Usted dibujaba en una entrevista reciente un panorama actual
poco halagüeño. “Vivimos”, decía, “en una época tonta, especialmente
estúpida y con una enorme pereza mental en gran parte de la gente. Me
parece grave porque no tiene casi vuelta de hoja”. Si ve así nuestro
tiempo, ¿cómo vislumbra el rostro de la humanidad mañana, la del siglo
XXII? Partiendo de la base de que es casi imposible hacer un
ejercicio de imaginación, no digo ya de otra cosa, cien años son tantos…
Es más, empezaría por decir que siempre son muchos.
Basta pensar que
ahora se ha estado celebrando, conmemorando mejor dicho, la
Primera Guerra Mundial, la guerra de 1914.
Y si uno piensa todo lo que ha habido en medio de estos cien años…
Pasan muchas cosas en un siglo, sí… Yo diría que hoy
en día es aún más tiempo de lo que ha sido a lo largo de la historia
.
Desde hace unos cuantos años está pasando una cosa muy rara y para mí
muy angustiosa.
El tiempo, por decirlo de alguna manera, está alcanzando
al tiempo
. Esto lo he dicho, yo creo, en alguna ocasión…
El presente ya
es pasado; el presente ya es percibido como pasado
. Lo que acontece
inmediatamente pasa a engrosar las filas de lo ya pasado.
Se pueden
buscar ejemplos inocuos.
Uno saca un libro, o alguien estrena una
película, y en el momento en que ya sale, se puede leer “se estrena”
. Ya
deja de interesar, o de importar. Rápido: ¿qué viene ahora? Parece como
si las cosas, por el mero hecho de hacerse presentes, pasaran
inmediatamente hacia el pasado.
Ocurre con casi todo, ¿verdad? Pues sí. Hace poco
decía en un artículo que Felipe VI empieza a parecernos rutinario.
Pedro
Sánchez, que hace pocos meses que lo han elegido, empieza a parecer ya,
no sé, qué antiguo es este hombre.
Todo va acelerado. También mi padre
lo observó una vez, hace muchos años
. Él decía, por ejemplo, que
comparativamente la humanidad ha cambiado mucho menos entre el siglo V
antes de Cristo y 1850, que entre 1850 y el presente
. Y decía cosas muy
sencillas y verdaderas
. Es decir, durante todos esos siglos, la gente se
desplazaba a pie, a caballo, con rueda; o por barco y similares.
Para
comunicarse, había que mandar una nota escrita, o una carta, y nada más
.
Es decir, no había telegramas, no había, por supuesto, teléfono, no
había absolutamente nada
. Fíjese ahora. Todo es inmediato. Y no le digo
nada en el futuro.
Decía usted que actualmente vivimos en una sociedad tonta.
Y lo peor, de cara al futuro, de ese siglo XXII por el que me pregunta,
es que hay una serie de cosas que me parecen cada vez más
irreversibles.
Hay gente que piensa que la historia va por ciclos, que
hay épocas más tontas y otras algo más inteligentes.
Pues yo tengo la
sensación de que llevamos ahora demasiados años en que más bien ha
habido una especie de deterioro intelectivo, no digamos intelectual, que
eso ya es otra cuestión, sino intelectivo general de la humanidad.
No así en las ciencias… Por supuesto. En las
ciencias, y en los avances técnicos y tecnológicos.
Es extraordinario.
Incluso en medicina. El optimismo que se puede tener pensando de aquí a
cien años va siempre por ese camino.
El de la técnica, de la ciencia, de
los avances tecnológicos, que probablemente seguirán siendo muy
beneficiosos. Pero…
Pero será peor en otros aspectos. Soy muy pesimista
respecto a la evolución de la mentalidad, llamémosla así, del género
humano.
Me da la impresión de que cada vez la gente tiende a ser más
simple, más bruta… y con ufanía de ser bruta
. En otras épocas no sabían
mucho porque no habían tenido oportunidad. Pero digamos que no había una
ufanía de eso, en absoluto.
Al revés, había como una especie de
añoranza de no haber accedido a una educación, y eso era siempre muy
conmovedor. Había incluso una especie de pudor, de vergüenza.
Pero esta
actitud de complacencia en la ignorancia es la que me invita a pensar
que la cosa es irreversible.
¿Y a qué se debe este embrutecimiento? No me
extrañaría que una parte hubiera sido inducida por los responsables de
la educación.
Se ha convencido a la gente de que, al fin y al cabo,
sobre todo desde que existe Internet, todo está ahí.
Es decir, si uno
necesita un dato determinado, pulsa unas teclas y lo encuentra
inmediatamente.
Es una información momentánea y utilitaria, simplemente
utilitaria, y que por tanto no hace falta ni acumular, ni saber, ni
estudiar, ni nada por el estilo.
No le resto valor, pero otra cosa muy
distinta es la posesión de la instalación en su conocimiento. Del mismo
modo que otra de las cosas que me han preocupado mucho, y a la que veo
también muy mal futuro, es el uso de la lengua.
Hábleme de la lengua que emplearemos en el siglo XXII.
No sé, de aquí a cien años qué se va a hablar, porque cada vez hay más
personas que no tienen dominio de la lengua
. No es cuestión de cultura.
Cada uno hablaba, digamos, a su nivel, con su vocabulario más o menos
amplio, o más o menos limitado.
Pero hablaban con aplomo, con seguridad y
con una buena instalación en la lengua, cada uno en su nivel de léxico,
o de capacidad para construir frases acabadas y más o menos
inteligibles.
La sensación que yo tengo es que ahora la gente chapotea
en la lengua.
Todo se confunde, todo se mezcla, da la impresión de que
todo sirve; la gente, además, parece que anda muy mal de oído.
El otro
día oí a un corresponsal –¡por favor, a un corresponsal!– en una ciudad
europea diciendo: “No sé quién fue pillado en un
fragantis”.
Todo esto me parece gravísimo, y temo que vaya a ir a más.
Y ya se sabe
que la manera de expresarse influye mucho en la manera de pensar.
Me gustaría que hiciéramos un repaso sobre algunas cuestiones
de cara al siglo XXII. Por ejemplo, la desigualdad tan tremenda que
domina la sociedad de hoy en día. ¿Podremos aguantar así hasta entonces?
No, no, de ninguna manera.
El capitalismo llamado salvaje es muy tonto,
muy torpe. No se da cuenta de que esa especie de creencia que se ha
instalado, quizá a partir de la caída del Muro, de que ya no existe la
posibilidad de otro mundo, es artificial.
Es decir, no hace falta que
haya una superpotencia a la que se tema, o que pueda financiar a grupos
en cada país.
La gente tiene una capacidad de aguante determinada, y
superarla puede provocar estallidos y hartazgos.
Se van viendo ya avisos
de eso. Esa desigualdad cada vez mayor es algo que literalmente clama
al cielo, y no, no creo que sea sostenible
. O los responsables de todo
eso, políticos, financieros, banqueros y grandes empresarios, dicen:
“Oye, vamos a reducir un poco esta locura porque se nos va de las
manos”, o efectivamente se acabará yendo de las manos. ¿Puede haber una
revolución como la de 1917? Parece raro, pero no es en absoluto
descartable.
¿Le preocupan asuntos como la superpoblación o el cambio climático?
Debo reconocer que de una manera muy tangencial.
Yo tengo una postura
que se podría llamar egoísta, no sé. Es una cierta sensación de que lo
que venga después de que yo no esté aquí me atañe poco.
A mí
personalmente. Es decir, quizá porque no tengo hijos, aunque tengo gente
joven alrededor a la que quiero mucho, y evidentemente desearía que
pudieran vivir en un mundo lo mejor posible
. Ante estas cuestiones me
cuesta tener una preocupación sentida, llamémoslo así.
Evidentemente de
vez en cuando dices:
“Pero bueno, esta gente de ahora está loca”, porque
se están destruyendo realmente demasiadas cosas y esto va a tener unas
consecuencias espantosas
. Pero enseguida me entra el egoísmo de pensar
que no lo voy a ver, que a mí no me va a tocar.
¿Y la superpoblación? Lo que sí me subleva es que
haya todavía, y no solo por la superpoblación, una Iglesia como la
católica que esté condenando cosas como el condón.
Eso tiene
repercusiones, no solo para la superpoblación indeseada o indeseable en
muchos sitios, sino también para la transmisión de enfermedades.
Hay
mucha gente a quien le influye, por ejemplo, en África.
Las religiones… Lo peor no es solo que siga esta
Iglesia, lo peor es que han vuelto con fuerza algunas que parecían más
en sordina.
Parece mentira. Si uno piensa en los años setenta, no nos
imaginábamos que hubiera esta eclosión
. Y pensando en la sociedad de
dentro de cien años, también me parece muy preocupante esta especie de
regresión generalizada que se está produciendo, en el ámbito mundial,
hacia un cierto primitivismo y un cierto grado de superstición.
Cada vez
es mayor, y eso realmente era bastante inesperado hace cuarenta años
.
Viene acompañado, además, por un fanatismo exacerbado.
Me preocupa mucho
un futuro cada vez más
religionizado, por así decir.
¿Habrá entonces religiones cada vez más fanáticas y
extendidas, o apuntan a su desaparición gracias a la ciencia, al
conocimiento? Difícil saberlo, de aquí a cien años.
Pero, dada
esa regresión, no me extrañaría que el fanatismo, y la fe, que siempre
es una forma de fanatismo, crecieran en todos los ámbitos.
Hay un auge
de la superstición, de la eliminación de los matices, y sobre todo de la
complejidad
. Se buscan cada vez más eslóganes,
per se
simplistas. Ideas básicas, posiciones extremas, causas con las que dar
sentido a la existencia.
Todo se profesa como religión: la defensa de
los animales, la defensa de la bici, del ecologismo. La gente se irrita
ante la mera disidencia, tiene afán por prohibir cuanto no le gusta
. No
me extrañaría, por tanto, que creciera la vehemencia y la irracionalidad
de las religiones más extremas.
Por cierto, hay un asunto que me
inquieta aún más de cara al futuro. ¿Sabe cuál es?
No sé, dígamelo. Las multinacionales y los ejércitos
privados. El enorme poder de las multinacionales, que en muchas
ocasiones está por encima del de los Estados.
Hacen y deshacen sin
control
. Pagan impuestos o no, según les conviene.
Nadie las controla.
Estamos en sus manos. Pero todavía puede ser mucho peor, porque hay otro
aspecto atroz, del que nadie parece ocuparse, y que puede hacer del
siglo XXII una auténtica pesadilla: los ejércitos privados
. Me parece
enormemente preocupante y nadie habla de ello. Hablé de eso de otra
manera en mi novela
Tu rostro mañana, basada parcialmente en una
realidad en la cual los servicios secretos ingleses,
después de la caída del Muro,
empezaron a ofrecer sus trabajos a grandes empresas, a multinacionales.
Y claro, llega un momento en el cual los personajes de esa novela
dicen: “Bueno, pero de verdad, ¿a quién estamos sirviendo?”. Y es que en
el fondo, directa o indirectamente, pueden estar al servicio de un
cartel, de alguien con el suficiente dinero para pagarlos. Y claro, si
eso ya en los servicios secretos puede ser grave, imagínese que pueda
haber ejércitos que estén a la orden de vaya usted a saber quién…
Me
parece enormemente preocupante, y no entiendo cómo se permite y cómo se
silencian sus actividades. Desde que se habló de Blackwater (hoy se
llama Academi) y sus desmanes en la invasión de Irak, ya no hemos vuelto
a saber nada de estos ejércitos.
Y seguro que no están parados.
Eso sí
me preocupa de aquí a cien y a doscientos años: que el mundo pudiera
acabar controlado por mercenarios, así de simple. Le he sorprendido…
… Y asustado. Oiga, usted que es muy urbanita, ¿cómo ve las ciudades del siglo XXII?
Lo más que alcanzo a imaginar, dada ya la tendencia actual de alcaldes y
gobernantes en general, es la destrucción de cuanto es aún grato en las
ciudades.
Nos las están arrebatando a los habitantes para convertirlas
en grandes escenarios y grandes negocios, en sitios en los que celebrar
espectáculos, sean para turistas o para los ociosos, que son y serán
cada vez más. Imagino que en el futuro habrá barrios acaudalados, y que
cada vez estarán más blindados. La vida espontánea y natural, es decir,
el transcurso, irá siempre a menos
.
Blade Runner
ya está aquí en gran medida, y no es descabellado pensar que se
instalará plenamente: una mezcla de lujo y depauperación, sin apenas
solución de continuidad.
Usted siempre ha sido muy celoso de su privacidad. ¿Cree que
las nuevas tecnologías, Internet por ejemplo, con todos los datos
personales que circulan de un sitio a otro, junto con las cámaras de
control o los drones de vigilancia, dejarán espacio para ella?
La gente no tiene interés en defender su privacidad, ya ahora
. Al
contrario, la mayoría desea ser visto, espiado, controlado, por puro
narcisismo y por puro exhibicionismo.
Así que no preveo que la gente
vaya a quererse defender de la pérdida de privacidad.
Al contrario, cada
vez va a permitir un mayor espionaje.
Personalmente me parece
catastrófico, pero me doy cuenta de que en esa percepción estoy casi
solo. Todo podrá saberse de todo el mundo, en el momento en que decida
saberse.
La única manera de defenderse –y yo, desde luego, sí querría
hacerlo– será no tener ordenador, ni móvil, ni nada mediante lo cual se
puedan rastrear nuestras actividades y desplazamientos.
Difícil manera
de estar en el mundo, luego muy poca gente optará por ella.
Los drones
se utilizarán para todo lo habido y por haber
. Soy de la creencia de que
cuanto puede hacerse, se acaba haciendo, aunque no sea obligatorio ni
recomendable
. Si se fabricaron bombas nucleares, ¿qué impedirá que los
humanos se clonen, o que los drones y otros artefactos espíen a las
personas a través de techos y paredes, y llegue a saberse lo que cada
uno hace en su casa? Un mundo sin secretos será un mundo horrible,
además de pobre
. Pero me temo que eso es lo que nos espera.
El mundo explotará si no se acaba con tanta desigualdad”
Y dígame, ¿se seguirán escribiendo novelas en el próximo siglo?
Yo creo que sí, porque la novela es un género extraordinariamente
fuerte, extraordinariamente resistente y extraordinariamente sensible.
Es más, y decir esto no es ninguna originalidad, es un género incluso
voraz.
La novela ha incorporado todo tipo de cosas. Ha incorporado la
poesía, ha incorporado el ensayo, ha incorporado la filosofía, ha
incorporado el pensamiento.
Es novela
Alicia en el País de las Maravillas, es novela
El Quijote y es novela el
Ulises.
¿Será una actividad minoritaria, esta de escribir o incluso leer novelas?
Dentro de cien años la novela será igual de minoritaria que ahora, o
igual de minoritaria que hace un siglo.
Siempre lo ha sido, incluso
cuando un libro se vende y se lee muchísimo.
Siempre es algo
minoritario, y la gente no tiene mucha idea, por ejemplo, de lo que se
vendía de autores que consideramos clásicos.
Pero a Baroja o
Valle-Inclán se les hacía una primera edición, a lo mejor de 2.000
ejemplares, y tardaba en agotarse varios meses o años.
Evidentemente, en
la misma época Blasco Ibáñez vendía mucho más, claro. Siempre habrá
unos autores más populares que otros, es evidente…
Quizá en el siglo
próximo la novela será aún más minoritaria que ahora, no sé, pero
seguirá.
Y lo hará, además, porque es difícil de abolir, por así decir,
el gusto y la necesidad no ya de contar historias –a veces hay novelas
en las cuales ni siquiera hay historias–, sino de tener una
representación más o menos armónica y ordenada de la persona o del
hombre, en el sentido genérico, y del mundo.
Javier Marías
Madrid, 1951. Ha publicado recientemente su novela número catorce,
Así empieza lo malo,
y ya ha superado los 100.000 ejemplares de tirada, convirtiéndose en
otro éxito más en esa larga lista que comenzó con la publicación de
Los dominios del lobo.
Tenía entonces 19 años. La obra de Marías se mueve entre cifras
asombrosas: 8.000.000 de ejemplares vendidos, con traducciones a 43
idiomas y editada en 54 países.
Los enamoramientos, su penúltima novela,
aparecida en 2011, ya ha superado los 250.000 ejemplares de venta solo
en España.
Los premios de prestigio, nacionales e internacionales –se ha
convertido en un lector de culto en el extranjero–, le han llegado por
decenas. Y eso, como él mismo reconoce, con una escritura no
precisamente vulgar ni populista. Arriba, en una fotografía de 1995.
¿Y poesía? La poesía quizá es más dudoso. Puede que
solo sobreviva como letras de canciones
. En la medida en que las letras
de canciones pueden ser poesía a veces, ¿no? Porque la poesía sí está
como cada vez más arrumbada.
Es difícil pensar que vaya a haber un día
un auge grande, y no digamos comparable al de otros tiempos, en los
cuales la gente culta, e incluso no tan culta, a veces se sabía versos
enteros. Era un género más popular.
Decía que la poesía continuará como letras de canciones. ¿Pero habrá canciones?
Seguro. No me cabe duda de que seguirá habiendo música.
Para mí la
música es el arte más elevado, y probablemente el primero de todos.
También el más necesario
. Así que seguro que seguirá habiendo música. No
sé cómo, pero la habrá.
Usted es un cinéfilo empedernido, ¿veremos cine en el siglo XXII?
El cine en cierto sentido se podría decir que casi no existe
. Ahora
mismo debo confesar que estoy planteándome no ver nunca más en DVD los
extras, o bonus, o como se llamen estas cosas añadidas a las películas.
Una cosa que, por ejemplo, a mí me tiene muy deprimido es que ahora todo
es digital. No ya las grandes escenas de masas o de una batalla, que
veías por ejemplo en
300, pero era un truco, digamos,
consensuado con el espectador.
No, no, es que ahora a veces también se
pone digitalmente la maleta que lleva alguien.
Hay montones de actores
que, cuando representan que están comiendo en una escena, en realidad se
limitan a mover los labios.
Y se nota muchísimo que no están comiendo
nada. Y hay menos diálogos, solamente música estruendosa y ruidos
.
Aunque es obvio que existen excepciones, cada vez es un cine más pueril.
Y de aquí a cien años, pues no sé, pero también veo esto difícilmente
reversible.
¿Qué va a pasar con las salas de cine? Veo mal
futuro para las salas, la verdad.
Debo decir que yo también, gustándome
tantísimo el género y habiéndome gustado tanto ir a los cines, hace
bastantes años que no suelo ir a casi ninguna sala
. Me he acostumbrado
ya a ver las películas en DVD. Comprendo que es un error, y que no es lo
mismo, pero yo me considero muy común, una persona en realidad muy
común
. Y pienso que si a mí mismo me da a veces pereza irme hasta el
cine, y prefiero quedarme en casa… Si a mí, que ha habido épocas en mi
vida que iba a tres salas diarias, me pasa eso, pienso que el futuro de
las salas es escaso.
Me atrevo a pensar que en cien años todo el cine lo
veremos en casa…
Pero cambiará la manera de hacer películas. Sí, claro, ya está cambiando. Fíjese en la calidad de muchas series de televisión, desde
Los Soprano a
Boardwalk Empire.
En ellas se mantienen el ritmo, la pausa de las grandes películas,
incluso la de algunas muy populares como las que hacía Hitchcock, pero
que ahora ya ha desaparecido de casi todo lo que se estrena en cines.
Algo habrá que hablar de los libros electrónicos. ¿Le gustan o le repelen?
Pues ni lo uno ni lo otro.
Yo no uso el ordenador, ya lo sabe usted.
Con lo cual no utilizo otras cosas tampoco, claro. Pero ¿por qué voy a
estar en contra?
¿Los conoce? ¿Los ha manejado? No, no los he
manejado.
Hombre, si la gente prefiere leer así, no veo por qué habría
de odiar semejante cosa.
Yo ya no me voy a pasar a eso, porque llevo
toda mi vida acostumbrado al papel y es lo que me gusta, pero no tengo
nada en contra.
Mientras se siga leyendo, el soporte me da un poco lo
mismo.
El único peligro que tienen es el evidente auge de la piratería.
Pero esa es otra historia. Tampoco vas a culpar al cuchillo de lo que
alguien hace con el cuchillo.
La historia de siempre.
Me inquieta el enorme poder de las multinaciones. Nadie las controla”
Perdón, olvido, venganza, odio, rencor, deseo… ¿Permanecerán en el siglo XXII?
Sí… Sería ingenuo pensar que este tipo de elementos, de pasiones, de
emociones, llámelo como quiera, puedan variar gran cosa.
El mundo en
realidad no ha cambiado tanto desde que tenemos memoria de él. Bueno, ha
cambiado en muchas cosas, pero no en lo básico
. Precisamente por eso
creo que todavía se pueden leer la
Ilíada o la
Odisea,
y entender perfectamente ese mundo. Claro que esos sentimientos se
civilizan, como la venganza. Pero creo que persistirán dentro de cien
años.
¿Qué quedará en el año 2150 de su obra? ¿Alguien leerá Corazón tan blanco?
Francamente, no lo creo.
Pero por una razón muy sencilla. No es ya por
cuestión de modestia o inmodestia, sino porque la idea de la posteridad
pertenece al pasado.
Ya lo he dicho en alguna otra ocasión. Como
hablábamos al principio, las cosas van tan rápido, las cosas son tan
antiguas nada más existir, que cuando han pasado cinco años, diez años
de algo, es pasado remoto.
Pensar que algo de lo que se hace hoy en día
pueda pervivir dentro de cien años me parece más quimérico que pensarlo
hace un siglo.
Todavía hay tiempo para hablar de la vida en la Luna. O en Marte.
Viajar a otros planetas, si fuera factible, me daría una pereza
inmensa.
Los años que a mí me queden preferiría pasarlos aquí, y a ser
posible en un mundo reconocible. Siempre pienso que, para los muy
ancianos, lo peor debe de ser ver desaparecido el mundo que conocen.
No
quisiera que a mí me pasase eso.