mujer que quería ser y esas películas y esos personajes me ayudaron mucho”.
Habla también de cómo, en los últimos tiempos, apenas hay buenos papeles en el cine para actrices maduras.
“Creo que hacer personajes que hayan superado la barrera de la juventud y que hayan entrado en la madurez requiere más inteligencia.
 Cuentas menos con el envoltorio físico.
 La televisión está ofreciendo a estas actrices guiones con más enjundia, más serios y con más inteligencia que en el cine”, explica.
¿Y por qué aún hoy en día hay tan pocas directoras de cine?
 Elvira Lindo piensa que, en el futuro, habrá muchas más realizadoras, como ocurrirá en los altos puestos ejecutivos de las empresas.
Sin embargo, habla de una cierta resistencia por parte de algunas mujeres a dar un último paso
. “En mi caso no he dado el salto a la dirección por una cierta pereza.
 Tendría que abandonar muchas cosas de mi vida y de mi libertad para dedicarme a un trabajo que es muy absorbente.
No sé si hubiera podido responder a tanto requerimiento, no solo técnico sino también psicológico”, argumenta.
Pero como guionista tiene una cosa clara. “Las mujeres somos la mitad de la población y no hay un solo estereotipo femenino, sino tantos como mujeres haya sobre la Tierra.

Flores del bien y del mal................................................................ Carlos Boyero

La historia está transmitida con talento por un director con personalidad torrencial.

Me hago un lío con el apellido McDonagh para identificar a los respectivos autores de dos películas que me han enamorado.
 Son hermanos, irlandeses y el cine de ambos tiene parecidos no alarmantes, sino gratamentes reconocibles.
 Uno se llama Martin y firmó la insólita, tragicómica y muy hermosa Escondidos en Brujas, la historia de dos atípicos, torturados, demasiado humanos, asesinos a sueldo al que su excéntrico empleador les exige que se refugien durante un tiempo en esa ciudad medieval tan bonita (si no la abarrota el turismo y las continuas obras de restauración), pero que también puede albergar una atmósfera inquietante, de cuento de hadas malvadas en medio de la bruma, llamada Brujas.
Todo tenía encanto, humor pérfido, sentimiento, excentricidad y clima en esa película. Incluso estaba conmovedor y disparatado Colin Farrell, actor que me suele cargar.
El nombre del otro es John Michael.
 Me contaron de El irlandés, su película anterior, que era muy cáustica y graciosa
. A mí no me hizo ni pizca de gracia.
 Cine para modernos, en los que el director intenta demostrarte en cada secuencia lo listo e ingenioso que es.
 Por ello, cuando me informan de que va a estrenarse Calvary, dirigida por alguien apellidado McDonagh, pregunto si el nombre es Martin o John Michael.
 Es el segundo. O sea, que me acerco a ella con mosqueo inicial.
Este se evapora con la primera y estremecedora secuencia.
Un cura escucha la confesión de un feligrés invisible
. Le cuenta que a los nueve años le convirtieron en un muerto viviente
. Fue violado repetidamente por un adulto ensotanado.
Ocurre en Irlanda, una tierra en la que la pedofilia curil gozó de tanto esplendor como de impunidad. Esa voz atormentada e implacable también informa a su estupefacto e inocente confesor de que dentro de seis días le asesinará.
Me hago un lío con los McDonagh, autores de dos grandes películas
El paisaje irlandés en el que se desarrolla esta dura y emocionante historia es muy bonito, pero que nadie se engañe.
No estamos en Innisfree, aquel pueblo idílico, pintoresco y evocador en el que el hombre tranquilo buscaba refugio contra sus fantasmas y se enamoraba de una problemática y maravillosa señora pelirroja.
 En Calvary la cámara se desentiende del precioso entorno para centrarse obsesivamente en lo que expresan los rostros en primer plano.
Y todo el mundo anda jodido en ese pueblo por una razón u otra, hay poco espacio para la alegría, todos parecen sobrevivir a algún desastre íntimo o seguir hirviendo en él
. Hay un cura profundamente humano, legal, inteligente, en posesión de fe de la buena, que sabe escuchar a los demás, que sabe mucho del miedo, el dolor y la perdida.
 A lo largo de esa premonitoria semana se comunicará fundamentalmente con doce personas que ocultan algo o necesitan su ayuda.
 Una de ellas ha firmado su sentencia de muerte. El título Calvary no es gratuito.
Las situaciones y los personajes son tan creíbles como complejos
Los diálogos no tienen desperdicio, son brillantes.
 Las situaciones y los personajes son tan creíbles como complejos, sientes desasosiego al ser testigo de esta previsible tragedia, pero también al recordarla.
Y está el admirable actor Brendan Gleeson (será vano que intenten recordar una interpretación desvaída o falsa de este hombre con presencia poderosa, capaz de muchos registros, como secundario de lujo o si lleva el protagonismo) dotando de dignidad, humor, dudas, terror, hombría, comprensión, dureza, ternura, matices, múltiples sentimientos, a su memorable personaje.
También está magníficamente arropado en su camino hacia la temida cruz por interlocutores muy inquietantes
. Todo el mundo se siente solo y perdido. Mejores o peores, cínicos y sinceros, ricos o supervivientes, vengativos o resignados, todo el personal necesita mostrar o sugerir sus demonios a un hombre que se queda sin respuestas, que se siente tan acorralado como ellos
. Y está transmitido con talento por un director con personalidad torrencial.
La han calificado condescendientemente de película pequeña e interesante.
¿Qué querrá decir pequeña? ¿Que se rodó en 28 días y con presupuesto escaso
? Para mí es grande.
Me deja tocado, algo que no me suele ocurrir últimamente.

 

5 mar 2015

Europa se mueve................................................................. José Carlos Díez

La nueva CE ha firmado el acta de defunción del austericidio.

El huracán griego empieza a remitir.
 Tras varias semanas donde se especulaba con la salida de Grecia del euro, la tensión remite aunque no ha acabado
. Syriza ha renunciado a la mayor parte de su programa, ha firmado la prorroga del rescate actual, ha asumido la condicionalidad y ahora empieza la negociación del tercer rescate.
 Tras el huracán queda reparar los daños. La fuga de depósitos ha dejado tocado el sistema bancario y aún queda por normalizar al acceso de sus bancos al BCE.
La economía helena entró de nuevo en recesión el pasado trimestre, por lo que la tasa de paro volverá a aumentar y volverá a incurrir en déficit primario.
 Por esta razón, es importante que el tercer programa se negocie sobre bases realistas para no cometer los mismos errores que desde 2010.
Pero el huracán griego ha impedido apreciar el giro de 180 grados que ha registrado la política económica europea desde el pasado verano.
 La nueva CE ha firmado el acta de defunción del austericidio.
 La decisión de dar más tiempo a Francia e Italia para cumplir sus objetivos de déficit evitará que el 40% del PIB de la eurozona vuelva a entrar en recesión.
 Y el plan Juncker de inversiones pronto será una realidad. Seguramente no con la potencia necesaria para reducir la tasa de paro de la eurozona rápidamente.
Pero sin duda dos grandes cambios de los que todos nos beneficiaremos, esperemos que también Grecia sin duda la más necesitada. Se ha confirmado que los temores de los alemanes a la inflación eran infundados y el BCE está a punto de iniciar su programa de compras de deuda pública.
 Sólo el anuncio ha hundido el tipo de cambio del euro a niveles próximos a 1,10 contra el dólar. Recordemos que en la primavera de 2012 cotizaba próximo a 1,40. Además, la prima de riesgo en Grecia a 3 años ha subido en Grecia casi 1.500 puntos básicos desde el anuncio del anticipo de las elecciones y el contagio al resto de países periféricos ha sido mínimo.
 La economía europea está en estancamiento secular y al borde de la deflación. Para salir es necesario crecer y el plan de inversiones es la variable determinante para conseguirlo.
La depreciación del euro y la bajada del precio del petróleo ayudan.
 Pero también se necesita tipos de interés reales, descontada la inflación, negativos durante un periodo prolongado para que las deudas retornen a la senda de sostenibilidad
. Buena parte de los bonos en euros ya cotizan a tipos negativos.
 Ahora queda conseguir generar inflación, especialmente en los países periféricos donde los tipos reales para empresas y familias siguen siendo demasiado elevados. Los tipos al 0% o en negativo son una barrera psicológica para los ahorradores.
 Por lo tanto, buena parte del dinero inyectado por el BCE acabará en las bolsas y en el inmobiliario generando inflación de activos.
Tras varios años de errores sistemáticos por fin la economía europea empieza a tener una política adecuada para salir de la crisis.
 Ahora falta concretar los planes en marcha y mantenerlos hasta que la tasa de paro retorne a niveles razonables.
 Y que los países acompañen con medidas y buena regulación que refuercen la inversión, la innovación y el capital humano



. No será un camino de rosas y por eso es recomendable mantener la prudencia.

 

La escritora finalista del Man Booker Lydia Davis, en Londres. / Dominic Lipinski ......Lydia Davis: “Realmente la novela es un cuento largo”


La escritora finalista del Man Booker Lydia Davis, en Londres. / Dominic Lipinski

Hace diez años Lydia Davis (Northampton, Massachusetts, 1947) abandonó las vicisitudes de la vida en Manhattan y se trasladó con su marido, el pintor Alan Cote, a un pequeño enclave en las cercanías de East Nassau, tres horas al norte de Nueva York
. La vivienda que hoy ocupa la pareja, un edificio de ladrillo rojo de tres plantas con techos que alcanzan los cinco metros de altura, fue construida en los años treinta, y durante décadas fue sede de la escuela local
. Las antiguas aulas han sido adaptadas a las necesidades domésticas, así como a las exigencias creativas de sus ocupantes
. El gimnasio es hoy un taller de pintura, y otras estancias hacen las veces de estudio o biblioteca
. Los inmensos lienzos abstractos de Cote ocupan las paredes de varias salas, compartiendo el espacio con las delicadas fotos realizadas por el hijo del matrimonio, Theo.
En 2009, tras casi cuatro décadas de trabajo en relativa oscuridad, aparecieron los Cuentos completos de Lydia Davis,un volumen de 700 páginas que recogía los dos centenares de relatos breves incluidos en las cuatro colecciones publicadas por la escritora a lo largo de su vida. El libro dio la medida de su dominio del cuento, género que siempre ha gozado de la más alta estima en la tradición norteamericana, y en la que Davis ha inscrito su nombre para siempre con autoridad y contundencia, aunque no esté muy claro qué son exactamente los brevísimos textos que escribe.
 Sus segmentos en prosa alcanzan un nivel de intensidad y concisión que los sitúa en las inmediaciones de la poesía o la iluminación filosófica.
 Uno de sus más rendidos admiradores, Jonathan Franzen, trató de zanjar el asunto, refiriéndose a ella como “una suerte de Proust del relato breve”.
Tras una serie de reconocimientos que culminaron con la concesión del Premio Internacional Man Booke el año pasado, se publicó recientemente en España No puedo ni quiero, volumen que reúne los relatos escritos por la autora con posterioridad a la aparición de los Cuentos completos.
 Asimismo ve la luz por primera vez en castellano El final de la historia, única incursión de Lydia Davis en la novela, texto de un interés extraordinario sin el que no es posible entender cabalmente el conjunto de su obra.
 La escritora se sirve una taza de café y deja que pasen unos segundos antes de responder a la pregunta de qué aporta No puedo ni quiero con respecto a su trabajo anterior como autora de microficciones.
Mi intención no era crear poemas, sino fogonazos en prosa que quiero separar en la mente del lector”
“Mi trabajo ha ido evolucionando con el tiempo, aunque me resulta difícil explicar exactamente cómo.
 Las primeras colecciones incluían historias más tradicionales que alcanzaban cierta extensión. Había relatos cortos pero no minúsculos, como ahora. Creo que en este último libro me he aventurado más con la forma.
Siempre ensayo nuevas formas de escritura, y en el último libro llevo esa tendencia todavía más lejos. Hay más listas. Por primera vez aparecen secuencias o series, como las llamadas historias-sueño o la secuencia de 13 historias-Flaubert.
 Se trata de excepciones.
 Se podría decir que en el libro nuevo hay textos que se acercan más a lo que es un poema, aunque la razón por la que rompo los renglones no es que los vea como versos sino una manera de indicar cómo han de leerse, efectuando una pausa después de cierta frase.
 Cabría considerar que son una especie de poemas primitivos, pero sin carácter lírico
. Se trata más bien de breves fogonazos en prosa que quiero que estén nítidamente separados en la mente del lector
. Mi intención desde luego no era crear poemas”.
Más interesante si cabe que la publicación de una nueva colección de relatos ultracortos de Lydia Davis es la recuperación de El final de la historia, su única novela.
 ¿A qué se debió la irrupción de un formato tan ajeno a lo que siempre ha hecho una maestra tan depurada de la forma breve?
“Jamás me he considerado novelista. Desde que empecé a escribir me sentí cuentista…
Bueno, si me remonto a los orígenes, lo primero que escribí fue poesía, aunque aquello era más bien una suerte de conjuro verbal.
 La novela surgió cuando llevaba más de veinte años escribiendo cuentos.
 Tengo un amplio espectro de registros, desde una o dos líneas hasta un párrafo, una página, dos páginas, y en algunos casos textos de una extensión algo mayor.
 A medida que son más largos se vuelven más narrativos, y cuanto más cortos se parecen más a una canción
. Puede que no sean poemas, pero el lenguaje, el ritmo y la forma son de un orden más musical, aspecto que se convierte en el elemento prioritario.
 Pero incluso entre los textos más breves los hay muy distintos.
 Algunos son como un grito, otros una especie de meditación.
Realmente la novela era una especie de cuento largo.
 No era cuestión de que yo considerara que había llegado la hora de escribir algo orgánicamente distinto desde el punto de vista narrativo, sino que de repente me tropecé con un material que necesitaba mucho más espacio del que yo le podía otorgar dentro de los límites de un relato”.
Mis textos más breves son muy distintos: algunos son un grito, otros una especie de meditación”
En más ocasiones de las que le apetece recordar, Lydia Davis tuvo que afrontar la manida pregunta de qué libro se llevaría a una isla desierta.
 En su caso, la respuesta no puede ser más reveladora: “El Diccionario Oxford de la Lengua Inglesa”, dice riéndose, “porque me permite hacer trampa: son 20 volúmenes”.
 La ocurrencia pone de relieve una predilección muy profunda. A Davis le fascinan los aspectos más inmediatamente materiales del lenguaje.
 Nada la hace más feliz que hablar de sintaxis, gramática y lexicografía.
Y nada le divierte más que trasladar los códigos de unas lenguas a otras, lo cual ilumina uno de los aspectos más interesantes de su personalidad: su pasión por la traducción literaria, labor que empezó a ejercer durante sus años de estudiante universitaria.
 “Una de las razones por las que pasaron siete años entre la publicación de Cuentos completos y No puedo ni quiero es que me salieron al paso las dos traducciones de mayor envergadura de mi vida: el primer volumen de En busca del tiempo perdido, de Proust, y Madame Bovary, de Flaubert.
 El reto era mayúsculo, pero cuando me propusieron traducir a Proust no lo dudé.
 Llevaba toda la vida traduciendo
. Había escalado cumbres muy altas y ahora me proponían escalar la más alta de todas
. Acepté el reto. Tardé tres años y, cuando terminé, me propusieron que tradujera Madame Bovary.
 Al principio dije que no, pero al cabo de un tiempo me di cuenta de que echaba de menos traducir. Después de Proust me enfrentaba a otra empresa gigantesca, pero lo curioso es que cuando terminé no quise parar, y seguí traduciendo, esta vez del holandés
. Es lo que me tiene ocupada en estos momentos. Estoy traduciendo a A. L. Snijders”. Otra elección altamente sintomática. Snijders, de 77 años, cultiva una modalidad de relato ultrabreve a la que el autor se refiere como zkv.
 Cuando en 2010 se le concedió el Premio Constantijn Huygens por su trabajo en este género insólito, Snijders, que mantiene una regocijante comunicación por e-mail con su traductora al inglés, había publicado un total de 1.500 zkvs.
“Verdaderamente disfruto traduciendo”, señala con euforia Davis al evocar cómo descubrió a Snijders. “Estaba en Ámsterdam, hará unos tres años, y decidí que con todo país, con todo idioma al que se hubiera traducido mi obra, yo intentaría a mi vez traducir algo de ese idioma al inglés…
Ya sé que son muchos idiomas, y cada vez más, pero lo intentaría
. He traducido una historia del español [un cuento de la escritora mexicana Ana Rosa González Matute, aclara], del portugués, del alemán y ahora estoy con el holandés.
 He estado expuesta a muchos idiomas. El primero fue el alemán, cuando fui a la escuela en Graz, Austria, con ocho años.
 Al español estuve expuesta en Argentina, también muy joven. Tal vez ahora esté intentando reproducir aquellas experiencias de cuando era niña”.

El arte del silencio

Terminada la entrevista, la escritora se dirigirá a un aparador donde hay una revista que tiene particular interés por mostrar.
 En ella aparece publicado un ensayo suyo sobre el trabajo pictórico de su marido, Alan Cote.
 En la portada aparecen yuxtapuestos los nombres de Siri Hustvedt y Lydia Davis
. La coincidencia resulta tan insólita como violenta
. Un perfil sobre Lydia Davis publicado hace unos meses en The New Yorker con motivo de la aparición de No puedo ni quiero en inglés alude a un episodio, por demás bastante conocido, que afectó profundamente a las dos escritoras.
En 1974, Lydia Davis contrajo matrimonio con Paul Auster.
 Se habían conocido cuando los dos estudiaban en la universidad, ella en Barnard y él en Columbia, tras lo cual pasaron juntos unos años en Francia.
 La pareja tuvo un hijo, Daniel, que tenía dos años cuando sus padres se divorciaron.
 Poco tiempo después Hustvedt y Auster se casaron
. Cuando Daniel Auster tenía 18 años se encontraba en el apartamento donde dos conocidos personajes del mundo de la noche neoyorquina asesinaron a un traficante de drogas, comprando su silencio a cambio de 3.000 dólares propiedad de la víctima.
El caso se saldó judicialmente con una admisión de culpabilidad por parte de Auster, que fue sentenciado a cinco años de libertad condicional.
La última pregunta registrada en la grabadora, formulada con el máximo respeto y cautela, tiene que ver con Daniel Auster.
 Como era previsible, la autora declinó cortésmente responder.
 No obstante, y por eso una publicación tan ajena al amarillismo como The New Yorker no la elude, la cuestión es pertinente y de hecho tanto Hustvedt como Davis la abordan en dos obras que pese lo radicalmente distintas que son desde el punto de vista literario, coinciden en la honestidad con que llevan a cabo su indagación. Hustdvedt escribió sobre el episodio con pasmosa transparencia en la novela titulada Todo cuanto amé.
 Davis alude al asunto con la oblicua desnudez que caracteriza a su escritura en el relato titulado ‘Selfish’
. La historia ahonda de modo sumamente abstracto en la venenosa mezcla de culpa y egoísmo que preside a veces las relaciones entre padres e hijos
. Es lo más lejos que esta mujer es capaz de llegar: tal vez sólo Samuel Beckett la supere a la hora de ejercer el arte del silencio
. Invitada a evocar un episodio de su vida particularmente importante para ella, Davis me contó que un día, paseando por París, vio a Beckett parado en una esquina
. Su admiración por él entonces era tal que se dedicaba a copiar frases del irlandés en un cuaderno, tratando de descifrar el enigma de su escritura.
 "Decidí seguirle.
 Tras recorrer unas cuantas calles se adentró en los jardines de Luxemburgo, donde se detuvo delante de una cancha de tenis, a ver un partido".
 Al cabo de un rato se alejó, sin haber intercambiado con él una sola palabra.