Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

18 feb 2015

Octavio Paz en manos de la censura franquista................................................ Víctor Núñez Jaime

La dictadura elaboró, entre 1950 y 1976, hasta 14 informes contra los libros del Nobel.

Foto inédita de Octavio Paz a los 23 años.

Los funcionarios de la Dirección General de Propaganda y la Dirección General de Cultura Popular del Ministerio de Información y Turismo, que se ocupaban de revisar (léase censurar) todo lo que se publicaba en España durante la dictadura de Franco, afilaban la mirada, subrayaban, tachaban y, al final de su lectura, rellenaban siempre el mismo formulario: “¿Ataca al dogma? ¿A la moral? ¿A la Iglesia o a sus Ministros? ¿Al Régimen y a sus instituciones? ¿A las personas que colaboran o han colaborado con el Régimen? ¿Los pasajes censurables califican el contenido total de la obra?”.
 Uno de los grandes afectados por aquellas preguntas y los subsiguientes cortes y supresiones de pasajes fue el escritor mexicano Octavio Paz (1914-1998).
En julio de 1950, la compañía Editora y Distribuidora Hispanoamericana S.A. (EDHASA) solicitó el permiso para distribuir 200 ejemplares de Libertad bajo palabra de Octavio Paz, publicados en México.
 El libro fue enviado a dos censores.
 El primero, Pedro de Lorenzo, dijo en su informe que en seis páginas había “frases o expresiones obscenas, otras irreverentes”.
 El segundo, Andrés de Lucas, apuntó con letra angulosa: “Versos oscuros y estúpidos con algunas expresiones equívocas.
 Creo, sin embargo que puede autorizarse por el escaso número de lectores que leerán estos engendros”.
Catorce informes de este estilo, sobre distintos libros del escritor mexicano y Premio Nobel de Literatura 1990, se exhiben hasta el próximo 20 de marzo en el Archivo General de la Administración, ubicado en Alcalá de Henares (Madrid), como parte de la exposición Octavio Paz: Guerra, Censura y Libertad.
 “La muestra podría dividirse en dos partes: la figura de Octavio Paz y el contexto de sus ideas y su obra en relación con España”, dice Evelia Vega, una de las comisarias, quien trabaja en el archivo dependiente del Ministerio de Educación Cultura y Deporte
. En la exposición hay, además, fotografías del autor mexicano durante su estancia en España en 1937, junto a algunos de sus colegas que asistieron al Congreso de Escritores Antifascistas de ese año en Valencia, como el narrador José Mancisidor, el poeta Carlos Pellicer, el músico Silvestre Revueltas o el pintor José Chávez Morado.
Y un reportaje gráfico de abril de 1982, cuando Octavio Paz visitó el Ateneo de Madrid.
“¿Ataca al dogma? ¿A la moral? ¿A la Iglesia o a sus Ministros? ¿Al Régimen y a sus instituciones? ¿A las personas que colaboran o han colaborado con el Régimen? ¿Los pasajes censurables califican el contenido total de la obra?”
Dice Eduardo Ruiz Bautista, investigador de la Universidad de Alcalá, que los censores franquistas se caracterizaban por su “servilismo desmedido, exceso de celo, ínfulas de literato frustrado y la crasa ignorancia y competencia lectora que exhibían en muchos de sus juicios y prejuicios”.
 Cuando en 1955 revisaron el poemario Semillas para un himno, escrito por Paz un año antes, Jesús Garcés señaló en su informe que se trataban de “poesías de un poeta americano, creacionista sin un argumento general.
Después de la obra creadora el poeta hace unas traducciones de los poetas Marvell y Gerardo Nerval. Nada que objetar. Autorícese salvo superior parecer”.
Cuenta Jesús Cañete, el otro comisario de la exposición y director del Festival de la Palabra de la Universidad de Alcalá, que “la censura veía a Octavio Paz como alguien peligroso por haber asistido al Congreso Antifascista de Valencia.
 Quizá porque esa experiencia marcó para siempre al autor de El laberinto de la soledad, tanto en su obra poética como ensayística.
 Llama la atención que cuando la censura no podía evitar la publicación de algún libro, hacía todo lo posible por demorarla.
 El 17 de abril de 1973, Círculo de Lectores solicitó autorización para reeditar Los signos en rotación y otros ensayos, que ya había publicado Alianza en 1971.
En esta ocasión el lector censor volvió a tachar las referencias que había a la Virgen en el texto dedicado a la obra de Marcel Duchamp
 (“La novia desnudada por sus solteros”). La editorial protestó argumentando que el libro ya se había editado anteriormente y que detener la impresión le causaba daños económicos.
 Entonces el censor no pudo impedir su impresión pero sí hizo todo lo posible por retrasarla.
 El libro no se publicó hasta año y medio más tarde: en septiembre de 1974”.
En 1971, la editorial Seix Barral decidió publicar Las peras del Olmo, un compendio de ensayos del Premio Cervantes 1981
. La censura pidió que se suprimiera el texto titulado Aniversario Español.
 Y así se hizo en su primera edición
. La censura, sin embargo, no se conformaría con trocear los libros de Paz. En 1975 se impidió la libre circulación de la revista Plural en España y el editor Pere Gimferrer organizó una protesta pública.
 Un año después, cuando ya el dictador había muerto, la censura seguía fijándose en los libros de Paz. “Vuelta, poemario de Seix Barral, es poesía surrealista.
 No me ha gustado. Pero desde el punto de vista jurídico-administrativo, nada que señalar”, dice el informe fechado en aquel año.
Este tratamiento al que fue sometida la obra de Octavio Paz en la España franquista ha despertado un interés mesurado entre los conocedores de la vida y obra del escritor mexicano.
“Conocer estos documentos es algo curioso”, dice el filósofo Fernando Savater, “y son una buena anécdota para sumarla a toda la información que ya tenemos sobre Octavio.
 Son interesantes, también, porque demuestran la mentalidad de esos inquisidores contemporáneos que eran los censores franquistas, cuyos criterios literarios dejaban mucho que desear.
Lo sé bien, porque me tocó vivir la censura en todo lo que escribí hasta los 28 o 30 años, la edad que tenía cuando yo murió Franco”.
Para Chus Visor, editor de Visor Libros, “los cortes que se le hicieron a la mayoría de los libros que pasaban por la censura franquista fueron poco importantes para su publicación.
 De lo contrario, los autores se hubieran negado a publicar. Lo que solía hacerse era cambiar algunas palabras por eufemismos.
 Y eso te jodía, como autor o editor, pero eras consciente del contexto en el que vivías y podías soportarlo”.
 Joan Tarrida, director editorial de Galaxia Gutenberg, que en alianza con Círculo de Lectores ha publicado las obras completas de Paz en España, opina que “el hecho de que ahora se conozcan estos informes no aporta gran cosa a la vida y obra del Nobel.
 Pero sí a la historia cultural de España. Porque demuestra cómo se trataba a los escritores durante la dictadura”.

 

17 feb 2015

Frases célebres De la Película "Lo que el Viento se llevó"

Frases célebres

"A pesar de ti, de mi y del mundo que se desquebraja, yo te amo "

"No, no te voy a besar, aunque lo necesitas mucho. Ese es tu problema. Deberías ser besada más a menudo, y por alguien que sepa como hacerlo."


"Sí, tienes mucha razón. No estoy más enamorado de ti que tu de mí. Dios proteja al que realmente se enamore de ti. "

 "...nada importa que tú no me quieras. Eres una mujer que envía un soldado a la muerte con un bello recuerdo. Scarlett, bésame"

 "-No me dejes Rhett, yo te amo!
-Ésa es tu desgracia ahora...
-Pero...¿ que voy a hacer sin ti, a donde iré...?
-Francamente, querida, me importa un bledo . "

La novela de Margaret Mitchell

El análisis social, lingüístico y pragmático de "Gone with the Wind" logra desentrañar las relaciones sociales entre los principales personajes de la novela.
 El uso de la lengua se refleja la identidad del personaje, su extracción social, sus fines y objetivos y lo que pretende mediante la estrategia que utiliza con quien conversa; sea altanera, cercana, distante, franca, aduladora, conquistadora o receptiva.
 Es la condensación social en el vocabulario y en las estructuras retóricas que utilizan los personajes. Es llegar a la
posibilidad de medir el ser y el estar.

Llo que hace la novela de Margaret Mitchell, es presentarnos una conclusión no sólo valiosa sino indispensable para una comprensión íntegra: substanciar en el tratamiento y en la cortesía sentimientos, deferencias, posturas y deseos que, con un análisis literario puro, puede que deduzcamos o adivinemos, pero que son difíciles de demostrar y recoger.

La relación

La relación entre Scarlett O’Hara y los principales personajes de la novela (Rhett Butler, Melanie Wilkes, Ashley Wilkes) y entre Rhett Butler y Melanie Wilkes, utiliza un mismo patrón de análisis cifrado en tres puntos: evolución de la relación entre personajes; uso de las formas de tratamiento y uso de las estrategias de cortesía.

El resultado es la relación social que se establece entre los personajes; la naturaleza de la misma, cómo discurre y evoluciona.

Con este enfoque la autora sustancia cómo se materializa en el uso de la lengua clase social, dominio, poder, fortaleza, abuso, igualdad, superioridad, sumisión.... Aspectos que ofrecen una radiografía clara y nítida de la relación que se mantiene entre los dos personajes.

Rhett Butler

Varias son las generaciones que han visto, y vuelto a ver, lo que el doblaje nos ha presentado en español bajo el nombre de Lo que el viento se llevó. Pocos –cierto es–, son los que identifican película-novela-autora. Como fenómeno social es casi lo de menos. Esta película/novela, y seguro que por este orden, pertenece a lo cotidiano de nuestras vidas.
Desde el punto de vista literario, varios personajes han cobrado vida propia. Viven en la mente de todos. Ese asociacionismo de filmografía-literatura-costumbres resulta ser un fenómeno no muchas veces repetido a lo largo de la historia reciente. ¡Y qué decir de la música que acompaña a los sucesos! Es un hecho que, de una forma o de otra, todos tenemos un momento de nuestras vidas vinculado, sobre todo, a la película. Por lo tanto,
la elección de la novela para realizar un estudio de las formas de tratamiento y de la cortesía es absolutamente apropiada, por ser Rhett Butler, ante todo y pese a todo, un caballero del Sur.

Anna Karenina



La cuarta adaptación al cine de la novela "Anna Karenina" (1887), de Leon Tolstoy, fué realizada por Julien Duvivier.
 Se rodó en los Shepperton Studios (RU). Producida por Alexander Korda, para su compañía London Films, se estrenó el 22-I-1948 (RU).La acción tiene lugar en San Petersburgo, Moscú y Venecia, en tono a 1875
. Alexei Karenin (Ralph Richardson), militar dedicado a la política, frío, intransigente, vanidoso, obsesionado por su reputación, mantiene una relación distante y descuidada con su esposa, Anna (Vivien Leigh) y el hijo de ambos, Segei. 
El coronel Vronsky (Kieron Moore), apuesto y apasionado, se enamora a primera vista de Anna, cuando la conoce casualmente en la estación ferroviaria de Moscú. 
Ella se siente atraída por él y se enamora contra voluntad, mientras baila con Vronsky una mazurca en una fiesta de sociedad en Moscú.
 Cuando ella regresa a su casa de San Petersburgo, Vronsky pide el traslado de destino para estar cerca de ella.
La película contiene un fuerte componente de crítica de la sociedad aristocrática rusa de finales del XIX y, por extensión, de la inglesa de mediados del XX. Denuncia la doble vara de medir que emplea para juzgar el adulterio del hombre y de la mujer.
 Mientras él es admitido sin reservas en todos los círculos sociales, ella es excluida de modo inmisericorde de los mismos. 
Parte de la famila adopta frente ella posiciones de exclusión, de indiferencia o de olvido, que no aplica a Vronsky.
 La madre de Vronsky (Helen Haye) se afana en bucar novia para el hijo y le presiona para que contraiga matrimonio y abandone a Anna.
 Los personajes que pueblan la alta sociedad rusa son en general vacíos, fatuos, mediocres y vanos. Practican la hipocresía y se rigen por principios de una inquietante doble moral.
 Aplican, además, convenciones sociales contrarias a los sentimientos humanos. Anna y Vronsky no viven el mismo drama. 
Éste afecta, sobre todo, de manera hiriente y perturbadora a Anna, alejada de su hijo, echada de su casa por el marido, incapaz de conseguir el divorcio por la obtusa negativa de Karenin, imposibilitada de regularizar su relación con Vronsky y abandonada por todos, incluso por su amante, que cada vez le presta menos atención y le dedica menos tiempo.
 Anna transita de la depresión a la desmoralización y de ésta a la desesperación, en un proceso que el film desarrolla con cierta oscuridad, vaivenes y embarullamiento.La música, de Constant Lambert, refurza los tonos dramáticos y los sentimientos de desolación de Anna.
 La fotografía realza la belleza de Vivien Leigh y subraya la intensidad de su drama interior.
 El vestuario, de Cecil Barton, es excelente
. El guión, de Duvivier y de Jean Anouilh, crea una atmósfera de dramatismo desgarrador, reforzdo por gélidas temperaturas y tempestades de nieve. 
La dirección se ve desbordada por la magnitud de la empresa y comete errores en la dirección de actores, especialmente visibles en el caso de Vivien Leigh, que no gradúa la progresión de su drama.

Destaca la presencia reiterada del tren como medio de transporte y como juguete de los niños de la casa.
 Se erige en símbolo del viaje de Anna desde la resignación a la felicidad y desde ésta a la desesperación.
Las tres versiones anteriores de la novela son: Fox-1915 de Gordon Edwards, Metro-1927 de Edmund Goulding y Metro-1935 de Clarence Brown.El final es reflexivo, sereno y pausado, a diferencia del de otras versiones.
 Las imágenes a contraluz elevan la fuerza dramática del mismo.



La ruta del tabaco

La ruta del tabaco

El cine de John Ford se compone de pequeños detalles, escenas sin aparente importancia, que son al final las que perduran en la memoria colectiva. 
Ahí están la pelea en la boda de Centauros del desierto, los ladrones leyendo cómo cuidar a un bebé en Tres Padrinos, o el apretón de manos de El hombre tranquilo.
 En La ruta del tabaco encontramos varias escenas así, de esas que le arrancan al espectador alguna carcajada o alguna lagrima en el momento menos esperado, y que, al acabar, dejan un buen sabor de boca, a pesar de que se trate de una de las llamadas "menores" del genio de Maine.
 Y es que, sin ser de sus grandes obras, es una película de Ford. Eso se ve desde el comienzo
. Esos planos del solitario camino, ese lirismo arrebatador, que tan bien sabía representar Ford, demostrando cómo el paso de los años ha hecho mella en la zona, donde ya no queda más que polvo.

Alguien dijo que el cine de John Ford cuenta la historia de los irlandeses.
 Aún siendo el cronista oficial de la historia norteamericana hasta la mitad del siglo XX, siempre tuvo presente su origen, y en su trilogía sobre la pobreza, no hace otra cosa que narrar los sucesos de la gran hambruna que sufrió Irlanda en el siglo XIX, y que acabó con su familia en el nuevo mundo.
 Por ello, todo su cine está impregnado de una sensibilidad que sale de la propia experiencia, y más aún estas tres películas.
 Pero para Ford, nunca una historia es lo demasiado triste como para dejar de lado el humor. Es la gran clave de la película, porque, narrando una historia tan dura y sombría, lo hace con su candidez habitual, con personajes entrañables, y diálogos cómicos, dando lugar a unas situaciones que en algún momento podrían llegar a parecer escatológicas.
 Pero, a pesar de todo, nunca deja de ser lo que Ford siempre ha contado, historias sencillas de personajes.

La película es un auténtico lucimiento para Charles Grapewin, un actor que nunca es lo suficientemente reconocido
. Él solo lleva el peso de la película en todos los ámbitos.
 Con una interpretación muy fordiana, sabe darle el punto exacto entre comedia y drama para hacer creíble y entrañable su personaje. 
Una interpretación simplemente brillante. Todo el reparto es un muestrario el cine fordiano, lo que podríamos llamar irlandeses, locos, sueltos entre ellos, inadaptados, ya sea a un lugar o a una época. Y Ford es el único que sabría hacer algo así sin resultar caricaturesco o bufonesco. 
Es, probablemente, el único director que ha conseguido que en sus películas la cámara nunca esté, si no que sea el espectador el que sienta directamente la historia
. Estamos realmente ahí, en esa pequeña granja desahuciada, y no la vemos através de una pantalla. También destacar esa brillantez plástica que consigue Ford siempre. 
Ya pueden ser los claroscuros de Centauros del desierto o el primer plano de Tom Joad en Las uvas de la ira, conseguía hacer poesía de la imagen, sin necesidad de barroquismos y efectismos. La sencillez hecha cine.

Una joya olvidada........................................................................................ Francisco Calvo Serraller

La exposición de cartones para tapices de Goya en el Prado desentraña la trama formal y simbólica a través de la cual el pintor aragonés urdió su formidable empeño.

 

Los pobres de la fuente, de Francisco de Goya.

A mi juicio, son tres las razones fundamentales que acreditan como un evento excepcional la muestra titulada Goya en Madrid. Cartones para tapices 1775-1794, en exhibición en el Museo del Prado hasta el próximo 3 de mayo.
 La primera se refiere a su contenido, pues en ella hay un centenar de obras, 47 de las cuales son de Goya, siendo el variopinto resto otras tantas de un elenco singular, no solo de maestros contemporáneos españoles y extranjeros del siglo XVIII, vinculados a la empresa de la realización de cartones para tapices, sino, de alguna manera, pertenezcan a la época o a la escuela que pertenezcan, relacionados con los temas y las formas de interpretarlos del genial artista aragonés; es decir: un rico material que sirve para desentrañar la trama formal y simbólica a través de la cual Goya urdió este formidable empeño.
 Hasta el momento presente, los cartones para tapices que pintó Goya, durante casi 20 años, habían sido objeto de concienzudos estudios monográficos en forma de libros, como los que publicaron Cruzada Villaamil en 1870, Valentín de Sambricio en 1946, Jutta Held en 1971 o Janis A. Tomlinson en 1993, pero no en la forma de una confrontación visual en directo como la que permite una exposición temporal de las características de la que comentamos.
La segunda razón tiene que ver con la naturaleza del encargo, los cartones para tapices para la Real Fábrica de Santa Bárbara, que se inscribió en el programa borbónico de creación de industrias suntuarias, adaptado a la mentalidad española, a medias entre la Ilustración y el casticismo, una tarea aparentemente modesta y, por tanto, ofrecida a pintores con talento en ciernes, pero de un excepcional vuelo virtual, como luego lo corroboró Goya, que muy pocas veces en su dilatada carrera tuvo que enfrentarse con la realización de una serie encadenada de pinturas de tan formidable formato, ejecutadas encima entre cuando contaba con 29 y 49 años, el momento crucial de la decantación de su genio artístico y de la consolidación de su triunfo en la corte.
Dejemos lo deslumbrante a Goya, cuyos cartones de gran formato son ejercicios de pintura mural de tamaño solo superable por los frescos de San Antonio de la Florida
Y la tercera y última por el original e inteligente sesgo que le ha dado al proyecto su comisaria, Manuela Mena, al insertar en su recorrido un montón de atisbos y sugerencias que refrescan y orientan nuestra mirada sobre un maravilloso asunto de ilimitada riqueza analítica y formal.
 La magia de la mirada de Mena es que hace compatible el rigor científico con una perspectiva, a la vez, transversal y oblicua: un descubrimiento.
 No sé si el público, aturullado por tantos cantos de sirena, se ha percatado lo suficiente de esta rara joya del Prado, que es a la par deslumbrante y aleccionadora.
Dejemos lo deslumbrante a Goya, cuyos cartones de gran formato son ejercicios de pintura mural de tamaño solo superable por los frescos de San Antonio de la Florida, por no hablar de la comparativa establecida con la forma de hacer de sus mejores colegas contemporáneos, para centrarnos en lo transversal de la mirada de esta exposición, que nos traduce de un plumazo los paisajes deseados de la Ilustración española, con su rica contradicción de la pedagogía institucional de lo popular junto al aliento castizo del majismo; vamos: con lo mejor y lo peor de un pueblo que busca y no siempre encuentra hasta hoy mismo su identidad moderna.
 Y también, por supuesto, para prestar atención a lo oblicuo de esta misma mirada, que fondea en precedentes clásicos y naturalistas que espabilaron el género goyesco, lo cual ha supuesto convocar un no pequeño conjunto de esculturas antiguas, junto a un no menor grupo de antecedentes pictóricos de la propia tradición española y de sus fermentos italo-flamencos.
'Perros en traílla', de Goya, 1775.
Dividida en ocho capítulos, que elocuentemente aluden a temas de gran enjundia simbólica —La caza, Divertimentos, Las clases sociales, Música y baile, Niños, Los sueños, Las cuatro estaciones y El aire—, esta sola relación nos emplaza junto al quicio de la explicación completa de un cambio de época, lo que nos permite avecinar en un mismo haz lo que fuimos y lo que somos, precisamente lo apropiado para la comprensión cabal de nuestra atribulada identidad.
 Nos hallamos, en fin, ante un retrato tan redondo de nosotros mismos que hasta virtualmente nos permite continuar por nuestra cuenta el relato, porque, valga como botón de muestra, ante el cartón de La gallina ciega, de Goya, uno cree reconocer en él la revolucionaria zarabanda de La joie de vivre, de Matisse.
 ¿Se puede pedir más?
 Pues sí; porque, para la ocasión, han sido limpiados y radiografiados todos los cartones, lo cual, a su vez, nos demuestra que para ver hay que frotarse los ojos.